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SANTA MARÍA, ¡EL ARCA PERDIDA! EN RANCHUELO

SANTA MARÍA, ¡EL ARCA PERDIDA! EN RANCHUELO

Por Luis Machado Ordetx 


Ladrones saquearon la casa-vivienda del antiguo ingenio “Santa María”, surgido en ¿1846? en las ubérrimas tierras de Ranchuelo. Los vecinos sufrían, pero nada contenía a los depredadores.

 

La comunidad conserva edificaciones art decó y eclécticas, joyas imprescindibles en la arquitectura cubana, tal vez no distinguida en otras regiones.

 

 Así aprecié dos años atrás. Pasó un tiempo y, de vuelta al lugar, el recinto, otrora local de la administración  del “Ifraín Alfonso”, permanece más devastado, en franco estado de desastre. Ya no alberga a directivos, o funcionarios y trabajadores. Tampoco tiene moradores permanentes, y protección sistemática.

 

A pesar del deterioro y la desidia de los “buscadores” de fortunas, el inmueble todavía ostenta inigualables majestuosidades patrimoniales, dignas de un rescate y utilidad perspectiva. Al menos ya se vislumbra alguna intencionalidad.

 

Por aquellos pasillos transité en muchas ocasiones. Los interiores, aun cuando hicieron adecuaciones transitorias, tenían rarezas estructurales que tipificaron el gusto y la suntuosidad de la aristocracia cubana de finales del siglo xix. Dentro del contexto campestre la vivienda figuró como una ostentación arquitectónica en  una municipalidad que, días atrás, arribó a los 280 años de fundada.

 

Las ruinas ahora impiden el recorrido “seguro” por interiores que mostraron las huellas de la historia. Pensé, ¿qué es cultura? La entiendo como la conciencia y la relación del ser humano con el mundo que le rodea, sus necesidades, aspiraciones o derechos para preservar desde el presente lo que vendrá en el futuro.

 

A la entrada de la fábrica destacan inmuebles con líneas neoclásicas y eclécticas, pero la otrora vivienda descuella en originalidad. Los techos son rectos y artesonados, con empleos del cedro y la caoba americana, maderámenes definidos en la construcción. Son corridos los portales inferiores, y muestran predominio de rejas de hierro forjado, guardapolvos conopiales, y repisas rectangulares y algunos vitrales. Los elementos se reiteran en balcones del segundo y tercer pisos. Fue la complacencia espiritual que convirtió al ingenio-central en fuente familiar de engrandecimiento económico.  

 

A los dormitorios, en el segundo nivel, se ascendía por hermosas escaleras. Una del tipo de caracol, con pasamano tallado, ensambles de bronce y pisos de mármol blanco. Otra, de dos piezas, estaba concebida con madera preciosa. Los portales, de techos planos, servían de miradores, o terrazas de la vivienda y sus respectivas  habitaciones. Desde esos lugares divisaban la industria y el batey azucarero, distante a unos 50 metros. Los pisos de la casona, en algunas habitaciones, sufrieron transformaciones en sus estructuras originales, pero todavía mostraban “determinadas” bellezas decorativas, y el inigualable esplendor del mármol importado de Italia.

 

Los baños eran amplios, y abundaban en ambos niveles, con sus respectivas comodidades. Las bañaderas y lavamanos eran hierro esmaltado y estaban empotrados a las anchas paredes armadas con  ladrillos de barro cocido.

 

La casa vivienda ¿jamás recuperara sus vetustas bellezas? Tal vez, pero no está desahuciada del todo, según una apreciación de las estructuras de la edificación. Solo que allí habrá que contener la búsqueda insistente del…

 

                                                ¿ARCA PERDIDA?

