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Apostilla en Melaíto

Por Luis Machado OrdetxPie La piedra de ágata, el mineral bruñidor de los cantos de un libro, incitan a la inspiración reflexiva y al reencuentro con una persona que considero insustituible en los aforos de Melaíto: Celia Farfán González.Figura, casi anónima, que por más de siete lustros lleva a cuesta los misterios del diseño de la publicación humorística, erigida desde el centro del país en cátedra de cualquier sitio cubano y en algazara de las señales del ciberespacio.Y viene el caso, porque durante el onomástico del mensuario, a algunos su nombre pasó al olvido, pero a otros, a quienes la consideramos sangre de drago, apareció como resina protectora de las imágenes de impresión de los textos y de las caricaturas que llegan en forma de tabloide al receptor nacional.Los estudios de artes plásticas la aguijonearon a desandar por mucho tiempo en los vericuetos del tintómetro, y también del manejo de tipómetros y la pica o el papel: el propósito era encajar la armonía, el atractivo o los efectos del diseño, definitorios de una identidad que tipifica a Melaíto desde su arrancada.Como en un apresto, la mujer, luego ingeniera agrónoma, sustituyó a Douglas Nelson Pérez Portal (Chispa), y se las ingenió para salir airosa en cada entrega, hasta que, como un hijo más, similares menesteres y la computadora, la tomaron por asalto en la modernidad, para que sin entuertos resonara el sentido del artista.Los programas contenidos en el ordenador estático, a quien después de 37 años sigue en las funciones de diseñadora titular, no le soslayan aquellos secretos que al paso del tiempo fungieron como hallazgos albergados en las cajas californianas, las ciegas, de la suerte o la perdida, lugares acostumbrados a visitar y que protegían, en definitiva, los tipos y juegos de letras del taller de impresión.De cierta manera, la huella de algunos de los libros de los colegas de Melaíto, sus exposiciones personales y colectivas, hasta las correcciones ortográficas, y por supuesto, el emplanado de los materiales y caricaturas, así como los premios que de manera muy frecuente conquistan en cualquier ámbito, tienen, sin lugar a duda, un acápite que alegra en demasía a Celia Farfán González.Y, ahora que comentó sobre congratulaciones, esta semana el jurado del vi Salón Nacional de humor erótico y general, auspiciado por la UNEAC y Melaíto, en Villa Clara, dio a conocer sus fallos: otorgar de manera extraordinaria el «Premio a la Presencia» a Luis Wilson Valera, recientemente fallecido.Los triunfos en el acápite general correspondieron, por orden ascendente, a Alfredo Martirena Hernández (Martirena), Pedro Méndez Suárez (Pedro) y Félix Adalberto Linares Díaz (Linares), y mención a Janler Méndez Castillo.En la parte erótica, la de mayor monto en competencia —representativa de 20 autores y 80 obras—, los lauros fueron, en similar jerarquía, a manos de Pedro, mientras el segundo lugar recayó en Lázaro Miranda Ramírez (Laz) y el tercero para Martirena, quien, además, se agenció el premio que confirió el Centro Provincial de Artes Plásticas.Antes, en la Galería de Arte en Santa Clara, Rolando González Reyes (Roland), integrante del colectivo, dejó inaugurada su exposición personal «Ese sentimiento que se llama humor», donde recoge desde la perspectiva satírica, erótica, política  y general, la visión que tiene de la realidad y sus posibilidades interpretativas y costumbristas.Allí, en cada instante, estoy seguro, desde la retaguardia, el corazón de Celia Farfán González, con o sin aplausos, trinó y tributó sobresaltos en cada corona cosechada por sus colegas de Melaíto, a quienes dejo, por supuesto, la apostilla como recompensa laudatoria.

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