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CUENTO CUBANO; UNA NOTICIA DE REALIDAD

CUENTO CUBANO; UNA NOTICIA DE REALIDAD

Por Jesús Díaz Rojas. (Narrador, artista de la plástica e investigador literario cubano). Reside en San Juan de los Remedios, Octava Villa de Cuba fudada por el Adelantado Diego Velázquez. Entre sus libros publicados figuran: Ángeles en el umbral (Capiro, 2002), Jaime (Capiro, 2003), Sus labios escarlatas de púrpura maldita (Abra, 2008) y Un violín por las noches de luna nueva (Capiro, 2008). Los textos narrativos que siguen son inéditos y forman parte de un libro en preparación, y dispone de Registro de derecho de Autor.


EL OLOR DE LA MIERDA SECA

                                    Que se enteren las raíces
                                     y aquel niño que afila su navaja
                                     de que ya se pueden comer la vaca.

                                     … que ya se fue balando
                                     por el derribo de los cielos yertos
                                     donde meriendan muerte los borrachos.

                                                Federico García Lorca

 
                                                             Con su cadáver a cuestas anduve toda la noche, y a las afueras de la ciudad, así como se arroja de costado un papel viejo, así, éste, su hijo bastardo, lo arrojó sobre la línea del ferrocarril. Murió con la canción de Sandro escurriéndosele entre el vómito, el alcohol y la mierda que le hice tragar, para que no cantara en la otra muerte la única letra que parecía saberse. Me miró con sus ojos de muerto queriéndome fulminar, sin palabras; con la mente en el día y año de mi nacimiento, cuando intentó asfixiarme apagándome la incubadora y empecé a ódialo. Lo encontraron descuartizado, comido por las ratas y las auras, y nadie investigará nada. «Su esposo estaba borracho», informó la policía, y mi madre, luego de llorar –más bien aullar- abrazada a los restos pestilentes del ser que no amaba, se echó a sollozar en los brazos de su amante, el teniente Francés- que no es de Francia ni un carajo, si no de un campo lejano, por allá por donde el diablo dio las tres voces y no lo escucharon, como dice él mismo, cada vez que discutimos, lo mando al infierno, y con un pescozón ratifica que hacía allá no volverá jamás.

Nos montaron a todos en el jeep, y nos voltearon al frente de la Unidad de Policía.  Mi puta madre no tenía para cuando acabar -habla que te habla y llora que aúlla, y el instructor se dedicó a acribillarme con las preguntas que ya me sé de memoria y cuyas respuestas tengo elaboradas desde que a la edad de un año, vinieron a buscar a mi padre por lo del hurto y sacrificio de ganado, y escuché sus argumentos. Lo que bien se aprende no se olvida, y por esta mi boca, nadie se enterará cómo ocurrieron los hechos.
Era la segunda vez que lo mataba. Los pedazos de saco que me cubren amanecieron embarrados de sangre y orine, y desperté con el cuerpo cansado por el peso del maldito. El insoportable olor de los heliotropos llenaba el cuarto y el mechón de petróleo se había consumido. Desperté y la realidad me hizo mierda la satisfacción y maldije que todo fuera un sueño.

Miré por la ventana y la luna era un parcho desteñido en medio de la nada. Seguí en las mías, es decir, imaginando las posibles muertes del muerto, hasta que tocaron en la puerta y casi la derriban. El presidente de algo, explicó que; «a su esposo lo encontraron, comido por los peces y los cangrejos, en la orilla de la playa». Solté una carcajada y recibí una galleta de mi puta madre que me hizo reír aun más. No lo niego, sentí cierto placer, pues fue en ese lugar donde lo maté la primera vez, cuando intentaba escapar del país con los borrachos de su banda para alivio de la familia, entiéndase mi puta madre, mi hermana y este servidor a punto de estirar la pata-digo morir, partirme en dos, irme al reparto bocarriba.

«La felicidad es un trago de ron, que se bebe de un golpe, luego nos deja lo amargo, y para seguir siendo felices debemos bebernos la botella», afirma el mejor amigo de mi padre, su yunta, la mano derecha en eso de descuartizar las reses.

Desperté de nuevo. Soñar que sueño que sueño es el único sueño que tengo y valgan todas las redundancias para mi cáncer terminal. Mi felicidad es soñar, imaginar un mundo distinto a este de porquería donde una y otra vez lo elimino con la esperanza de no verlo nunca más masturbándose frente a la cama de mi hermana que duerme desnuda y a mi lado, para después templarse a mi madre puta con el resto de sus aberraciones.
-    Oye, oye levántate, no te rías más dormido.

Mi hermana me zarandeaba y la maldije a ella primero, después al sueño recurrente, y por último a este tumor en la cabeza que me vuelve la vida una alucinación dentro de otra.

Con un poco de agua tibia logré bajar la carga de pastillas de cada despertar. Sé que no debo desfallecer hasta logrado mi propósito. Por ello tuve la certeza de que a la tercera, y bien despierto, iría la vencida. Los sacos seguían con su orine y su sangre y el parcho de luna había dado paso a un sol de piedra. Muerto el perro se acabaron mis angustias, pensaba entonces y por ello salí al patio en busca de la paz de los inmensos arboles, entre cuyas ramas pienso suicidarme, terminada la misión en este plano.

