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La parranda, fuente de cultura popular

La parranda, fuente de cultura popular Por Luis Machado Ordetx

Otras vez las festividades folklórico-tradicionales de Camajuaní, a más de 330 kilómetros al este de la ciudad de La Habana, y cerca de 60 mil habitantes, retoman los comentarios y la memoria, tras la publicación del libro Fieras broncas entre Chivos y Sapos —los dos barrios contendientes en esos encuentros culturales—, escrito por el investigador René Batista Moreno.

Recién salido este año por la Editorial Capiro, en Villa Clara, el texto amplía indagaciones anteriores que realizó el autor en su territorio, principalmente en la recopilación publicada con el título de Las parrandas de Camajuaní: Cronología de carrozas, cantos de changüís, anecdotario humoríostico, perteneciente a 1979, fecha en que se culminó el estudio de esa festividad popular surgida aquí en 1894 tras los influjos artísticos legados por los residentes en San Juan de los Remedios, la Octava Villa de Cuba fundada por el Adelantado Diego Velázquez.

La región del centro del país, desde su tronco fundacional en San Juan de los Remedios, dió lugar, a mediados del siglo xix, dio lugar a  importantes festividades interbarrios en zonas de San Antonio de las Vueltas, Placetas, Caibarién, Encrucijada, El Santo, Calabazar de Sagua, Quemado de Güines, Guayos, Mayajigua, Chambas, Punta Alegre y Morón, por citas algunos territorios donde la parranda crece por años.

Dice el historiador Juan Manuel García Espinosa en su libro Parranda y Chambelona, editado en 1982, que los primeros balbuceos, por organizar ese tipo de fiesta en Camajuaní, parten de 1890, cuando por vez primera en el periódico local El Número 13 —dirigido por el patriota José Vidal Caro—, se menciona en una gacetilla la voz parranda: «Puntos, parrandas, guitarras, &. &.», demarcando un bullicio constante de pueblo.

La prosperidad económica de Camajuaní creacía, a finales del siglo antepasado, sobre todo por la producción azucarera y muelera, dice García Espinosa, y refiere una cronología mínima de las festividades, retomada y ampliada en un texto y otro por Batista Moreno, quien también incluye otras aportaciones testimoniales y una vasta documentación factográfica que calza lo apuntado en letras.

En Fieras broncas..., los encontronazos folklóricos entre los barrios contendientes, los Chivos y Sapos, lleva implícito anecdotarios que van desde los modos en que se fomenta la parranda, sus cantos, vestuarios, carrozas de gran alcance, hasta publicaciones, recogidas todas en un volumen de unas 180 páginas.

Batista Moreno, acusioso investigador, y dicharachero por excelencia, con más de 60 años de vida, recoge, al igual que García Espinosa, el año 1906 como la primera vez en que acordó celebrar la parranda el 19 de marzo, fecha del Santoral Católico dedicado a San José, patrono de la localidad.

De allá acá, salvo raras excepciones en el siglo pasado —siempre asociado a contiendas bélicas, crisis económicas, represión militar o defensa popular de las conquistas del pueblo—, la parranda se suspende en su conmemoración acostumbrada.Hasta el 2005, el pasado año, está la referencia cronológica contenida en el reciente libro de Batista Moreno, a la vez que incluye un profuso anecdotario de los parranderos —el grueso fundamental de la investigación—, principalmente en personas que vivieron en Camajuaní durante la primera mitad del siglo pasado, y luego retoma declaraciones de hombres que fungieron como «cabezones» encargados de hacer divertir a la gente que figura como observador.

Batista Moreno incluye una transcripción musical de algunos cantos tradicionales de los barrios Chivos y Sapos, y remata su libro con el acápite de «Carrozas por año», donde detalla el tema y los motivos principales que motivaron desde su surgimiento en 1894, hasta el 2005, las construcciones arquitectónicas y estructuras humanas que conforman las carrozas, y remata con un acuse de toda la bibliografía utilizada.

Sin duda, junto a las celebraciones de San Juan de los Remedios, las realizadas por año en Camajuaní, alcanzan una significativa dimensión cultural, como colofón del acervo folklórico tradicional contenido en la imagineria popular a la hora de conformar escenarios en que se mueven los hombres por hacer historia y reconstruir episodios de la literatura o el arte universal. 

 En esos espacios, en Fieras broncas entre Chivos y Sapos, revelan a Batista Moreno como un redescubridor, a partir de la papelería y el testimonio de los camajuanenses, para reconstruir su principal plaza cultural: la parranda a lo largo del tiempo pasado, el presente y el futuro.           

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