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HALMA, LA OLVIDADA REVISTA

HALMA, LA OLVIDADA REVISTA

Por Luis Machado Ordetx

 

Una rara avis cohabita en la revista Halma, primera en surgir con rango «Literario» durante el pasado siglo en el contexto geográfico villaclareño. La publicación reclama un punto definitorio, pero no lo encuentra. Anda desperdigada, y con escasas valoraciones juiciosas en la Cultura cubana.

Hasta el machón resulta extraño. Sin embargo, la carta de presentación no constituye la causa del olvido. Tal vez toda subestimación rinda tributo al desconocimiento.    

Marcó, a pesar de su corta existencia, un camino diferenciador con  otras revistas fundadas después. El título, de hecho, significó un  cambio brusco. Algunos estudiosos, los más osados que llegan a Halma —al no detenerse en el «Saludo» de La Redacción rubricado en el número inicial—,  apostillan que los textos poéticos y la prosa tienen cierta tendencia «modernista», atrasada y con figuras retóricas no propias de comienzos de siglo.

En el programa de la revista está su posterior historia, y actuación. El background que ronda el hecho noticioso se pierde al excluirse lo que allí dicen.  De ahí los dislates. Por desgracia Halma no está registrada en el Diccionario de la Literatura Cubana, y tampoco en investigaciones de valor centrada en sus particularidades.

Nació el viernes 10 de julio de 1914 —en formato de 8.27” por 11.69” pulgadas—, con emplanado en papel cromado y discreto color en las cubiertas desprovistas de apetitos ostentosos y discursos recargados.

Tal precisión supone un esfuerzo colosal de maestros impresores y  de correctores de estilo, así como de cajistas y directivos para buscar  grabados y fotografías de ocasión.  El cuerpo de dirección  estuvo integrado por Sergio R. Álvarez, conductor principal, y Ramón de la Paz, jefe de redacción y Raúl Álvarez, administrador.

Al menos dos de los gestores anteriores —Álvarez y de la Paz—tienen reconocimientos posteriores dentro de la Historia de la Cultura en la región central. No obstante, en la actualidad sus actuaciones literarias y periodísticas resultan desconocidas. El primero presidió por años el Ateneo de Villaclara, y durante décadas fue redactor titular de la  crítica artística-literaria en La Publicidad, el principal rotativo de Santa Clara. El segundo dirigió el Heraldo de Las Villas por años.

Con rótulo exclusivo de «Revista Literaria» se cimentó en Halma un proyecto altruista de autofinanciación y sin empleo de anuncios comerciales. No retribuían colaboraciones y tampoco aceptaban aquellas carentes de previas solicitudes. El principal sustento económico venía de espíritus filantrópicos de la región. No obstante, por fechas, jamás dejó de asomar con puntualidad ante los lectores en tiradas mínimas que rebasaban los 300 ejemplares, según apuntes de la época que reseña La Publicidad al resaltar en 1958 la obra periodística de Sergio R. Álvarez Mariño.

Con salida decenal, primero y luego semanal, cada ejemplar tenía 12 páginas sin numeración. El taller de impresión estuvo en la calle Martí 37, esquina a Lorda, en Santa Clara. La revista sucumbió el martes 30 de noviembre de 1915.   En su catálogo de edición completó 50 números.

¿Qué expresa  el «Saludo» de La Redacción? ¿Por qué el extraño nombre?

Dos interesantes interrogantes. Apuntan: «Veamos si resulta estéril este nuevo esfuerzo de la juventud estudiosa y progresista de Villaclara, en pro de una publicación que interprete y traduzca lo más fielmente posible, el movimiento cultural de nuestro pueblo, en los órdenes científico, literario y artístico […], cerniéndose siempre en la esfera más elevada y provechosa para los fundamentales intereses de la República y de la Patria.

«Tiempo hace que venimos luchando, desgraciadamente sin éxito, por dar vida, fuerte y vigorosa, a una revista de esta índole, en cuyas páginas, mediante escritos serios y razonadores, si bien entusiastas y enérgicos, como emanantes de loa sangre nueva que los produzca o inspire, encuentren eco las más luminosas manifestaciones del pensamiento cubano».

El propósito de los «armadores» de la publicación residió en dar el salto, con una mirada ágil y madura, y dejar abierta una estela en los rumbos literarios. Es la razón de Halma, la revista literaria. ¿A quiénes invitan a colaborar? Ahí están las firmas reiteradas.

Es el primer acercamiento de Agustín Acosta con Santa Clara, y la mención de Ala (1915), de marcado acento modernista. Ya es el matancero un escritor  trascendente que, junto con la lírica de los orientales José Manuel Poveda y Regino E. Boti, desbroza una huella poética  en los lustros de inicio de siglo.

Destaca la crítica sistemática del Ateneísta cienfueguero Pedro López Dorticós, y el juicio y la poesía del dominicano Max Henríquez Ureña, y los análisis de los villaclareños Manuel Serafín Pichardo         —lírico casi desconocido entre nosotros—, y los investigadores Manuel García-Garófalo Mesa yJesús López Silvero, así como de Severo García Pérez, un vital pedagogo y animador del vanguardismo.

También están las rúbricas del nacionalista villaclareño Carlos de Velasco —director de Cuba Contemporánea—, de Aniceto Valdivia (Conde Kostia), José Santos Chocano, Carlos y Federico Urbach, Vargas Vila, Alfonso Camín —en primer su paso por Santa Clara—, Lola Rodríguez de Tío, y textos post morten de Jesús Castellanos y…

Ahora, ¿cómo acusar a Halma, Revista Literaria, de promotora de una ramplona y atrasada línea modernista? En última instancia la publicación se inserta en el «impulso por trascender el fetichismo de la forma», expuesto por Juan Marinello al abordar la significación de ese movimiento durante sus períodos de actividad artística-literaria.      

En el «Saludo» quedó explícito: «[…] cuenta con la pluma de los mejores literatos, artistas y hombres de Ciencia de la provincia […], y del movimiento intelectual del país […] HALMA, que no trae el propósito de explorar el periodismo, si no, por el contrario, de coadyuvar generosamente, en la medida de sus recursos y facultades, a una mayor intensidad del movimiento intelectual de las Villas».

Todo queda dicho. Dentro de los rasgos están la divulgación de contenidos de la Historia de Santa Clara —con hechos y figuras trascendentes vinculadas con aspectos literarios—, y la mención de curiosidades sin muchas comparaciones relacionadas con otros territorios del país.

 En los últimos números llevó la etiqueta de «Revista Literaria Ilustrada», y no varió el contenido, siempre emparentado con la lírica villaclareña y algunas expresiones individuales del ámbito nacional.

A Halma tocó abrir la brecha para entusiasmar a jóvenes que, años después, montaron otras revistas de corte literario, y sobre las cuales en el ámbito de las investigaciones filológicas y culturales, en alguna que otra ocasión, se entremete un dislate histórico. Por supuesto, hago referencias a Umbrales y Archipiélago, una voz de tierra adentro para el Continente, pilares sin límites del acontecer artístico-literario villaclareño.      

 

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