LEZAMA LIMA EN TRATADOS EN LA HABANA
Por Jorge Luis Rodríguez Reyes
Siempre he pensado que todo creador que esté dispuesto en asumir la raíz cubana tendrá que dialogar con Martí –diálogo sinuoso, concluyente- y por qué no- órfico, fraterno- y como una extensión de ese encuentro, como un paroxismo barroco dialogará con Lezama desde Trocadero 162. Sitio donde se ha trocado la corriente literaria cubana en lezamiana y no lezamiana. Parteaguas que muestra cómo y a pesar de tantos contratiempos, la sinceridad se impone al oportunismo, a la descalificación de comparsa que sufrió algún tiempo en vida.
Que hoy estemos acá, en esta plaza de arte, de arte joven y que pretendamos homenajear a quien con su obra es perenne homenaje a la cubanía, es tan solo un gesto que dignifica a nuestra cultura. La cultura cubana ha sabido rectificar, ha cometido errores pero en la marcha los enmienda y esta reedición no es más que una muestra de la marcha de esa rectificación, de esa marcha con la casa del Alibí a cuesta y brinda así el esperanzador espaldarazo a otros futuros homenajes con los cuales sueño – hablo de Virgilio, de Cabrera, de Sarduy, de Arenas y de Baquero.
Lezama, quien se confesó tutor de poetas jóvenes, de esos aedas del acto y la palabra, que lo acompañaron en su sala, junto a los más de diez mil libros de su biblioteca, junto a su soledad, poetas que han dejado esa memoria en textos valiosísimos para los que vienen después y buscan el esplendor del idioma en la creación nacional. Hablo de Reinaldo González, Félix Guerra, Ciro Bianchi, Juan Carlos Espinosa y muchos otros que desde la triste imitación o el bello juego paródico, cada día se les acercan y le llaman a la puerta en busca de uno más de sus libros del curso órfico o le llevan tabaco a cambio de la lectura atenta de poemas prematuros, de textos devocionales.
La reedición de Tratados en la Habana, publicado inicialmente en el lejano 1958 en la cercana UCLV, nos promete el inicio de un acercamiento totalizador a la obra lezamiana. Algunos de los textos de este libro fueron recogidos en La Cantidad hechizada o en Confluencias, la antología reveladora del aquel entonces joven ensayista, y hoy ministro de cultura. El libro lo componen 62 trabajos que van desde el mediamente extenso: Introducción a un sistema poético, al extenso y bello: Sucesiva o las coordenadas habaneras, y termina con el iluminador ensayo la Dignidad de la poesía, pasando por los restantes 59 breves textos, aparecidos estos – una nota más del envejecido Realismo mágico o Real Maravillo- (como le llamen) en el Diario de la Marina, a pedido expreso de Gastón Baquero y nos muestran una variante poco estudiada de la creación de Lezama: El periodismo cultural, donde ajustándose en lo posible al canon del medio, trata con el derroche de su sapiencia característica, temas cubanos y universales, principalmente literarios o plásticos.
Aún descreo que esos textos fueran publicados en un diario, entre notas de bailes de sociedad o resúmenes de batallas campales u obituarios magnificados.
Porque el estilo lezamiano no es presto a lectura azarosa ni a flor de piel, exige y reclama un lector cómplice y que se aventure a extrapolar metáforas de tercer nivel. Tipos de lectores que cada día escasean más y que Lezama desde su diálogo evocador nos pide, al mecernos en su compás.
Con la justa reedición de sus textos, nos acercamos al término de la pose cultural en que todo el mudo lo cita sin leerlo, porque estas reediciones lo condicionan y lo hacen tangible.
Un poeta de mi municipio se dedica cada día a sacarle tres metáforas distintas a la inmensa piedra que duerme a la orilla de su camino. Lleva años en el mismo ejercicio. Él, creo sin sospecharlo, ejercita un método creativo que me aventuro en atribuirle a Lezama. Y otro poeta, aunque escribe solo ensayos- me a dicho que mientras Carpentier, Octavio Paz e incluso Borges, pueden verse a contra luz de los Ismos del siglo XX. Lezama es inasible o se traga a todos esos Ismos, porque su literatura es preadánica, anterior a todo.
Y esto no es más que una pequeña muestra que atesoro, de mi experiencia de las influencias de Lezama. Porque todos tenemos dentro un Lezama o el imperdonable vacío de no tenerlo.
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