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HISTORIA Y CULTURA

CHE, TRAS LAS HUELLAS DE UN POETA

CHE, TRAS LAS HUELLAS DE UN POETA

Por Luis Pérez de Castro

 

El hombre sobrevive a las maquinas, a las antiguas edades históricas, a los espacios dominados por la ingravidez y el silencio. El hombre sobrevive a su propio hecho en sí, y lo hace gracias a su voluntad de asumir la existencia con pasión, en hacer de lo cotidiano una fuente de curiosidad y descubrimiento, apoyado en una voluntad creadora original, lejos de todo dogmatismo. A este pedazo de historia, ajeno al peligro que constantemente lo acechaba, en defensa de una ética y una conciencia lúcida, pertenece Ernesto (Che) Guevara de la Serna, no el guerrillero, no el político comprometido con su causa, solo el poeta que, sin conocer los rudimentos del oficio, fue capaz de ejercitar un verso y una prosa en ocasiones incisiva, otras diáfana, estremecedora.

Si rastreamos, aunque sea someramente, en la poesía cubana, encontraremos las huellas de este poeta de rotunda afirmación humanista.

Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.

(Carta de despedida a sus padres)

En sus versos hay paz, inclinación a la fe, no a la impostada, si a la satisfacción de los desesperados, de los que necesitan esa fuerza emocional que solo es capaz de trasmitir la poesía. En toda su obra se percibe el instante, la realización y la frecuencia de imágenes en movimiento, transgresoras de la realidad.

Vámonos,

ardiente profeta de la aurora,

por recónditos senderos inalámbricos

a liberar el verde caimán que tanto amas.

Aquí, En canto a Fidel, (Poema escrito en la cárcel de Miguel Schultz 1956, 7 de julio, día del juramento), da constancia de una sensación exacta, de una justicia sobreponiéndose desde el fondo claro oscuro de su propia naturaleza, para al final, como en un tirón, gritarnos a viva voz:

 

Pero, si en nuestro camino se interpone el hierro,

pedimos un sudario de cubanas lágrimas

para que cubran los guerrilleros huesos

durante el tránsito a la historia americana.

Nada más.

También es fácil encontrar las alucinaciones, el fluir desgarrado de un hombre que, sin abandonar el doloroso paralelismo poesía/deber, define la posición de su carácter en forma crítica, pero en nada distante del lenguaje poético:

Me acuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia, de cuando me propusiste venir, de toda la atención de los preparativos...

A veces todo parece fluir de un sinsentido que de momento irrumpe en razón desgarradora, aplastante, como quien presiente la desolación de la muerte y no le teme, abriéndole el pensamiento en pos de una certeza; el deber.

Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti.

(Carta de despedida a Fidel)

Es un hecho el comportamiento moral del Che ante la poesía y la cultura en general. Su obra, dispersa aún, duplica su propio universo, lo reitera estéticamente, lo formaliza a través del verso libre y la prosa poética. Lenguaje y visión andan al encuentro de una estabilidad emotiva, solo encontrada en el desahogo de una expresión lírica/dramática con sus hijos:

Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro ha sido leal a sus convicciones... Crezcan como buenos revolucionarios... Hasta la victoria siempre, hijitos, espero verlos todavía...

(Carta de despedida a sus hijos)

La reflexión es una constante que funciona en todo su discurso, la inteligencia como mediación ante el acontecer histórico, como contragolpe al silencio a que la historia obliga (a veces) al lenguaje, como ocupación mítico del hombre ante su propia inquietud.

Son múltiples los ejemplos para evitar la postergación de la obra poética, narrativa y de pensamiento del Che: Epistolarios, poemas, discursos y otros.

MISTERIOS EN 2 ESCULTURAS HISTÓRICAS

MISTERIOS EN 2 ESCULTURAS HISTÓRICAS

 Luis Machado Ordetx

Curioso. De lecturas de periódicos antiguos apreciamos informaciones que, al parecer, evidencian dislates. Son archivos que verifican asuntos de Historia y Arquitectura. Las disciplinas van juntas a la hora del recuento de una edificación y su entorno.

Santa Clara, que conozca, tiene dos significativos Monumentos a las Madres, ubicados en instalaciones que guardan relación: sus históricos hospitales maternos. El único que ahora funciona y que arrancó con el nombre de Clínica de Maternidad Obrera de Las Villas, muestra una escultura hacia el lado oeste que, de tantas capas de pintura, perdió la inscripción del artista.

A gritos solicitan en el actual Hospital Universitario Gineco-Obstétrico Mariana Grajales, que intervengan restauradores para no perder la valiosa pieza en piedra fundida en un centro que se inauguró el sábado 23 de mayo de 1959, primero construido por la Revolución en el territorio central. Habrá que investigar. La escultura A mamá en su parte trasera dice en tarja de mármol «13 de mayo de 1949». ¿De dónde vino y quién la hizo? Son incógnitas.

Preocupaciones mayores están ajustadas al Monumento a las Madres, ese que aparece solariego en lo que antes fue Hospital de Maternidad e Infancia, justo aledaño a la Carretera a Camajuaní. La escultura, original de Loyda Ramírez de López, profesora de la Escuela de Artes Plásticas Leopoldo Romañach de Las Villas, sustituyó el vacío que dejó un tiempo atrás otra pieza.

Antes allí estuvo la modesta estatua dedicada al coronel del Ejército Libertador Gerardo Machado Castellón, colocada en el Hospital de Maternidad e Infancia Lutgarda Morales, inaugurado en diciembre de 1929. ¿A dónde habrá ido a parar la pieza hecha por Raimundo Ferrer? Otro misterio en nuestra ciudad.

Una investigación aparecida en la revista Islas, publicación de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV), trae un presunto absurdo.

El número 51(161): 96-106, recoge un artículo nombrado “Noble premier de la maternidad santaclareña en vísperas de sus ocho décadas”, y  declara que la escultura de Loyda Luz Ramírez de López se colocó allí «aproximadamente dos décadas después […];  aunque de mármol blanco, representa la figura de una mujer con un niño en brazos. Desde 1952 hasta la fecha la placa que la acompaña presenta una inscripción que dice: “Las madres son amor, no razón,  /son sensibilidad exquisita y /dolor inconsolable. /1952-59”».

Después los estudiosos advierten que «En esta estatua se palpan huellas de balas ocasionadas durante la acción de toma y descarrilamiento del Tren Blindado en diciembre de 1958». ¿Cómo es eso? Inadmisible.

Otro estudio salido de la UCLV, y titulado «La rehabilitación de un edificio Academia de Danza. Antiguo Hospital Lutgarda Morales de Machado de Maternidad e infancia, de Santa Clara»  (2006), vuelve sobre idéntico dislate.

¡No!, los orificios que tiene la escultura no son obra de disparos, y mucho menos estragos de la Batalla de Santa Clara. En esa fecha, finales de diciembre de 1958, la pieza no estaba en el lugar. El desmentido lo ofrece El Villareño del martes 5 de mayo del siguiente año. Una información añade: «Inauguran el domingo 10 el Monumento a las Madres». ¿Cómo decir que unos cinco meses antes allí tenían instalada la estatua?

Más datos. El rotativo traslada otra confirmación, aunque tiene una errata en relación con la nota anterior, al señalar el día: «Inaugurado el domingo 9 el Monumento a las Madres», en texto del martes 12 de mayo. ¿Dónde está la confusión de los investigadores universitarios? Ah, pues en el rótulo de la tarja de bronce que colocó el Club de Leones (1952-1959), y el primer año se refiere a la convocatoria del concurso escultórico y la última fecha al emplazamiento.