Al mirarme, en el trozo de espejo que usa el muerto- tarde o temprano lo será y me gusta llamarlo así-  para afeitarse, descubrí que me brotaba una moquera sanguinolenta por la nariz, y mi rostro, lentamente se tornaba blanco ahumado. Tal vez el muerto era yo, y comenzaba a podrirme a la intemperie. Quise despertar del sueño que de seguro soñaba, y me tropecé con el cubo de limpiar y caí frente a un par de botas recién lustradas, olorosas a betún y sicote con Micocilén. Estaba despierto, con la nariz rota y el dolor de cabeza en su máximo. Me daba vueltas el patio y aproveché para dejar en la piel brillosa parte de la moquera. Estuve un rato quieto. Y lentamente fui trepando por el cuerpo hundido en las botas y, desde el suelo, vi al muerto, más vivo que nunca; « ¿qué?, pareces que viste un muerto»; me dijo; entonces mi madre- parada a su lado-  reparó en los mocos con sangre y me susurró al oído; « ¿Cómo coño quieres irte conmigo si eres un mariconcito de mierda que sangra por cualquier cosa?»

El mareo no me impidió ver como se alejaban,  la puta de mi madre y el muerto que no acababa de morirse, rumbo al Fort del cuarentipico. Perdí el conocimiento antes de que salieran del barrio. La sangre era incontenible y la cabeza se me partía.

No sé quién me llevó al hospital.  Estuve una semana ingresado, en la cama trece de la sala trece, hasta que alguien comentó; « ¡Mire usted!, la madre templando en la Capital, y el hijo  con un cáncer, muriéndose en este pueblo inmundo, y nadie viene a visitarlo, como no sea el viejo pájaro que le envía alguna comida y las flores de ese búcaro».
 
El viejo pájaro es Juanito. Los alimentos, pan con leche fría y una pechuga de pollo frita, que me ingiero a la hora que lleguen. La flores son gardenias que el muy pájaro cultiva en masetas.

Mi suerte, o mi menos mala suerte, es este amigo. Juanito, el químico, el mago, el ser humano que desde mis escapadas en tercer grado me cobijó en su casa, y con el cual fui aprendiendo, no solo las aberraciones- como piensa la gente- sino de historia del arte, derecho y literatura, y gracias al cual tengo esta facilidad de palabras que me ha sacado de mas de un enredo, aunque no aprobé las matemáticas del sexto grado y los maestros me dejaron por incorregible.   

«Pobre muchacho, lo peor que tiene su enfermedad es la soledad»; comentó la oncóloga a la limpia pisos, paradas frente a mi cama, yo, en este caso haciéndome el dormido. Cuando abrí los ojos la pobre doctora quería que se la tragara la tierra. « No hay caso – le dije- el cáncer es mi único amigo». La limpia pisos me miró con cara asombrada y a la doctora se le enredó el estetoscopio en el cuello y casi se ahoga. Me acordé de Charlot y las rematé. «Lo mejor que tiene mi situación es que nadie llorará y se ahorraran las lágrimas para futuros entierros más importantes». Se escurrieron como la nata caliente por los bordes del jarro y decidí escapar del hospital. Si me voy a morir, que sea en un sitio agradable- me dije- pero antes tengo que limpiar la costra familiar- concluí.

Para ser sincero, en el centro asistencial no la pasaba tan mal. Lo que nadie te ofrece saludable, te lo dan cuando tienes cáncer ¡como si fueras a curarte! ¡La lástima corroe las ganas de vivir! A pesar de la poca comida oficial, logré recuperarme bastante, gracias a las ayudas solidarias de los familiares de otros moribundos, a los sueros y a las radiaciones para extraterrestres. Pero el local se me volvió cada vez más opresivo con los rostros de aquella gente delatando que no me quedaba mucho tiempo en el convento- frase que le escuché a uno que murió antes que yo-. Cuando me sentí con las suficientes fuerzas para escapar. Aunque las tripas en la barriga, se bañaban en ácido y la cabeza se me había hinchado agrandándome los ojos y achicado el esqueleto, hasta parecer salido de un campo de concentración nazi; creí oportuno no dilatar más la fuga.

Esperé la noche, era imprescindible alejarme de tanta mierda de hospital, de sus paredes descascaradas, de la enfermera del uniforme remendado con hilo rojo y los ojos zurcidos  al rostro, inclinada toda la noche sobre la mesa del teléfono, y soportando: las quejas por las pastillas a deshora, por el suero a punto de acabarse o fuera de vena, y las amenazas del Testigo de Jehová –comemierda que se imagina uno de los cuarenta y cuatro mil no sé qué. Enfermera que al final de la jornada parecía más moribunda que yo. Y lo simpático era, que la muy cabrona, me hablaba solamente a mí de las carencias de medicamentos y lo malo de los alimentos y la grave situación de la salud, y eso, porque me pensaba más muerto que vivo e incapaz de acusarla ante las autoridades que, de vez en cuando, se aparecían a inspeccionar y nos preguntaban por el trato y otras imbecilidades. Al final, todo esta excelente y la basura sigue igual, refunfuñaba ella cuando salían los funcionarios. « ¿Por qué no les habla claro?» le pregunté una madrugada mientras me canalizaba una vena  « ¿Tú estás loco? Se ve que tienes cáncer y te importa poco el futuro». ¡Pobre enfermera condenada a ese oficio impagable en este hospital de cartón y yeso! Escenografía para los tontos que miran desde lejos.

