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PRENSA CUBANA

EVANGELIO LATIENTE EN LA TELEVISIÓN CUBANA

EVANGELIO LATIENTE EN LA TELEVISIÓN CUBANA

Yarelis Rico Hernández (1)

 

Arquidiócesis de La Habana, 19 de septiembre de 2015 / Conversamos con el padre Rolando Montes de Oca, sacerdote camagüeyano que misiona en Maisí, diócesis de Guantánamo.

 

 

Yarelis Rico: A usted le ha tocado la responsabilidad, la misión de acompañar a la televisión cubana en las transmisiones de la visita del Papa Francisco a Cuba. ¿Lo sorprendió la noticia de que usted era la persona que iba a hacer esto? ¿Cómo lo supo?

 

Padre Rolando Montes de Oca: Me sorprendió dado el lugar donde vivo ahora y la misión tremenda que hay en Maisí, son muchas comunidades con pocas oportunidades para que el sacerdote pueda atenderlas de manera más personalizada a cada una. Me imagino que esto tenga que ver con la Diplomatura en Comunicación Social que, desde el Pontificio Consejo se nos ofreció y pudimos realizar acá en La Habana y concluir felizmente hace poco tiempo. Imagino que esa formación que pude allí recibir sea la que haya inspirado a los organizadores de medios de acá en la Iglesia, en La Habana, para escogerme para este servicio. Lo supe por una llamada, una comunicación del Obispo de Guantánamo que me llamó y me dijo que estaban pensando en mí para esto, para este servicio. 

 

YR: El hecho de que esté presente en un medio de comunicación, en Cuba, es decir, que sea usted la cara y la voz de la Iglesia en los medios de comunicación, es una oportunidad tremenda en nuestra Iglesia, no solo para narrar los hechos que van a ocurrir, sino para decir también cuál es el compromiso, la misión, qué hace la Iglesia en Cuba. Me parece que es una oportunidad tremenda para que la gente vea lo que la Iglesia en Cuba está haciendo.

 

PR: Un sacerdote por ser sacerdote es un comunicador, pero claro, un comunicador en los medios ya es otra cosa. Mi primer desafío, mi primera toma de conciencia, cuando me dicen la responsabilidad que me están pidiendo en este momento fue: no me voy a comunicar a mí mismo, ni opiniones personales ni cosas así, quiero comunicar el Evangelio y el Evangelio está vivo, está predicándose, está poniéndose por obra en la misión de la Iglesia en Cuba a través de múltiples iniciativas, algunas carismáticas, la misión de los religiosos en el mundo del dolor, el compromiso de la Iglesia con la formación de las nuevas generaciones en los centros de formación que se multiplican, gracias a Dios, en las distintas diócesis. La presencia de los jóvenes católicos en la calle gritando: somos la juventud de Cristo, somos la juventud del Papa, eso es signo de que el Evangelio, que es a lo que le debo mi vida, está vivo, está en la calle, está en Cuba y la Iglesia es creativa a la hora de comunicarlo, se deja guiar por el Espíritu y lo está haciendo. 

 

YR: Su propia misión en Maisí es ejemplo del Evangelio vivo.

 

PR: No es mi propia misión en Maisí, es la misión de la Iglesia y del Evangelio. Maisí es una parroquia joven, surgida al fruto de misiones, es fruto del Espíritu sin dudas, que hizo que el padre Valentín Sanz reanimara, reavivara la misión que otros ya décadas antes, siglos antes, habían emprendido. En Maisí estamos abriendo Casas de Misión, estamos llevando el Evangelio a todas esas pequeñas poblaciones gracias a la acción misionera de muchísimos laicos que se fascinan con el Evangelio de Jesús. Pienso que es indispensable, necesario, hacer una alusión a la misión de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que desde su casa, en Baracoa, están comprometidas con proyectos de promoción humana, de promoción social también. Cáritas Guantánamo tiene también una obra preciosa en Maisí: comedores, talleres de costura, artesanía, acompañamiento de campesinos, a quienes ayudan a descubrir las potencialidades de la tierra. En cada sector del municipio, de la parroquia, hay una obra de toda la Iglesia, de toda la Iglesia diocesana, en la cual yo me inserto como misionero, haciéndome “maisiense con los maisienses”. 

 

YR: Y desde Maisí a La Habana, a conducir las transmisiones de la Televisión cubana. ¿Puede decirnos, específicamente, qué eventos va a trasmitir?