Por cierto, cuando se descorrió el velo que cubría el monumento, Gabriel Medina García, el único orador de la ocasión, a nombre del Club de Leones, lanzó una refriega contra la «indiferencia del pueblo y especialmente de las instituciones […] que en actos como ese brilló por su ausencia». Tal vez sea no por el significado de la instalación asistencia   —que en breve entraría en un período de reparación— y tampoco por la originalidad de la escultura. Todo vino, se supone, hacia la apatía por una institución, los “leonísticos”, que representaba a lo más rancio de la burguesía en la localidad.

 

SIGNOS SIN FRONTERAS

SIGNOS SIN FRONTERAS

Por Luis Machado Ordetx

En Libreta de pasajero Feijóo plasmó una definición paradigmática: «Trabajo, como una oscura raíz, para que arriba haya una flor», como gesto «invisible», subrayó. Tal vez vaticinaba entonces un lustro después, en 1969, lo que fue su abarcador espíritu creacional: la revista Signos, desde Santa Clara, representó núcleo y vuelo sin fronteras entre campos y ciudades, o latitudes y estéticas inmersas en el compromiso social.

Constituyó la señal, como apostilló en la publicación, para ubicarse «en la expresión de los pueblos», un lema propio que  goza de la concurrencia entre texto-gráfica, una característica única en su hallazgo por lo folklórico y lo natural.

Al revisar del número de enero-junio de 1984,  hay sintéticas definiciones. Samuel Feijóo Rodríguez en ese año cumple siete décadas de existencia. Tiene celebraciones, al contagio guajiro e irreverente. Los periodistas lo «asaltan» con entrevistas que juegan a interrogantes-respuestas. Es un modo elemental, desde la escritura, para penetrar en la psicología, actuación y devenir del ser y sus acontecimientos. Allí el folklorista lo dice: «preguntas cacareantes y respuestas despezuñantes» que abordan las facetas del humor, la cultura, la filosofía, el lenguaje, el método de investigación, la revista, la literatura, la lengua, la música y…

En el apartado de la «Entrevista Gráfica» aparece un dibujo,  una ilustración despampanante, que recoge un aliento: «¿Qué significa SIGNOS para Feijóo?, lo que el cabayo (sic) para la montura», añade. Es el ajuste, o la medida para enaltecer lo salvaje, y lo «espantoso-inocente» del genio popular impuesto en una publicación de «bella originalidad», así dijo.

En el recuerdo del surgimiento de Signos, en aquel primer número que salió en noviembre con ilustración en portada de Lam, el «Caminante monstruoso», como se autodefinió Feijóo, indicó a Aldo Isidrón del Valle que hacía, como en Islas, labores de «Formatista, Director, Corrector de Pruebas, Fotógrafo, Diseñador y etcétera. Solo dos personas trabajan en ella: la mecanógrafa y este obrero variado que soy». Una rara empleomanía para un proyecto gigantesco. En ocasiones contó con el concurso anónimo de Ramón Barreras Morgado, quien desde Vanguardia convertía las viñetas, las ilustraciones y los dibujos a línea, en cliché o grabados listos para engalanar las páginas. Antes y después siempre surgió el ingenio individual.

Ahí está parte de la trascendencia de Signos en el recreo de la gráfica: dibujos, caricaturas, collage diverso, fotografías, tiras cómicas y anuncios sorprendentes que rastrean en la historia cubana y universal. 

La revista, con la conducción de Feijóo entre 1969-1985, y otros continuadores en la dirección y colaboración, mantiene, al paso de medio siglo, el legado fundador.  Estudios teóricos la sustentan: desde los elaborados por Virgilio López Lemus, o Silvia Padrón Jomet, por citar algunas, hasta testimonios, como el recogido por Alexis Manuel García Artiles a la secretaria del folklorista.

De todas las facetas de Samuel, incluyendo su poesía, narrativa, o de aportes al conocimiento de la lengua, aparecidos en Signos, en aquella primera época, persiste una deuda incontenible. Es el estudio de su periodismo, y la manera de penetrar con maestros reportajes, de atrevimiento incorruptible, en los problemas rurales y urbanos en la Cuba de la primera mitad del siglo pasado. En Bohemia están, y solo faltan las miradas a «Guagüero de campo», «Clausura de la Universidad Central», «La guayabera y el Cucalambé», «La Nochebuena guajira», «Curanderismo asesino», y hasta el referido a las cámaras de tortura en Santa Clara, para comprender la hidalguía de sus facturas. Son textos publicados en los años 50. Todos tienen una impronta, y un gusto por la fotografía como prueba y testigo.

A los pasos y las sendas que trazó Feijóo va ahora Signos, como torrente incontenible de actualidad, en la observancia, no ya unipersonal al estilo precedente, pero con un idéntico enunciado de cultura popular.

VILLAREÑOS DEL SIGLO 20 EN LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA

VILLAREÑOS DEL SIGLO 20 EN LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA

Itinerario de la presencia de villareños en la primera magistratura del país durante el pasado siglo.

Por Luis Machado Ordetx

 De José Miguel, el primer mambí villareño que ascendió a la presidencia de la República, hay profundas historias oscuras durante su actuación política. En el Diario de Campaña, después de la toma del poblado espirituano El Jíbaro, allá en julio de 1898, anotó que estaban «equivocados e indiferentes» los radicados en el país, cubanos o extranjeros, que no apoyaran la intervención militar norteamericana.

 Fue el sueño inicial por  la «ayuda» de esas tropas para derrotar el colonialismo español. No obstante, el jefe insurrecto de tres guerras de independencia, obligó a un soldado aliado que reverenciara primero nuestra bandera, y no al estandarte extranjero, de muchas estrellas, como pretendió hacer después de tomar un fuerte enemigo.

 El real ideal de amistad norteamericana no fue advertido por José Miguel Gómez, y durante el segundo gobierno republicano (1909-1913), otra representó su posición.

 El general John R. Brooke, primer jefe de la ocupación militar del ejército estadounidense, lo nombró el 4 de marzo de 1899, gobernador civil de Las Villas. Entonces comenzó su vida de político y trató de reconstruir la riqueza económica y educacional de la provincia de Santa Clara, devastada antes por la guerra.

 Al igual que otros gobernantes olvidó la prédica de José Enrique Varona: «Dicen que los golpes nos enseñan. Hay quien se rompe las narices contra un guardacantón, y todavía no sabes que los guardacantones son duros», pues las ambiciones personales los alejaban de las ideas patrióticas por las que habían luchado.

Con el apoyo de acaudalados villareños, del arraigo popular, principalmente de negros y mulatos —a los que ignoró ya como presidente constitucional y los masacró en diferentes regiones cubanas—, se lanzó a la reelección de la candidatura provincial sin que entonces no surgieran atropellos contra los contrarios políticos. Een 1905 renunció como gobernador para pensar en la conducción de los destinos del país.

 Equivocado estaba el general de tres guerras, el caudillo independentista, al decir a  La Lucha, el rotativo habanero que la Enmienda Platt «no entraña peligro alguno ni merma nuestras libertades, pues tiende únicamente a que Cuba sea un país de orden, que sus gobiernos tengan estabilidad». Fue el pensamiento conservador, y hasta antianexionista en un principio, de muchos que, de pensamientos fatalistas, no advirtieron los efectos negativos que estaban por aparecer.

 Desde mayo de 1903 comenzó a regir el tratado permanente, y en su esencia recogía el espíritu de la Enmienda Platt, como apéndice constitucional, y luego vino el convenio de arrendamiento para estaciones navales en Guantánamo y Banía Honda, sin llegar a una definir la última. La primera, todavía permanece ilegalmente ocupada.

 Después cambiaría la historia. Una nueva mentalidad se apoderó de José Miguel Gómez al renunciar a la gobernación provincial y viajar a los Estados Unidos, y hasta solicitar en su aparente desespero otra ocupación militar que llegaría en 1906 para «desangrar al país» con una interpretación acabada de los preceptos de Platt.

