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«LA CARIDAD», UN TEATRO DE FUNDAMENTO CULTURAL

«LA CARIDAD», UN TEATRO DE FUNDAMENTO CULTURAL

Por Luis Machado Ordetx

Unos años atrás, en una relectura a los ensayos cortos, de primera juventud, que Juan Marinello escribió en 1932 mientras estaba preso en el Presidio Modelo, de Isla de Pinos, ese estudioso hizo referencias a frescas palabras del pedagogo villaclareño Severo García Pérez, un hombre fiel a su Patria; a su ciudad Santa Clara y a la expresión de que «Cuba jamás estará en venta a nadie.» Eso bien lo recuerdo, y late en el corazón de todos los que ofrecemos lo mejor de nuestras fuerzas a esta tierra.

Decía con razón García Pérez que «[…] lo trascendente no acuña las monedas del arte sino cuando este rebasa las sierras nacionales, alcanzando las cumbres señeras donde apresa los ideales universales y les proporciona la encarnación plástica definitiva».

Marinello respondía que «[…] las sierras nacionales no se rebasan sino transitándolas con pie muy amorosamente sentado sobre sus lomos, ni se alcanzan las cumbres señeras sino cuando vamos alimentados para la larga ascensión de jugos muy nuestros.» Eso transmuta el teatro «La Caridad», de Santa Clara, un coliseo cultural que ahora arriba al aniversario 125 de su fundación tras el desprendimiento material que ofreció otra patriota, Marta Abreu de Estévez, a  los habitantes, fundamentalmente pobres, de esta ciudad del centro de Cuba.

Mucho se podría exponer sobre el espíritu de misericordia, de dignidad, de amor a la Patria Chica, de patriotismo y hasta de altruismo de la Benefactora de Santa Clara, quien legó al tiempo y a su pueblo un coliseo teatral de alcances y bellezas inigualables dentro del patrimonio arquitectónico y cultural cubanos de finales del siglo XIX.

En similar sentido se hablaría de los hechos inigualables que distinguen a «La Caridad» en su tiempo. Sin embargo, hay quienes creen que los sucesos y veladas político-culturales que allí ocurren en los últimos 50 años, están determinadas por ciertas imposiciones y adjudicaciones administrativas determinadas por la cantidad de espectadores que alberga el coliseo, así como sus particularidades acústicas y del montaje escenográfico.

En más de una ocasión, quienes así lo exponen, se equivocan, y hasta desconocen la verdadera historia que sustenta «La Caridad» a partir de las Bases que dictó Marta Abreu de Estévez para la administración del teatro «La Caridad» a cargo del Ayuntamiento de Santa Clara.

Los 38 términos o bases, quedaron firmados por la Benefactora el 30 de abril de 1892; unos siete años después de inaugurada la institución cultural aquella noche del 8 de septiembre de 1885, fecha que honró a la Virgen de la Caridad del Cobre, a Cuba y también a las capas más desposeídas de ingresos económicos y que residían de manera permanente en la ciudad.

El acápite 19 suscribe que «El Ayuntamiento no permitirá que se pongan en escena bailes indecentes, ni concederá el teatro para representaciones inmorales y poco edificantes, que desdigan de la misión civilizadora del arte dramático: “instruir deleitando” […] Cuando se conceda para meetings políticos, en previsión de los desperfectos que pudiera ocasionar al edificio y su mobiliario la excesiva aglomeración de concurrentes, se triplicará el precio del alquiler

Lo anterior determina el porqué de ese fundamento de Marinello cuando indicó que «vamos alimentados para la larga ascensión de jugos muy nuestros», como ocurrió el 31 de diciembre de 1898, fecha en que la sociedad de Santa Clara, arrió, desde el asta del frontón de la fachada, la bandera de la metrópoli España, y en su lugar fue izada la cubana, para que ondeara de una manera gallarda al recibir los vientos que soplaban desde las lomas adyacentes del Capiro.

Así lo consigna la investigadora Hortensia Pichardo en el tomo I, página 541, de Documentos para la Historia de Cuba. Durante la primera mitad del siglo xx, «La Caridad», independientemente de sus fines de instrucción cultural, fue escenario de patriotismo; de confirmación de ideales políticos, tal como sucedió  el viernes 12 de enero de 1939 durante la sesión extraordinaria de la III Reunión Nacional del Partido Comunista.

A la congregación acudieron Juan Marinello, Nicolás Guillén; Gaspar Jorge García Galló, Celestino Hernández Robau, Nicolás Monzón Domínguez, María Dámasa Jova, Pepilla Vidaurreta y otros intelectuales y militantes marxista-leninistas cubanos. Previo a la reunión, en la noche del jueves, por vez primera en el país se representó la pieza «Mariana Pineda», de Federico García Lorca, un romance popular en tres estampas dirigido por Francisco (Paco) Alfonso, y la Coral Popular Revolucionaria demostró los valores de un arte imbricado a las raíces de la Patria.

En ese escenario, antes y después, el divo Enrico Caruso, la cantante y actriz Libertad Lamarque, el mexicano Jorge Negrete o el trovador Gumersindo (Sindo) Garay, junto a elencos artísticos de óperas, operetas, zarzuelas, teatro vernáculo, funciones cinematográficas o representaciones sinfónicas o de ballet, hallaron un espacio definido para el goce de lo universal, lo popular y lo nacional.

La década de los años 40 del pasado siglo instituyó un período de amplia asiduidad en ese tipo de espectáculos, incluido la recitación de los más grandes declamadores cubanos —entre los que aparecen las actuaciones de Eusebia Cosme, González Marín, Luis Carbonell y Severo Bernal—, así como actividades con fines político-cultural en contra del nazi-fascismo, la solidaridad con la independencia de Puerto Rico o el apoyo al primer estado de obreros y campesinos del mundo: la Unión Soviética en instantes en que desencadenaba la Gran Guerra Patria.

La prensa villaclareña, y e articular, el diario La Publicidad, es testigo en sus páginas de singulares momentos históricos ocurridos en el escenario de «La Caridad». Tal es el caso del «Acto de Confraternidad Hispano-Cubana y por el Triunfo de la Democracia», celebrado en la noche del 9 de noviembre de 1941. Reuniones similares, en las que comulgó arte y política, lo nacional y lo universal, como solicitó Juan Marinello, serán una sucesión en un vetusto coliseo que aún aguarda, a 125 años de fundado, de una completa y definitiva hechura en los anales de su historiografía insular.

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