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Cruzada entre el periodismo y la literatura

Cruzada entre el periodismo y la literatura

Por Luis Machado Ordetx

                               

El hombre es portador de una historia, de testimonio, y de memoria individual o colectiva, en que aparece diseñada la recreación de un fragmento de la realidad mediata o inmediata. Ahí la testimonialidad que ofrece una o varias fuentes sólo resulta posible aplicando técnicas provenientes de diferentes disciplinas teóricas de las Ciencias Sociales implicadas en el rastreo de los fenómenos de entorno y del hacer dentro del plano literario.

 

Por tanto, el testimonio periodístico, de corte directo o indirecto, representa un género que existe, pero no constituye un acontecimiento meramente ficcionado, porque puede ser, incluso, la historia puramente contada o relatada por otros. Los recursos técnico-expresivos e instrumentales periodísticos y literarios son vitales para hurgar un contexto, fundiendo en un solo espacio los métodos de investigación social. En periodismo, el testimonio refuerza el reto informador e interpretador de la dimensión de lo humano y lo cercano a una sociedad contextualizada.

 

El Nuevo Periodismo ofreció matices a la literatura, y noveló los hechos político-sociales, a partir de una capacidad integradora de la contemporaneidad, para mostrar una medida artística en el rompimiento de barreras de ductilidad sorprendente en la exploración de otras zonas desconocidas o no dentro del entendimiento histórico.

 

El periodismo, es obvio, procede de un acto de oralidad o visualidad de un fenómeno dado, muy similar a lo que trasciende en el testimonio, como tendencia contemporánea ubicada en un rango especializado —literario—, que va hacia la perspectiva de lo humano.

   En sí, representa una herramienta para la construcción de realidades diferentes, válidas en la transmisión de la memoria de las gentes o de aquella narración que se filtra y, que a veces, no reportamos en la historia.

Aquí entra en juego el hecho fantástico o imaginado, como experiencia  que condensa la labor creativa del acto de transferencia de lo ficticio convertido en lo aparencial-real.

 

 La incertidumbre aparece en ese trance, y en ocasiones conspira contra lo periodístico. Sin embargo, la búsqueda de actualidad, del detalle que raya en lo familiar y lo verosímil para imprimir confiabilidad al discurso, fundamenta el contrapunto embarazoso que tipifica la frontera entre lo verídico y lo inverosímil.

 

Alejo Carpentier, el más grande de los narradores cubanos, en Tientos y Diferencias[2], acota aspectos sustanciales sobre la teoría de los contextos, y explica, entre otras cosas, el valor sustancial de la composición creativa. Recalca que entre la literatura y el periodismo hay un común modo de componer la escritura, el discurso comunicativo y el manejo de la palabra. El enfoque descansa en el estilo y en el goce estético.

 Evelio Tellería Toca en su Diccionario periodístico[3], indica que el estilo periodístico constituye «[...]  el modo peculiar en que se expresa un trabajo periodístico, y es la manera en que se escribe o se debe escribir para las publicaciones periódicas», y acota criterios de Saínz de Robles, González Ruiz, Santamarina, Fell y Vivaldi, los que coinciden con los expuestos por Carpentier en cuanto al «movimiento de la frase que tiende a saltar ante los ojos de la cara y el espíritu».

En La aprendiz bruja —uno de los textos menos difundidos de Carpentier—, sustenta que «¡Me lo niegan todo¡ Hasta poder sobrevivir en la memoria de los hombres!». Por eso puja. La textualidad endofórmica  punza en el relato de corte testimonial y en su estilo, hasta alcanzar una adecuación definida. La informatividad y la coherencia del discurso ganan vida con el pathos, expresado en las relaciones y el punto de vista espacio-temporal adoptado.

 El periodista, hacedor de un texto con perfil literario, se ubica, en este caso, desde la perspectiva del narrador omnisciente (voz que va más allá, reflejada en la tercera persona), y también equisciente (situada en similar plano del personaje, donde la historia surge en primera persona), hecho que permite al destinatario sacar conclusiones en un argumento  dramático-narrativo donde se enfrentan fuerzas inherentes a la acción.

En el periodismo literario, el escribiente tiene que saber lo deseado y la dimensión del perfil de los personajes, para decantar la historia (conflicto-motivación), y modelar una realidad.

 

Algunos escritores, que de una forma u otra transitaron por el periodismo, e xponen puntos de vista definitorios para desentrañar misterios de esa inusual, trascendente y vertiginosa relación bidireccional.