 Los liberales llevan en septiembre de 1908 a Jose Miguel, «tiburón» entre sus correligionarios, a la presidencia cubana. En enero del siguiente año comienza el segundo gobierno constitucional. A partir de ahí la industria norteamericana aseguró el mercado nacional y la dependencia económica.

 En 1913 cesó un gobierno que, a pesar de las obras públicas efectuadas en diferentes regiones del país, o imponer el camino de la instrucción pública como indicador del mejoramiento humano, tiene el estigma de «ahogar» en sangre, un año antes, al levantamiento armado de los Independientes de Color.

 Unos meses después de aquel suceso el diario La Prensa, en La Habana, acusaba al presidente villareño de autorizar a Nipe Bay Company la importación de 3000 trabajadores antillanos destinados a faenas agrícolas del central Preston, en Oriente, flagrante violación de las disposiciones vigentes de inmigración.

 Por esa fecha Carlos de Velasco, desde la revista nacionalista Cuba Contemporánea, al cierre del mandato presidencial del “Tiburón cubano”, declaró que los «partidos políticos, especialmente el titulado Liberal, en estos últimos años ha halagado a las masas   con promesas irrealizables, han cultivado sus pasiones más bajas, han contaminado a los no prostituidos, han excitado sus apetitos más innobles, para obtener de ellos el voto; y con ellos han promiscuado en las más groseras manifestaciones de incultura social y política».

 Sin embargo, el Mayor General que jamás perdió una batalla contra las fuerzas españolas,  Protagonizó su última bravuconería en febrero de 1917 durante la «guerrita de La Chambelona», cuando Zayas no arrasó en las elecciones, y García Menocal sacó una cierta «ligera» ventaja. Alegaron fraudes, era evidente. En el segundo mes de año irían otra vez a los comicios.

 José Miguel, al frente del directorio de liberales, tuvo su última osadía: protagonizar una insurrección, sin obviar, por supuesto, el deseoso procedimiento de “escalar” la dirección del país por la fuerza y anular los comicios, o propiciar otra intervención norteamericana.

 José Miguel fue de Batabanó a Júcaro, al sur de Camagüey, un territorio conocido, y avivó la conspiración-alzamiento liberal de sus correligionarios en zonas de Las Villas y Oriente. Fallaron las artimañas de desobediencia militar en Pinar del Rio y las fortalezas habaneras, así como el intento de apresar a García Menocal.  También se malogró el alzamiento de Santa Clara al mando del entonces del general de brigada Gerardo Machado Morales. En localidades de Oriente, Sancti Spíritus y Camagüey los sediciosos tuvieron más fortuna, pero…

 Una declaración de Estados Unidos, donde se expuso «clara y definitivamente su posición con respecto al reconocimiento de Gobiernos que han llegado al poder a través de revoluciones y otros métodos ilegales», obligó a deponer las armas en tanto José Miguel Gómez pretendió hacerse fuerte en predios espirituanos. Todo quedó en pretensiones, y a principios de marzo fue detenido en Caicaje, en Placetas, próximo a su territorio de origen.

 García Menocal, sus fuerzas militares, y las alertas de invasión norteamericana, amedrentaron a los conminados. El 20 de mayo del fatídico año de 1917, otra vez ese presidente  juró “lealtad” a la república en su segundo mandato y se erigió en el hombre fuerte y del momento cuando reorganizó los cuerpos militares del país, ahora en un solo mando, y  nuevo beneplácito de Gobierno.

                                      ANTINOMIAS DEL GENERAL

 El primer monumento para perpetuar a José Miguel Gómez se gestó en Santa Clara, a escasos cuatro años de fallecido en 1921 Nueva York. El lugar escogido pertenecía a los antiguos terrenos del Cuartel Tarragona, cercano al edificio de la Audiencia  provincial. El italiano Gino de Micheli dirigió el proyecto de escultura, y el 30 de diciembre de 1928 quedó inaugurado con la asistencia de Gerardo Machado Morales, presidente de la República.

 Era el segundo gobernante villareño en ascender en 1925 a la dirección de los destinos nacionales. Hay cierta ironía en el suceso al que acudió Machado Morales a la capital provincial. Después  del alzamiento de La Chambelona, allá en febrero de 1917, muchas razones arguyeron los liberales para explicar la derrota, incluida la posible intervención norteamericana. Desde Calabazar, en La Habana, José Miguel escribió el 20 de diciembre de ese año a Machado, según documento expuesto por el historiador Rolando Rodríguez:

 «Pero… Caramba Gerardo (…), a ti esta felicitación (…), tengo por responsable del fracaso de la causa, y en consecuencia, de mi prisión, por no cumplir tu compromiso de ponerte al frente de nuestras Villas (…) Recibe ahora mi enhorabuena por tu magna idea de dividir a mis devotos con la creación del partido Unionista, del que seguro formarán parte principal los tímidos, desleales y traidores al liberalismo».

 Después de releer el contenido de la misiva, entre uno y otro mambí villareño, tal vez desaparecieron los puntos de convergencia y diálogo. No obstante, durante la Guerra Necesaria en el centro del país, y después de instaurada la República, entre ambos existió una afinidad muy cercana en las huestes del Ejército y el Partido Liberal.

 Habría que radicar una excepción cuando el General Machado tomó la decisión de inaugurar el monumento, situado en un prominente lugar, y renunciar de inmediato, según reportes del diario La  Publicidad, de Santa Clara, a la creación de una estatua a su figura, y que nombraran al antiguo pueblo de Manajanabo, en las cercanías, como “Los Machado”, de acuerdo con propuesta de los correligionarios.

De Machado Morales, ¿cuánto no se habrá escrito en la Historia de Cuba desde que el 15 de junio  de 1895 cuando tomó el camino a la manigua insurrecta en Camajuaní?, según reseña José García del Barco.

 A la presidencia de la República ascendió Machado Morales el 20 de mayo de 1925 en medio de una profunda crisis estructural del país, y un programa político en el cual primó el cooperativismo para impedir los brotes oposicionistas a partir de una aparente estabilidad nacional entre reformas y represión social.

 Enrique José Varona, ya entonces anunció que «Cuba está enferma. Todos los pueblos lo están. Lo importante es diagnosticar su enfermedad y aplicarle el remedio (…), si lo sabemos». Fue la advertencia a una gestación revolucionaria que surgió con los jóvenes, las organizaciones juveniles y obreras y el enfrentamiento a la represión frente al movimiento popular que se afianzaba en el país.

 En 1927, desde la silla presidencial anunció el intento de prorrogar su mandato, y las repulsas ante los desmanes se incrementaron con actuaciones  obreras y estudiantiles de proyección antimperialista y latinoamericanista en un contexto que, desde décadas anteriores con la revista Cuba Contemporánea, fortaleció el rescate del pensamiento humanista, emancipador y revolucionario de José Martí, el Apóstol.

 Después de 1930, en ascenso, el régimen comenzó a tambalearse por el empuje de políticos tradicionales, los sectores radicales del estudiantado, los obreros y campesinos, así como el movimiento feminista y revolucionario comunista.

 Era cierto el fundamento del historiador Ramiro Guerra, cuando años antes, en su artículo  «De Monroe a Platt», afirmó que «muy menguados serían los cubanos y muy indignos de la libertad, si para velar por el bienestar, la paz y el desarrollo material y moral de su país, necesitasen, en lo interior, la tutela y la admonición extranjera». La situación se puso tan grave que Machado cuando arrancó la «mediación» del embajador norteamericano con el gobierno y la oposición, ideó colocar los «pies en polvorosa» y marchó al exilio.

 Aquí quedaron, y tal vez jamás lo olvidaría, reliquias constructivas levantadas en diferentes períodos de su mandato, las secuelas del oleaje de terror, el suelo patrio por el cual peleó en la manigua cubana y el panteón familiar que aún se conserva con los restos de sus progenitores, Elvira y Gerardo, en la necrópolis de Santa Clara.

