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SANTA CLARA; CIUDAD DE EXTRAÑEZAS

SANTA CLARA; CIUDAD DE EXTRAÑEZAS

Por Luis Machado Ordetx

El sonido no puede propagarse en el vacío; así lo demostró Otto Von Guericke en 1654 cuando abordó los experimentos con los hemisferios de Magdeburgo. Los rumores en torno a  trasformaciones ambientales o arquitectónicas que acontecen en la ciudad, obligan, por supuesto, a recapitulaciones. Ojala, no quede solo en alerta.

En las remodelaciones de edificaciones hay dos fuerzas; una inmersa en ciertos empecinamientos y voluntarismos —al margen, incluso de disposiciones legales—, y otra que demuele sin, al menos, sacar provecho a duraderos recursos materiales que extirpa. Los ejemplos sobran.

Los especialistas del Centro de Patrimonio Cultural devienen en  atajadores de las “transformaciones” mal concebidas en una ciudad interior, como Santa Clara, con 321 años de fundada tras la diáspora remediana de julio de 1689.

Llegan quejas públicas, y en ese propósito, las “manos” están atadas; entre la espada y la pared. Ahí se notan las irregularidades reconstructivas del bulevar, ubicado en el entorno del Parque Vidal,  Monumento Nacional.

En Las Arcadas se rompió el hormigón fundido y se colocaron tuberías galvanizadas todavía por soterrar; hubo pinturas de fachadas no acordes con lo reglamentado; abundan cablerías exteriores, situadas en franca chapucería, y el “Guije de la Ciudad”, hecho de piedras de mármol verde, aparece constreñido. Las  vallas colocadas en forma de pretil en una TRD- Caribe —en Máximo Gómez e Independencia—, le restan hidalguía.

Lejos de embellecer, esas empalizadas de los altos, desentonan y deforman la originalidad arquitectónica del lugar. No sé cómo eso se permitió y algunos lo aplauden.

El “Guije de la Ciudad”, idea y ejecución del artista de la plástica Ramón Rodríguez Limonte, es un emblema sociológico considerado una exclusividad entre los villaclareños seguidores de los presupuestos míticos de Samuel Feijóo. Al menos, si la concepción originaria quedó detenida en el tiempo, debió buscarse una “solución” acorde a los fundamentos estéticos y arquitectónicos del boulevard.

Dicen, y al menos la chapucería es evidente, que el enchapado de  la desencoladura de la calle Padre Chao —entre el Hotel Santa Clara Libre y la Casa de Cultura Juan Marinello—, se ejecutó sin tener en cuenta las regulaciones urbanas y, además, careció de licencia constructiva. Fuentes confiables aseguran que está detenido y se requieren corregir sus fallas técnicas.

¿Cómo es posible remediar nuestra economía con esos despilfarros? De un globo hecho de azufre, Von Guericke hizo brotar una chispa; en este caso informativa: las oficinas del Banco de Crédito y Comercio, en Luis Estévez y Cépedes, se remodelan y amplían hacia el interior.

 En la primera mitad del siglo pasado allí estuvo el “Hotel Santa Clara”; antes tuvo códigos arquitectónicos de fachada ecléctica. Las remodelaciones posteriores que lo acercaron al movimiento moderno; incluyeron alteraciones relevantes en la edificación: adición de marquesina, enchapes, rejerías y…

A principios de semana muchos transeúntes permanecieron intrigados por las eliminaciones de la marquesina. Así lo sugirió  Patrimonio Cultural. La institución dejó otras especificaciones al proyectista y ejecutores, incluidas las eliminaciones de los enchapes de fachadas que disponían de losas de mármol rosado y cerámicas de color marrón. Las primeras fueron quitadas a barreta y mandarrias; las segundas, de escaso valor, fueron retiradas con una perfección inaudita.

Aquellas de mármol, fueron hechas añicos; casi seguro ya no podrán utilizarse como propusieron los conservadores del Patrimonio: incorporarlas al nuevo estudio de las fachadas e interiores de la instalación. Hasta la señalética, obra artística  de  Juan Orlando Torres —con la imagen de Céspedes—, se deshizo en pedazos por la impericia de los constructores.

Allá, en la salida de la ciudad, hallo los locales de la Empresa Mayorista de Productos Alimenticios y Otros Bienes de Consumo. Transforman los exteriores de la entidad para ganar terreno en las descargas de mercancías, y también seguridad al inmueble; cosa lógica. Pero, a qué precio: delimitan el espacio público y deterioran la imagen paisajística y arquitectónica del sitio.

¿De qué manera? ¡Ah, pues…! La antigua pista de combustible de la Shell, con su placa volada, es fracturada en dos por una cerca perimetral que nada tiene que ver en belleza con el entono urbano. Y me preguntó, ¿qué barbaridad? A pesar de los esfuerzos de los expertos en Patrimonio Cultural, eso ocurre en una ciudad de extraños estancamientos en la protección y conservación de aquellas edificaciones que todavía está ahí, como garantía insoslayable del paso del tiempo y la historia de nuestra cotidianidad.

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