Escapé sin problemas, frente a los ojos dormidos del custodio y el entusiasmo de una pareja de médicos- del mismo sexo- que templaban a un costado de la escalera. Atrás quedaba la comida insípida,-caldos sin color, sin una pisca de sal que echarle por arriba -como hacía en mi casa, con todas las pocas comidas que mi puta madre condimentaba de mala gana-; «Si quieres comer mejor, vete paun restaurante», me decía con desprecio, escupiendo todo el odio del mundo sobre mi cuerpo flaco, mientras besaba la boca desdentada del  marido de porras, el cornudo que la había traído a rastras desde la capital y que frente a nosotros le cayera a golpes hasta dejarla con un ojo morado, un brazo enyesado, dos dientes de menos; en fin, vuelta un negro esclavo, y total, luego vendría  el perdón de ambas esquinas y la muy hija de puta, continúa viéndose con el querido Teniente y al besarlo con desparpajo, le amasa los cojones con la misma mano que me fríe el único- tal vez el mismo- huevo que dice me toca. Huevo frito- comida de puta- afirmaba mi abuela también puta, mientras se rascaba el culo con la misma mano que comía el pan. Huevo, frito en manteca de corojo, que mezclo con el plato de arroz sin escoger y lo ingiero sin chistar, porque tengo hambre, un hambre enfermiza cada vez que regreso de la escuela; lugar absurdo donde me ha condenado el jefe del sector policial y sitio para darle un buen uso a mi poco tiempo, pues me paso el día ensayando- en la mente-  la forma de volverlo a matar. O matarlos a los dos. Tal vez a los tres. Al amante teniente, a la puta de mi madre y al cornudo de mi padre.

Reitero, ella regresó de sus puterías capitalinas, porque el borracho tarrú la trajo a rastras y no porque se enterara de mi ingreso y mi cáncer. No sé si sabe que lo tengo. Volvió, con el rabo entre las patas, como dice mi hermana-  porque ya es una vieja y su cuerpo gastado no es apetecible para los yumas. Mi cáncer está en un segundo o tercer plano, si es que vuelve su vista más allá de si misma y del amante.

Sería un alivio para ella que yo me muriera. « ¡Coño debiste morirte al nacer!», me ha gritado más de un millar de veces, y por lo tanto, si me muero ahora, será, con el paso del tiempo, como si no hubiera nacido. En caso de que me crea nacido y no una pesadilla. Eso cuando no ignore mi muerte, como hace con ese viejo al que llaman mi padre, siempre borracho y acostado en las cuatro esquinas, rodeado de otros seres tan apestosos como él, y que le tocan el culo a mi hermana cuando pasa- y me lo tocan. El también nos ha tocado el culo.

Insisto: debo matar al teniente Francés, a mi padre borracho y a ella también. Desnucarla junto al muerto, los dos juntos, muy juntos, como dos hijoeputas que son y mi padre enfrente. Los tres en la muerte como en la vida. Juntos y mirándose a los ojos sin respuestas a tanta mierda.

¡No!,  eso no, debo estar volviéndome un samaritano mariquita: al matar a mi puta madre estaría calmándole la angustia. Mejor será mutilarla, descuartizarla un poco, y dejarla viva frente al muerto bien muerto. Ella, con el arma homicida entre las manos, como si lo hubiera matado y después intentado suicidarse. Eso sí, con la lengua cercenada para que no pueda declarar en mi contra, y librarme, por otra parte, de sus cantaletas y sus frases ofensivas: malagradecidos que me chupan la existencia, ratas, serpientes, culebras sifilíticas;  y cuanta cosa sea capaz de vomitar su cerebro.

Dicen en la cuadra que mi madre tiene una fosa por boca. El otro día nos llamó alacranes que se comen a su madre. ¿Qué espera de nosotros? Desde que nací la única caricia que he recibido son las de Nerón, el perro del cojo de la casona de la calle Mercaderes. Un comemierda sin mujer que se pasa el tiempo oyendo a los Beatles, aunque el muy cabrón dice que Lennon le jodió la vida allá por los años sesenta. Viejo come candela que perdió una pierna en una de las tantas guerras a las que no quiso ir, y que espera emborracharse para contarme una y otra vez, la misma historia que intenta escribir y no hace porque no tiene cojones para decir las verdades que calla.  Ya me sé de memoria su inexistencia; y si lo soporto es porque las canciones de John Lennon me desconectan de su cháchara y con ellas practico el inglés que me enseña Juanito. La vida del cojo miserable es la suya, y si se la fastidió un drogadicto cantarín, a mi no me interesa; la mía, le digo,  no me la jodió Wisin y Yandel, ni don Omar - ningún cantante de porquería te jode la vida le estrujo en la cara- y cuando termino con el último trago de la botella le grito: busca de verdad quién te descojonó la vida y entiéndelo, no me cantes el mismo bolero que ese, es tuyo. Luego me voy a templarme al viejo pájaro.