                                        LOS EFÍMEROS

 Alberto Herrera Franch, de San Antonio de las Vueltas, también villareño, ocupó de manera provisional la presidencia de la República por solo 24 horas luego del derrocamiento de Machado, aquel 12 de agosto de 1933. En la Guerra de Independencia estuvo bajo las órdenes de Juan Bruno Zayas, desde su alzamiento en Vega Alta, y también del “Guapetón” Leoncio Vidal Caro.

 Concluyó la contienda con los grados de teniente coronel hasta que en la República, destacado en varias misiones, ocupó el grado transitorio de mayor general, y fue secretario de Guerra y Marina y de Estado (interino) en los tres últimos meses del gobierno de Machado, quien por una trapisonda política no liberó a Herrera Franch de su cargo, y se convirtió en Presidente en funciones por escasas horas hasta que dimitió para dar paso al gobierno de Carlos Manuel de Céspedes y Quesada.

 El coronel del Ejército Libertador Carlos Mendieta Montefur, murió en La Habana en 1960, y aunque en muchas biografías insisten que nació en el ingenio azucarero “La Matilde”, atribuido al antiguo municipio de San Antonio de las Vueltas, en realidad, por la proximidad del lugar,   el hecho prorrumpió en Camajuaní.

 De enero de 1934 a diciembre de 1935 fue presidente provisional de la República, y al menos cabe el mérito que durante su mandato se abolió la Enmienda Platt, el bochornoso desmembramiento de la Doctrina Monroe, aquel sentimiento poco amistoso de los gobiernos norteamericanos hacia la isla caribeña.

 Junto a José Miguel Gómez hizo carrera política en la provincia de Santa Clara, y logró culminar la carrera de Medicina aunque jamás,  afirman algunos historiadores, ejerció la profesión. Durante la «guerrita de febrero del 17» se alzó en armas, y fue detenido en Caicaje, Placetas, en el grupo que dirigía su jefe Gómez. Sin ser periodista dirigió el rotativo habanero Heraldo de Cuba, y hasta firmó, según los créditos, algunos artículos aparecidos  en La Publicidad, de Santa Clara, durante la segunda década de siglo cuando Roberto Méndez Peñate, su amigo de armas mambisas, figuró de gobernador provincial. 

 El gobierno provisional en el cual intervino Mendieta, el ¿voltense-camajuanense?, estuvo integrado, en principio por Carlos Hevia y Manuel Márquez Sterling. Ya entonces el coronel Fulgencio Batista Zaldívar era un «hombre fuerte» en los destinos de la política cubana. Después surgió, del 18 de enero de 1934 hasta el 10 de diciembre de 1935, el Gobierno de Concertación Nacional: Mendieta-Caffery-Batista, de carácter ultraderechista.

 El hijo de José Miguel, llamado Miguel Mariano, espirituano además, aprendió del corolario político entre liberales y conservadores, y a diferencia del progenitor, siempre optó por un espíritu civilista a prueba de anticorrupción administrativa. Solo siete meses duró su mandato presidencial (mayo-diciembre de 1936), y en su ascenso contó con el voto popular, primero en alcanzarlo, después de la caída de Machado.

El Congreso de la República, por maniobras políticas y de presión oculta de Batista, lo destituyó del cargo, y su lugar lo ocupó el remediano Federico Laredo Brú, entonces vicepresidente del país.

En los dos días iniciales de enero de 1959, con la estampida de Batista y mientras fuerzas invasoras del Che y Camilo avanzaban hacia La Habana, Anselmo Alliegro y Milá, descendiente de progenitor italiano, y nacido en Yaguajay, en las cercanías de Caibarién, ocupó el mandato de la República en su condición de vicepresidente. El entonces senador después renunció con la llegada al poder de la Revolución.

 A la presidencia, entonces, la consiguió Manuel Urrutia Lleo, también natural de Yaguajay, quien declinó en su cargo el 17 de julio de 1959. Días después asumió la Presidencia el cienfueguero Osvaldo Dorticós Torrado, quien no tendría un carácter efímero en la dirección de Gobierno y establecería junto a Fidel y el pueblo la ruta de las transformaciones iniciales del carácter socialista de la Revolución. Permanecería en su misión oficial hasta 1976, fecha en la cual entró en vigor una nueva formulación de la Constitución cubana.

                                     EL ÚLTIMO MAMBÍ

 Dos sombras rondaron al coronel remediano Federico Laredo Brú, Presidente de la República y último de los mambises en ocupar ese cargo, cuando desde diciembre de 1936 y hasta 1940 se desempeñó en la primera magistratura.

El coronel de la Guerra Necesaria, catalogado de reformista social en su período de mando, tuvo a Batista, su sucesor, como guía tutelar.

 Durante su mandato fue el hombre que llevó adelante los preparativos para firmar una nueva Constitución republicana, al decir de investigadores, la más democrática y avanzada de su tiempo. Sin embargo, la historia le achaca a Laredo Brú el rechazo de atraco en puerto habanero del trasatlántico de Hamburgo-Saint Louis, con más de 900 pasajeros hebreos. Huyeron de  Alemania fascista, y llegaron a Cuba a finales de mayo de 1939, un hecho insólito que originó comentarios de todo tipo y, en última instancia, reiteró las presiones norteamericanas sobre los gobernantes isleños.

 En Noticias de Hoy, del martes 30 de mayo de ese año, un titular reiteró: «Hay que depurar responsabilidades en el “Affaire” de los pasajeros hebreos embarcados para Cuba». Un sumario especificó: «Se afirma que el pasaje del San Luis ha producido una utilidad ilegal de más de cien mil pesos». Después resaltan: ¿Por qué el San Luis se lanzó en una carrera loca a través del océano quemando petróleo sin tasa? ¿Por qué forzó al pasaje a comprar boleta de ida y vuelta? Ya salieron el “Orduña” y el “Faldre”, llevándose el pasaje que trajeron de Alemania y que venía destinado a nuestro país».

 El cuerpo de la información del diario de los comunistas cubanos destacó: «Conociendo el interés que ha despertado en nuestro pueblo la situación de los perseguidos políticos llegados en estos días al puerto de la Habana, nos trasladamos a bordo del vapor Orduña, en donde podemos captar escenas de un patetismo impresionante, familias enteras presas de desesperación al encontrarse de pronto de la terrible realidad de tener que regresar a la Alemania nazi, de la cual se veían ya libres.  Más de sesenta pasajeros hebreos que habían cumplido todos los requisitos legales que se les exigieron, eran ahora rechazados por las autoridades de inmigración (…) Los hebreos (…) no alcanzaban a comprender que continuasen fuera de Alemania, en una tierra libre, las mismas condiciones de engaño y violencia que les hizo imposible la permanencia en su país…»

 Ese constituye uno de los hechos más oscuros del cabildeo gubernamental cubano, y evidenció que, a pesar del ambiente restaurador de democracia y de lucha antifascista, Laredo Bru pasó a la historia en un ambiente gris bajo el manto tutelar que ejercían los militares y las presiones norteamericanas en las vísperas de elecciones nacionales.

 De los pasajeros del St. Louis que pudieron desembarcar en Cuba, precisó la prensa de la época, apenas rebasó el medio centenar y fueron confinados al penal de Isla de Pinos, donde abonaron unos 500 pesos per cápita por la aparente «hospitalidad» cubana.

 Laredo Brú, el mambí que ingresó en la Brigada de Remedios, allá en 1897 bajo las órdenes del General José González Planas, durante el gobierno de Batista (1940-1944) ocupó la cartera de ministro de Justicia, y murió dos años después con un pasado que  siempre lo condenará en la historia al negar refugio a los judíos que arribaron a la Habana para asegurar un espíritu de libertad.