PR: Sí, en este momento se me ha dicho que yo voy a acompañar las trasmisiones de las misas del Papa en Cuba, el rezo de las Vísperas y también, eso me lo acaban de decir, el encuentro con los jóvenes y con las familias. Creo que se transmitirá todo, y eso es muy bueno. 

 

YR: ¿A quién acompañarás en la conducción?

 

PR: A Magda Resik. 

 

YR: ¿Ya establecieron contacto entre ustedes?

 

PR: Sí, hemos tenido dos tardes de trabajo para compartir materiales, estrategias de comunicación, para compartir objetivos que tenemos cada uno, comunicadores, representando distintas instituciones, pero con un mismo camino comunicacional. 

 

YR: ¿Qué de positivo le ves a este trabajo? Compartir miradas desde dos vistas diferentes.

PR: Claro, el Papa es el Sumo Pontífice, y ya, entre Magda y yo, el Papa construyó un puente. Se ha establecido un puente, una comunicación, si se quiere también una sinergia. Estamos mirando al pueblo cubano, estamos mirando la Iglesia en Cuba, estamos mirando la visita, el carisma del Papa Francisco. 

 

YR: El pueblo cubano a quien visita…

 

PR: Exacto, el pueblo cubano que es el destinatario de esta visita, es el gran protagonista de esta visita, y aunque haya posiciones de origen distintas, el discurso del bien, de la bondad, de los valores, de los valores del Reino, del Evangelio, es común, es humano y allí se unen fuerzas. Buscamos eso, comunicar bien, hacer, como dijera ella: un trabajo digno y hermoso. 

YR: ¿Nervios? ¿Cómo está, cómo se siente?

 

PR: Bien, excelente. Confiado en el Espíritu Santo, en la Providencia. Confiado en que esto es de Dios, en el fondo el gran comunicador es el Espíritu y le he pedido que sea Él el que comunique a través de nosotros.

 

(1)- Título Original: «Una Voz Católica en la Televisión Cubana».

http://www.iglesiacubana.net/index.php/visita-del-papa-francisco/393-una-voz-catolica-en-la-television-cubana

 

 

¿JOSÉ MARTÍ SIRVE PARA TODOS?

¿JOSÉ MARTÍ SIRVE PARA TODOS?

Ni relativismos sin riberas, ni abandono del ejercicio del criterio, ni renuncia al ideal de justicia


 

Por Luis Toledo Sande


Cuando en un coloquio sobre José Martí un ponente sostuvo que el discurso conocido comoCon todos, y para el bien de todos es acaso el más excluyente de los pronunciados por el héroe, hubo quien puso el grito en el cielo. ¡Cómo decir semejante cosa de un texto signado por la voluntad unitaria que le da conclusión y título!

 

La reacción que suscitó aquel ponente se explica, en gran medida, por la tendencia que, no ajena a su grandeza –volcada en su pensamiento y en sus textos–, ha generado frases como esa según la cual “Martí sirve para todo”. Pero no, no sirve para todo, sino para lo que sirve, para lo que está inconfundiblemente plasmado, ideas mediante y calzado con actos, en su palabra.

 

De modo consciente o inconsciente, la refutación aludida se emparienta con gestos de personas y tendencias no solo variopintas, sino diametralmente opuestas. Lo son muchas de las que han afirmado sentirse representadas en el autor para quien parece destinado el neologismo con que él mismo tituló uno de sus poemas: “Homagno”, hombre magno.

 

Nada sugiere que fuera dolosa la intención de Marco Pitchon en José Martí y la comprensión humana (La Habana, 1957), curioso libro que el sabio Fernando Ortiz prologó con un texto ahondador: “La fama póstuma de José Martí”. Por las páginas del volumen desfilan lo humano y lo divino. En una muestra amplia y diversa, escritores y pensadores, políticos –no faltarán algunos innombrables– y dignidades religiosas declaran coincidentes las ideas de Martí y las suyas.

 

Motivos y evidencias sobran para saber que, a menudo, en la falsa identificación con Martí ha funcionado el oportunismo, incluso desfachatado. Desde otros ángulos, también se debe contar el deseo, hasta sano, de evadir reprobaciones como las que él lanzó contra determinadas conductas. Entre estas no escasean las de instituciones y representantes de religiones, señaladamente la católica, la más connotada o dominante en nuestra América.

 

Sobre todo en los Estados Unidos señaló otras que contribuían igualmente a profanar el cristianismo, los ideales del Jesús con quien se identificó por ética, espiritualidad y sentido de justicia, aunque sin verlo como el hijo encarnado de Dios. La posición martiana –que para la unión de religiosos y no religiosos anticipó líneas del pensamiento revolucionario del siglo XX (y del XXI)– supo apreciarla un eminente estudioso de su obra, Cintio Vitier, patriota y católico honrado.

