Blogia
CubanosDeKilates

PUEBLOS POR DENTRO

DE PARÍS A SANTA CLARA

DE PARÍS A SANTA CLARA

 

Julio Cueva Díaz, el compositor y trompetista que enalteció con su música a ciudad central cubana. De un hombre y una historia que apenas se cuenta en la localidad, y permanece en franco olvido.

Por Luis Machado Ordetx

 

Jamás olvidó el excelso trompetista y compositor trinitario Julio Bartolomé Cueva Díaz —el Gaspar Blanco que modeló Alejo Carpentier en La Consagración de la Primavera (1978)—, aquellos años de residencia en Santa Clara, ciudad que lo acogió  en su formación musical. No importa que en la actualidad no se aborden los instantes que lo inspiraron a llevar al pentagrama un recuerdo histórico que tuvo su estreno en Paris y luego se divulgó en las emisoras de radio de la central localidad cubana.

El joven, entonces, no podía borrar de la memoria el concurso anual de Bandas de Música Infantiles  —Cienfuegos, Trinidad, Sagua la Grande, Santa Clara, Remedios, Caibarién y Sancti Spíritus—, organizados por la Sociedad de Instrucción y Recreo El Gran Maceo, en la antigua capital provincial, para recordar la caída en combate del Titán de Bronce y su ayudante Panchito Gómez Toro en campos San Pedro, Punta Brava.

En 1911 Cueva Díaz (1897-1975), como instrumentista de la Banda trinitaria llegó a Santa Clara para participar en aquel certamen, y cuatro años después es ya integrante de la agrupación de música del centro cubano. Fortalece estudios y presentaciones artísticas bajo las batutas de los maestros Domingo Martínez (director) y Agustín Jiménez Crespo (asistente), momento en el cual comenzó sus labores de composición de danzones.

El autor de «El golpe de bibijagua» y «Tingo talango», entre otras antológicas composiciones, tendría prendida en la memoria el recuerdo de Santa Clara, la ciudad de su formación musical y de los amores y la familia. ¿Cómo desprenderse de la triste evocación del despojo que recibió la Banda de Trinidad, en su primera incursión en concurso, del premio de 1911? ¿Cómo olvidar las ínfulas de segregación racial, entonces, en el Parque Vidal?

Bien recuerda La Publicidad (Diario Político y de Información) de Santa Clara la nostalgia de los niños trinitarios cuando recibieron el adverso veredicto del jurado al ubicar a la agrupación de Cienfuegos como la galardonada. Una polémica sugerida desde El Clarín, de Caibarién, y sustentada por otros rotativos de Remedios, hablaron de favoritismos hacia los instrumentistas de la Perla del Sur.

Desde La Publicidad, el cronista Sergio R. Álvarez  escudado en el seudónimo de Mefistófeles, en defensa del jurado dijo: «Que resulte extemporáneo poner la teja antes que caiga la gotica sin saber si habrá de mojarse la casa», alertó de la probidad en las cláusulas  del certamen.

A pesar de esa primera colisión desfavorable, Cuevas Díaz,  ya cornetín solista en la Banda Municipal de Santa Clara, partió después de la ciudad y en breve tránsito por Cienfuegos y la Habana, llegó a Paris, sitio de reunión de artistas y escritores cubanos.

En el bautizado cabaret «La Cueva» compuso y estrenó en 1934 «Santa Clara» (bolero-son),  de contenido patriótico. Un lustro después se difunde por la emisora CMHI, ubicada en las calles Tristá y Virtudes, en la capital de la provincia. Otra vez, dedicada al Liceo de Villaclara,  propaga la pieza el viernes 18 de diciembre de 1942, fecha de bailable y congratulación a ese centro histórico de batallas por la independencia nacional.

La letra aborda aspectos vinculados a los símbolos patrióticos y de tradición pilonga de la localidad, y de las aspiraciones por crear la Universidad, y constituir un centro permanente de cultura.  Otras piezas anteriores divulgó Julio Cueva en Santa Clara: «Campanario», dedicado a la Parroquial Mayor, «Chucumbún» y «Ten cuidado con Irene», de crítica social contra la discriminación racial. De igual manera promocionó por las emisoras CMHI y CMHW sus principales composiciones de entonces.

Del compositor e instrumentista trinitario, apenas conocido su paso y trascendencia en Santa Clara, quedan pendientes diversas aristas, algunas tratadas por Dulcila Cañizarez en Alé alé reculé (2010), y otras contenidas en papelerías de los periódicos villaclareños. No obstante, su quehacer artístico-musical constituye un referente de permanente olvido.



DE REMEDIOS A LA HABANA

DE REMEDIOS A LA HABANA

Por Luis Machado Ordetx

 

A San Cristóbal de la Habana ocurre en la historia como a San Juan de los Remedios, la Villa endemoniada que fundó Vasco Porcallo de Figueroa, «tal vez en Trinidad, en Sancti Spíritus, etc, fueron mudadas de emplazamiento», dijo Jenaro Artíles en un viejo estudio sobre los orígenes de la actual capital cubana, ahora en el medio mileno de su surgimiento.

El dato aparece en una investigación que publicó en 1946 Emilio Roig de Leuchsenring en aquellos valiosos Cuadernos de Historia Habanera, un lujo de lectura en nuestro tiempo. Artíles recoge aspectos interesantes de la fundación y traslado, así como de La Chorrera, torreón que junto al ubicado en Cojimar, servían de primeras avanzadas en defensa militar en la antigua ciudad.

Como entre Remedios y La Habana se traduce un cruzamiento que recuerda la segunda expedición de Pánfilo de Narváez con el padre Las Casas desde el pueblo indio de Carahate, en la otrora Octava Villa de Cuba, por derecho propio nacida en 1515 hasta que no aparezca otra documentación, queda otra satisfacción.

Son muchos los puntos de encuentros que van, incluso, a lo remoto en aquellos constantes ataques de corsarios y piratas, hasta el encrucijada de reses que iban desde un pedazo del «coto» particular de Porcallo de Figueroa, con parada momentánea en el embarcadero de San Atanasio de Álvarez, hasta llegar por el viejo camino a La Habana.

Los diálogos culturales e históricos, salvando distancias, son inmensos. ¿Nada de parrandas?, dirían otros. No hace falta. Los hechos se apoderan del espacio. Tal ocurre cuando en espíritu Alejandro García Cartula, no presente en el estreno de la primera versión de “Bembé” en La Habana percibe la resonancia que alcanza el virtuosismo de vanguardia afrocubana hacia 1929, ocasión en la cual aquella primera versión musical escrita en Paris por encargo de Fracois Gaillard inundó los ecos del sinfonismo nacional.

