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El duende sinfónico de García Caturla

El duende sinfónico de García Caturla

Por Luis Machado Ordetx

El sinfonismo latiente, hasta gozoso, casi un duende —soñador y revitalizador de la mezcla original entre lo propio y lo foráneo en un contexto renovador de su tiempo—, primaron en algunos sitios del país, a modo de estruendo, tras las audiciones sinfónicas de algunas de las composiciones que, a mediados primera mitad del siglo pasado,  dejó el célebre remediano Alejandro García de Caturla.

 

No era para menos, y la ocasión no escaparía a nadie con las presentaciones en escenarios de privilegio —Amadeo Roldán, La Habana, La Caridad, Santa Clara, y Villena, Remedios y...—, de las Orquestas Sinfónica Nacional, de Villa Clara, incluso la de Oriente, junto a Bandas de Concierto, dispuestas a celebrar el centenario del natalicio del músico y jurista villaclareño, considerado una de las glorias de nuestra Cultura en todos los ámbitos.

 

El año —desde el 7 de marzo actual, hasta similar fecha del siguiente—, pertenece en cuerpo y alma a Caturla [San Juan de los Remedios, 1907-Id., 1940]. Muchos son los acontecimientos que transcurrirán, y que de seguro aplaudiremos, mientras otros quedarán en válidos empeños.

 

Sin embargo, no en todos los lugares, sobre todo villaclareños, con marcada presencia en la vida y obra del insigne creador y abogado (Quemado de Güines, Placetas, Caibarién, Ranchuelo, San Juan de los Yeras, Placetas, Encrucijada y Sagua la Grande, entre otros), acogieron, desde sus potencialidades, idéntico propósito para el disfrute y difusión, casi presente, de un legado histórico exclusivo, y en algunos territorios apenas se habló de su huella.

 

No deseo ampliar por el momento, aunque soy de los convencidos que, su hombradía de rebelde, en el tránsito por esos sitios, tuvo más de una connotación, por la forma decidida en que enfrentó los perjuicios estéticos, raciales, sociales y las injusticias de la época.

 

El lunes antepasado la Sinfónica Nacional, bajo la conducción de Enrique Pérez Mesa, trajo un programa, al parecer de lujo, contentivo de la primera labor creativa de García de Caturla, principalmente la referente a formación musical, esa caracterizada por la indagación y reformulación de sonoridades, contrastes y estilos inmersos en nuestra cubanía y folklore.

 

La ejecución de la Sinfónica Nacional se adentrados en piezas en que el remediano hizo tanteos exploratorios referidos a las posibilidades del impresionismo y el expresionismo (con el influjo de Debussy, Ravel, Schomberg, Milhaud, Honegger, Poulenc, Tailleferre, Auric, Durey, Stravinsky, Satie y…), y sus adecuaciones a lo criollo.

 

Allí sonó el «Preludio para orquesta de Cuerdas», seguido de las «Tres Danzas cubanas» — sobre todo la del Tambor, considerada como la de mayor presencia en la difusión actual— y un rico «Danzón», propio de los encuentros que el compositor desplegó con las herencias de lo cubano.

 

Al margen, cosa un poco contradictoria, por «problemas técnicos»,  se sustituyó la «Primera suite cubana» (1931), por los «Tres pequeños poemas» (1926), elaborados por el coetáneo Amadeo Roldán.

 

De la mano de ese concierto no conocimos al Caturla maduro, hecho que, al menos, intentó presentar el domingo pasado, en La Caridad, la Sinfónica de Villa Vlara, conducida por Irina Guerra Lig Long.

 

Desempolvaron la «Fanfarria para despertar espíritus apolillados» (1933) y la antológica «Berceuse campesina» (1939), donde lo cubano, junto a lo bullicioso de su psicología, el grito contra la inercia nacional, y el apasionamiento lírico que ofrecen las sonoridades percutivas, junto al sentido de ternura y reposo espiritual que imprimen  los instrumentos de viento metal y madera en su fusión con las cuerdas, incitan a las reflexiones.

 

Ahí ya estaba el Caturla incitado en su estro. No obstante, en el programa de la tarde incorporaron tres piezas de su hijo Francisco («7 de marzo», «Scright in memoriam» y «María Antonia»), donde de un modo u otro estuvo la huella de los planteado por el padre en el terreno musical. Muchos se quedaron con deseos de disfrutar de otras interpretaciones del progenitor, cosa que alegraría, pero al parecer no era la ocasión.

 

Si el centenario es de Caturla, porqué acudir a «rellenos». ¿Cuántos desearon los Lied concebidos a partir de la musicalización de poemas de Guillén, Ballagas, Tallet, Herrera y Reissig, Rosario Sansores, Darío y… junto a la «Primara suite cubana»? ¿Cuándo escucharemos la riqueza que entrañan los instrumentos de viento madera o los tres preludios para orquesta? ¿Dónde estará el estruendo del antológico Bambé, ese que recuerda al músico insertado entre lo negro, lo cubano, dispuesto al esplendor universal?

 

Caturla merece, por lo que representó, que su música consiga mayor difusión. En el año de su centenario, cuando más de una actividad teórica y de audición se desarrollará en el país, sobre todo en La Habana y Santa Clara, hay que ir hacia lo que revitaliza. Pasan los días y ya nadie habla de su música, y qué dejaremos para cuando transcurran los meses.

 

Y preguntó, además, ¿por qué no trasladar algunas de esas sesiones al natal Remedios? Ahí, el músico, al margen de todos los amores y desempeños profesionales, elucubró teorías, indagó en nuestras sonoridades y marcó su impronta. Digo eso porque la denominada Octava Villa de Cuba está recibiendo los «programas de segunda mano», cuando en realidad, debía invertirse el suceso y fomentar los estrenos en el lugar.

 

En Ciudad de la Habana, por estos días, se despliega la temporada de Compositores  Cubanos del siglo xx, por qué no venir aquí, mientras en  Santa Clara, para noviembre, será sede del encuentro de Bandas de Concierto. No, Remedios, por muchas razones este año, y no otro, debe empinarse como centro de la Isla. 

 

Marinello dijo que «[…] Para sus compatriotas, Alejandro García Caturla será cada día más, el creador que señala una ruta de sorpresas sin tiempo para transitarla en toda su magnitud; para mí será, además, la estampa del […] que su claridad va a ser saludada con la sinfonía consagradora...»

 Y ese fuego nuevo, como el duende que sonó y revoloteó en Remedios, debe, en primer lugar situarse dentro de su terruño natal, sitio que, por razones diversas, le pertenece, porque irradió, contra toda esperanza, cultura hacia el mundo.      

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