Dicen que borracho sabe mejor.

Mi vida, la mía, la que venia viviendo me la jodió mi puta madre que me parió cuando tenía quince años, y que dos años antes había expulsado de su vientre maldito- según mi abuela- a mi hermana. Y no se lo digo a nadie porque, a quién le interesa mi vida;  y si el cojo me cuenta su bolero es porque se tiempla a mi hermana por unos euros de mierda que no suda- se los manda su hija médica, desde el restaurante noruego donde labora. El viejo Juanito tampoco suda los verdes, se los envía el primer marido que tuvo, un negro que ahora caza osos blancos en la nueva Rusia.

Mi vida puede parecer un tormento, una tragedia típica del cambio climático, las amenazas de guerras atómicas y enfermedades nuevas- tal vez creadas en laboratorios- Puede ser producto de esta crisis económica que ahoga al sistema capitalista y nos golpea de frente. No sé, es tan pendeja mi existencia que a veces me pregunto para qué pinga vine al mundo si el único momento de olvido y paz me lo proporciona mi hermana. Mi hermana del alma- otra desgraciada sin caricias en el bolso- y con la cual descubrí que hay cosas mas sabrosas que mirar a una muchacha por un hueco para rayarte una paja o templarte a un viejo profesor de tantas cosas, y es que te la mamen, y te la gasten, así como si tu rabo fuera un puñetero caramelo, hasta que te vacías y te quedas quietecito sobre la cama que ambos comparten; «Calladito mi hermano, y guarda el secreto, esto es entre nosotros, si mamá se entera que tienes la pinga tan rica quiere mamártela también, y esa pingona es mía solita».

En verdad soy un pingú, y lo sé porque mi madre tiempla en la cama junto a la columbina donde padezco mis desvelos, - le he visto el rabo a la mayoría de los que la montan, y puedo asegurar, sin autosuficiencia, que ninguno la tiene mas grande que yo. Dice mi hermana que debo ser hijo del mulato que dirige Deportes en la alcaldía, un baloncestista retirado que le enseñó la suya en el cine, y ella no pudo resistirse y se la mamó en el mismo asiento, y me asegura- la muy puta-  que tenía el mismo tamaño y sabor que la mía. Por sus frutos las conoceréis me dijo y se echó a reír como lo que es.
Mi hermana, lo bueno de mi vida, la razón de que- a veces- no quiera morirme. Mi bella y hermosa sangre que un día, para que no muriera, me trasfundieron. Todo lo que es, y lo que sea, yo lo sé, y nadie abusará de ella y menos el muerto. « Tu hermana es una desquiciá y está buena con cojones»; se lo escuché decir mientras se amasaba el rabo y mamá lo amenazó con arrancarle la cabeza si nomas lo veía acercársele, y él le gritó; «Métete el bollo de tu hija por el bollo»; y dio tremendo portazo, y mi puta madre le cayó detrás al muerto; «No michino mira que eso son celos míos, ¿cómo voy a pensar que tú?»… y es mejor que lo hubiera pensado porque a la semana mi hermana me dijo; « Tengo que irme de casa, nuestra puta madre está ciega con ese tipo que ya dos veces ha intentado violarme». « ¿Quieres que lo mate?» Le pregunté y aunque me dijo que no, y me hizo jurar por la virgen de la Caridad que no lo hiciera, yo reafirmé la decisión de matarlo, pues entre otras cosas, la virgen no me ha ayudado en nada, como no sea proporcionarme una madre más puta que las perras y una enorme fila de padrastros con fechas de vencimientos inminentes y rabos pequeños.

«Quieras o no, se la voy a pelar», le dije encendido por la rabia, cuando el teniente Francés la abofeteó porque se le perdieron doscientos cuc y ella se apareció- ese mismo día-  con una caja de tenis Converse para revender. Llena de furia me dijo en el escusao «Estos son de Paco, el que viaja a Ecuador cada tres meses y me los pasa para ayudarme, agradecido por las mamá que les doy». «Lo sé, le dije, él es cliente de Juanito». Nos reímos de lo chiquito del mundo y de la importancia de saber mamar con estilo y ella aprovechó y me la mamó.

Convenimos en que yo no me metería en sus asuntos y que ella, llegado el momento crucial, me serviría de cuartada. «No te impediré asesinarlo», me dijo; «ese tipo tiene que pagar lo que me hizo, pero tienes que hacer las cosas bien fino». Y me reconoció que él se la templó el día de su cumpleaños- el del muy cabrón-  luego de emborrachar a la puta madre y fumarse no sé cuantos pitos de marihuana.