Un habanero, considerado el Tercer Descubridor, Fernando Ortiz, dejó una nota singular en Una pelea cubana contra los demonios (1959) que, como dijo, constituye un «Relato documentado y glosa folklorista y casi teológica de la terrible contienda que, a fines del siglo XVII y junto a una boca de los infiernos, fue librada en la villa San Juan de los Remedios por un inquisidor codicioso, una negra esclava, un rey embrujado y gran copia de piratas, contrabandistas, mercaderes, bateros, alcaldes, capitanes, clérigos, energúmenos y miles de diablos al mundo de Lucifer», según el texto.

Es en esencia parte de esa historia que originó las traslaciones de  Remedios de un sitio a otro, y también el desgajamiento, por intereses económicos, al fundar un nuevo pueblo: Santa Clara, al centro. Sin embargo allí perduró la voluntad de ancianos, hombre, mujeres y niños que por arrojo desafiaron la fuerza, se internaron en el monte y no abandonaron lo que llamaron siempre el terruño patrio de sus existencias.

La historia de Una pelea cubana… válida metáfora del tiempo, también quedó recogida en el largometraje de ficción que hizo en 1971 Tomás Gutiérrez Alea, quien, a pesar de desaciertos narrativos, insistió en «hurgar en nuestros orígenes, mirar atrás y adquirir conciencia de cuáles son nuestras raíces como hombres». Era, recordó, un punto de partida de significaciones conceptuales.

 Por si fuera poco, nuevamente Remedios está en La Habana aunque sea en una quinta parte del ron Conde de Cuba, edición El Faro, producido con bases añejas de destilerías del centro-oriente del país. Es una satisfacción, afirmó Lino Luis Pérez Rodríguez, especialista principal de la Fábrica de Ron Mulata, destilería Santa Fe, en el ingenio Heriberto Duquesne, formar parte de un proyecto de formulación de bebida destinada a saludar el aniversario 500 de la Villa de San Cristóbal de La Habana. 

La propuesta de Ron Ligero Cubano comercializada por Ingeniería y Servicios Técnicos Azucareros (Tecnoazucar) en coordinación con Rives   Distillery S.A., «tiene también un pedazo de la identidad remediana», declaró Pérez Rodríguez, aspirante a Maestro. El envase que contiene la bebida es una réplica a escala del Faro del Castillo de los Tres Reyes del Morro, la universal fortificación capitalina, recalcó.

Antes Pérez Rodríguez contribuyó a acentuar similar mística cuando intervino en la elaboración de la edición Remedios 500  de Ron Mulata, y del extra añejo con brillo que festejó el homenaje al aniversario 60 del triunfo de la Revolución en Santiago de Cuba, una bebida espiritosa de equilibrada transparencia y aroma en sus componentes.

De Remedios, en el centro este, a La Habana en el occidente, hay distancias físicas en lo geográfico, pero en historia y cultura persisten antiguas relaciones que crecen con los «misterios» que impulsa el tiempo para el conocimiento de las identidades.

Tal como precisó Eusebio Leal Spengler en Remedios, casi cinco años atrás, habrá que trasladar su apreciación a San Cristóbal de La Habana para que «no se apague el esfuerzo cuando termine este día» de celebraciones. ¡Qué así sea! en nuestra historia.

 

REABRIRÁN MUSEO CASA ALEJANDRO GARCÍA CATURLA

REABRIRÁN MUSEO CASA ALEJANDRO GARCÍA CATURLA

La institución, privilegio de la Cultura Cubana, ubicada en Remedios, ostenta el premio nacional de Conservación y Restauración, distinción otorgada en 2006. Una nueva imagen museográfica en salas permanentes y ambientadas de la vivienda del genial compositor será apreciada con la reapertura.

Por Luis Machado Ordetx

Una noticia que enorgullece a ávidos conocedores y defensores de la  obra musical y jurídica de Alejandro García Caturla (1906-1940), el más universal de los compositores de la vanguardia cubana durante la primera mitad del pasado siglo, llega por estos días cuando se ultiman detalles para reabrir las visitas públicas del Museo Casa, en Remedios, luego de un lustro de clausurada.

La apertura de la vivienda después de labores reparación de la cubierta, carpintería y áreas de servicio, así como de conservar la profusa colección personal y familiar del jurista-artista, será el domingo en la mañana, Día de la Cultura Cubana, ocasión significativa que enaltece el  legado histórico del artista.

La casona desde que la familia García Caturla se instaló allí después de adquirirla en propiedad figuró como centro de las más trascendentes actividades artístico-literarias y culturales de la localidad, y en 1970 fue declarada Monumento Nacional. Un lustro después comienza el anhelo por abrir allí un museo, proyecto que logran en 1976 con la apertura de una sala dedicada a las parrandas remedianas.

En 1984 el inmueble fue sometido a una reparación capital, y cuatro años después se produjo una reapertura que definió el rumbo actual de  conservar, promover y estudiar la historia musical remediana, y en especial de García Caturla.

Sin embargo, pasaron tres décadas y la remodelación de un edificio aledaño produjo afectaciones en la cubierta del Museo Casa, y  obligaron al desmontaje de las valiosas colecciones, entre las que destacan papelerías, libros, instrumentos musicales, muebles familiares y vestimentas del genial músico cubano.

Una brigada de restauración de la localidad, luego de fallidas intervenciones constructivas de otras homólogas, intervino en el mantenimiento de la cubierta de la vivienda y se retiraron los falsos techos de la sala de recibo y zaguán, lo cual permitirá observar en las alturas los detalles de las piezas originales que datan de 1875. También se reparó la carpintería dañada por la humedad y el comején y se retocaron las mamparas y puerta de acceso a la calle, frente a la plaza central de Remedios.

Hay una imagen diferente hacia el interior del Museo Casa en el montaje de las salas ambientadas y de exposición permanente, con vitrinas y estanterías nuevas, y una iluminación apropiada para los objetos mostrados en el área transitoria.

También hubo intervenciones en almacén de conservación de lo atesorado, el departamento de servicio y los baños,  y repararon las conexiones eléctricas para garantizar seguridad al inmueble, al tiempo que renovaron la jardinería del patio central, acciones que completan una de las mejores intervenciones capitales de las concebidas en ese inmueble colonial.


GARCÍA CATURLA Y LOS ENTUERTOS DE LA MUERTE

GARCÍA CATURLA Y LOS ENTUERTOS DE LA MUERTE

Por Mauricio Escuela Orozco (Periodista y Narrador cubano)

 

“¿Pero, lo vas a usar en Remedios?”, la pregunta de Alejo Carpentier era ilustrativa de la situación que sufría Alejandro García Caturla en la vieja ciudad de provincias, donde un traje de cuello y corbata resultaba una excentricidad. Así, también fueron rarezas la Orquesta Sinfónica que intentó crear en la vecina ciudad de Caibarién, proyecto mastodóntico de apenas unas pocas presentaciones, los amores del joven compositor (dos mujeres negras y hermanas entre sí), su obsesión por las cartas y el contacto con la vanguardia artística. Todos estos, elementos que chocaron contra el aguijón de la modorra que reinaba en la Octava Villa, un lugar donde pensar o hacer eran pecados suficientes ante la inmensa misa de acólitos del conservadurismo.