 

García Márquez, opina que «En el periodismo un [...] dato falso desvirtúa a otros [...] verídicos. En la ficción, uno [...] real puede hacer verídicos a las criaturas más fantásticas». En cambio, el cubano Lisandro Otero manifiesta que «La literatura, a veces, resulta excesiva para cosas que se pueden decir con el periodismo [mientras], en el reportaje uno anda a medio camino. »[4]

 

Otros, como el mexicano Juan Rulfo, indica que «Lo importante es crear imágenes que permitan evocar la realidad», y el dominicano Juan Bosch Gavaria sustenta que «La literatura es arte, y periodismo, creación [...] El periodismo describe y comenta hechos que están ocurriendo, y los expone de forma comentada [...] A su vez, en el periodismo, el lenguaje fluido, común y correcto responde a la comunidad [...] Es la misma realidad social la que indica los temas a registrar o transmitir. [Por tanto] la literatura es también respuesta a esas necesidades sociales y goza de libertades que el periodismo no podría sustentar.»[5]

 

Acogemos el basamento teórico-práctico del narrador y periodista dominicano, porque define, en primer término, la interrelación entre ambas maneras de comunicar y expresar un discurso básico dirigido a fines diversos. Uno no restringe al otro, sino que rediseña préstamos evidentes para establecer y desentrañar la decodificación escrita.

 

En el periodismo o la literatura, el argumento dramático —dentro de la dramaturgia de la comunicación— se alza como uno de los factores esenciales del discurso, y funciona como un desafío, donde la misión del creador estriba en la armonía o coherencia de su disertación. Todo se desenvuelve en la duda aparente, en lo que transgrede una visión. Entonces, cabría preguntarse ¿cómo resuelve el periodista o el literato la construcción de ese argumento? :  en la búsqueda de una identificación entre el destinatario, los personajes y la historia. No obstante, hay que reconocer que el argumento sufre intensas polémicas, acciones interpretativas, disgustos conceptuales...

 

Pero, la historia es la relación de hechos ordenados, con adecuación lógica, discursiva, conflictual, entregados o expuestos en una secuencia lineal o no, donde se evidencia un significado dramático de índole causal, temporal y espacial.  El argumento sintetiza una cualidad especial de adecuar y establecer los cimientos de un suceso de forma narrativa. De la correlación entre las cualidades del hacer, surge el conflicto, único, abierto o solapado, que mueve los efectos que ascienden al desarrollo y desenlace del suceso. Este descansa en fuerza e interacción para el cambio.

 

El argumento —tanto en periodismo como en literatura es la historia que se cuenta, mientras el conflicto y la motivación sirven de apoyatura al discurso—, tiene su subjetividad interior, y un contrapunto exterior, según sea el grado de acabado que fije. Hay una lógica intrínseca a la articulación discursiva, pero se demandan herramientas, oficio, experiencia...

 

Uno u otro no pueden «autodefinirse» como meros narradores o articuladores descriptivos de un discurso. Ambos tipos llegan a fundirse. Miriam Rodríguez Betancourt afirma, con acierto que en literatura y periodismo,  varios recursos van de un lado al otro y se imbrican en el decir, y aclara el ánimo de «[...] privilegiar el presentismo, con la nota significativa que combine el detalle, al tiempo que legue confidencialidad, cercanía, comunión entre las partes enroladas en el hacer periodístico. »[6]

 

Al observar reglas, casi generales y tipológicas de toda descripción-narración, aseveramos mayores coincidencias: brevedad, rapidez, viveza y claridad: la impresión directa y escueta, como de primer golpe de vista, sin rasgos superficiales que provoquen olvido. La atención del lector hay que captarla desde la primera línea —tal vez desde el mismo título—, con una intencionalidad que marque las secuencias de la garra del mejor y más atrayente LEAD periodístico.

 

En la descripción-narración es pecado usar o emplear las palabras inadecuadas. Es más aconsejable decir las cosas en su justo medio, sin medias tintas, transparentes. El diálogo, con la clásica pre-pregunta, abre las sendas de la ruptura entre los personajes, y sintetiza un componente primordial de la narración. Los hechos tienen nombres en gestos que, necesariamente, llevan implícita una descripción, para reforzar situaciones, elementos psicológicos y acciones duraderas que revelen el mundo interior o exterior de los personajes o sus detalles.

 

     La frialdad del diálogo mata la narración-descripción. En el caso del testimonio periodístico, el escritor siempre tendrá que imaginar determinados contenidos, restituirles complejidad, enriquecerlos, humanizarlos venciendo retos, transformando o variando los discursos, acuñando «trampas del oficio». Sin embargo, debe conservarse, por encima de todo, la verdad de lo que estas contando. Uno u otro son mediadores y reconstructores de una realidad.

 

     Hugo Rius Blein afirma que, entre los postulados del periodismo literario «[...]se halla la reconstrucción de la realidad, no en forma estrictamente al pie de las letras, sino salpicada de otras sustancias, porque no hay técnica que no podamos saquear... ».[7] Sobran razones para detallar puntos coincidentes, casi limítrofes entre periodismo y literatura. La escritora Ana Vera insiste en que todo lo testimonial [¿acaso la oralidad no constituye una fuente nutricia de lo periodístico?].

