HAITÍ, EN NUESTROS CORAZONES
Por Luis Machado Ordetx
Martí clamó desde La Nación, el periódico de Buenos Aires, en octubre de 1886 por los muertos y la desolación que trajo la serie de terremotos de Charleston, en Estados Unidos, ocurridas en la noche del 31 de agosto de ese año; ahora desde muchos confines del mundo también gemimos con el corazón herido por las víctimas que similar fenómeno natural dejó el martes en Haití, país caribeño que clasifica entre los más empobrecidos del mundo gracias a esa inequidad surgida de las grandes riquezas económicas en poder de unos pocos “traficantes” empeñados en repartirse el planerta según sus caprichos hegemónicos.
Duele Haití por toda la desolación, a pesar de la ayuda internacional, tanto material como humana, que desde muchas partes comienza a arribar al país caribeño; las imágenes de prensa no pueden ser más que espeluznantes, terribles, dantescas, tan similares como aquellas descritas por el más universal de los cubanos cuando en magistral crónica reconstruyó para la posteridad el holocausto de Charleston y los sucesivos temblores y la tierra abierta en Illinois, Kentucky, Missouri, Ohio, zonas del Atlántico que soportaron “el ajuste del suelo sobre sus entrañas encogidas, indispensable para el equilibrio de la creación…», según dijo Martí.
El cronista cubano hizo en el siglo pasado un dibujo exacto con palabras; ahora las imágenes fotográficas y televisivas, parecen pintar similar panorama en Haití; esa porción de pequeña isla negra que desde el alma africana impuso en el siglo XVIII el primer grito de rebeldía e independencia contra el colonialismo francés o el español sobre nuestras tierras.
Nadie duda de los conocimientos que sobre Sismología y la Geotectónica explaya Martí en su escrito; todo aparece relatado de una manera magistral, inusual, y expresa que «Los cincuenta mi habitantes de Charleston, sorprendidos en las primeras horas de la noche por el temblor de tierra que sacudió como nidos de pajas sus hogares, viven aún en las calles y en sus plazas, en carros, bajo tiendas, bajo casuchas cubiertas con sus propias ropas»; idéntica cifra de personas está registrada como muerta en Haití; sepultada todavía entre escombros, incluso en fosas comunes, como para que el sufrimiento que dejó la tierra no escape del olvido de nuestros corazones.
Latinoamérica como nadie llora; el mundo auxilia, mientras la generosidad aun las circunstancias de muchos socorristas, advierte que «vivimos bajo el cielo, pero no todos tenemos iguales horizontes» en una hora que como apunto Martí, «Con el claror del día se fueron viendo los cadáveres, tendidos en las calles, los montones de escombros, las paredes desechas en polvo, los pórticos rebanados como a cercén, las rejas y los postes de hierro combados y retorcidos, las casas caídas en pliegues sobre sus cimientos, y las torres volcadas, y la espira más alta prendida sólo a su iglesia por un leve hilo de hierro.»
Allí en Haití hay cubanos, esos coterráneos que desde diferentes profesiones, en lo fundamental la médica, no solo «apilan los escombros sobre las aceras», al decir de Martí, sino que también dan vida al alma hermana y comparten la sangre por la salud del caribeño herido.
Aplauso al Apóstol nuestro, cuando alentó, al hablar desde las profundidades de los sucesos de Charleston que «ni la esclavitud que apagaría al mismo sol, puede apagar completamente el espíritu de una raza.» En lo adelante, allí, como en otras partes, por esa huella de sufrimiento que deja la naturaleza, «! El hombre herido procura secarse la sangre que le cubre a torrentes los ojos, y se busca la espada en el cinto para combatir al enemigo eterno, y sigue danzando al viento en su camino de átomo, subiendo siempre, como guerrero que escala, por el rayo del sol !», proclamó Martí.
La madrugada reveló el desastre de Charleston aquel primero de septiembre de 1886; también este miércoles 13 de enero idéntico fenómeno se percibió en Puerto Príncipe, la capital haitiana, considerada la más afectada en ese país; tal parece que la noche anterior a esos días viajó con pasaporte de muerte, de horror y perfidia en ambas poblaciones, distantes en la geografía y el tiempo, pero juntadas por la sangre africana que corre en las venas de los ancestros y sus actuales poblaciones.
Por allí están los médicos cubanos, en hospitales de campañas; otros colegas se sumaron para socorrer la desventura. Igual hacen enviados de diferentes naciones del mundo que prestan asistencia material o humana a partir del momento puntual en que sucedió al desastre, y entonces retomo a Martí porque el «trabajo rehace en el alma las raíces que arranca la muerte» en el infausto instante de dolor en que el haitiano clama por nosotros.
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