 

El traje reposa en la Casa-Museo, herido por los balazos que el 12 de noviembre de 1940 le arrancaran la vida al poeta de la música, ese que desde niño cautivó con sus ideales de justicia y un gusto esmerado por la Historia del Arte. El chico que escapaba del catecismo y se iba a los bembés donde predominaba lo por entonces despreciado de la sociedad, el joven que en su fotingo y junto a sus amigos corría hacia los poblados vecinos detrás de cada toque de tambor, de cada genio popular que le enseñara un pedazo de la esotérica música africana.  Ese que se detuvo a reflexionar sobre la imagen poética como una realidad palpable y revolucionaria y la llevó al pentagrama, el autor de una pieza extraña y chocante como “Fanfarria para despertar a los espíritus apolillados” (la música como arma en función del cambio social). Fue, sí, Alejandro García Caturla, el genio de San Juan de los Remedios, quien sin miedo y desprotegido, firmaba pronunciamientos contra el dictador Gerardo Machado, pues el artista validaba más la independencia de su piano que el trono otorgado por el poder.

 

En diferentes escenarios se pronunció por el niño, la mujer y el obrero, siendo él mismo un aristócrata de cuna, un patriota hijo de patriotas, un odiador de quien mancillaba el suelo abonado con el sudor agrio de la caña. Varios disparos se le lanzaron, así como ofensas de todo tipo, malentendidos, maldad pura y dura. El irse a La Habana le dio una visión total de la miseria republicana y de la luz que acompañaba aquella ciudad oscura. Fue en los cines donde, mientras amenizaba películas silentes, descubrió la fuerza del gesto, el estruendo del ritmo, lo danzario y lo barroco en los trozos de Chopin, Beethoven, Mozart; Alejandro comenzó a ver al hombre universal a través de los artilugios del siglo. La “Danza del Tambor” será luego una pieza altamente visual, donde casi se está en presencia de los danzantes y el oyente se trastoca en personaje de la obra y completa el sentido a través de una toma de conciencia del papel físico del sonido. Pero todo el estruendo se volvió susurro, pues Caturla fue también el reformador constitucional, que pidió leyes nuevas para enmendar el código penal infantil y reclamó pan para el hambriento y el desolado. Un tiempo convulso no tolera cabezas pensantes, o las corta o las destierra.

 

Remedios en muchos sentidos era una guillotina seca, concluidos los estudios de Derecho por parte de Alejandro, así como su estancia en París junto a Carpentier, el genio regresó con el traje puesto a la villa donde la pobreza simplificaba la ropa. La primacía del caqui de la guardia rural y el trato duro, la conspiración para silenciar al oponente que aún en su situación de desespero escribía a los amigos, felicitaba, pedía información actualizada, componía grandes piezas. Eran el artista contra el monstruo, la creación contra el vacío, el sensible tacto del piano contra la metralleta. En Remedios, la Revolución de 1930 dejó alertas a los ahogadores de las primaveras. Varias veces recibió el abogado y juez ofertas para dejar a un lado su intachable postura, pues ya el estar casado con dos negras y hacerles hijos eran ofensas suficientes. El joven pasaba por alto los ofrecimientos, pero no así las amenazas y solicitó un revólver como parte de su indumentaria de funcionario del Derecho.

 

De nada le sirvió a Alejandro que durante el último periodo de su vida (1936-1940) gobernara la República otro remediano, el Coronel Federico Laredo Brú, quizás hasta un amigo común de la familia. Ya pasaron los años de las delicias y el helado luego del cine, de las primeras chicas negras amadas detrás de las columnatas, sí, y todo eso lo sabía Caturla quien, toga viril y pentagrama enervado, se dirigía al viejo vulgo de Remedios en el teatro Miguel Bru. Aquella noche lo abuchearon, la rechifla ahogó el principio de un concierto que quiso ofrecer casi como una disculpa de su vocación genial y díscola, de los portazos que daba a las ventanas de su casa antes de sentarse a componer, del egoísmo noble que lo llevaba a trasnochar mirando por un postigo hacia las calles Independencia y Maceo, la misma encrucijada donde halló la muerte. Barbarismos de la historia que le negó el justo reconocimiento.  

 

Mientras, en Europa ya llovían premios y estrenos de sus obras, todos se preguntaban dónde yacía el genio oculto de tanta dicha o tanta tristeza. Carpentier coordinaba el retorno de ambos por los predios parisinos, en una turbamulta parecida a la de Napoleón a su regreso de Elba. Pero el héroe era héroe a la manera de Byron y no al estilo feroz de los que hincan el diente en la realidad oportuna. Prefirió la manutención de sus hijos, a quienes amaba y dio consejos de lecturas, para los que tocó piezas de su amigo Claudio Debussy en el viejo piano. La guillotina seca le tendió cercos al creador, le hizo un puente del juzgado a su casa y viceversa, no había meandros de fortuna para el hombre que siempre debió dinero a cambio de ratos libres para componer o soñar con irse a La Habana, a París, al menos de forma imaginaria. El sombrío año de 1940 vino como un soplo de frío, con la navidad local y el jolgorio de las Parrandas, Alejandro debió ver desde la ventana de su casa la evolución de los barrios El Carmen y San Salvador y pensaría que la escena tornárase quizás reiterativa.  La música silenciada por la bulla popular, la “Berceuse campesina” que sonaba en la noche, cuando la villa ni siquiera pensó en la importancia de lo que se gestaba.

 

Un nacimiento de luces en medio de la sombra mediocre de 1940 fue abortado en la intersección de las calles, Alejandro muerto a balazos por un matón común, un ser anónimo que fue a esconderse en el Cuartel de la Guardia Rural, donde lo recibieron con aclamaciones. La bestia no enseña jamás el rostro y celebra el mordisco en silencio, pero el héroe, aún desprovisto del amor que merecía fue alzado en hombros, lo llevaron hasta la morada humilde y allí a la última Tule de todo hombre. Esa fuera la historia en sí, unida a la repulsa de Carpentier, quien escribiera “El crimen fue en Remedios”, o los reclamos de Nicolás Guillén, quien descubriera en Caturla a su par. Pero Alejandro parece cada año por estas fechas nacer en esa misma calle mortuoria, como si el frío año 1940 hubiese detenido a Remedios en el tiempo, ciudad deudora, lugar de perenne vacío donde la música debiera resonar. Todavía cuentan que en la casona hay pasos y seres que desmienten el entuerto de la muerte. Es quizás la obra que solitaria continúa su paso breve e indiferente al devenir humano.

 

REMEDIOS TIENE UNA PALABRA DE ALERTA

REMEDIOS TIENE UNA PALABRA DE ALERTA

Por Luis Machado Ordetx

 

El imaginario popular, en ocasiones, trastoca los nombres de las calles de sus respectivos parajes, y unas veces, deciden llamarla a la antigua, y otras por los apelativos de la modernidad, lo cual provoca desde la incertidumbre de un cartero de barrio, hasta la del sencillo transeúnte. Tal indecisión  también perjudica la verdadera historia de un lugar particular.

