LA AVELLANEDA EN VILLA-CLARA DECIMONÓNICA
Por Luis Machado Ordetx
Gertrudis Gómez de Avellaneda, Tula, transitó en espíritu por la Villa-Clara decimonónica. Ocurrió a mediados de 1860, cuando la poetisa residió por un tiempo en Cienfuegos, en compañía de su esposo, el coronel Domingo Verdugo, teniente-gobernador de esa jurisdicción del sur. También recorrió las cercanías de la ciudad logocéntrica y mediterránea de Santa Clara en su paso hacia Sagua la Grande, y en su estero abordó un vapor rumbo a Cárdenas.
En el bicentenario del natalicio de la escritora camagüeyana (23 de marzo de 1814-1ro de febrero de 1873), al parecer, nadie repara en el curioso acontecimiento histórico. A José Jacinto Milanés, el matancero, tampoco se le tiene en cuenta en sus dos siglos de existencia, celebración que ocurrirá el próximo 16 de agosto de este año. Un suceso análogo en la Feria Internacional del Libro sufre el calabaceño Onelio Jorge Cardoso, el Cuentero Mayor, ignorado en el centenario de nacimiento. Son ingratitudes, también ¿desconciertos? en quienes, de un modo u otro, percibimos el sentido último de las letras, de la palabra escrita, y de la historia.
¿Por qué afirmo que la Avellaneda, al menos en espiritualidad, estuvo en Santa Clara? Nada más hay que repasar la Historia Física, Económica-Política, Intelectual y Moral de la Isla de Cuba, de Ramón de la Sagra, publicado en 1861 en Paris. Ahí el estadista español cuenta a la poetisa camagüeyana de su paso por la ciudad de Santa Clara entre el 24 de marzo y el 25 de abril de 1860, y de los acontecimientos culturales, sociales, económicos y literarios que caracterizaron a la jurisdicción central cubana.
Quien revise las páginas 144-230 de ese libro impreso por Librería L. Hachette y Ca., se percatará del recuento que hizo De la Sagra a la Avellaneda, y de la apreciación minuciosa del movimiento literario y periodístico surgido al calor de Antonio Lorda o de Miguel Jerónimo Gutiérrez y Eduardo Machado, o incluso, del valor inestimable de la Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara y su Jurisdicción (1858), de Manuel Dionisio González, un libro que el viajero manoseó para precisar detalles a la poetisa. El descriptivismo, casi de retratista, de la Historia Física, Económico-Política, Intelectual y Moral de la Isla de Cuba, expuesto por Ramón de la Sagra, detalló precisiones a la Avellaneda para mostrar una ciudad, Santa Clara, con pretensiones ¿letradas?” dentro del contexto decimonónico.
El texto desprende un ángulo de perplejidades, y afirma: «[…] Villa-Clara, lo decía yo, fue siempre un vergel, que los ha producido en abundancia y vanidad. En medio de sus zozobras y agitaciones antiguas, lo mismo que en el largo período de monótona paz que los ha sucedido, numerosos vates cantaron sus tiernas pasiones y no pocos jóvenes se elevaron con sus escritos a regiones más altas, tal vez buscando en los dominios de la imaginación, lo que no hallaron en el de la realidad. Recorriendo los periódicos que aquí se han publicado, es como puede formarse una idea aproximada a la verdad de las inspiraciones y de las aspiraciones […] Si V. los recorriese sabría formar con la cosecha que hicieron en los nectarios de esas flores, poco conocidas, un panal sabroso y educado…» (pp. 161-162).
El documento, primero, hace un reconocimiento al periodismo. Constituye una “fuerza intelectual” y de despliegue cultural para cualquier época. En segundo plano, ¿a qué zozobras se refiere? ¿Acaso serán los instantes de tensiones políticas y sociales surgidas indistintamente en las disputas con Cienfuegos, y luego con Sagua la Grande? En lo económico (a pesar del maltrecho estado del patrimonio villaclareño, el ferrocarril —de vías ancha o estrecha—, según admitió De la Sagra, poseyó un respiro el trasiego de mercancías entre el norte y el sur de su territorio. Mayores incertidumbres se desprenden al asegurar que la “realidad” negaba un camino a la “imaginación” de los jóvenes escritores.