Enseguida recordé la fecha exacta, ya que aquel día la sentí llorando, venia acabadita de bañarse, con olor a jabón; «Gasté la pastilla entera mi herma, tenía que arrancarme la peste de un hombre ahí». Nos abrasamos como dos huérfanos y se fueron calentando nuestros instintos y la sangre que nos unía comenzó a hervir y se desataron los pudores y dejamos de mamarnos como hasta entonces para templar hasta el amanecer. Fui tierno como no lo volveré a ser. La acaricié como debe acariciarse a una mujer y perdí la noción del espacio y el tiempo, y descubrí lo sabroso que es hacer el amor- una frase de ella- cuando se está enamorado. Y yo estuve enamorado de mi hermana hasta que mi puta madre y el degenerao del muerto, nos descubrieron templando- lo hacíamos como venganza contra la mala vida y el odio que nos asechaba; mi madre- en su histeria-  me dio con un palo: « engendro- escoria- maldito- enfermo mental»- y de tantos golpes me sangraron los ojos y el muerto golpeaba a mi hermana: «Degenerá de mierda que ese es un niño; ¿por qué no te atreviste conmigo? corruptora de menores debes morirte» y mi hermana le gritaba, «el bollo es mío y tu eres muy maricón pa gobernarme el culo». Y el tipo le pegaba con la mano abierta en plena cara: « Ese es tu hermano y ahora si les nace un muchacho les nace anormal».

Mi hermana cubría con su cuerpo, mi cuerpo, y recibía la mayoría de los golpes que venían de dos rabias. «Eres una alimaña. Eres una alimaña. Eres una alimaña». Reiteraba la amante del teniente Francés. Mi novia, mi amiga mi hermana la miró con tanto desprecio que me asusté; « ¿No sabes que ese me templó hace un tiempo?» Señaló al muerto lanzándole un escupitajo. Nuestra madre sonrió nerviosa y tras una andanada de improperios apuntó: « ¡Mentirosa, eso querías tú, pero te cogiste el culo con la puerta, no le gustas y de ahora en lo adelante, atrévete a mirarlo! ». Mi hermana le dijo bajito, irónica: «Te salvas que le tengo asco, pero te aconsejo vélalo, que bastante le toca el culo y se pajea mirando por el postigo del baño a la vecina». Salta el teniente: «¡Mentiras tuyas ¡Esa es una niña! ¡Tiene ocho años!» Mi hermana suelta una carcajada; «Para pajearte no vez la edad».

Yo también lo he visto en la masturbadera, pero el dolor de cabeza me impide el habla. El teniente toma a mi hermana por los pelos y la zarandea. Logro rescatar un mínimo de fuerzas y le doy una patá en los cojones. Se dobla, le falta el aire y mi puta madre se abraza a  sus entrepiernas, desesperada. «Michino, quieto, respira profundo, no hables deja a estas escorias».

Yo estoy a punto del desmayo. Mi hermana coge un palo y la emprende contra la pareja que pide auxilio. Llega la policía y se hace un silencio.

- ¿Qué carajo pasa?

- Nada capitán son cosas de familia.

- ¿Y por qué ese muchacho sangra tanto por la nariz y tiene esa cara verde?

- Capitán, eso son las adenoisdenosequé  nos dijo el médico del consultorio.

- Y esa, ¿por qué está casi desnuda? - Mi hermana ocultaba una de sus dulces tetas.

-    Nada capi, es que acabo de levantarme.

Es un capitán frente al teniente Francés. Se miran cómplices, y a mi hermana le agrada el recién llegado- y si no le gusta- lo hace por joder, y se le acerca seductora y lo toma de la mano; al principio éste se resiste, pero mi hermana tiene las nalgas duras y grandes y se vuelve y deja que el rabo del macho la rose. Con sus diecinueve años, está acostumbrada a seducir portañuelas y la muy puta huele a rosa, y sus labios son de natilla de fresas- rojos y pulposos- tibios y dulces, sus muslos blancos y con un cerquillo de pelos rubios para afeitar a mordidas, y lo más encantador, tiene el bollito estrecho y el culito virgen -no se lo deja tocar- y una voz de serpiente atrevida que te aprieta los testículos.

Es inevitable la caída y el oficial pierde el rumbo; «mi capitán, mi capitancillo querido vamos mi loco»; es miel la boca de mi hermana del alma y van para el único cuarto y ella me hace una señal y le tiro un beso. El carro patrulla con su luz giratoria espera frente a la casucha en que vivimos, en medio de un camino repleto de charcos cuajados de mosquitos. Rodeado de un centenar de casas parecidas. Y en el aire un olor a mierda tremendo que se mezcla a los cientos de malas palabras y quejidos y lamentos que hacen las parejas al templar.

Suena el despertador y termino el café. El teniente Francés y el capitán se marchan sin aceptarme la taza envenenada que les tiendo a la salida. Mi madre y mi hermana, se levantan y corren a orinar y el chorro me recuerda las vacas en los cuartones, antes de matarla. Se sienten las latas, el agua contra sus sexos maltratados. Se enjuagan la boca con agua y sal, escupen y terminan de peinarse frente al diminuto espejo del muerto. Arrojo por el escusao las tasas envenenadas, a ellas no le interesa beber en porcelana, y se sirven el resto del café en latas de compota. Están satisfechas y vuelven a la cama, duermen toda la mañana, soñando con una casa amplia y los maridos ejemplares que nunca tendrán.

Cada vez que sucede esto me escurro para la casa de Juanito-cuando las escucho templar se me pone la verga como un hierro- y la emprendo contra el culo del viejo, y después le cuento lo sucedido mientras me mama la pinga, no cómo lo hace mi hermana, sino mucho mejor, con miel de abeja que va tragando con mi semen, al tiempo que me ingiero  un bocadito de jamón de no sé que diablo. A él no le importa que yo piense en otra cosa, lo de él es que no se me caiga la pinga y sigue mamando hasta vaciarme- como en las matemáticas que no me entran- ene veces los testículos. Después se levanta, se asea y me sirve un vaso enorme de chocolate hirviente; «Para que cargues nuevamente esos cojoncitos mi ángel», me dice con la cara roja y los labios hinchados.