 

En Santa Clara, ahora en su aniversario 326 de fundada por la diáspora de espíritu económico-social de familias remediadas que, el 15 de julio de 1689, tomaron camino de tierra-adentro, y decidieron crear una localidad para el fomento agropecuario, principalmente ganadero, constituye uno de los paradigmas  más notables en las mutaciones que titulan a sus principales vías.

 

Una de las más notorias de aquellas antiguas rutas fue la conocida por “Soledad”, tránsito hacia los caminos reales a La Habana, hacia el oeste, y a San Juan de los Remedios, en el punto contrario. La señalaron  también “Del Puente”, y después “Santa Elena”, hasta finales de 1894, en que la apellidaron “Antonio Maura”, para enaltecer al ministro español defensor de colonialismo en Cuba y Puerto Rico.

 

Al concluir la guerra necesaria organizada por Martí, y antes de la instauración de la República de 1902, se designó “Independencia”, única calle que, de este a oeste, recorría toda la ciudad y que luego de 1989, con el paseo público que se asemeja en el ámbito urbanístico —sin sus antológicas particularidades—, a un boulevard, dejó trunco en un tramo comercial al tránsito de vehículos.

 

Aquel viejo camino a San Juan de los Remedios, en las proximidades del puente sobre el río del Monte (Cubanicay), guardó por años la leyenda de la Cruz, lugar al cual llegaron las familias remedianas para formar la Villa Nueva de Santa Clara, sitio donde encontraron en medio de la tupida floresta un misterioso “emblema” cristiano hecho en madera rústica.

 

Allí está el Paso de la Cruz. El símbolo religioso, esculpido en mármol, a instancias de Martín Camps y Oliver, se colocó el  3 de mayo de 1861 a orillas del río, momento que perpetúa la historia de aquel tortuoso tránsito poblacional.

 

Destino al este, la carretera aparece como “de Camajuaní”, así como más reciente, “Avenida de la Liberación”, por ocurrir allí el descarrilamiento del Tren Blindado por tropas combinadas del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y la columna número 8 “Ciro Redondo”, comandadas por el Che Guevara.

 

En planos oficiales de Santa Clara, anteriores a 1959, incluso después, se inscribe como “Avenida Rafael Trejo”, mártir estudiantil de 1930. Incluso se recoge, indistintamente, como “Avenida Eutimio Falla Bonet” —según reza una placa—, y se desconocen la fecha y acuerdos tomados por el Gobierno municipal para tales designaciones. En el segundo de los casos parece que fue en 1954 cuando el acaudalado millonario lo declararon “Ciudadano Benemérito” de la ciudad por sus aportes benéficos en la liga contra el cáncer e instituciones docentes.

 

Más olvidado por la historiografía de Santa Clara lo constituye el momento que, desde el Puente de la Cruz hasta el actual centro docente Pedro María Rodríguez —cercano a la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas—, la carretera se apodó “Avenida de San Juan de los Remedios”, título aprobado por el Gobierno Municipal durante la celebración del aniversario 246 del nacimiento del asentamiento poblacional, según refrenda el periódico El Faro, en la edición del lunes 22 de julio de 1935.

 

Ese, según nuestro juicio, debió ser siempre el verdadero apelativo de la arteria vial, tránsito obligatorio al original camino al Cayo de la Sabana, Octava Villa de Cuba, y estableció, según resalta la prensa, el primer encuentro oficial entre direcciones políticas, económicas y el pueblo remediano en la efeméride que perpetúan el surgimiento de Santa Clara.

 

Ese momento quedó cortado después de 1959, y en el aniversario 300 de Santa Clara, fue retomado hasta la actualidad. De acuerdo con el titular del rotativo, se consigna: «En Santa Clara se celebró la fiesta-aniversario de su fundación por los remedianos, titulando a una avenida con el nombre de “Av. De San Juan de los Remedios”», hecho que dejó un espíritu de cordialidad y apego hacia los aportes culturales que todavía perduran.

 

Apunta el periódico: «Hace un año el empleado de la Ad. Municipal de Santa Clara, señor Julio Yera, sugirió al Alcalde de esa Ciudad la idea de dar el nombre de alguna calle o avenida de aquella ciudad, como homenaje de recuerdo a la vieja ciudad progenitora, es decir a esta de Remedios que fundó a la de Santa Clara. El Alcalde dio calor a la idea, dictando al efecto un decreto, cuyo cumplimiento se efectuó este día 15 de Julio, colocando a las 8 de la mañana de ese día, una tarja al principio de la calle Independencia, es decir, del tramo de carretera que comienza en la Granja-Escuela y termina ideológicamente en los comienzos de la citada calle de Independencia» (Sic).1 

 

También los visitantes fueron a la “Loma del Carmen”, y rindieron tributo al lugar donde se verificó el primer “Santo Sacrificio de la Misa”, al pie del legendario tamarindo, árbol simbólico de   Santa Clara.

 

 En el teatro La Caridad, el Doctor Almadovar, en nombre de los residentes en la Octava Villa,  abordó la historia de la “Familia, Religión y Hogar”, a propósito del lema que tuvo desde 1894 el antiguo escudo de Armas de la ciudad.

 

En principio, afirmaban que, con la designación de una calle, los de la Villa Nueva, herederos de   la Santa Cruz de la Sabana de San Juan de los Remedios del Cayo, según refrendó el blasón del cuartel superior del símbolo de Santa Clara, la ciudad y jurisdicción del centro cubano, siguieron en su consecución histórica y olvidaron una parte de la memoria documental que fijó el tiempo.

 

NOTA

1- «En Santa Clara se celebró la fiesta-aniversario de su fundación por los remedianos, titulando a una avenida con el nombre de “Av. De San Juan de los Remedios”», en El Faro, Remedios, 5(454):1, lunes 22 de julio de 1935.

 

 

 

 

BIBLIOTECA MARTÍ, EL RECINTO CULTURAL DE LA MULTITUD

BIBLIOTECA MARTÍ, EL RECINTO CULTURAL DE LA MULTITUD

Por Luis Machado Ordetx

 

Durante las primeras décadas del pasado siglo, después de la frustración de la República «con todos y para el bien de todos» de Martí, los nacionalistas cubanos incluyeron en sus insistentes prédicas la urgencia de abrir en todo el país recintos de multitud que, entre libros, acogieran la instrucción pública, muy deficiente, por los elevados grados de analfabetismo, en todas las regiones del país.

  

Era una crítica reiterada a la falta de lectura diaria, una de las causas alegadas, que provocaba indisciplina  y hasta pesimismo popular. Alertaban en el deber que tenía la prensa plana y el escritor para influenciar y alentar la riqueza espiritual y ciudadana de la nación. 