 Los villareños Presidentes de la República, excepto el cienfueguero Osvaldo Dorticós Torrado, pudo desentenderse del principio que esgrimió Roig de Leuchsenring, cuando en 1927 argumentó que «no debemos temer a las  asechanzas extranjeras, y podemos orientar nuestra línea de conducta en lo que se refiere a las relaciones con los Estados unidos, en el mismo sentido que cualquier otro pueblo grande y fuerte, sin necesidad de darles internacionalmente trato privilegiado y superior al que guardemos con los demás países y sin que tengamos tampoco que rendirle vasallaje ni pleitesía». Es otra la realidad que hoy pertenece al país.

 

PINTORES SIN DETALLES

PINTORES SIN DETALLES

El espacio público, principalmente en parques de ciudades cubanas, reclama mayor respeto en el cuidado y atención en las esculturas que allí se exhiben.

Por Luis Machado Ordetx

En muchos parques y espacios públicos cubanos prolifera ahora la uniformidad. El hecho, como trasciende en muchos sitios villaclareños, tiende a la búsqueda del mal gusto, a la fealdad, como «belleza» interpretada en funcionalidad y estética. Ejemplos sobran.

A veces pienso en el rejuvenecimiento de émulos de Andy Warhol, el hombre que transformó el arte en negocio, y acuñó que «la razón por la cual estoy pintando de esta manera, es que quiero ser una máquina». Así ocurre cuando no se intenta crear algo nuevo, original y perdurable y se siguen dictados de publicidad y hasta cierto punto de «oficio» sustentado en cambios.

Todo abunda, desde rejas hacia lo vertical e inabarcable, o bancos y cestos para la basura, con identidades similares, hasta pintores de brocha gorda que ignoran la idiosincrasia específica de un lugar determinado, y no van al detalle.

Días atrás unos niños, con la mano en la boca, colocaron el dedo en la llaga cuando en Santa Clara apreciaron los bocetos de un mural en una pared y no se distinguían en planos de inocencias en lo que allí se pretende representar.

La «mentira artística», o la vuelta al Kitsch, retoma la comunicación con las audiencias. En nuestras ciudades abundan murales, y bellas esculturas que, en ocasiones, son desprotegidas y hacia ahí debemos tender nuestra vista más definida. Esas «joyas», por lo que definen en espacios públicos, son adulteradas.

Nada queda reñido con una época y las condicionantes socio-culturales que las tipifican, pero persiste una ausencia de medida e imposición de efectos en los valores del arte. Un tiempo atrás hubo una repulsa porque el monumento «A las Madres», en Zulueta, de la autoría Gabriel Roberto Estopiñán Vera, la revistieron con lechadas de cal. No importó entonces que constituyera una de las escasas esculturas que de ese artista existiera en el país,

Dicen amigos que la pieza, colocada allí durante el primer lustro de la quinta década del pasado siglo, ya no era igual en mensaje y belleza a los orígenes. Pensaron los autores, sin estudios previos de significación o trascendencia, que el «blanco» con sus atributos, resaltaría a la vistosa escultura. No pasó mucho tiempo del hecho cuando niños, animados por familiares y con asesoría artística, invadieron el parque y tomaron por «asalto» el monumento para restituirle los valores  autóctonos.

Fue un acto contra la «novedad» y la imposición. Similar ocurrió con el exclusivo «Cangrejo» de Gelabert, en Caibarién, cuando en los años finales del siglo anterior lo «pintaron» con un afán desmedido para legarle atractivo. Menos mal que hubo a tiempo un coto.

De esa localidad aparecen ahora dos momentos con iguales códigos, como estímulos para muchas interpretaciones. Uno está relacionado con la escultura «Madre Mía», conocido además como «Monumento a las Madres», original de Carlos de la Era. Fue inaugurado en mayo de 1953 para perpetuar una capacidad amatoria sin límites.   Otro caso análogo está en el sencillo busto sobre un pedestal que recuerda a Nicolás Díaz       —con Z y no S como dice la tarja—, último mambí villareño, quien murió el martes 12 de diciembre de 1989, y su memoria se perpetúa en las intercepciones de las calles Céspedes y Zayas.

El insurrecto, alistado desde niño en la Brigada de Remedios bajos las órdenes de los Mayores Generales José González Planas y Francisco Carrillo  Morales, era de piel negra, de ébano puro. Entonces, ¿por qué embadurnar el busto de blanca pintura cuando en realidad jamás fue idea o concepción del artista, y mucho menos representa la identidad verdadera de ese hombre recordado allí? Los que llevaron adelante el trabajo tienen directivos con encargos estatales, pero desconocen las raíces y las historias de cuánto albergan los espacios públicos. Lo peor, como acontece en otras municipalidades, nadie lo ataja a tiempo para frenar esa fuente de mensajes e interpretaciones que, en nombre de la belleza, señorea el mal gusto.

De Caibarién salgo con otro sabor raro luego de contemplar nuevamente la Lira que engalana la cúpula de la Glorieta del parque «La Libertad», desprendida en septiembre pasado con las ráfagas de vientos que dejó el huracán «Irma» en su paso por el territorio costero.

La centenaria Glorieta lleva tiempo en una indefinida restauración. Ojalá que la concluyan pronto. Sin embargo, la Lira otra vez volvió a su lugar, y nadie se percata que está inclinada y no derecha, como es su justo sitio, con lo cual todo se traduce en engañosamente ambiguo cuando emprendemos una acción estética carente del detalle, el equilibrio y la precisión.

 


¡CARAMBA SANTA CLARA!, HAY HECHOS QUE DUELEN

¡CARAMBA SANTA CLARA!, HAY HECHOS QUE DUELEN

Viene a travesía presurosa otro onomástico de la Gloriosa Santa Clara, nombre que apostillaron las familias remedianas que, en diáspora económica, llegaron en tropel a tierra firme del centro cubano. No frecuento con sistematicidad los terrenos de la antesala derecha de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, denominado también Barrio Nuevo.

Por Luis Machado Ordetx

En el lugar está enclavado el monumento y tamarindo que perpetúan la otrora “villa” en  surgimiento después de transcurrir la misa fundacional. Sin embargo, la curiosidad siempre conmina a la emoción para escudriñar en pasajes del pasado.  

Tenemos allí un sitio de veneración. Es un extraño monolito, con columnas enchapadas en mármol gris. Ostenta una forma ascendente en su estructura semicircular. Recuerda a aquellos adelantados-fundadores que el 15 de julio de 1689 decidieron fomentar en Santa Clara una cultura y una historia a contrapelo de los vecinos circundantes.

El proyecto escultórico es de Boabdil Ross Rodríguez, y fue inaugurado en similar fecha, pero de 1952, con el ánimo de perpetuar una continuidad de un pueblo en gestación y en mirada al futuro. Meses hace, dije, que no iba por el lugar. Tamaña sorpresa porque tengo a Santa Clara en calidad de ciudad en adopción.

 

Apenas restan días para conmemorar el aniversario 328 de la gestación de la “villa” que, después, con el decurso de años,  se convirtió en vasta jurisdicción agropecuaria deseosa de mantener, luego de litigios frecuentes, una salida al mar. Esa constituye otra historia. No obstante, otra imagen sostengo del defendido emplazamiento: está desfavorecido por el abandono institucional, y por maltratos de moradores.

El asombro viene porque la ciudad está envuelta en cierta trasformación socio económico a partir del auge turístico que se avecina. Enhorabuena. También algunos  espacios públicos son retocados, con una jerarquización  que advierte en diferencia de imagen y detalle. Sin embargo, en muchos términos en los cuales ocurren cambios, siempre hay una pérdida.