Cada vez que me vengo se me va un poco de la agonía y elimino un poco de neuronas enfermas. Con cada venida, muero un poco más. Es una forma de suicidio placentera y el muy maricón no sabe que me ayuda a morir- o no quiere saberlo.

Él es profesor de química, un viejo maricón que afirman se ha pasado a más de un millar de alumnos en sus veinte años de magisterio. Creo que se ha enamorado de mala manera. Lo cierto es que me ha pedido que venga a vivir con él y «esta es la gota que desbordó la copa de mi paciencia», dijo mi puta madre, y el teniente Francés se enfureció tanto que cuando ella se lo comentó, le dio un piñazo tan grande que estuvo tres horas inconsciente: «eso es por tu culpa, lo criaste maricón y primero lo mato». Nunca antes su rostro se había tornado tan rojo, ni el golpe había sonado tan contundente. Mi hermana, lloraba mientras le colocaba bolsas de hielo bajo la nuca; «La mataste degenerao la mataste», sollozaba. «Eso debí hacer hace años, pero descuida, esa tiene siete vidas», concluyó después de tomarle el pulso.

El teniente salió arrastrándome por los pelos, dándome patadas por las nalgas.

-    Si vas a ser maricón vete, lárgate, dale el culo a ese viejo, pero no olvides que lo voy a meter en la cárcel.

De una patada me lanzó contra la pared. Medio muerto logré gritarle:

- No tienes ningún derecho sobre mí.

- Tengo todo el derecho del mundo culicagao-  nueva patada, esta vez en las costillas.

-    ¡No soy nada tuyo!

Sacó la pistola.

- ¡Primero te mato!

-    Sí, dispárame a los cojones.

Me dolía la vida. Entonces mi puta madre se interpuso entre el muerto y yo:

-    ¡No! ¡No mates a tu hijo!

Pensé estar viendo una telenovela brasileña. Un culebrón para amas de casa, mujeres consentidoras y lloronas. Mi puta madre se tambaleaba, y con una mano pidió ayuda a mi hermana y con la otra se aferraba a un horcón del  inclinado y podrido portal. Salí corriendo ante semejante confesión. ¡Yo hijo del muerto! Y mi padre qué coño era mío.

Por mi mente pasaron las imágenes del infeliz borracho, descuartizando la res, dividiéndola por partes, clasificando los tipos de carne en paquetes sobre los que, con su letra de analfabeto ponía números que luego supe, tenían su lectura en la charada. Juego que comencé a aprender el día que entró el teniente Francés, que aun no se llamaba así, ni era teniente, ni lo quería muerto, sino que era jefe del Sector de la Policía y parqueó el jeep como a dos cuadras y vino a pie, bordeando los patios, esquivando la mierda, los charcos de orine, los animales muertos, y entró por la puerta del fondo sin saludar y cargó con su jaba marcada con el 51 y antes de salir le dijo a mi madre, que todavía no era tan puta o si ya lo era yo no tenía conciencia de ello: «Dile a tu marido que aguante por un tiempo que la cosa está en candela». Y se miraron y me miraron y si nunca lo había visto creí haber escuchado en algún lugar su voz. Tal vez en sueños, bajo el efecto de la tonga de pastillas que me daban para mi intranquilidad. Y antes de salir por el mismo lugar se encontró con mi abuela: «Cada día se parece más al padre»- dijo la vieja y el teniente le tomó la mano a mi madre y se la besó y volvieron a mirarme. Le comenté a mi padre lo sucedido y me dijo; «déjate de ver fantasmas que ese policía no está en na y es un hombre a to». Confiando en mi padre me quité el ruido de la cabeza.

Tal vez las visitas del teniente eran frecuentes, pero desde ese día comenzaron para mí. Sobre todo cuando el borracho no estaba. Me adapté a la presencia del maldito- qué remedio- y hasta comencé a saludarlo con tal de que a mi padre no le sucediera nada. Un día escuché como le comentaba a mí madre, los dos encerrados en el cuarto: «dile a tu marido que se lleve al chama con él para que aprenda bien el negocio». Y al otro día la orden era cumplida:

- Papi riqui, por qué no te llevas al niño contigo.

- ¿Tú estás loca? Si nos cogen me espantan por el güiro  una bola de años. Ella zalamera se le montó arriba.

-    Mira que eres bobo, con el niño puedes decir que estaban cazando tomeguines, llévate una jaula y que la carne la traigan los otros, así, si dan un chivatazo y los cogen te libras… - lo acariciaba- y agregó categórica-  y el que tú sabes te puede tirar un cabo más fácil.

El borracho la apartó con cuidado le dio un beso en la frente comencé a salir con la banda.

La razón era de peso aunque no tuviera razón y fueran otras las razones. La jaula me la regaló el propio teniente y desde ese día la cama era para ellos.

