MARTÍ, UN SURTIDOR GUERRERO
Por Luis Machado Ordetx
Una Legión de Letras, un Corresponsal de tintes diferentes, tras 115 años de la caída en combate del más universal de todos los cubanos.
«La muerte le sorprendió/ por su valor guerrero/ le hizo
llegar al combate/ que sirvió de tumba luego/ al de la dulce
sonrisa/ y la mirada de fuego».
María E. Salado Díaz
Atrás quedó la zozobra de los primeros días de abril; era imperioso salir de Montecristi rumbo a Cayo Pablillo, y llegar a Inagua para enrumbar a Cabo Haitiano; era el único y más próximo camino. No lo pensaron dos veces, luego de algunos tropiezos, al fin, acuerdan, por mil pesos, que el vapor “Nordstrand”, un frutero de matrícula alemana, deje a seis hombres en las inmediaciones de las costas cubanas.
Durante el día escucharon toques de tambores; es Domingo de Ramos, y la luna muestra un rostro imperturbable, y él piensa en Lola Aron, la esposa de Dellundé, «llorando en el balcón». Razona que ya no hay retroceso; allá estaban parte de la familia, los amigos del alma y un largo peregrinar.
En tanto, la travesía está en camino; va a un punto definido sobre las olas cuando repara en el excelente maderamen de caoba que viste al barco, la noche se cierra, cuando, de pronto, el «mar se siente agitado; la oscuridad es tal, que […] Ni una estrella alumbra el firmamento», dice el Generalísimo Gómez.
Ante la angustia, un bote se lanza al agua; los hombres pisan la costa; besan la arena; andan con equipajes; imploran por el combate; y entre ellos hay uno que realmente no es un guerrero de la manigua; sí de las ideas; sintetiza la estirpe de un surtidor.
No en vano alarde teórico y sentido dolor ante una irreparable pérdida, el sábado 28 de enero de 1928, frente a un auditorio en la Hispano Cubano de Cultura de La Habana, Fernando de los Ríos recordó la fecha del nacimiento del Héroe de Dos Ríos: «No duermas, no, dirá Martí, y con él cuantos sienten en las entrañas del espíritu la desazón que produce la espuela del ideal; no duermas porque la patria nunca está hecha, de igual modo que el hombre no termina jamás la obra de formarse a sí mismo, siempre cabe un plus de bondad en nuestro querer, de sapiencia a nuestro conocer, de perfección en la unidad de nuestra vida; y en los pueblos, mientras haya un ignorante que redimir, un necesitado que amparar, una injusticia que reparar, un oprobio de que librarse, o una posibilidad de bien individual o colectivo que traducir en realidad, debe haber combate, lucha, agonía, y como eso es eterno, eterna ha de ser la lucha por formar al hombre justo y la Patria justa…»
CUESTA ARRIBA; REVOLVER EN MANO
Cuarenta días; cerca de 400 kilómetros, tierra adentro; desbrozando montes; encantado con la flora o la fauna y la cocina tradicional y hogareña de la región oriental, persiste un anhelo: el encuentro con las tropas mambisas en Cuba Libre. Así lo narra Martí en su Diario de Campaña —De Cabo Haitiano a Dos Ríos—, una escritura, a veces en lápiz, otras en tinta, compuesta de 27 pequeñas cuartillas y 57 páginas.
Una inusitada elegancia tiene el verbo y el adjetivo que contienen los apuntes del 9 de abril hasta el 17 de mayo —dos días antes de la muerte en 1895—; no importa que falten las anotaciones correspondientes al 6 de mayo; qué incumbe lo discutido en «La Mejorana» cuando el destino y la unidad por la Patria primaron en los acuerdos.
Lleva Martí prendido en el recuerdo aquel tercer viaje a Montecristi, en febrero pasado, cuando desandó bosques espinosos de xerofilas; metió los pies en terrenos anegadizos, de marismas y cambrones; hizo prácticas de tiro en las salinas de Cayo Pablillo, y Panchito Coll, presidente del Club Revolucionario “Ángel Guerra”, le obsequió un revolver.
Duerme, al igual que sus acompañantes, sobre la tierra húmeda; unas veces, con hojas y ramas verdes o secas, prepara la cama; solo así se entendería la ruta trazada en el peregrinar por la serranía oriental en instantes en que disfruta de una rústica hamaca; atraviesa ríos; rompe montes tupidos; sube cuestas.
Está en las inmediaciones de Sao de Nejesial; van a Vega Batea; reúnen hombres, y escribe las primeras cartas a Benjamín Guerra y a Gonzalo de Quesada: es la tarde del 15 de abril, y cuenta con recóndita vehemencia: «[…] Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al delegado, el Ejército Libertador, por él su jefe, electo en consejo de jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos. — A la noche, carne de puerco con aceite de coco, y es buena.»
