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GRITÉMOSLE, MORÉ, !EL MAESTRO!

GRITÉMOSLE, MORÉ, !EL MAESTRO!

Por Luis Machado Ordetx


A distancia contemplo a Ramón Moré, el director del equipo de béisbol de Villa Clara. Jamás hemos cruzado una palabra. En su parquedad y “aparente” mesura, más allá del “Profe” que ahora le endilgan, lo considero un Maestro. Tiene a su haber el donaire de disciplinar, educar y pensar en el atributo martiano que sentencia “conocer es resolver” ante cualquier circunstancia. No existe mayor adversidad que un contrario, sobre todo, cuando se parte del respeto por el otro.


Tal vez la virtud ética la aprendiera el otrora jugador cifuentense cuando decidió de manera temporal dedicarse a enseñar niños, y a laborar como reparador técnico en ligas menores en las cuales “otros” no detienen la vista. 


Mucho habló la prensa cuando tres años atrás tomó las riendas del equipo y hubo una “limpieza” de jugadores y técnicos que apostaron por los bajos rendimientos. Incluso, otros comentaron sobre “serios” problemas de indisciplina deportiva que atentó en la unidad del colectivo. 


Pasó el tiempo y Moré y su actual equipo de dirección continuó vigilante por salir airosos en cada encuentro. El hombre se cultivó en medir a sus rivales, y ahí está “vivo” y coleando en la lucha por el cetro de la pelota cubana.


Cinco refuerzos, llegados a última hora para la postemporada, se encargan de decir a menudo que jamás han visto a un colectivo deportivo tan unido, batallador e incansable. A Moré, tampoco a sus directivos, se le observa reprimir a un jugador porque la estrategia táctico-técnica saliera mal. Conocen que las notas musicales  “suenan” diferentes cuando se emplea la viola o el violín. Ahí reside el respeto entre unos y otros. En el dogout, en el camino al box, en una reclamación, o  en el diálogo con un pelotero, da el consejo, y mantiene la parsimonia. Por dentro lleva el júbilo del que educa y enseña, del que se instruye con  esas galas virtuosas que vienen prendadas de la gloria que “cabe en un grano de maíz”, como sentenció Martí.


Eso es instruir desde la modestia y la sinceridad, y con frenos a cualquier irrespeto. Ayer domingo, Día de los Padres, durante el juego, contemplé cuando la cámara de Televisión captó el instante en que la mano negra de Moré acarició el tobillo del torpedero Manduley tras recibir un pelotazo. Allí estaba depositada la enseñanza, el dolor compartido, la preocupación del mentor ante una lesión mayor, y la ética de un maestro.Esa manera de comportarse, de no exteriorizar inquietud y mostrar un rostro noble y hasta poco carismático, la corroboró Osvaldo Rojas Garay cuando en tres sencillas anécdotas describió al manager Ramón Moré en todas sus cualidades humanas y pedagógicas.


El colega jamás las ha descrito al público, pero en esa manera de recrear los números estadísticos en historias verídicas, refirió cuando recién llegado Moré de destronar a los Elefantes, de Cienfuegos, y aguardar por los rivales entre Matanzas y Sancti Spíritus, le hizo una llamada telefónica al director del Villa Clara para conocer sus preferencias entre uno u otro futuro contrincante.


Con amabilidad Moré contestó: «Osvaldito, dejemos eso para mañana. Hoy he tomado unos traguitos y no quiera responder a tontas y locas». Al otro día ocurrió la conversación pactada.


De igual manera Rojas Garay me comentó cómo un día Moré llegó a su casa. Venía urgido de estadísticas sobre la labor beisbolera de Valentín León, uno de sus compañeros de equipo. Las necesitaba para incorporarlas a su tesis de Licenciatura, y mi colega le correspondió con los datos. Eso no lo olvidaría jamás el preparador beisbolero Ramón Moré, quien al enterarse que mi colega estaba enfermo, lo llamó con prontitud para desearle un rápido restablecimiento físico e insuflarle ánimos espirituales.


Tal actitud asumen los maestros cuando son verdaderos mentores de la vida: guiar a sus pupilos a conquistas mayores y llevar prendido en el corazón el ánimo que una victoria más está próxima. Esa es la máxima que más aprecio en Ramón Moré, y más que Profe, a secas, gritémosle, ¡Maestro! de siempre, en las buenas y en las malas decisiones deportivas. 

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