 

«[...] se permite [un] trabajo estilístico concerniente al lenguaje, en busca de la claridad y del esclarecimiento de lo desconocido: es un trabajo de prospección, de indagación en la verdad desconocida, y le da buen espacio a la vivencia directa de los testigos».[8]

 

Otro estudioso, Juan Gargurevich plantea que «El testimonio en cualquiera de sus formas (autobiografías, memorias, diarios, confesiones, agendas, cartas, conversaciones) es conocido desde muy antiguo en la literatura que hoy llamamos de no-ficción, es decir, de hechos reales. Cualquier relato histórico edificado a la base de las impresiones y visión personal del autor encaja dentro del género».[9]

 

Afirma que «Cuando la intención del escritor es periodística, es decir, traslado de información a un público lector, el testimonio está restringido normalmente a un hecho de características, de alto valor noticioso transcurrido en un espacio relativamente corto de tiempo».[10]

 

Insiste que en “El testimonio se escribe de manera cronológica, y en todo caso, con un sumario inicial que resalta la importancia del texto (a modo de lead). Se supone que sus valores noticiosos llamarán de inmediato la atención del lector, y en cuanto al estilo, éste dependerá de la capacidad del redactor para ilustrar con palabras su experiencia. »[11]

 

Otros recursos mutuos (entre literatura y periodismo, y en particular del reportaje), decantan: el uso de la escena y el resumen, los vasos comunicantes —escenas opuestas que se integran y relacionan entre sí—, el dato escondido ante un problema cotidiano, la efervescencia de figuras de la retórica y la construcción del pensamiento...

Del personaje hay que saber más: sus costumbres, actos, y el recreo de la época en que se circunscribe, para hallar y explayar la ambientación adecuada sujeta a la verosimilitud y a una óptica indirecta -donde habla el narrador y parece que es el personaje- que se adueñe de la transparencia de los sucesos contados.[12]

El periodismo demanda y reclama un espacio, porque cada día las historias descritas son mejor contadas, disponen de recursos más elegantes, donde el receptor obtiene su propia valoración, tal como sugirió Brecht. Será esa una meta para ganar espacios halagüeños y de credibilidad ante un alter cada vez exigente y refinado en la elección de lo que realmente llena de satisfacción espiritual. Un producto de esos vuelos, de un modo u otro, salido de nuestras mentes a la vuelta de los retos y desafíos que imponen las nuevas tecnologías, deambula suelto por muchas páginas y acontecimientos de la realidad.

 

Lo importante estriba en reconocerlo por su eficacia comunicativa en el instante en que el testimonio no desvirtúe la realidad que recrea un instante o un fragmento particular en la vida del obre. Ahí cobra dimensión y alcanza otros vuelos significativos en el camino del hacer excelente periodismo.

 


[1]- Martí, J. (1963): «Prólogo a Los poetas de la Guerra», en: Obras Completas, tomo 1, pp. 235-240,  Editorial Nacional de Cuba, La Habana.[2]- V. Carpentier, A. (1989): «Problemática de la actual novela latinoamericana», en Tientos y Diferencias, pp. 7-35, Editorial UNIÓN, La Habana.[3]- Cfr. Tellería Toca, Evelio (1986): Diccionario Periodístico, pp. 126-131, Editorial Oriente, Santiago de Cuba.[4]- Rius Blein, Hugo: «Tendencias del periodismo contemporáneo», Conferencias impartidas en la Facultad de Periodismo, Universidad de La Habana, 2000. (En disquete).[5]- V. Bosch, J. (1999): Apuntes a la interperie. Editorial Oveja Negra, Caracas, Venezuela. Los elementos están muy relacionados con los expuestos por Miriam Rodríguez Betancourt durante el curso introductorio de las «Tendencias Contemporáneas del Periodismo», ofrecido en el Diplomado de Periodismo Internacional, Instituto de Periodismo «José Martí», Ciudad de La Habana, junio de 2001. [6]- Rodríguez Betancourt, M.: «Disertación sobre las Tendencias Contemporáneas del Periodismo». Acápite de relaciones con la literatura. Idem. [7]- Rius Blein, H.: Op. Cit.[8]- Vera, A.: «Polémica sobre el testimonio. La voz de los que no tienen voz», en: Revista UNIÓN, p. 25, La Habana, 2000.[9]-  Gargurevic, J. (1982): «El testimonio periodístico», en Los géneros periodísticos, Editorial Belén, Ecuador.[10]- Ídidem.[11]- Íbidem.[12] Podría aplicarse la máxima de Sum Tzu en El arte de pelear, Ediciones Razón, Argentina, 1993.

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