Mi hermana estaba becada en la secundaria y fue una jodienda cuando la cogieron robando en el comedor y nos la devolvieron embarazada, y hubo que hacerle un legrado de hoy para mañana. Mi abuela resolvió lo necesario para una menor de edad y se la llevó un tiempo para su casa, que no es en otro pueblo, ni otro barrio, si no a tres pasos de la nuestra, pero ella lo hizo para que nuestra puta madre se diera banquete con el apuesto policía.

Mis salidas con los matadores de reses fueron menos de una docena, el policía intervino para salvar a mis padres de una acusación por corrupción de menores y escuché cuando le decía a mi puta madre: «Si atrapo al hijoeputa que me jodió el estar contigomamitodoeldía lo parto por el eje, pero el deber es en deber. Dile a tu marido que aleje al chama de la tumbadera de reses».

Al muerto le agradezco lo que sé en torno al sacrificio de ganado- que no es ningún sacrificio- y al borracho el arte del camuflaje. Y lo aprendido me ha de facilitar el ajusticiamiento del teniente Francés y su amante, mi puta madre.

¡Cuánto empeño puso mi padre,- seguiré llamándolo así- para enseñarme el oficio. Apostado en la maleza, en espera de la oportunidad precisa me habló de la paciencia. Yo a su lado, quieto y sus palabras bajitas,  menos que en un susurro, no sé, tal vez hablándome dentro de la cabeza:

-    Escucha, lo primero que tienes que lograr es que los animales no lloren. Porque el llanto es sufrimiento y sufrir es crueldad-.

Al principio me pareció que era otro el que hablaba, y luego caí en cuenta de que en su trabajo era un doctor, y por eso hablaba con tanta propiedad y coherencia.

- Lo segundo – continuó calmado, sentenciosamente - es no mirarle a los ojos; hijo, todos los animales ponen la misma mirada de espanto y angustia cuando los estamos matando y se nos puede ablandar el impulso. Se persignó -él que no creía en dios- y mirándome a los ojos y apretándome por los hombros me dijo con fuerza:

-    El cuchillo no debe temblarte en la mano, como tampoco debes hundirlo hasta el cabo. Es un movimiento preciso, corto, como la caída de un rayo. Así, entre esta y esta costilla.- y me señaló el lado izquierdo de mi pecho, donde se marcaban mis huesos- sin apenas tocar al resto del animal. Es como si el dedo de dios te apagara la vida.

Parecía un poeta mi borracho padre. Y lección tras lección vi caer, doblarse de las patas delanteras, a toros de tres mil libras y mas, vacas preñadas, bueyes aun fatigados del arado, novillas, terneritas mamonas, y todos, sin chistar. Y un día sostuve el cuchillo por primera vez y quedó perplejo ante la rapidez de mis actos y la ternura- un gesto desconocido para él- pues yo acariciaba a la bestia mientras perdía las fuerzas y se desangrada a mis pies. Luego con unas palmaditas en el lomo le daba las gracias a dios.

Cuarenta y cinco minutos le bastaban a la banda para distribuir en jabas y sacos toda la carne. Las noches eran sin lunas, quietas, mudas y a la mañana ya todo el material estaba en sus destinos entre chiflidos, toques, señales y  contraseñas que llegué a identificar sin problemas y le decía para su regocijo: ese es fulano, este zutano, aquel esperancejo- no digo los nombres para no denunciarlos-. Ya en la casa, sosegados, vendrían los otros mandamientos: «Comerás huevo durante tres días y luego vendrá la recompensa». Deshacerse de la ropa y los instrumentos de trabajo colocándolos en lugar seguro. «No deben atraparte ni con media onza de carne». «Negarás con todas tus fuerzas cualquier relación con tráfico de carne». «No delatarás a nadie en caso de atraparte, toda la culpa es tuya». Los mandamientos brotaban espontáneos, sobre la marcha, delante de todos, como si quisiera grabarle en la mente a cada uno de los secuaces de su banda la importancia  de acatarlos como ordenes de dios. Nunca me habló de un décimo y concluí  que no todo tenía que ser como en La Biblia.

No sé a quien debo agradecer la destreza en el manejo del cuchillo, fueron muchas las manos que tomaron mi mano para encausar la punta del arma hacía el corazón del animal. Solo sé  que todo lo que se aprende  siempre tiene su utilidad; el crimen será perfecto.

Si soy hijo del muerto y no del tarrú, como afirma mi puta madre debo tomarme la justicia en las manos. Y salí de la casa. Las patadas del muerto me llevaron a pedir refugio en casa de mi abuela, -la puta madre de mi madre puta,-  no para desahogarme contándole lo que ella sabía sino porque no tenía adonde carajo ir.

Ella observó durante un rato, mi cabeza hinchada, los ojos rojos y fuera de sus orbitas, con unas manchas color tabaco diseminadas sobre mi esqueleto forrado en cuero mate y al final me dijo: «Tu madre pronto será una mujer feliz, te estás muriendo a ojos vista». Sentí que su pecho se desinflaba y vi como su labio inferior se torcía a la derecha. Tal vez la mueca de la muerte en su rostro o la misma muerte burlándose de mi.