Así relata la ocasión; tal vez rememore algunos de los humildes almuerzos en Laguna Salada, allá en Montecristi: serenes, ahuyama, batatas, arroz blanco, pollo, casabe y café pilón endulzado con miel de abejas. Algo similar anota dos días después: «Prepara el General dulce de raspa de coco con miel.» Las acotaciones son precisas en detalles de los hábitos alimentarios de la región oriental.
Al siguiente día, una apreciación, tal vez, resurge como un azote espiritual: «[…] Silba el grillo; el lagartijo quinquiquea, y su coro le responde aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de pagua, la palma corta y espinuda; vuelan despacio en torno las animitas; entre los ruidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila, y se lleva, siempre sutil y mínima; es la mirada del son fluido…»
¿Quién sabe si en su mente asomaran aquellos conciertos del matancero José White? Eran los textos musicales disfrutados dos décadas atrás en México. Bien lo contó en sus crónicas de la Revista Universal: «La música es el hombre escapado de sí mismo: es el ansia de lo ilímite surgido de lo limitado y de lo estrecho: es la armonía necesaria, anuncio de la armonía constante y venidera.» Hacia esa fuente nutricia, iba Martí atravesando los montes; escalando lomas; durmiendo en la intemperie de su Cuba insurrecta.
No se cansa de meditar; imparte órdenes, cree en la dignidad del soldado; camina como el que nada lo detiene; escribe en su cuadernillo; concibe el borrador de una futura carta, y lee la Vida de Cicerón, un librito que junto a su arsenal de guerra, papeles, lápices y tinta, cabe dentro de un bolsillo de la chaqueta.
MISIÓN HOMÉRICA
Largo peregrinar de Martí; con tesón no sólo batalló por la independencia de la Isla, sino que, además, desarrolló un periodismo sin precedentes: corresponsal desprovisto de límites en el contexto político, artístico y literario.
Sabiduría tiene Juan Marinello cuando al definir el estilo de Martí incluye el calificativo de «periodismo distinto»; ese que no calienta la mesa de una redacción y hace posible el entendimiento con el lector común; cree, como dijo en “Trincheras de Papel”, en lo «magno», y en «quienes en papeles condenados a desaparecer en horas o días, escriben para años».
Charles Anderson Dana, el director The Sun, de Nueva York, aquilató eas facultades del Martí periodista; su preferencia por las corresponsalías, una forma de periodismo más independiente y sugestiva; y el hecho le permitió al cubano servir de manera simultánea a más veintena de periódicos del continente y ganarse el pan con la honradez que clama su tiempo.
Sin embargo, a diferencia de lo anterior, tiene una cima, la corresponsalía de Patria, el periódico que fundó el 14 de marzo de 1892. Su Diario de Campaña —De Cabo Haitiano a Dos Ríos—, legitima esa misión; da referencias de la guerra; recrea el paisaje; canta las heroicidades en las que intervienen otros; estremece y anima; recuenta la historia.
El 17 de mayo, dos días antes del holocausto, allá en las confluencias del Cauto y el Contramaestre, hace la última apuntaciones: «[…] me cuentan de Rosa Moreno, la campesina, viuda que le mandó a Rabí su hijo único Melesio, de 16 años: “allá murió tu padre: ya yo no puedo ir: tú ve”…»
En 1878 dijo en carta al General Gómez, «ya que no puedo ser soldado, seré cronista». Lejos estaba aún de imaginar que, en campos cubanos, también correría la suerte del enfrentamiento armado contra el enemigo; revolver en mano iba al desafío creyéndose un guerrero. La última colaboración de Martí, corresponsal de guerra, quedó fechada en Patria; Altagracia, Holguín, escribe el 9 de mayo de 1895.
En un enfrentamiento de poca monta con tropas españolas al mando del coronel Ximénez de Sandoval, cae Martí impactado por tres disparos: uno penetró en el pecho; otro perforó el cuello y le desmembró el lado izquierdo del labio superior, y el último lo mereció en un muslo.
De poco vale la riposta; Martí vestido de pantalón claro, chaqueta negra, sombrero de castor y botines, yace sobre la hierba; su acompañante Ángel de la Guardia, también cae herido, y logra escapar.
De las prendas que requisa la avanzada española hay dos: la cinta azul que Clemencia, la hija de Gómez, regaló en Montecristi tras desamarrarse su negra cabellera, y también el revolver que obsequió en ese lugar el patriota Francisco Coll; la cinta, tal como dijo Martí, la colocó «allí donde es más débil el pecho», gesto que demuestra cómo en la empresa que asumió tras la fatigosa expedición, iría la vida o la muerte, en un sincero ideal de sentirse siempre soldado y corresponsal de la Patria merecida.
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