El «[…] Capiro, gracioso montecillo, cuyo verde contrasta en medio de la aridez de estos terrenos magnesianos…», es fuente constante de inspiración poética. Citó la existencia de periódicos, unos de larga vida editorial, otros rayanos en lo efímero e inexistente. De las publicaciones preponderó aquella surgida con El Eco de Villa-Clara (1831), y hasta incorporó en voz de una humilde adolescente de campo adentro algún que otro verso de la “Flor de Manicaragua”, pertenecientes a Plácido, Gabriel de la Concepción Valdés. No mencionó el nombre de ese poeta.
También incluyó en su nómina de periódicos a La Alborada (1856), y otras dos expresiones públicas fugaces: El Progreso (1858), Los Pensamientos (1858), especie de revista sobre educación, literatura y psicología, y El Guateque (1858), de muy corta duración y dudosa aceptación cultural.
De la Sagra enjuició los poemarios Villa-Clara Romántica, de Emilio Pichardo, y Flores Villaclareñas —cinco guirnaldas poéticas—, preparados por Fernando Reyes, Salvador A Domínguez, Félix Martínez, Salvador V. Álvarez y Fernando Sánchez. Sustentó que La Pucha Silvestre (1858), era una «[…] colección de inspiraciones poéticas de Agustín Baldomero Rodríguez, pardo de número natural, que recuerda al desgraciado Plácido, pero que es lástima descuide y casi abandone el bello don que ha recibido del cielo». (p.164).
A la Avellaneda comenta Ramón de la Sagra:
«[…] Mientras que La Alborada continuaba su curso, y que los literatos aspiraban a dotar a la Villa de Sta Clara, de una publicación menos fugaz que las hojas semanales, se hacía sentir la necesidad de un papel Diario; y este vacío se propuso llenarlo El Central, periódico, científico, literario, artístico y económico, que ha comenzado a salir a la luz, con muy buenos auspicios, con el presente año. Ha introducido la gran mejora de publicar despachos telegráficos, que recibe directamente de la capital, y si continúa la senda de La Alborada, tratando con buen criterio de intereses locales, prestará un gran servicio a la civilización de Villa-Clara.
«Al recorrer algunas publicaciones periódicas que dejo citadas, no pueden menos de notarse las tendencias hacia la elevación de ideas, en sus jóvenes redactores […] Esa tendencia traía consigo el defecto de la inoportunidad de sus discursos, para una sociedad y para un público, que no podía salir de repente del redil de las ideas prácticas, para lanzarse a los espacios, más bien vagos que definidos, de la poesía sentimental o de la filosofía moralizadora. Cuando se leen los artículos a los que aludo, no puede uno menos de conocer que la mente de sus jóvenes autores no vivía en Villa-Clara». (Pp.164-165).
El testimonio, a pesar del tiempo, es concluyente, afirmó Ramón de la Sagra: «[…] la mente de sus jóvenes autores no vivía en Villa-Clara». (p.165). Las evidencias: El Central, periódico que aplaudió el gallego De la Sagra, apenas feneció dos años después. José de Jesús Vélis, su director, pasó a residir a Cienfuegos y se integró a la nómina del rotativo El Fomento (1861-1868), órgano de ideas liberales fundado por Antonio Hurtado del Valle. Muchos de esos jóvenes, en febrero de 1869, fueron a la manigua insurrecta a batallar por Cuba independiente y soberana.
Por tanto, es obvio, lo reconozcan o no los biógrafos, incluso los historiadores, de un modo u otro, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Tula, la camagüeyana, respiró el ambiente cultural e intelectual de Santa Clara a partir de hechos circunstanciales relacionados con una visión ¿fantástica y hasta misteriosa? en nuestra historia.
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