GENIALIDAD MUSICAL DE GARCÍA CATURLA
Por Luis Machado Ordetx
Cuba, y la universalidad mundial y la música sinfónica, perdió el 12 de noviembre de 1940 a una de las grandes genialidades del folklorismo contemporáneo, el también jurista Alejandro Evelio Tomás García Caturla, natural de San Juan de los Remedios, la Octava Villa que fundó el Adelantado Diego Velázquez en 1513, tras la llegada del colonizador español a esta Isla del Caribe.
En torno a su figura, como violinista, pianista, compositor y director orquestal, así como a su vida familiar y espiritual de García Caturla, cada día estudiosos cubanos hurgan a profundidad en papelerías, piezas sinfónicas inconclusas, testimonios de amigos y otras documentaciones aún no difundidas, sobre todo en relaciones amorosas con la última esposa, Catalina Rodríguez, una doméstica de la localidad que contribuyó a escandalizar la época, dado el negro color de la piel en contraste con la apariencia y el abolengo del artista.
Alejo Carpentier, el más grande narrador y musicólogo cubano que caló en las profundidades del afrofolklorismo musical de García Caturla, y los ímpetus renovadores que lo acompañaron desde los tiempos estudiantiles en que, desde la Universidad de La Habana formó la jazz-band Caribe, decía que el remediano era el más grande renovador sinfónico de su tiempo, y junto a Amadeo Roldán, incorporó las raíces negras a los timbres de una nacionalidad criolla que se asentaba en las fundamentaciones de una idiosincrasia cargada de lo africano, lo europeo, lo autóctono americano y lo africano.
Desde finales de la década de los años 20, cuando fue a Paris a completar estudios de teoría y contrapunto con Nadia Boulanger, llevaba la apreciación de una renovación musical al dejar concluida «Bembé», «Tres Danzas Cubanas», «La Danza del tambor» y otras piezas, impuestas de la estridencia y la sonoridad afrocubana, y a la altura de las exigencias que abordaba el panorama sinfónico universal.
Establecido en Cuba desde inicios de los años 30, en su condición de juez de instrucción en varios partidos municipales del país -San Juan de los Yeras, Ranchuelo, Santa Clara, Quemado de Güines, Palma Soriano, San Juan de los Remedios-, era imparcial a la hora de impartir justicia, y más de una polémica sostuvo sin reconocer distingos de clases sociales y opulencia económica, al refrendar un sanción.
Simultáneo, escribía música, sostenía correspondencia con los directores sinfónicos europeos y norteamericanos, difundía el gusto por el jazz, y exigía estudio a los músicos que lo acompañaron en la fundación de la Orquesta de Conciertos de Caibarién, próxima a la localidad de San Juan de los Remedios, en la zona centronorte de Cuba, a unos 350 kilómetros de La Habana.
También el gusto por los aires guajiros, salidos del esplendor de los campos cubanos, con las sonoridades cercanas a la música impresionista o los retoques del expresionismo, salidos de Debussi, Ravel, Shomberg, y otros europeos, García Caturla da a conocer su «Berceuse campesina», pieza que reentronca con las esencias de nuestra insularidad.
Ya Carpentier lo afirmó: García Caturla, era la genialidad más alta de la música cubana de su tiempo, un espíritu enriquecido, propio de la universalidad que tomaban nuestros aires sonoros desde tiempos en que Roldán asumió las direcciones de la Filarmónica de La Habana, orquesta que durante un tiempo, cuando los dos compositores cubanos ya estaban muertos, al principio de la década de los años 40, condujo Erich Kleiber.
La obra sinfónica de García Caturla, todavía no muy difundida en repertorios de orquestas cubanas, tuvieron la más alta estima de directores y compositores de la talla de Arturo Toscanini, Bruno Walter, Otto Klemperer y Wilhelm Furtwägler, Pedro Sanjuán Nortes, Alberto Ginestera y Juan José Castro.
Precisamente, el gusto y el retoque por el jazz en Cuba, sin dudas, no solamente puede atribuirse a los influjos de los músicos norteamericanos oriundos de Nueva Orléans, sino también a aquellos ingentes esfuerzos que desde lo singular, aportaron los aires renovadores de Roldán y García Caturla para que, los timbres nuestros y el sentido de pertenencia por lo negro llegara a todo el mundo.
Ahí está el sentido de la percusión cubana, incorporado a las piezas sinfónicas, los tambores batá, la bullanguería negra, y también el estruendo y el repiqueteo de las fiestas populares de San Juan de los Remedios o Caibarién, devenidas en parrandas de historia singular.
En aquellos conciertos sobre «Música Nueva», organizados por Carpentier, con obras de Eric Satie, Fracis Poulenc, Darius Milhaud, F. Malipiero e Igor Stravinski, así como en las presentaciones la Sociedad de la Orquesta de Cámara de La Habana y la Sinfónica de Nueva York, está el espíritu de Roldán y García Caturla.
Son los años en que, desde los atriles de la Filarmónica de La Habana, accionaba la batuta de Ercrich Leinsdorf (1944), Eugene Ormandy (1944), Sir Thomas Beecham (1946), Bruno Walter (1948), Clemens Krauss (1948), Herbert von Karajan (1949) y Arthur Rodzinski (1949), y el grupo de Renovación Musical, actúa en reconocimiento al rescate de la obra de los más insignes compositores cubanos de la primera mitad de siglo: Roldán y García Caturla.
Con sólo 34 años de existencia, desde el natal San Juan de los Remedios, Alejandro García Caturla [1906-1940], dejó una inconfundible estela de la genialidad musical, trunca por la mano de un asesino a quien el justo juez de instrucción, decidió citarlo para tomar declaraciones por los maltratos físicos que propició a una joven.
La inconfundible obra musical dejada en los albores del gusto por la cubanía, el retoque a la idiosincrasia y la espiritualidad caribeña, al decir de Carpentier o Nicolás Guillén, mostraron a García Carturla el sentido de inserción de nuestra insularidad en el contexto sinfónico universal, precisamente en momentos en que lo afroamericano, más que comprensión, resultaba la veta para alcanzar otras distinciones artísticas que validaran lo propio de la historia antillana.
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