 

 En “La lectura popular. Conveniencia de estimularla, depurándola”, el holguinero-cienfueguero Enrique Gay Calbó, destacó en 1915 que la «falta de libros y la dificultad de encontrarlos o comprarlos, influye mucho en la incultura popular. Sabido es que en toda la República pocas bibliotecas merecen ese nombre, y que ninguno de los escasos museos lo es realmente».1

 

Hasta entonces existían la Biblioteca General de la Universidad de La Habana (1728), así como la correspondiente a la Sociedad Económica Amigos del País (1793), y su homóloga Biblioteca Nacional (1901) y otras muy dispersas en provincias. Tampoco habían museos de considerables valores educativos-patrióticos, exceptos el ubicado en 1899 en Santiago de Cuba, primero de su tipo y sostenido por Emilio Bacardí Moreau, o en Cárdenas (1900), con patrocinio de Francisco F. Blanes Palencia y Oscar María de Rojas.

 

 Un tiempo después José Antonio Ramos, al introducir su drama          —en tres actos y prosa—, Tembladera (1917), recordó en su disertación “Seamos cubanos”, que lo más «interesante del momento actual —como de todos los momentos del Hombre y de la Humanidad— está principalmente en la región de las ideas, en el campo del espíritu; y ahí es, sin dudas, donde habrá de fijarse la mejor atención de nuestros descendientes».2

 

 

Constituyó esa una manera de rebuscar en el «alma nacional», y de encumbrar el optimismo. Fue el anhelo del viajero, como apuntó Jorge Luis Borges, que al trasponer  una biblioteca en «cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden)», o el refugio de la cultura en todos sus ámbitos.

 

 De aquellas primeras instituciones públicas que irradiaron espiritualidad en la región central, están, entre otras, la fundada en 1850 en Sancti Spíritus, y en 1864 Francisco Javier Balmaseda creó otra en San Juan de los Remedios. Trinidad, Cienfuegos y Sagua la Grande —después de erigida en Jurisdicción—, tuvieron similares instituciones para el “discreto” fomento de la lectura popular.

 

 En Santa Clara el 15 de julio de 1867 se creó la primera biblioteca en la Sociedad Filarmónica. Un año antes, en la casa del patriota Eduardo Machado Gómez, hubo igual impulso, hasta que decayeron las proyecciones porque muchos de los prohombres  se lanzaron a la manigua ansiados por contemplar a Cuba independiente. Sin embargo, sus propiedades quedaron desperdigadas o incautadas por el Gobierno español.

 

 El periodista Jesús López Silvero, al recordar aspectos de la fundación de «La Biblioteca del Liceo», apuntó que «Cerca del viejo Instituto y al fondo de su edificio social, donde actualmente se encuentran instaladas las oficinas de la Compañía Cubana de Teléfonos, el romántico caserón le servía de hospicio a tantos libros útiles y bellos, poseía para nosotros, jóvenes  de entonces, el raro sortilegio de esas cosas que a diario renuevan el complexo de nuestras emociones en la búsqueda de mundos desconocidos a nuestra investigación de adolescentes.

  

«Esta Biblioteca, que se distinguía por el valioso aporte de sus libros —indicó—, poseía una selección de los clásicos griegos, latinos, españoles, ingleses, franceses y alemanes; los autores modernos entonces en boga y los libros de ciencias más necesarios y útiles; las revistas de la época se leían en tomos reciamente encuadernados y no existía un solo ejemplar a la rústica. El origen de esta biblioteca que era la mejor obra que el LICEO, junto con su Feria Exposición, podía ofrecer como ofrenda de la nueva República».3

  

A la Biblioteca, como precisó, acudieron estadistas de la epopeya de 1868, como Eduardo Machado Gómez, Miguel Jerónimo Gutiérrez, Juan Nicolás del Cristo, y Antonio y Guillermo Lorda y Ortegosa, u otros villaclareños que el 6 de febrero de 1869 hicieron el pronunciamiento independentista de las Cinco Villas en las Sabanas de San Gil.

 

 En el Liceo de Villaclara (callejón de Las Flores y San José, o sea en Padre Chao y Villuendas), se estableció el 10 de octubre de 1899 otra biblioteca con similares características. El coronel Horatio S. Rubens, único superviviente de la Junta Revolucionaria de New York (1895), al ser recibido por el Liceo en la víspera de la Cena Martiana de 1936, precisó que «En mi lejano hogar del Norte, recuerdo al “Liceo de Villaclara”, con gratitud y emoción profundas, porqué sé que aquí siempre se me recibe con sincero afecto y por qué sé que esta casa es Templo donde se venera con devoción la santa memoria de Martí, el inolvidable amigo del alma, a quien  me unió estrechamente la común aspiración de libertar a este hermoso país».4

  

                            DOS FECHAS Y UNA HISTORIA

  

En el Club Cubano de Bellas Artes, en La Habana, el sagüero Jorge Mañach recordó en 1924 que una «revolución política es más fácil de lograr que una revolución en la cultura, si se admite susceptible de progresar por revoluciones».5  En similar sentido el antimperialista Emilio Roig de Leuchsenring, ese año, animó el deseo de renovación, «arransando por completo con lo viejo y lo malo —hombres e instituciones—, cambiando normas de vida y normas de moral, reformando todas las leyes y llevando en ellas la savia nueva de las ideas modernas».6

  

 El mensaje era claro desde antes: con la cooperación entre «capitanes o soldados» trabajar por el país y América, dijo el nacionalista Enrique Gay Calbó instantes previos a fenecer su revista, Cuba Contemporánea, y  anunciar la avalancha  transformadora y de cambio que traería la homóloga Avance, 1927, con la propuesta de aniquilar los valores gastados en el ámbito político y cultural.

  

A pesar de la crisis económica, y hasta de la actuación precedente de los desgobiernos cubanos, dos fechas asombran al dejar pretensiones espirituales  en el perímetro de las instituciones administrativas del centro del país. Organizaron bibliotecas públicas y museos que recogieron la historia patria: el 10 de octubre y el 24 de febrero. Ambos momentos estaban relacionados con las impaciencias independentistas de 1868, y 1895, en sucesión continua de liberación nacional.

  

En Sancti Spíritus el 10 de Octubre de 1917 se estableció la primera biblioteca pública municipal. Santa Clara lo hará, 8 años después, en la sede del Gobierno Provincial. Sin embargo, desde 1921 hubo un presupuesto ordinario para el alquiler de libros al servicio del Consejo administrativo. El 10 de febrero de 1924 se acordó declararla Biblioteca Pública y nombrarla “Martí”, con acto inaugural para el 24 de igual mes, pero del siguiente año.

  

El primero de marzo comenzó a prestar valores espirituales. Ya contaba, de acuerdo con el presupuesto estatal asignado, con 2 mil 066 títulos y 2 mil 384 ejemplares. Al cierre de 1925 se oficializó en esa institución una Galería de Patriotas, y develaron un busto de bronce  de Martí, así como un retrato de Eduardo Machado Gómez, hecho por el pintor Armando Menocal, una iniciativa del Dr. Alfredo Barrero Valasco, presidente del Consejo Provincial.