El teniente- conocedor de mis intensiones-  entró como una tromba y casi no tengo tiempo de ocultarme. De un tirón se lo contó todo a la puta suegra y está le comentó.
- Déjate de güevadas  que maricón o no, a ti, al final te importa un pito el muchacho.
Sentía sus botas moviéndose inquietas, locas por aplastarme la cabeza.

- Si es mío, al menos tiene que ser macho.

- Mierda macho, vete pal carajo que él no está aquí, y te advierto,- se que lo miró con el dedo en alto y los ojos amarillos clavados en sus ojos de vidrio-  cuídate, que hecho talco como está, te la puede arrancar si lo acosas. Imagino que se aferró los testículos con las manos para gritarle:

-    Los cojones es lo que me va a matar y eso, sino lo pesco antes y le meto un tiro entre las cejas.

El portazo selló la última palabra y la abuela vino a buscarme.

-    Debes irte por donde entraste- me dijo- no quiero jodienda con la policía.

Dos noches estuve oculto, desandando las alcantarillas del pueblo, hasta que- cerciorado de que nadie vigilaba la casa- busqué a Juanito. «Ese loco de teniente vino a buscarte la otra noche y si no es por tu madre me mata a golpes». El pobre pájaro viejo tenía los ojos amoratados y los labios partidos. «Luego apareció tu padre borracho y entre los dos se lo llevaron». Mientras hablaba yo me engullía un plato de frijoles negros con arroz, papa fritas y sendos bistec de puerco con mucha cebolla blanca, conservado en el frío hasta mi aparición. Luego lo vomité y me quedé mas vacío que antes. Sin fuerzas me tiré en la cama y no sé cuantas horas dormí.
Juanito me preparó un baño tibio y cuando me secaba vino la pendejada del viejo pájaro.

- Yo quisiera que te quedaras pero debes marcharte.

- ¿A qué le temes?

- Tengo una acusación por sodomita y pederasta y si te cogen en casa no me salva nadie.
La luna sucia continuaba pegada al cielo y fue tomando forma en mi mente la solución a mi caso. A Juanito le sudaban las manos y al verme con el cuchillo grande en las manos se puso a llorar aferrado a mis piernas. Le entregué el arma para que no encontraran sus huellas en la evidencia y le dije: «si no es con este, es con otro, pero hoy nos libramos de este martirio».

Salí a la calle, tal vez una llovizna fina caía sobre el barrio. Mojando el parcho de la luna. La ropa húmeda se me pegaba al cuerpo y un perro salió corriendo asustado al ver el espectro que debí parecerle. El aire me faltaba, me repuse de un primer mareo y me dije: lo que has de hacer hazlo pronto.

Los sabía dormidos- a los tres- a mi puta madre y al teniente Francés en la cama grande, uno a cada lado, con las piernas abiertas y los sexos jadeantes; y a mi padre- que ya no lo era más- borracho, tendido frente a la puerta del cuarto y escurriéndosele entre el vomito y las lagrimas la única canción que parece saberse: mas hoy que estoy tan solo y tan cansado de llorar…

El teniente y su amante, sudaban a pesar del ventilador y las ventanas abiertas. El borracho matarife, vuelto un ovillo, sin quitarse las ropas ensangrentadas y con el cuchillo de sus andadas a un costado, como si hubiera tenido la idea de hacer lo que yo haría tenía la boca abierta y llena de espuma. Al contemplar el cuadro supe que al fin dios estaba conmigo. La escena estaba mejor preparada de lo que jamás supuse.

El teniente Francés no tuvo tiempo de abrir los ojos, no emitió el menor de los sonidos, tal vez un ligero temblor de sus labios y los ojos que se abrieron sin ver. El cuchillo penetró certero, conocedor del camino, fiel caminante hacia la muerte acostumbrada. Ella iba a moverse con intención de cruzar una pierna sobre el cuerpo del amante y pudo decir ¡ay hijo! o me maldijo, no sé, por un instante la luna se detuvo para dar luz al arma. Quedaron mirándose a los ojos muertos. Ambas sangres saturaron en un abrir y cerrar de ojos las mugrientas sábanas. El cuchillo volvió a su dueño y cuando una sirena le anunciaba el arribo de la policía, el borracho salió corriendo gritando que la carne no era de el. Lo atraparon con el saco a cuestas. Tendió las manos al capitán, y las esposas sellaron su garganta: no tenía nada que aclarar.

Mi hermana debió despertarse con la algarabía de los vecinos en la casa de algún vecino, llegó medio desnuda, con sus nalgas de luna y sus labios hinchados preguntando por mí. Nadie me había visto.

Y aunque quise salir a su encuentro permanecí sumergido en el escusao, con la mierda al cuello hasta que lentamente se fue calmando el barrio y el paisaje volvió a la cotidianidad.
En plena madrugada vine y me acosté en medio del prado verde, donde pastan las reses. Tirado bocarriba el sol del medio día seca la mierda sobre mi cuerpo desnudo.

Es un caso de fuerza mayor, - después de tantos CSI, Detectives médicos, Casos no resueltos. Tras las huellas y otros programas policiacos,-verdaderos posgrados para delincuentes- espero que la mierda y sus bacterias me borren el olor de la sangre, las posibles evidencias de un asesinato premeditado.

Y hasta puedo, con mierda, lavarme la conciencia, si es que el cáncer me ha dejado algo de ella.
 


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