 

La hacienda-casa de vivienda perteneció al santanderino Esteban Isidoro Cacicedo y Torriente, empresario español asentado en la Perla del Sur en 1865. Allí formó sociedades mercantiles y comerciales. Un tiempo antes  adquirió el ingenio “Santa María” y fomentó inversiones bursátiles. Las zonas Ranchuelo-Cruces-Santa Isabel de las Lajas constituyeron un envidiable emporio azucarero, con los ingenios “Adelaida”, “Andreíta”, “Angelita”, “Armantina”, “Dos Hermanas”, “Elena”, “Laqueitio”, “Mercedes”, “San Agustín”, “San Francisco”, “San isidro”, “Santa Amalia”, “Santa Catalina” y “Teresa”, correspondientes ahora a la parte de Cienfuegos.

 

En las cercanías funcionaron los ingenios “Santa Rosa”, “Pelayo”, “Guáimaro”, “El Rubí”, “Vista Hermosa”, “San Rafael”, “San José de Pedroso”, “Lola”, “Jagua”, “Fortuna”, “La Esperanza”, “Rosita”, “San Ignacio”, “Santa Rita”, “Santa Rosalía” y “Aurelia”, existentes algunos hasta principios del siglo pasado.  Casi todos estaban incluidos en la actual Villa Clara, territorio que en 1850, según Sugar Plantations in the Island of Cuba, tuvo 169 fábricas. El país tenía entonces 903 industrias.

 

¿Por qué el arca perdida en la casona de los Cacicedo y Torriente? La familia fue la única propietaria del ingenio hasta 1960, cuando la  fábrica  quedó nacionalizada. Los dueños eran acaudalados. Los capitales monetarios emularon con Laureano Falla Gutiérrez y el vizcaíno Nicolás Castaño Capetillo, considerados entre los más pudientes vinculados a las relaciones bursátiles y azucareras del país.

 

En el ingenio “Ifraín Alfonso”, los “buscadores”, de día o de noche, sin interesarles la cercanía de la industria azucarera, rompieron los pisos de las habitaciones porque creían que, debajo de los mármoles, había oro y joyas… Hurtaron los marcos de madera y las puertas españolas, y hasta una bañadera fue desprendida de su sitio original. Por fortuna, hace poco, la dirección de la entidad azucarera decidió protegerla, y los ¿otros elementos de la edificación?, ¿por qué no?...

 

Los “rastreadores”, como algunas veces ocurre, se nutrieron de una información salida del imaginario popular: los antiguos propietarios del ingenio por más de once décadas —¿1846?-1960—, conservaron sus riquezas monetarias, joyas y otras pertenencias valiosas en cajas soterradas. Tal vez esa fue la razón de los destrozos que sufrió el inmueble, sobre todo en pisos, paredes y maderas, contó Orestes Valdés Mondejar, un octogenario nacido en las inmediaciones del batey azucarero, quien se dolía porque nadie ponía coto  a los desafueros de  rateros de “poca monta” y que medraron a costa  del patrimonio arquitectónico.

 

Vuelvo al Cacicedo y Torriente, el antiguo propietario de la casona antes de la intervención por parte del estado cubano de la fábrica de azúcar “Santa María”, en Ranchuelo. Después, en 1898 también adquirió el ingenio “Carolina”, cercano a Venta de Río, en Cienfuegos. Allí se conservan, según los historiadores, las características del típico asentamiento agroindustrial azucarero del siglo xix, y sin embargo esa fábrica concluyó sus operaciones fabriles en 1914 cuando comenzó a fomentar el desarrollo ganadero.

 

De la historia del antiguo “Santa María” hay otras dudas. Luis J. Bustamante en el Diccionario Bibliográfico Cienfueguero (1931), expone que fue inaugurado en 1846, mientras en el Sugar Plantations in the Island of Cuba (1850), no está registrada la instalación en Ranchuelo.  En esa fecha otras cinco fábricas tienen igual nombre en el país. Estaban ubicadas en Corral Falso y Güira de Macurijes (Matanzas), y San José de los Ramos, en igual provincia, así como Colón Baja (Guantánamo) y Lagunillas, en Cienfuegos.

 

En Triunfos y Programas de la Federación Nacional Obrera Azucarera (1945), declaran que el “Santa María” es de nacionalidad cubana. Aparece Esteban Cacicedo, de origen español, como propietario. La fecha de fundación, dice el texto, ocurrió en 1849. Entonces, ¿a quién creer? Esa constituye la fecha más exacta. ¿Por qué? El libro Sugar Plantations in the Island of Cuba fue publicado en 1850. Por supuesto, no pudo recoger las fábricas que iniciaron la producción en el año precedente.