  

Al cierre de 1926 la Biblioteca “Martí” tuvo 22 mil 513 lectores, según las actas del órgano de Gobierno, y estuvo instalada en el ala izquierda de la edificación. El primer bibliotecario fue Manuel García-Garófalo Morales (1853-1931), quien tomó posesión del cargo el 22 de abril de 1927. El sagaz periodista-bibliógrafo, al observar los incorrectos mobiliarios, desorden de libros en estantes, pérdidas frecuentes de ejemplares en préstamos y de inventarios de clasificación, acordó un reglamento para evitar los deterioros, extravíos e inadecuación de los servicios.

 

 También organizó una biblioteca especializada en asuntos cubanos en la cual «debían figurar todas las obras escritas por cubanos u otros individuos que no lo sean […] La actual generación y la que suceda, deben conocer con preferencia a otros estudios la labor de los escritores, literatos y hombres de ciencia que han precedido en Cuba, que para honra nuestra, de nuestra cultura y civilización, existe abundante y selecta riqueza que acredita la inteligencia cubana de laboriosa, ilustrada y patriótica prédica», dijo en carta dirigida a autoridades políticas de la provincia.  

 

 El sábado 26 de octubre de 1929 el periódico La Publicidad, con el titular «El Museo “Martí” Progresa», elogió el proyecto de incluir en la sede de la Biblioteca, un sitio adjunto para enaltecer la educación, el conocimiento y la cultura patriótica de todos los ciudadanos de la localidad.7

 

 El rotativo insertó una carta del remediano Gastón D. Caturla al Dr. Juan Clemente Vázquez Bello,  el Gobernador que irradió tal propósito, en la cual recordó, según el diario local El Heraldo, que desde el 29 de diciembre de 1867 hubo en la ciudad una biblioteca similar a la sucesora, y su carácter era público, sin distinción de sexos y edades. La referencia estuvo dirigida a aquella organizada por el Liceo de Villaclara.

  

Muchos de los libros de textos, y piezas de valor histórico que se exhibieron allí, eran fondos de la Biblioteca del Liceo y del Instituto de Segunda Enseñanza, incluido un envase de metal con tintero, almohadilla y cuño pertenecientes a la patriota Carmen Gutiérrez Murillo, así como la bandera cubana que emplearon los generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff cuando en julio de 1895 tomaron el poblado espirituano de Tunas de Zaza.

 

 Sin embargo, la Biblioteca Martí, en Santa Clara, tiene el privilegio de ubicarse entre las iniciadoras del país en disponer de carácter circulante al trasladar con sistematicidad, desde 1931, sus referencias documentales hacia barrios humildes, así como poblados y territorios distantes de la provincia. Era el marcado ambiente de Cultura y conocimiento al alcance de todos exigido por los nacionalistas de las primeras décadas del pasado siglo.

  

En 1944 el Museo se separó del área adjunta a la Biblioteca, y ocupó en la edificación un lugar particular. Un año después publicó el Boletín de Cultura, edición mensual y de distribución gratuita en la cual se recogían los principales acontecimientos artístico-literarios y de divulgación científica de la institución.

  

Una década antes, después de gestiones de Carlos Alberto Martínez-Fortún y Foyo, el 24 de febrero de 1933, se instituyó el Museo de Historia, Arqueología y Etnografía de Remedios —primero con carácter independiente de la antigua provincia de Santa Clara y quinto de su tipo en el país—, y el Ayuntamiento de Cienfuegos organizó una colección de libros para consulta y lectura pública en su recinto administrativo.

  

Hoy en la “Martí” existen más de 114 mil 670 ejemplares que, van incluso, desde el siglo XVIII a nuestros días, abarcan las disímiles temáticas que convierten al conocimiento en labor patriótica de difusión cultural. En la Biblioteca están conservadas las alas que nacen  en una lengua única que se esparce, como siempre deseó el Apóstol, hacia la sabiduría de todo el mundo: el recinto de multitud que acoge el libro.

 

NOTAS


 1-Enrique Gay Calbó (1915): « La lectura popular. Conveniencia de estimularla, depurándola», en Cuba Contemporánea, 3 (3): 248, La Habana, julio.

2-José Antonio Ramos (1917): «Seamos Cubanos», en Cuba Contemporánea, 5(4): 257, La Habana, diciembre.

3-Jesús López Silvero (1941): «La Biblioteca del Liceo», La Publicidad, 38(13023):2, Santa Clara, 4 de agosto.

4- Horatio S. Rubens (1941): «El Liceo de Villacara», 1941): Idem., 4.

5- Jorge Mañach (1924): «La pintura en Cuba: Desde 1900 hasta el presente», en Cuba Contemporánea, 12(142): 106, La Habana, octubre.

6- Emilio Roig de Leuchsenring (1924): «La colonia superviva de Cuba a los veintidós años de República», en Cuba Contemporánea, 12(144): 260-261, La Habana, diciembre.

7- Cfr. «El Museo “Martí” progresa» (1929): La Publicidad, 25(11358):1, Santa Clara, sábado 26 de octubre.

 

 

REMEDIOS, MANANTIAL DE PARADOJAS

REMEDIOS, MANANTIAL DE PARADOJAS

Por Luis Machado Ordetx


El misterio y la claridad inaudita descorren hacia el interior de la vetusta San Juan de los Remedios del Cayo, la mítica Octava Villa de Cuba, segundo asentamiento eminentemente español  —después de Baracoa—, surgida en la isla como hecho irrebatible.

Un nacimiento fermentado entre el odio y el clamor. No importa, incluso, el signo de cálculo que la ubicó en ¿1513, ó 1514 y 1515? El «origen y fundación es tan oscuro y nebuloso», aclaró José A. Martínez-Fortún y Foyo. Los historiadores ahora, más allá de dimes y diretes, irán, irremediablemente, a pesquisas  documentadas. Por el momento la última fecha es la legítima, pero quedan otros caminos...

Fue el «feudo de aquel colono tan acaudalado como imperioso», nombrado Vasco Porcallo de Figueroa.  Diría más: constituyó, como todos saben, la «Villa escondida», del intrépido capitán español que acompañó a Diego Velázquez hacia algunos sitios de la conquista, y optó por el pillaje o el delirio de cotos particulares.   

Aquellos Anales y Efemérides de San Juan de los Remedios y su Jurisdicción (1930), de Fortún y Foyo, son prolijos en datos que, incluso, amplían los pliegos de historias o leyendas. Es una poética singular de luces y sombras que se reproducen en los territorios más cercanos y propagados con el desgajamiento poblacional que llegó, por último, en 1689 al Pueblo Nuevo, Santa Clara.

