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REMEDIOS CONTRA TODOS LOS DEMONIOS

REMEDIOS CONTRA TODOS LOS DEMONIOS

Por José Antonio Michelena

 

La ciudad de Remedios, en la actual provincia de Villa Clara, al centro de Cuba, libró en el siglo xvii, acaso la más extraña y encarnizada batalla que tuviera lugar en la Isla en toda su historia. Fue una lucha de los remedianos por la defensa de su espacio durante casi veinticinco años donde intervinieron todos los poderes y actores de la época: la población en todos sus estratos sociales; curas, alcaldes, regidores, notarios; el Rey, la Iglesia, el Gobernador, la Real Audiencia; incluso Dios y el Diablo.

 

Don Fernando Ortiz recogió ese episodio insólito en su libro Historia de una pelea cubana contra los demonios (1959), el cual nos ha servido de fuente principal para esta crónica.

 

El punto inicial de este relato data de 1672, cuando ya la villa de San Juan de los Remedios contaba con 613 habitantes. Su posición geográfica, muy próxima a Cayo Francés, en la costa norte, la hacía presa fácil, asequible, para las legiones de corsarios y piratas que circulaban por sus cercanías. Entre 1667 y 1668 sufrió varios asaltos  con los consiguientes despojos de bienes y riquezas, violaciones de mujeres y destrucción de propiedades. Esta es la razón esgrimida por dos curas –que se disputaban liderazgos y beneficios– para proponer que la ciudad se traslade hacia un sitio más seguro. Los curas se nombraban Cristóbal Bejarano y José González de la Cruz. Las desmesuras cometidas por este último habrían de convertirlo en personaje protagónico de esta contienda.

 

En el debate por la mudanza de la villa se formaron tres bandos: el del P. González de la Cruz, que aboga por el traslado hacia el Hato del Cupey, propiedad de ese cura; el del P. Bejarano, que sostiene la ventaja de mudarse para el sitio nombrado Santa Fe; y el de muchos vecinos y autoridades que querían permanecer en su asiento de origen, donde habían nacido y desarrollado su vida. Como la disputa no encontró solución de consenso, intervino el Capitán General de la Isla, que era entonces don Francisco Ledesma. Este comisionó a un oficial de su gubernatura para actuar en el teatro de los hechos y consultar las opiniones en discordia. El resultado favoreció la tesis del P. González de la Cruz y hacia Hato del Cupey partieron muchos vecinos.

 

 Pero, como las tierras del cura resultaron inapropiadas para albergar decorosamente a todos, el P. Bejarano tuvo su oportunidad y arrastró a sus seguidores para sus propiedades en Santa Fe. Esta dispersión y vagabundeo de los pobladores trajo ruinas, miserias, empobrecimiento durante años, sin beneficio de nadie, de ahí que el Gobernador dispuso el regreso a Remedios. Terminó así un capítulo de esta trama, mas mucho faltaba aún para su conclusión definitiva.

 

 

En el siguiente acto, en 1682, el P. González de la Cruz toma la ofensiva para promover otra vez el traslado de la villa para Hato del Cupey; ahora vienen en su auxilio los demonios, gente del más allá. En este negocio, el presbítero era toda una autoridad, pues, además de párroco de Remedios, era Vicario Juez Apostólico, Real Sub delegado de la Santa Cruzada y Comisario del Santo Oficio de la Inquisición. Para validar su tesis de que Remedios estaba invadida por grandes legiones de demonios y debía ser abandonada, el cura citó al mismísimo Lucifer, lo obligó a declarar y le llamó perro con todo su prestigio de inquisidor. Este recurso o arte de penetración en el “otro mundo” lo ejecutó a través del exorcismo que le practicara a una negra esclava nombrada Leonarda. Desde las entrañas de la negra habló un demonio que dijo llamarse Lucifer, quien declaró que 35 legiones de sus colegas tomaban asiento en ese cuerpo.

 

Dijo también que “la causa por la cual él y los demás se habían apoderado de todas estas criaturas era por las culpas de las dichas criaturas y de las de sus Padres; y que este lugar estaba determinado a hundirse y que debajo de la güira de Juana Márquez la vieja estaba una boca de infierno y que si no querían creer lo que decía luego verían”. Luego de esa declaración diabólica, el cura exorcista le expresó a los alcaldes y vecinos presentes que pensaran bien lo que harían porque, según las reglas del exorcismo, el lugar donde habitan muchos demonios en cuerpos de Criaturas debe dejarse porque se hundirá. Estos “hechos” tuvieron lugar en la iglesia de la villa y estaban como testigos los alcaldes Jacinto de Rojas, Esteban de Monteagudo, Felipe González de Castro y Félix de Espino, según consta en Acta de 4 de septiembre de 1682 tomada por el Notario Público Bartolomé del Castillo.

 

 Según el párroco, en dos años él había luchado contra 800 mil demonios en los exorcismos practicados y ahora había vecinos tan endemoniados que alojaban en su cuerpo 100 legiones de malos espíritus. De acuerdo con las estadísticas demonológicas esas personas portaban unos 600 mil diablos. Remedios estaba “en candela”.

 

Era de esperarse que los remedianos salieran corriendo de su pueblo a la mayor velocidad si no querían hundirse por la puerta infernal que tenían muy cerca, pero nada, siguieron empecinados, por lo que el cura-exorcista-inquisidor, más emperrado aún, continuó buscando el amparo de los poderes y acudió a Dios, al Rey, al Capitán General, al Obispo, quienes le dieron la razón, sin que los vecinos, apoyados en los alcaldes, cejaran en su resistencia. Y como el que persevera, triunfa; luego de más de veinte años de guerra contra curas y demonios, en 1696, el pueblo de Remedios comenzó a renacer de sus cenizas en su lugar de origen de San Juan de los Remedios del Cayo con su cuerpo capitular restituido.

 

Un fuerte sentido de pertenencia, de identidad, sostuvo a estos hombres y mujeres que enfrentaron a todos los poderes (civiles, religiosos, Reales) hace más de trescientos años, en un desafío por mantenerse en el sitio donde nacieron y desarrollaron sus vidas. Ellos escribieron una página memorable. En su trama están presentes elementos diversos de tragedia, comedia, magia (blanca y negra), brujería, con tintes del absurdo, del grotesco; de manera que por momentos parece una farsa; pero, para quienes la vivieron, fue una epopeya. 

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