 

El costado religioso del tema se menciona aquí no para reavivar contiendas doctrinarias, sino porque trae a la memoria un hecho asociado a buenos propósitos. Se ubica en el afán de impugnar estrecheces de posiciones ateocráticas –a veces solo diferenciadas de las opuestas por una diminuta a–, y refutar modos equivocados de apreciar el matizado anticlericalismo de Martí, quien también tuvo una personal religiosidad.

 

Un sacerdote católico –amigo, sabio y cubano legítimo, cuyo nombre se omite porque, al no estar ya en este mundo, no podría ocupar su lugar en el diálogo– negó que Martí fuera anticlerical, pues no era un ser anti-, sino un ser pro-. Ciertamente el autor de “Hombre de campo” no se define como negador, sino como creador en busca de caminos –recordemos el pórtico de Ismaelillo– para el mejoramiento humano y la utilidad de la virtud. Pero que negó, negó. Quien nada niega, ¿no es sospechoso?

 

Todos sus actos revelan un fundador: desde la lucha política, patriótica, hasta la poesía, pasando por un legado abarcador como pocos. “Verso, o nos condenan juntos, / O nos salvamos los dos”, afirmó como conclusión de sus Versos sencillos. Siempre que lo entendió necesario fue anti-: anticolonialista, antiesclavista, antimperialista, antirracista, antinjusticia, antidogmático… En su contexto fue lo que hoy algunos llamarían antisistema: estuvo esencialmente contra la realidad sociopolítica de los entornos por donde transcurrió su largo peregrinar.


No es nueva, pero se ha puesto de moda, y tiene poderosos propulsores, la llamada desideologización, que no es ni más ni menos que la demolición de una ideología, la revolucionaria y emancipadora, para suplantarla por otra, la conservadora o contrarrevolucionaria, enmascarada a veces con una especie de elegante asepsia, o abulia. Esa moda conviene especialmente a los continuadores del imperio contra el cual, el día antes de caer en combate, Martí expresó que estaba dirigido todo cuanto él había hecho, y haría.

 

El imperio y sus compinches verían con especial agrado que el héroe de Dos Ríos acabara visto como el productor de un discurso –su obra toda, no solo una de sus piezas oratorias– con mucha belleza verbal, mucha melodía y ningún contenido. Eso significaría un relativismo sin riberas, que llegaría al absurdo, o, para decirlo de otro modo, pararía en la castración del mensaje que conscientemente plasmó él en sus textos.

 

En un artículo se encargó de sostener: “A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres”. Contra esa brújula se lanza en la actualidad una maniobra que a veces causa estragos hasta en la prensa cubana: convertir radical en sinónimo no ya de revoltoso, sino de violento irracional, criminal, terrorista.

 

Este último vocablo equivale a otros con los cuales los opresores en tiempos de Martí procuraban satanizarlo a él, y a los revolucionarios en general: facineroso, insurrecto, filibustero. Todo eso, y más, era para los colonialistas e imperialistas el organizador de una guerra de liberación nacional en la que dio la vida por la patria, por la independencia de nuestra América, por el equilibrio del mundo y aun por el honor de “la Roma americana”. Esta –denunció él lo que ya era crimen en marcha–, “en el desarrollo de su territorio –por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles– hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo”.

 

La vigencia de sus ideas sigue en pie para las relaciones internacionales y para la marcha interna de cada pueblo, empezando por el suyo: el natal, y se sabe que respondió igualmente a otro mayor, la humanidad. En esos ámbitos su legado sirve para defender la justicia, no para negarla o soslayarla. Solo traicionando a su héroe podría Cuba desertar de la voluntad justiciera, centro de la lucha política encabezada por el más universal de sus hijos, cuyas ansias de equidad social son aún más significativas porque no eran cuestión de doctrina, sino profunda convicción humana.

 

Organizó un movimiento de liberación nacional que debía encarar las fuerzas del colonialismo español para sacarlo de Cuba, y las del naciente imperialismo estadounidense para impedir que se apoderara de las Antillas y se le facilitaran con ello sus planes de hegemonía continental y mundial. Tales urgencias –aunque no le correspondiera acometer planes socialistas– contribuyeron a que su proyecto político se fortaleciera con la decisión nacida ante monstruosidades de la esclavitud de viejo sello, y alimentada por su conocimiento del mundo de los trabajadores desde su familia hasta su propia experiencia personal.