Allí, en la Octava Villa, desde la primera hasta la última piedra, tienen un rostro profundo. Un legado inaudito  recuenta, cómo sus fundadores originarios se dividieron en “tres partidos”: unos pretendían establecerse en el Hato del Cupey, propiedad del párroco “exorcista” José González de la Cruz. Otro fue partidario del religioso Beneficiado Cristóbal Bejarano, interesado en el camino al oeste, a tierra firme. Los más, querían permanecer allí, sin “ningún cambio”, apegados a San Juan de los Remedios del Cayo.

En la “conjura”, los que quedaron en el sitio original, sufrieron mucho, y hasta murieron en el empeño por “salvar” lo propio, lo auténtico, lo natural. Era un “signo” de virtud, de desafío a los designios de otros “indianos”, o pillos, y de las embestidas de piratas, como aquel Jean David Nau, L’Olonnais, quien, con sus homólogos, asedió con frecuencia la comarca.

Los pobladores que decidieron sostener la unidad inquebrantable, aunque tuvieran que escabullirse a los montes próximos para evadir a los adversarios, prefirieron la tozudez como signo del triunfo. Sean aquellos o estos los  tiempos de la Santa Cruz de la Sabana de Vasco Porcallo, hasta San Juan de los Remedios de la Sabana del Cayo, o San Juan de los Remedios, y por último Remedios, hay lecciones históricas.

Lo recoge Martínez-Fortún y Foyo en toda explicitud. También  investigadores, de un modo u otro, apuntalan en ese ideal “de patria chica”, de identidad, letra irrevocable, como códice del medio milenio de existencia de un pueblo irrenunciable.

Las Memorias de la Sociedad Patriótica de La Habana (1840), recogen 104 fojas de un expediente que «siguieron los vecinos de S. Juan de los Remedios del Cayo, con morito de la pretendida traslación de aquel pueblo a la villa de Santa Clara» dirigido en 1691 a Diego Evelino de Compostela, Obispo de Santiago de Cuba, Jamaica y la Florida, y del Consejo del Rey de España. El suplicatorio también fue enviado a Antonio de Viana Hinojosa, Capitán General. Martínez-Fortún y Foyo se detiene en algunos de esos datos. Los reseña en magnitud. Configura en la transcripción los descalabros de la travesía de González de la Cruz hacia el Hato del Cupey, así como similar “pericia” económica del párroco Bejerano en su tránsito hasta Santa Fé, y luego a Santa Clara. Por último, resalta la voluntad de un pueblo por mantener su terruño de origen. 

El documento de las Memorias… es más rotundo, a pesar de significar que «está taladrado por la polilla y de tan mala y anticuada escritura que, […] será un manantial para nuestros sucesores que emprendan la grandiosa obra de coordinar la Historia del país». Elocuente. 

Allí, el 9 de octubre de 1690, a escaso un año de fundada Santa Clara, nueve mujeres, en su reclamo,  estampan sus firmas:  Maria Leal de Acosta, Encreciana de Rojas, Manuela de Rojas, Sebastiana Rodriguez, Maria de Castro, Isabel de Castro, Catalina Marques, Paula Diaz, Ana de Reynoso, «y otras, muchas que por no cansar a V.S. no ponemos», y ratifican que  en «la  presente ocacion nos hallamos en este lugar, patria nuestra, tan desoladas con tantos disgustos, penalidades y calamidades que aseguramos a V.S. Illma., que según el desconsuelo y penas que nos asisten, que no sabemos si estamos en este mundo o en el otro...»

El concepto «patria nuestra» martillea. Es la defensa a lo propio, lo inclaudicable. Hay voluntad de no cejar. Exponen que «nosotros que tenemos acá y dejamos el recurso que nos dejaron nuestros pasados, no tendremos allá de que valernos por quedar tan distante un parage del otro, y asi solo habremos de ir aperecer y pasar muchas necesidades, porque en aquellos contornos no se halla lo que en estos, y hoy vemos que los mudados están pasando la vida desdichadamente, porque aunque comen carne, la comen sin pan, que todos los días lo envían aquí a buscar […]  suplicamos a V.S.Illma., muy encarecidamente, y por el amor de Dios N.S. se sirva de tener piedad y caridad de estos pobres, dejándonos en nuestra quietud hasta que el tiempo y la providencia divina nos remedie en mejor forma en esta antigua población…» 

Ahí está Remedios: esencia que, de la desidia, tal vez el odio, brotó  en la virtud de pueblo forjado por aquellas piedras cimentadas por los padres fundadores de sucesos irrepetibles, como manantial de historias y paradojas. 

SANTA CLARA INMENSA

SANTA CLARA INMENSA

Por Luis Machado Ordetx

 «El nacimiento de un pueblo, es una contribución a la cultura del mundo y un comienzo a la obra del progreso

                                   Alcover y Beltrán

Dicen que Santa Clara es hija predilecta de los demonios. Allá en San Juan de los Remedios de Vasco Porcallo de Figueroa, algunas familias fueron exorcizadas por dos sacerdotes. El jamaiquino-criollo Cristóbal Bejerano Valdés y el natal José González de la Cruz, fundamentaban sus propósitos de tierra adentro. Cada cual tiró para su parte, hasta que se impuso la urgencia de una mudanza hacia los alrededores de la hacienda Ciego de Santa Clara, propiedad de los herederos de Antonio Díaz y Pavia, superficie agrícola marcedada años antes por el cabildo espirtuano.

Al menos eso se colige en apuntes de la Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara y su Jurisdicción, de Manuel Dionisio González en su empeño investigativo por contar cuándo, cómo, dónde y por qué un grupo poblacional dio origen al nuevo asentamiento: 15 de julio de 1689.

Apunta Antonio Miguel Alcover y Beltrán en su Historia de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción, que  los «pueblos viven siglos, y el origen de muchos se pierde en la obscura y eterna noche de los tiempos…» Ese acontecimiento no deja de ser una realidad a 322 años del surgimiento de Santa Clara. Los sucesos que recoge González, por desgracia, quedaron truncos cuando el libro salió de la imprenta “Del Siglo” en 1858.

Más allá de las consideraciones que hace Natalia Raola Ramos al abordar el surgimiento de Santa Clara1 a partir de un cierto caso de “nepotismo” que involucró a 175 remedianos en dos oleadas diferentes de emigrantes,   González había advertido  que «(…) son contradictorios los datos que se conservan acerca del número de familias que vino (…) para fundar la nueva villa, puede sin embargo, fijarse con alguna exactitud, no sin haber emprendido ímprobos trabajos, a fin de consignar esa noticia sobre una base cierta. Aseguran algunos que fueron treinta y dos, y otros las hacen llegar hasta setenta: pero lo más probable es, que solo vinieron diez y ocho…»2

Sea una cifra de familias fundadoras, sea la otra, a la “siempre nítida aurora”, de la que habló José Surí, el primer poeta de Santa Clara, habrá siempre que escudriñar para despejar otras pistas del cronista.

                                GLORIETA ¿CENTENARIA?

