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SALSADEPERRO; EMIGRÓ

SALSADEPERRO; EMIGRÓ

Por Luis Machado Ordetx

Persisten cambios, digamos obligatorias traspolaciones, de la cultura de una región a otra, debido, por supuesto, a las recurrentes migraciones poblacionales; eso nadie lo negaría, porque sería “nadar contracorriente”. A  la postre se originan ojerizas —en el mejor sentido— en las   particularidades históricas o sociales que competen a ciertas autoctonías y no  otras; es como un intercambio, un préstamo, y resultan, por tanto, especificidades inherentes a lo que ahora denominamos rasero globalizador  

En otras palabras, como la deficiente ortografía que hormiguea en carteles, anuncios institucionales y en la escritura de muchos, las permutaciones de marras adquieren prolongación con el paso del tiempo como si fueran  injertos provocados por peregrinaciones caprichosas; y por consiguiente, a ultranza de todos, consiguen indebidos procederes con rangos definitorios al cabo de un tiempo.

El fundamento no constituye mera filosofía; Martí advirtió el fenómeno cuando estuvo inmerso en la reconstrucción de la realidad de aquel crudo invierno neuyorkino de 1886. Tal situación ocurre en procesos sociales y obligan a francas reflexiones luego de desandar calles en la búsqueda de sucesos de que desde un pasado latiente refuerzan el presente histórico.

No vayamos muy lejos. Aquí, en el restaurante “Colón 64”, a la vista de todos, parece que el perfecto “rotulista” ignoró en “su gramática” las reglas de acentuación que rigen en la Academia de la Legua Española; más de siete errores son exhibidos en la lozanía del día; allá en la Villa Blanca, ante el busto del último veterano de la Guerra de Independencia de la región central, percibo otro dislate que en nada contribuye al conocimiento que debe cimentarse en generaciones de cubanos: Díaz, primer apellido de ese patriota llamado Nicolás [El Santo, 1882-Caibarién, 1989], está escrito en el terminal con S, y el segundo anda en ausencia total cuando en realidad tendríamos que situarlo al igual que el primero, con una Z al final.

Indagué por la legendaria “Salsa de Perro”, esa que según dice el folklorista Pedro Capdevila Melián, transitó a principios del siglo pasado de  un establecimiento de Remedios y llegó a Caibarién en 1912 para prolongar la fama del inigualable  Hotel España, en la calle Justa, próximo al Ferrocarril; pero...
 
El edificio-hospedaje-restaurante no existe; se desplomó hace unos años y el delicioso plato nutritivo de la gastronomía local (obtenido a partir de ruedas de pez-perro, pargo o cherna, especies vegetales, papa, leche, harina de trigo, aceite vegetal y sal a gusto), a pesar del renombre universal, también desapareció de la cultura espiritual de ese territorio.

La habilidad y exquisitez culinaria que hasta mediados de los años 80 hubo en la Villa Blanca ya no existe, al menos aquella relacionada por platos autóctonos confeccionados a partir de la cultura aportada por los pescadores; en muchas viviendas con el auxilio de los predecesores se revive esa u otras recetas alimentarias.

En el provecho encuentro otra “Salsa de Perro” con similares aderezos que la anterior, a la santaclareña, aquí en el restaurante “El Marino”. ¡Vaya magnífica mutación!, digna de aplaudir, como cuando parafraseamos el proverbio que alude a idéntico “animal”, pero con diferente collar.
 
Desde Varadero, Manolo G. Fernández García, como muchos vilaclareños, se conduele: ¿A qué lugar de la ciudad y a qué manos fue a parar la tarja en bronce colocada en septiembre de 1948 en el vestíbulo principal de la Biblioteca Martí en honor a Leopoldo Romañach Guillén, el pintor cubano? No existe un salón de Marinas en Villa Clara, como tampoco una escuela de Artes Plásticas que haga perdurable el nombre de ese pedagogo y prolífero creador nacido en Sierra Morena en 1862. Allí estuvo hasta hace dos década; luego se perdió sin que nadie sepa dónde está.

Por fortuna la historia del ilustre artista es recordada con mayor insistencia en ese balneario matancero: desde hace 14 años la galería “Arte, Sol y Mar” efectúa anualmente un Salón de Paisaje marinero que rememora a  Romañach. ¿Este al igual que los otros ejemplos no constituye un signo de mutación?  


Persisten muchas maneras, entre pedagogos, historiadores, comunicadores y la familia, de atajar esas peligrosas mudas; sobre todo, porque las localidades requieren preservar, defender y conservar desde cualquier época aquello que auténticamente las representa como escudo patrimonial de la idiosincrasia forjada al calor de sus culturas.

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