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BALLAGAS EN SOMBRA: CÓDICES DEL SILENCIO (lII)

BALLAGAS EN SOMBRA: CÓDICES DEL SILENCIO (lII)

Ballagas en sombra (Editorial Capiro, 2010. Colección Premio), trata de redescubrir desde la óptica de la contrastación de fuentes documentales, escritas por el escritor camagüeyano antes de fallecer en 1954, y testimonio de importantes intelectuales cubanos que lo conocieron en la ciudad de Santa Clara, al centro de Cuba, aspectos de la vida y obra del poeta no reseñados hasta el presente.

Un énfasis desacralizador persiste en el desmontaje de un mito de la poesía cubana contemporánea, y persiste en el ensayo un propósito acercarlo a una propuesta más humanizada en nuestro tiempo.

 Por vez primera, en ocasión del aniversario 56 del fallecimiento del poeta camagüeyano, aparecen algunos de los fragmentos que componen el primer capítulo de ese ensayo literario que aborda interesantes pasajes de quien es, por así decirlo, uno de los escritores cubanos más avizorado desde una óptica crítica del homoerotismo.



Por Luis Machado Ordetx

                         
Otra aclaración válida: de igual modo, se procrea en Santa Clara. Ballagas, el poeta esencial como lo definió Mañach, tiene en Nuestra Señora del Mar (1943) un reencuentro con la religiosidad insular de nuestro pueblo.

 Eso, nadie lo duda. No por gusto, desde que  abandona el alquiler de Pernas, en Villuendas entre Tristá y Padre Chao, y arrienda el último y definitivo apartamento, a principios de 1938, lo denomina «Villa Oshún»; de ahí que en muchos de los poemas de índoles diversas, florezcan atributos y herramientas asociativas de esa deidad. En ningún otro lugar de Cuba Ballagas se impregnó tanto de la gracia de las conversaciones y de un conocimiento que lo «adentrara» en costumbres, mitos y la cultura religiosa de los afrocubanos.

Después de la última carta de Ballagas, fechada el lunes 15 de marzo de 1948 en la calle Juan Delgado número 52, barriada de Santo Suárez, en La Habana, sobrevino la ruptura total con la amistad que le profesó Severo Bernal Ruiz. No hubo más reconciliación y afectividad; y las diligencias, transcripciones mecanográficas y chismografías que cursó el otro, se rompieron de cuajo.

Es la época en que prepara Cielo en Rehenes, Premio Nacional de Poesía en 1951, y escribe versos infantiles que dedica al hijo, mientras reitera en alguna parte textos que muestran cierto resquebrajamiento interior al saberse dominado por un  mal incurable, la enfermedad crónica que mina desde un tiempo atrás los aparatos hepático y renal. Es un hombre cercado por la muerte, la espiritualidad dolida, la sociedad, y también la familia. Entonces, el poeta quedó varado, ipso-facto, como un estanco en afectividad por Santa Clara.

Un fragmento de Ballagas, de enaltecimiento de la realidad, de exploración a su cultura, también a los quebrantos, alegrías, zozobras, dimes y diretes, inversión y trasgresión individual de normativas sociales, y la intimidad escondida, tapiada a la publicidad, dejan un rastro; no cabe dudas, el poeta todavía reside entre nosotros empeñado en contar verdaderas historias más allá de cualquier sobreestimación comunicativa de lo elíptico, en la manera de aprehender otros caminos abarcadores y de firmezas en el conocimiento de los misterios que impregnaron su existencia social. (Continuará).


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