 

Versos sencillos encarna esa decisión, que abrazó sin vacilar y explícita o implícitamente se aprecia en otros textos, como algunos de Patria, el periódico de la revolución: echar su suerte con los pobres de la tierra. En su entorno sobresalieron el abandono de la causa patriótica por los más ricos, el carácter oligárquico de la potencia que se aprestaba a ensayar un nuevo “sistema de colonización”, y el apoyo de los más humildes –a quienes llamó incluso “héroes de la miseria”– a su labor revolucionaria.

 

Sus ideas políticas no fueron ajenas ni indiferentes a la cuestión social. En el artículo de Patria aludido –que se publicó el 24 de octubre de 1894, cuatro meses antes de estallar la guerra– sostuvo: “En un día no se hacen repúblicas; ni ha de lograr Cuba, con las simples batallas de la independencia, la victoria a que, en sus continuas renovaciones, y lucha perpetua entre el desinterés y la codicia y entre la libertad y la soberbia, no ha llegado aún, en la faz toda del mundo, el género humano”. Se bregaba por “una república invisible y tal vez ingrata”, “por la patria, ingrata acaso, que abandonan al sacrificio de los humildes los que mañana querrán, astutos, sentarse sobre ellos”.

 

Sabía que “un pueblo está hecho de hombres que resisten, y hombres que empujan: del acomodo, que acapara, y de la justicia, que se rebela: de la soberbia, que sujeta y deprime, y del decoro, que no priva al soberbio de su puesto, ni cede el suyo”.

Aprensiones y claras advertencias abundan en sus escritos. En las Bases del Partido Revolucionario Cubano fijó el propósito de “fundar […] un pueblo nuevo y de sincera democracia […] en una sociedad compuesta para la esclavitud”.

 

En tránsito de Montecristi a Cabo Haitiano para llegar a Cuba y ocupar su lugar en la guerra, la lectura de un libro lo mueve a estampar en su diario su satisfacción con “la igualdad única duradera”, y con “la paz solo asequible cuando la suma de desigualdades llegue al límite mínimo en que las impone y retiene necesariamente la misma naturaleza humana”, que él veía idéntica en esencia a nivel universal.

 

Asiduamente refutó falacias racistas dirigidas a legitimar la desigualdad entre los seres humanos, y al hacerlo en un apunte del cuaderno identificado con el número 18 en sus Obras completas, trazó una generalización que desborda el tema: “así se va, por la ciencia verdadera, a la equidad humana: mientras que lo otro es ir, por la ciencia superficial, a la justificación de la desigualdad, que en el gobierno de los hombres es la de la tiranía”.

 

Portador de ese pensamiento, pronunció el discurso citado al inicio. En él expresó la aspiración de que Cuba alcanzara “un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serían falaces e inseguros”, y añadió: “ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”. Pero a ese bien se oponían fuerzas varias, foráneas y nativas, autoexcluidas del proyecto revolucionario que él fraguaba, y eso conducía a las exclusiones registradas en el discurso.

 

No era que él, honrado artífice de la unidad indispensable, asumiera posiciones sectarias y cerrara puertas que debían mantenerse abiertas. Adalid en el reclamo de que cada ser humano ejerciera el deber de pensar por sí, tampoco se proponía ahogar opiniones, pues –lo afirmó de distintos modos– de todas las de sus hijos estaba hecha Cuba. Pero no todas las opiniones merecían la misma aceptación.

 

En lo interno cubano debía tenerse en cuenta, y enfrentarlos, a los cómplices de las calamidades coloniales, de “la gangrena que empieza a roer el corazón”; y también a “los petimetres de la política”, que se pondrían “a refunfuñar el patriotismo de polvos de arroz, so pretexto de que los pueblos, en el sudor de la creación, no dan siempre olor de clavellina”. Frente a tales rémoras pide dar “paso a los que no tienen miedo a la luz”, y aunque solicita “caridad para los que tiemblan de sus rayos”, no vacila en condenar a quienes se oponen a la revolución, o la dañan.

 

De los demagogos dice: “¡Clávese la lengua del adulador popular, y cuélguese al viento como banderola de ignominia, donde sea castigo de los que adelantan sus ambiciones azuzando en vano la pena de los que padecen, u ocultándoles verdades esenciales de su problema, o levantándoles la ira […]!”. No repudia solo a los demagogos: “¡[…] al lado de la lengua de los aduladores, clávese la de los que se niegan a la justicia!”. Como “la mano de la colonia […] no dejará a su hora de venírsenos encima, disfrazada con el guante de la república”, avisa: “¡Y cuidado, cubanos, que hay guantes tan bien imitados que no se diferencian de la mano natural!”.