¿De las calles?, los adoquines que por vez primera llegaron a Santa Clara para eliminar las vías de Cuba y Maceo, las favorecidas en un inicio, así como los alrededores del Parque Vidal, fueron importados en 1929 desde países europeos. Ahí una distinción no muy común en otras localidades cubanas. Un almacén de esas piedras monolíticas, por la cantidad que quitaron en épocas precedentes, ¿debe existir? en la ciudad, pero no lo creo.

¿Dónde están los eliminados del tramo de Lorda, luego sustituidos por un rústico trazado de hormigón? Eso es agua pasada.  Del vetusto cine-teatro Villaclara, espacio ahora retomado para ampliar lo que será el hotel Florida, nadie sabe el terreno exacto en el cual se conservan las “Tres Gracias”, a imagen y semejanza de las virtudes teologales. La interpretación artística la dio en 1947 Tony López, el escultor, y simbolizaban a Eufósine, la gozosa, Aglia, la resplandeciente  y Thalia, la floreciente.

Tal vez tomaron igual camino que el busto de Martí, inaudita pieza de Mateo Torriente, ya desaparecida. Por fortuna, las complementarias “Cuatro Estaciones”, en ambos lados del Parque Vidal, y ahora incompletas, al menos tienen una debida protección.

Allá en el Carmen, de las columnas que rememoran a las familias remedianas, Monumento Nacional, hurtaron 7 de las 18 chapillas —tarjas pequeñas— con letras en bronce. Las láminas fueron colocadas hace dos años cuando se decidió cambiar las antiguas. El alumbrado público es deficiente y carece de adecuación en muchas de sus farolas.

La histórica bomba de agua del pozo artesiano no funciona, y tiene su brazo roto. Algunas de las rejas que delimitan el césped están rotas. En paredes de la iglesia ciertos graffiteros se las ingenian de artistas del momento y dejan pésimas huellas. Hasta lozas de granito han sustraído  de los asientos.

Por fortuna, en impecable estado de conservación están los bustos a Carmen Gutiérrez Morrillo (1925), la educadora, así como otro de José de la Luz y Caballero (1953), el sabio mentor cubano, y la tarja que evoca el 15 de Julio, Día del Villaclareño Ausente (1953), segmentos que conforman el entorno del parque.

A pesar de eso, hay una falta de cuidado y detalle permanentes hasta en el monumento que inmortaliza al Capitán Roberto (El Vaquerito) Rodríguez Fernández y su caída en combate en diciembre de 1958 durante la batalla histórica por la toma de Santa Clara. Muy pocas veces se izan allí banderas (la Cubana y del 26 de Julio), porque ni sogas o cordeles tienen las dos astas colocadas en el lugar a partir del diseño que dejó José Delarra al inaugurar en 1989 la pieza escultórica. Son hechos inauditos.

En enero pasado Graziella Pogolotti, como una iluminada, puntualizó  en aspectos medulares de los valores patrimoniales. Tiene toda la razón. Remarcó en el «modo de contrarrestar los efectos de las tendencias depredadoras y de comprometer a todos en el respeto al bien público». También insistió en la preservación del entorno urbano heredado, y el surgido después.

Llevar a estudiantes a esos escenarios, y embeberlos en amar a la historia, sería excelente. Hacia ese rumbo tiene que ir toda Cuba. No profundicemos en la protección a nuestro patrimonio documental, cada día en peligro inminente de desaparecer por razones obvias que atentan en contra del único placer existente: enriquecer la cultura patria y arraigo nacional. Por eso duelen hechos que se suceden, unos tras otros, en nuestro contexto citadino.

BENNY MORÉ EN UN ROTATIVO CUBANO

BENNY MORÉ EN UN ROTATIVO CUBANO

Vanguardia, un periódico de provincia, en lo que antes de 1976 constituyeron Las Villas (ahora desmembrada entre Villa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus), sirvió de escenario para más de un encuentro de grandes personalidades de la cultura cubana o foránea.

Todos convirtieron la redacción y los talleres gráficos en fuentes de inspiración para el diálogo y el conocimiento artístico-literario, político y filosófico, y social y económico. Nunca percibieron aquellas visitas como sitios de prefrerencias para la bohemia o la publicidad...

Por Luis Machado Ordetx

Una redacción siempre es un hervidero de personas. Unas en silencio, y otras en bullicios. Apenas hay tiempo para percatarse entre los que llegan y van por los respectivos departamentos. Existieron décadas en las cuales periodistas, fotógrafos, y hasta tipógrafos, linotipistas, o de la rotativa, quedaron fundidos en una sola familia.

Teníamos otro gusto por el olor de la letra recién impresa. También por el asombro y el dialogo con el que, unas horas antes, transitó por los pasillos  de la antigua Sociedad Bella Unión, radicada la calle Plácido 4, esquina a Céspedes, en Santa Clara.

El machón —tarjeta de presentación de un periódico—, marcó por mucho tiempo esa dirección para indicar, a pesar de Vanguardia tener entrada anexa por Céspedes 5, que allí se confeccionaban e imprimían los más trascendentes sucesos políticos, económicos, sociales y culturales volcados a la luz pública. Gracias a una vieja rotativa el jueves 9 de agosto de 1962 se hizo la tirada del primer ejemplar.

El decenio inicial de la publicación está marcado por ribetes de oro: dirigentes políticos, escritores, periodistas, humoristas, así como músicos, narradores deportivos, convirtieron la redacción en debate, confraternidad y encuentro de ocasión.

Muchos eran extranjeros que tomaron por “asalto” a la región central. Algunos de esos instantes están recogidos en las páginas, y en su inmensa mayoría las informaciones aparecen carentes de créditos, y sin “hinchar el perro”, frase equivalente a ir a lo exacto, a la síntesis.

Otros materiales impresos van a la grandeza, a la prontitud y objetividad. Llevan las reglamentarias firmas. A esas particularidades hizo referencia Blas Roca Calderío, director del capitalino rotativo  Hoy, quien junto a Arnaldo Milián Castro, secretario general de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) en Las Villas, dialogó con el personal de talleres y redacción de lo que después sería Vanguardia, una forja de periodismo.

Era el 10 de junio de 1962, y el dirigente, en intercambio de puntos de vista con Milián Castro —padre adoptivo y gestor del diario villareño—, precisó que en las cualidades de un periodista destacan su carácter observador, de honestidad y objetividad.

Nadie pondría en duda que esos dirigentes fueron los primeros visitantes que recorrieron nuestros pasillos. El viernes 19 de octubre, Alicia Alonso y  algunos de los integrantes del Ballet de Cuba iban rumbo a la LV-9 para  ofrecer una clase magistral a las torcedoras de esa industria.

En el umbral de la rotativa, en la calle Plácido, bobinas de papel y bultos de periódicos listos para la circulación, llamaron la Prima Ballerina Absoluta, quien se detuvo en el lugar y  dejó palabras de elogios, y tomó en sus manos un ejemplar en obsequio, según la reseña noticiosa. Por desgracia, en el sitio y la hora precisa, no apareció un fotógrafo que captara el instante histórico.

Similar postura, pero hacia el interior del local, tuvo la disertación sobre el “Origen de las especies y la teoría de Darwin”, ofrecida a principios de marzo de 1963 por el antropólogo chileno Alejandro Lipschutz. Hubo por entonces sucesivas actuaciones del declamador Severo Bernal Ruiz, o el trovador Juvenal Quesada, un hombre que cantó como Manuel Corona a la ternura y el universo femenino.

También llegaron a la redacción el director sinfónico ruso Alexander Frolev, o Alexei Fiodorov, ministro de Asistencia Social de Ucrania, y portador de un mensaje de salutación de Alexei Meresiev. De esos momentos existe más de una fotografía para testificar el suceso.

El miércoles 12 de junio de 1963 la redacción se convirtió en sala-sesión de jazz, según los criterios que dejó Robert F. Williams,  líder de los derechos civiles del pueblo norteamericano, quien abordó los afluentes musicales, antropológicos y sociales que confluyen en ese género inigualable que se sumerge en raíces africanas y populares.

