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ESCUDRIÑANDO ARCHIVOS (16)

ESCUDRIÑANDO ARCHIVOS (16)

Por Luis Machado Ordetx

Dubois de la Rosa —médico, cirujano y boticario—, con el transcurso de la primera década de instaurada Santa Clara en 1689, fomentó el despegue de una rutina cultural, muy a contrapelo del ejercicio de su profesión.


Encarnó la estirpe de muchos facultativos de la medicina o la farmacia que       —avecinados en Santa Clara, Remedios, Sagua la Grande, Caibarién, o Cienfuegos—, establecieron una cordialidad por la música, la literatura, el periodismo, la danza, el teatro y las armas en los campos de Cuba Libre.


Similares intercambios existió a partir de la segunda mitad del siglo decimonónico en barberías, peluquerías, bufetes, redacciones y librerías,  describe Miguel Antonio Alcover y Beltrán en la Memoria Histórica de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción (1905), y recuerda aquellos ineludibles  puntos «de reuniones para conversaciones y entrevistas, para citas y relaciones, para comentarios políticos e intelectuales» suscitados por el “Areópago”  de la localidad. 


Muchos de los galenos, en sus “delirios” artísticos- literarios y de ansia que desborda la cubanía, apreciaron el azote del gobierno colonial español que los catalogó de “insurgentes”. A otros se les embargó las propiedades. Entre esos aparecen los sagüeros Antonio Cuenca y Perfecto Hernández; también quedaron despojados de sus inmuebles los remedianos José Mujica y Juan Francisco del Río, y los santaclareños Daniel Gutiérrez, Joaquín Planas y los hermanos Antonio y Guillermo Lorda Ortegosa jamás conocieron los destinos de sus fortunas. Algunos, en cambio, recibieron prolongados confinamientos en la isla de Fernando Poo, en Ceuta u otras latitudes.  


El fondo desbordaron una cultura: el ser nacional. Así lo infiere Manuel Dionisio González en la Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara y su Jurisdicción (1858), cuando menciona los “hallazgos” artísticos del  capitán Bartolomé Jacinto Dubois de la Rosa. Fue el galeno «más filarmónico» de la comarca, dice. De La Habana peregrinó tierra adentro y se aplatanó entre la  diáspora de remedianos, y formó la primera botica de ungüentos de la localidad. 


La cabalgadura de Dubois de la Rosa siempre tenía unas ocho docenas de cascabeles en los pretales de la montura, y exhibía unos ropones largos  y sueltos, sobre los otros vestidos, «hechos regularmente de holandilla o argaripola, una tela blanca y fina, cosida con elegancia», precisa. La moda por el tiempo prosiguió en otros galenos cuando iban a visitar a sus enfermos residentes en zonas alejadas de las poblaciones.


José Surí —farmacéutico y médico cirujano—, el 23 de septiembre de  1743, fecha de defensa de su título ante el Protomedicato de La Habana, prefirió la composición literaria como única manera de expresar y comunicar los sentimientos más íntimos a los coterráneos de Villaclara. Desde su gabinete particular en San Juan de Dios, número 5, en  Remedios, el Licenciado en Medicina Domingo Lagomasino Álvarez (1844-1919), hacía cirugías sobre los ojos (cataratas, iridectomías y enucleaciones), entonando fragmentos de “Rigoleto” e “Il Trovatore”, famosas óperas de Verdi.


Así ocurrió cuando atendió, junto al doctor José Manuel Núñez (1844-1919), casos de síndrome de croup entre niños de la comunidad. El tratamiento utilizado, dice Carlos A. Martínez-Fortún y Foyo en La Medicina en San Juan de los Remedios y su Jurisdicción (1929), «era muy poco eficaz (emisiones sanguíneas, toques con nitrato de plata, insuflaciones de azufre y percloruro de hierro), y los galenos apelaron a la traqueotomía. Lagomasino Álvarez practicó dicha operación, con una simple cuchilla de bolsillo —por no tener a mano otro instrumento— a un hijo del señor Mendoza, Admor de Floridanos. Años después, el mismo facultativo salvó a su propio hijo, atacado de esa afectación».


Lagomasino Álvarez, ante el asombro de los padres, “entonaba” a los pacientes infantiles algunos trozos de las arias d´imitaziones que relataban, con efectos musicales, los trinos de los pájaros del campo cubano. De ese modo hacía una valoración de la  laringotraqueobronquitis o síndrome de Croup, caracterizado por una tos seca y el estrechamiento de las vías respiratorias. 


Esa enfermedad, afirma el historiador Saturnino Picaza, «asfixió en la más espantosa indigencia a Antonio Lorda Ortegosa», quien desde los campos de Cuba Libre figuró, como soldado y médico, con el rango de Secretario de la Guerra en el Gobierno de Céspedes.
El humor y la ciencia también están presentes en crónicas sociales que desde Vueltas traza el cirujano D.D. Delaney para El Criterio Popular. El 29 de junio de 1886 recaba en “El Corset” —coraza del atuendo femenino que desde hacía años no se utilizaba—, y verifica su utilidad al   «sostener los pechos débiles, reemplazar los ausentes y recoger a los extraviados». El texto provocó risas, y dejó un imperativo en la reflexión  colectiva. 


Periodismo diferente, versátil y de opinión, despliega Facundo Ramos y Ramos (1848-1912), considerado el decano de los médicos y periodistas de esa jurisdicción. El madrileño-remediano interviene a partir de 1878 en casi todas las redacciones de periódicos de tipología costumbrista, satírica, científica, literaria y artística que circularon en esa localidad, y otras vecinas, hasta finales de siglo. Por esa fecha la Octava Villa de Cuba dispone de 15 galenos, 3 farmacias, un dentista y dos comadronas —entre las que sobresale Carmen Meneses, (La Larga), quien atiende a las parturientas con el canturreo de rezos y cantos yoruba.


De Ramos y Ramos, el más singular y poco justipreciado de los galenos-periodistas de Remedios, Agustín Jiménez Castro Palomino (El Hijo de Santa Mónica), detalla el 10 de junio de 1891 en El Criterio Popular que,  «cuando se inspira escala el cielo con su lira: ¡Palabra!» Tres años después, el 12 de agosto, el columnista de rotativo retoma al carismático facultativo: «te deleitan las peteneras y la malagueña al son de la guitarra y de la pandereta; que sacan de quicio las “guarachas” y las “jaranas” que al pie del tiple, del güiro y de la bandurria entonan nuestros guajiros».


En el campo de las artes, los médicos, farmacéuticos, dentistas y comadronas, de un modo u otro, afirmaron un detalle marginal, coloquial, y humano, para confirmar actuaciones de lo popular y lo anecdótico de sus respectivas comunidades culturales. Muchos, tildados de   irreverentes, arraigaron un despunte por las artes y la dispersión espiritual inmersa en escenarios y corrillos públicos o privados. 

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