 

Contra quienes propalan miedos –ya fuese “a las tribulaciones de la guerra”, “al que más ha sufrido en Cuba por la privación de la libertad” (el “negro generoso”, el “hermano negro”), o al español honrado–, lanza un “¡Mienten!” tras otro. La acusación se concentra en aquellos a quienes llama lindoros, olimpos de pisapel y alzacolas. Ellos hacen pensar en los señores –anexionistas o autonomistas– que el día antes de caer en combate califica de celestinos, porque prefieren “un amo, yanqui o español”, que les asegure sus privilegios, y desprecian a “la masa inteligente y creadora de blancos y negros”.

 

No por gusto, casi al inicio del discurso citado, menciona al “dueño codicioso” frente al cual han fundado un pueblo de amor sus compatriotas que lo recibieron y lo escuchaban en Tampa, y en el mismo texto exclama: “¡Esta es la turba obrera, el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de mano de mujer, donde se ha guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde se edifica, y se perdona, y se prevé y se ama!”.

 

Las desigualdades injustas eran un hecho objetivo, y podían ser inevitables entonces, como podrán serlo quién sabe hasta cuándo. Pero el revolucionario fundador que echaba su suerte con los pobres de la tierra tenía clara su opción. En carta de mayo de 1894 le habla a su amigo Fermín Valdés Domínguez de peligros que, como el oportunismo y las lecturas mal entendidas –y, pudiéramos añadir, la falta de caminos visibles–, asediaban, “como a tantas otras”, a “la idea socialista”. Pero es terminante al decir: “siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa”.

 

Su identificación con “la fuerza moderadora del alma popular” –cuya ausencia lo inquietaba aunque se diera en el más ostensible de sus inspiradores, Simón Bolívar– no significaba apatía, resignación, pasividad. Su preferencia por métodos no violentos no implicaba renunciar a la más alta expresión de violencia, la guerra, si esta era necesaria, y previó que la lucha contra la injusticia social podría necesitarse también en la república.

 

La ternura y la delicadeza, que le permitían dialogar con niñas y niños, y maravillarse, en campaña, con el espectáculo de la naturaleza, con la noche bella, con la música de la selva, fueron también cimientos de su actitud, junto a la firmeza. Nada tuvieron de flojeras culpables. Y la imposibilidad de erradicar en su tiempo la injusticia social no lo llevó a desentenderse de los ideales de la equidad. En todo mostró una voluntad que no cedió ante obstáculos ni ante consejos inmorales dictados por conveniencias oportunistas.

 

Resueltamente expuso en su alabanza póstuma a Federico Proaño, publicada en Patria el 8 de septiembre de 1894: “Cuando se va a un oficio útil, como el de poner a los hombres amistosos en el goce de la tierra trabajada –y de su idea libre, que ahorra sangre al mundo,– si sale un leño al camino, y no deja pasar, se echa el leño a un lado, o se le abre en dos, y se pasa: y así se entra, por sobre el hombre roto en dos, si el hombre es quien nos sale al camino”. Lo tenía claro: “El hombre no tiene derecho a oponerse al bien del hombre. Esto es lo mismo en Lima que en Quito, y en Guatemala que en San José: quien ve al hombre mermado, pelea por volverlo a sí, como Proaño peleó”.

 

Con los topónimos citados puntea la trayectoria del periodista ecuatoriano elogiado, pero para hablar de sí mismo pudo haber añadido La Habana, Madrid, Nueva York, la Sierra Maestra, nuestra América toda. Quien se expresa en aquellos términos poco tiempo antes de estallar la guerra cuyos preparativos él encabezaba, es el orador que dice: “¡Basta de meras palabras!”, y convoca a la acción, guiada por “un amor inextinguible”, para liberar la patria.

 

Aquel discurso lo pronunció en Tampa el 26 de noviembre de 1891, como parte de la movilización para fundar el Partido Revolucionario Cubano. Y gran parte del texto señala actitudes y fuerzas que difícilmente en unos casos, y de ninguna manera en otros, integrarían la totalidad con que él contaba para librar la guerra revolucionaria y fundar la república.

 

Hechas las precisiones que hace, concluye: “¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darles tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: ‘Con todos, y para el bien de todos’”.