 

Otro elemento de incertidumbre lo ofrece el relieve de la campana de bronce. El implemento era utilizado en la antigüedad como anuncio y cierre de las labores agroindustriales, el culto religioso y contingencias mayores. Luego fue sustituida por el potente silbato en tiempos de moliendas. Sin embargo, se conservaron como reliquias históricas. Por lo general, en los ingenios habían dos campanarios públicos: uno grande colocado entre la casa de calderas y el barracón, y otro más pequeño a la entrada del área de purga.

 

El auténtico instrumento metálico del “Santa María” está protegido como vestigio histórico. ¡Qué suerte!, porque dentro de sus aliaciones contiene un porcentaje en oro. La campana la atesoran en un área anexa al “Ifraín Alfonso”, única fábrica de azúcar activa en el municipio de Ranchuelo.

 

El inmenso campanario fue encargado a la fundición “Mennelys West Troy”, un establecimiento de Nueva York especializado desde 1826 en construir esos aparatos de sonidos manuales. En relieve tiene incrustado “Santa María”, en la parte superior, y más abajo registra la rúbrica “Eduardo E. Abrew”, 1862. Por mucho que rebusco en libros históricos, no logro descifrar el misterio de ese nombre.

 

 Algunos  estudiosos locales alegan que el campanario salió del crisol  Mac Farlane, en Filadelfia. La fuente auténtica hay que buscarla en Nueva York. Esos fueron los verdaderos cocedores de una combinación en bronce que en algún momento estuvo en la atalaya próxima al ingenio  de Ranchuelo. Por fortuna, como no ocurrió en otras fábricas de su tipo, el campanario permanece allí, en el recuerdo del látigo que cercenó la piel de los esclavos, o extrajo en el pasado el sudor de los obreros asalariados.

 

                                  POR UNA   ¡FORTUNA! DIFERENTE

 

Guillermo Pérez Alonso, arquitecto del Centro de Patrimonio Cultural en Villa Clara, visitó el batey del “Ifraín Alfonso”, y precisó acciones inmediatas para el estudio estructural de la antigua casona-vivienda de los Cacicedo y Fernández, reliquia ecléctica de la arquitectura doméstica. Allí, de aprobarse un estudio de reconstrucción del inmueble, se prevé ubicar el laboratorio de la industria, según dijo Eduardo Casanova Pérez, director de la entidad.

 

Pero, ¿por qué esperaron tanto tiempo en ofrecer un valor de uso a la instalación y “atajar” a los ladrones? «Ahora contamos con el financiamiento», manifestó el empresario. Sin embargo, de quitarle el portal corrido, como se pretende allí, la casona perdería parte de su inigualable majestuosidad. En franco derrumbe de algunos de los techos, no hay saneamientos, tampoco apuntalamiento o eliminación de la vegetación parásita. Sorpresa tiene el visitante cuando aprecia las cercas perimetrales, algunas deterioradas y convertido el césped en “camino” vecinal, mientras el ingenio permanece con la “hidalguía” que delimita sus accesos. 

 

Las cuatro rejas de la casona informan: ¡1901!, fecha de edificación de la vivienda. Una lateral quedó cercenada por la mitad. Recientemente le fundieron un muro de hormigón. ¡Qué horror!..., mientras tanto todo anuncia el rumbo hacia una fortuna diferente en una casa, que como la piedra o el papel, también tiene su tradición. Un coto diferente, no cabe otra explicación, habrá que imponer a quienes desmantelan y usurpan —a costa de la conservación del patrimonio— la cultura de una antigua mansión representativa de ese caudal de historias que se fundó con el ingenio azucarero cubano.

 

 

 

 

 

1 comentario

Dunnia -

Saludos, interesante artículo. Puedes interactuar con nosotros en http://cubaxdentro.wordpress.com