A principios de enero de 1964 incursionaron por Vanguardia  los escritores y periodistas búlgaros Buledav Bulleof, Krestof Velef, Antonio Velichco y Atanás Yakimov. Días después irrumpieron en la redacción Nicolás Guillén y Juan Marinello Vidaurreta. Los listados, anécdotas, consejos e historias de aquellos visitantes serían interminables. Sin  embargo, hay dos que marcan un momento definitorio, y de universalidad.

                                            GENIAL CUBANO

En el restaurante La Nueva Cubana, frente al Parque Leoncio Vidal, el cienfueguero Andrés García Suárez divisó a Benny Moré cuando entraba al local junto con algunos integrantes de su Banda Gigante. Con la osadía del periodista vino el saludo y la invitación para una entrevista formal. El escenario lo propiciaba.

El Bárbaro del Ritmo y su Tribu se alojaban en el hotel El Central, una vieja edificación de 1929 ubicada frente al parque Leoncio Vidal, de la capital provincial del centro del país. Era el  martes 18 de diciembre de 1962. Tenían pactados recitales por diferentes municipalidades: 19 Fomento, 21 Guayos, 22 y 23 Placetas, 24 Zaza del Medio, 25 Calabazar de Sagua, 30 Sancti Spíritus, 31 Manicaragua, y Santa Clara, cierre del periplo en el primer día de año. Esos fueron los anuncios de la cartelera.

Hace unos días el octogenario colega contó interioridades del incipiente intercambio de saludos con Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, el Benny:

«— ¿Por qué no me concede ahora la entrevista, dijo García Suárez.

«— ¡Pronto voy al Vanguardia! ¡Espérame allá!

«— Pero, ¿usted sabe dónde está?

«— ¡Sí!, del hotel Santa Clara hacia abajo. Por Céspedes. Sé del lugar. Allí estaré dentro de poco.

El periodista le deseó un buen provecho, y fue rumbo a la redacción pensando que Benny jamás aparecería de inmediato, y en caso de hacerlo sería tarde. En menos de media hora el Sonero Mayor ascendía por las escaleras de la redacción. Venía con Enrique Benítez, el Conde Negro, y preguntó por Andrés, quien «no creía en aquella realidad», según confesó.

Sin embargo, Reynerio Moure Mesa, linotipista y fundador de Vanguardia, presente en el diálogo que sostuvo García Suárez con Benny Moré en el restaurante de La Nueva Cubana, confesó hace poco que el Bárbaro del Ritmo acompañó a los periodistas durante el recorrido por las calles de Santa Clara hasta la llegada al rotativo villareño. De una manera u otra, sin entrar en contradicciones de puntos de vista, lo cierto es que el ídolo de Santa Isabel de las Lajas y de toda Cuba, vino a la recepción del diario y a contar pasajes de la historia musical.

Las imágenes que tomó Jesús Hernández Santana permiten reconstruir el escenario de las 15 preguntas que, en ráfaga, formuló García Suárez.

«— ¡Andrés!; ese sofá de junquillos todavía está aquí. Por supuesto, tu entrevista no es la última que hicieron en vida al fecundo lajero.

«—¡ No lo creo! Lo de la entrevista, sí, hubo otra en La Habana luego de concluir los conciertos villareños. Ahora, lo del mueble lo desconocía luego de tantos años.

«— ¡Sí!, la última entrevista la atribuyen a Santiago Cardosa Arias, quien  fue hasta la vivienda de Benny para invitarlo por el periódico Revolución al Festival Papel y Tinta que celebrarían por esos días. Ocurrió el miércoles 3 de enero de 1963. Ahora viene la sorpresa…

«—¿Cómo?... ¿Qué dices?...

«—¡Sí!: Vanguardia es la última redacción que visitó en cantor de Santa Isabel de las Lajas antes de fallecer el martes 19 de febrero de 1963. De eso puedes tener la más completa seguridad.

«—¡Tremenda noticia! Nosotros siempre pensamos que la entrevista estuvo entre las finales que se hicieron. El Sonero no era dado a concederlas. Bien recuerdo las fotografías de Hernández Santana,  reiterativas en ediciones siguientes, y hasta del fotorreportaje que se publicó del sepelio.

«— ¡Tienes razón! Fue el viernes 22 de febrero. El titular decía: «El sepelio de Moré en Lajas. En Benny Cantaba Cuba», con textos de Juan R. Villavicencio y Sergio Rodríguez, y fotos de José Ramos Pichaco y Antonio (TOM) López Godoy.  El cierre de la entrevista, cuando le preguntas al músico la opinión de los artistas que abandonaban el país, es concluyente.

«—¿Qué dijo? Ha pasado mucho tiempo.

«— La dejo aquí: “Bueno chico, esa es una pregunta difícil. Tu sabes que en esta profesión uno hace muchas amistades. Tiene afectos. Solo puedo decirte que yo sé que esos a veces pensarán: ¿Por qué Benny no se ha ido? Y yo pienso: y ellos, por qué se han ido?”.

Ahí quedó el cierre de la respuesta a la penúltima entrevista con el sensacional sonero cubano.

                                      

CRÓNICAS DEL CARIBE, UNA HISTORIA DE EMOCIÓN

CRÓNICAS DEL CARIBE, UNA HISTORIA DE EMOCIÓN

Por Luis Machado Ordetx

 

Con Crónicas del Caribe (Stella Maris, Barcelona, 2015), Jesús Díaz Loyola saldó una deuda impostergable con el tiempo y la historia de Cuba. A partir de ese instante, y por supuesto de otros que aparezcan en torno a particularidades de la radiodifusión nacional,  determinaremos hasta qué punto y cuáles aportes quedaron desperdigados.

 

Ahora saltan los primeros destellos radiográficos por reconstruir un pasado que aún sigue tangible y devela a un protagonista, un hombre que, carente  de auspicios monetarios de los círculos capitalinos y con esfuerzo individual, facilita adentrarnos en una inobjetable y auténtica verdad.  

 

Siempre hubo una mención oficial y autocrática relacionada con los capítulos que agrupó el investigador Oscar Luis López en La Radio en Cuba (1981), un ensayo en el cual, como dice, «aparecen, como algo inevitable, todos los personajes —y personeros— que hicieron posible su historia». El tiempo y la ausencia de fuentes documentales u orales imposibilitaron un contraste puntual,  y todo quedó como fijación tajante.

 

Una revisión del texto solo incluye ocho menciones al fabuloso mundo que forjó desde 1917 el emigrado-asturiano Manuel Álvarez Álvarez, Manolín, cuando expandió las ondas hertzianas por Caibarién, un territorio de aplatanamiento villareño que, en posición geográfica, proveyó con su economía el surgimiento de emisoras no muy similares a otras existentes en el país.

 

En la reseña de Manolín  (1891-1986), el historiador Luis López indicó que «fue para Caibarién lo que Félix B. Caignet para Santiago de Cuba», hecho que denota una incongruencia historiográfica por los aportes de uno y otro al medio, las facturas de guiones-novelas, o la fundación de plantas radiales. El reconocimiento del escritor radial del oriente cubano tiene distancias, y otras dimensiones. Sin embargo, en Manolín existen especificidades muy resaltadas por las confesiones que acopió Díaz Loyola durante muchos años, y que tiene protegidas en papelerías y cintas magnetofónicas.

 

Resulta aventurero señalar que el 10 de octubre de 1922, con el establecimiento de la PWX, quedó «oficialmente registrado como fecha del nacimiento de la radiodifusión en Cuba», y los editores del libro de Luis López, con su “anuencia”, colocan en cursivas “oficialmente”, tal vez en resquicio hacia descubrimientos mayores. El suceso lo promete la enjundiosa historia-testimonio que recrea Crónicas del Caribe, de Díaz Loyola. 

 

Hasta el presente lo acaecido ese año con las siglas 2LC, y firma de Luis Casas Romero, aflora en rango tácito del surgimiento de las  transmisiones nacionales. Es evidente que, en abril de 1923, ya está legalizada esa planta en el circuito habanero. No obstante, los aportes que observó Díaz Loyola, en declaraciones y fuentes documentales presentadas por Álvarez Álvarez, destierran desde  principios de la década de los años 80 del pasado siglo las formulaciones anteriores.

 

El testimonio  de Manolín, y hasta el cruce de opiniones que sostuvo con Luis López, enriquecen la cultura de una región, la historia y colocan en el sitio exacto la dimensión del asturiano en el ámbito nacional.

 

A Manolín, quien brota en el capítulo que La Radio en Cuba nombró «Forjadores»   —Luis Aragón, Rufino Pazos, Frank H. Jones, Luis Casas Rodríguez (padre), Humberto Giquel, Adolfo Gil Izquierdo, Vicente Morín, Félix B. Caignet y Pablo Medina—, no pudieron escamotearle formar con Lorenzo Martín Álvarez y Feliciano Reinoso Ramos, el  rango de pioneros de la narración deportiva.

 

La modalidad, desde Caibarién y con la égida de Álvarez Álvarez, incluye también al abogado José Gastón de Caturla y el traductor Miguel Balais, o el concursos del periodista Bernardo G. Santamarina. Son artífices que desde 1923 en la 6EV,  y después en la 6LO y CMHD, representan  las descripciones boxísticas y de béisbol que ocurrían en Estados Unidos, y que gracias a los cubanos  eran diseminadas por el área caribeña.

 

Las plantas 6KW y después la CMHC, por las cercanías a Caibarién y pertenecientes al norteamericano H. Jones en el central espirituano de Tuinicú, tienen una remembranza en Crónicas del Caribe, momento que, del testimonio de Álvarez Álvarez,   permitirá a los investigadores abrir otras puertas cerradas por Luis López en aquellos olvidados-padres-fundadores de la radio cubana. 

 

El libro de Díaz Loyola también tributa un reconocimiento al componente femenino de la familia que creó Álvarez Álvarez. Ellas  formaron parte ineludible de las emisoras radiales que organizó en territorios villareños durante su condición de emigrado español en Caibarién.

 

Ese episodio fue olvidado por Luis López. Recientemente Mujeres locutoras en Cuba (Capiro, 2012), escrito por Josefa Bracero, ignora la repercusión, respaldo cultural e intervención ante los micrófonos de Olimpia Casado Mena. La esposa del asturiano desde 1928 ostentaba el título de operadora de radio. La mención toca también a María Josefa Álvarez Álvarez, la primera propietaria de una emisora en América Latina, una de las patrocinadoras de plantas de Caibarién.

 

En Crónicas del Caribe: La fabulosa historia de un asturiano que emigró para fundar la radio en Cuba, se sintetiza un referente investigativo-documental que en sus presentaciones en España, en Caibarién —cuna adoptiva de Manolín—, o en San Juan de los Remedios, como ahora acontecerá en  SIPA at Books and Books, en Miami, afirmarán a los lectores un rastro inigualable que coloca la huella y repercusión de un hecho cultural sin parangón en el contexto insular.

 

                                        LETRA-LETRA-LETRA

 

Muchos años estuvo sumergido Díaz Loyola en la composición de letra-letra-letra que transfirió Manolín en sus inabarcables conversaciones de  anciano dispuesto a dialogar con un joven periodista ávido de puntualizar la verdad que hasta entonces estuvo escindida en la divulgación colectiva.

 

Eran testimonios de primera mano que, en cotejo con papelerías, dieron frutos a reportajes en la prensa impresa cubana. Todo el arsenal documental florece en un libro que debe mucho al periodismo concebido por el escritor. La biografía da pruebas de huellas en el seguimiento de la veracidad de contingencias desprovistas de adulteraciones.

 

El diarismo sirvió a Díaz Loyola para la conseguir las entrevistas-confesiones que, en las postrimerías de la vida, dio Álvarez Álvarez. Sin ese acto conspirativo nada existiría ahora, y ningún aporte cultural tendríamos a término del futuro. Fue aquel instante, y no otro, la hora precisa de conformar y arropar un pedazo de historia y periodismo. También constituyó un acto de humanismo ardiente que facilitó  la conformación de los planos formales y expresivos del discurso, así como de diálogos e inferencia con atisbos irónicos. Razón por la cual hay un servicio social o artístico que favorece las letras a partir de una historia que se cuenta con exactitud y conmoción.

 

A pesar de todo sostengo dos discrepancias. No están sujetas al respeto, cotejo y precisión de los hechos, o los personajes que se  involucran en aquellos sueños, virtudes y carencias recreadas en lo material o lo espiritual.

 

Lo perjudicial reside en la edición descuidada, sin pericia en la revisión del texto, y en el apelativo de “biografía novelada” que rubrican en la solapa del libro. Nada imputables al escritor quien no tuvo acceso a las pruebas de galeras. Tal vez pensaron en la dimensión que cifró Gabriel García Márquez con El General en su Laberinto (1989) y la novela-testimonio Biografía de un cimarrón (1966), de Miguel Barnet, por citar dos ejemplos antológicos.

 

Es evidente que Díaz Loyola en Crónicas del Caribe no instituye la nonfiction creative que ahora denomina el análisis literario. Claro, las fronteras entre los géneros, la oralidad o el discurso, fluyen de modo que la narración no permanezca salpicada de invenciones con aproximación a la realidad descrita y contada. Por tanto, no estamos en presencia de un caso con esas manifestaciones.

 

La fidelidad al testimonio de Álvarez Álvarez, y los aportes de sus documentaciones, así como la historia en primera persona, sin inferencias, calzan la unidad del personaje que describe y atrapa la atención del lector sin que lo expuesto en las conversaciones tienda a lo monótono e inusual.

 

Obvio. Toda historia tiene dramatismos, y la de Manolín es prototípica al contar de todo aquello que sabe y observó, y también hizo. En el decurso de su existencia relacionada con las «tristezas o añoranzas» del emigrado por la familia, así como de los componentes que adiciona a su ámbito personal o profesional, carentes de las referencias de lo que piensan otros, Díaz Loyola se afinca para tejer la historia y afirmar unidad a los relatos.

 

Es «la voz» del testimoniante, única y exclusiva, lo que interesa y el escritor lo logra para provocar un impacto en los lectores y conmoverlos hasta redescubrir un universo radial que estuvo velado al conocimiento público.

 

El descifrador del mensaje gana intimidad y cercanía con la narración-descripción. Ahí va toda la carga de información  sin que el discurso sea inadecuado al tema que se escoge. Todo se ramifica al pasaje de la radio y el universo confesional de la geografía «cangrejera» de Caibarién y de Cuba. Estamos en presencia de un reporte indiviso y objetivo.  

 

Crónicas del Caribe, tal como lo concibió el autor, es un libro biográfico, de intimidad testimonial que reporta como Manolín Álvarez Álvarez penetra en la médula de la historia de la radio. El hombre no está interesado en proporcionar el anhelo infecundo hasta entonces de la paternidad del medio sonoro. Quiere y consigue que sus reflexiones, juicios o verdades de cuánto hizo y dejó en su condición de emigrado asturiano, alcancen un sello de autenticidad que tipifique el ambiente isleño en el cual se desenvolvió y ofrendó una impronta insustituible.

 

El texto biográfico que, como todo método de investigación, coloca la editorial Stella Maris en disposición de todos los que aventuren al umbral de las páginas, reconstruye la indagación del escritor, una historia real que precisar ser contada para transitar por el justo lugar  que reclama Álvarez Álvarez dentro de un fragmento de la radio cubana.