Comentan algunos conocedores de la historia que, el salón abierto que preconiza la vida urbana, la Glorieta del Parque Vidal, ostenta este 2011  un siglo de existencia. El Magazine del periódico La Lucha, dedicado en 1926 a Santa Clara, también lo sustenta.3 Sin embargo, el diario La Publicidad, el más importante de la localidad durante la centuria anterior, es explícito en datos que apuntan lo contrario. Por más que fueron revisadas documentaciones, excepto en el periódico anterior, que especificó 1912, jamás apareció una fecha exacta, pues los citados  afirmaban: 1911, inauguración de La Glorieta, ¿…?.

La memoria no puede sustentarse en apreciaciones empíricas. El martes 5 de diciembre de 1911 expone  La Publicidad, según el artículo 164 de la ley orgánica de los municipios que: «el 28 de noviembre último, quedó enterado el Ayuntamiento de un escrito del Ejecutivo de fecha 15 del actual, comunicando que la subasta para la construcción de una “Glorieta de Hormigón Armado” para la música, en el parque Vidal, le ha sido adjudicada al señor Urbano Martínez, por la cantidad de $ 2, 593 veintinueve centavos, Cy,»4

Hubo que rebuscar en  maltrechos ejemplares de ese periódico conservado en los archivos de Fondos Raros y Valiosos de la Biblioteca Martí: no podía concluirse una obra de vasta magnitud en solo 26 días. Desde hacía una década dos bandas de música ocupaban a cielo abierto, martes, jueves, sábado y domingo, el restringido paseo del Parque Vidal.

Una pertenecía al regimiento 2 de la Guardia Rural, dirigida por Domingo Martínez. La otra, bajo la batuta del maestro Cándido Herrero, era del Municipio. Ambas, fueron anfitriones, el 9 y 10 de agosto de 1911, del concurso provincial de bandas, en el cual intervinieron homólogas existentes en Caibarién, Sagua la Grande, Remedios, Camajuaní y Cienfuegos.

Sin embargo, 1912 da otras luces: el miércoles 3 de abril la Cámara Municipal acuerda: «Visto el escrito del señor Urbano Martínez, contratista de las obras de la glorieta en construcción en el parque Vidal, como a la vez el Comité Ejecutivo Municipal, quedó resuelto que el señor contratista se ajuste al pliego de condiciones y a lo dispuesto por la comisión de Ornato, en la ejecución de la obra.»5

Ese día surge otra irradiación: el periodista Manuel García Garófalo-Mesa rubrica desde La Habana una entrevista que hiciera el jueves 25 de abril a José Berenguer y Sed, Alcalde de Santa Cara: «Terminada la Glorieta (que se inaugurará el 20 de Mayo próximo) y levantado el monumento a Marta Abreu, haciendo “pedant” al obelisco a los fundadores de Santa Clara, quedará dándole tono alegre a la población, un parque en total proceso de remozamiento (…) La Glorieta cuesta 2 mil 500 pesos en moneda americana, y el referido a Marta Abreu se erigirá a un costo superior a los 30 mil…»6

El 20 de Mayo no ocurrió nada en la ciudad, excepto las pugnas entre liberales y conservadores en torno al poder político y la recordación de la infausta década del nacimiento de la república neocolonial. El martes 13 de agosto, la sección “Villaclareñas”, signada por Antonio Radelat, ofrece un dato definitorio: «Pasaron las fiestas en honor de nuestra Patrona. Fiestas que hace años no se efectuaba (…) Verdaderos deseos había de que se inaugurara la Glorieta para las Bandas, y al fin, a las cinco en punto, del doce, nuestra Banda Municipal ejecutaba entre atronadores aplausos el Himno Nacional. Por la noche nos dieron retretas las dos bandas. La Municipal con un programa casi todo del patio popular (…) La de la Rural, un verdadero concierto de selectas piezas…»7

¿Cuál era el repertorio?: «Diavolo», de Villalarge, Preludio (Intermezzo y siciliana de la Opera «Cavallería Rusticana», de Masscagni, «Retreta Austriaca»,  de Kelerbela, «Vals Boston», de Álvarez, «Gran Jota Rondalla», de Inarraiz, «Si yo fuera rey», de Adán, «La golondrina» (Mazurca), de Calvist, programa completo de «Aída»,  de Verdi y la «Fantasía de la Opera Lohengrin», de Wagner.

La Glorieta se emplazó en un extremo del parque existente, de manera que en 1915, luego que el Ayuntamiento local adquiriera —por un precio de 50 mil pesos en moneda americana—, los terrenos pertenecientes a la Parroquial Mayor, la plazota techada, ocuparía el centro de la ciudad. Nada de planos existen hasta la fecha. Más allá del conocimiento de su arquitectura ecléctica  y elementos neoclásicos, hay un desafío del tiempo.
 
No se conoce, al menos por la prensa de Santa Clara, que existiera allí una instalación homóloga construida en madera, como se especula. De planos, nada queda, y algunos aseguran, como una leyenda, que debajo de su piso hay un segundo foso. Otros creen en la posibilidad de una “cisterna” de agua, según los escenarios griegos. También dicen que, incluso, está construida sobre el antiguo cementerio de la localidad y dispone de un túnel subterráneo que la enlaza con el teatro “La Caridad”. El año entrante, momento del centenario, será preciso poner pie en tierra para una cabal restauración. Las acciones que se acometerán tendrán sus complejidades, pues,  no se dispone, hasta el momento, de una memoria descriptiva que ofrezca una respuesta a esos intríngulis refrendados por el tiempo y el imaginario popular.

                                         JUSTA FISONOMÍA

Tal vez los bancarios no se hayan percatado de un suceso: tienen encima un siglo de historia en uno de sus inmuebles. Dice La Publicidad que el sábado 18 de diciembre de 1911 quedó abierto en la ciudad la Sucursal del Banco Nacional de Cuba, la séptima con edificio propio que existía en el país para conceder créditos destinados al fomento agrícola e industrial.  Nada cambió en un siglo a su rígida fisonomía exterior culminada en ocho meses de construcción: hormigón, de orden corintio, de planta baja, con gran pórtico de 8 columnas, con una altura a la cornisa de 7 metros y 8.20 hasta el plano superior del pretil.

Fue administrado en sus inicios por Pascasio López Visiedo. Contaba en ese entonces con un capital pagado de 5 millones de pesos en moneda americana, y una reserva de un millón. Su activo total era de 33 millones 278 mil pesos. Su casa matriz, en La Habana, funcionaba desde 1901, y hasta la fecha acumuló más de 15 millones de pesos en créditos.8

Durante el onceno año del pasado siglo la ciudad, con unos 22 mil habitantes, se debatió en otras preocupaciones. Son muy similares a las del presente: reconstruir paso a paso el Parque Vidal; resolver el abasto de agua; sostener a toda costa la plantación de árboles maderables para mitigar el calor y ofrecer sombra a los moradores, y afianzar, así lo dice la prensa, por encima de todas la cosas, una pulcritud ambiental que dejara asombrado a los visitantes.

 La céntrica plaza de Santa Clara se inauguró el miércoles 15 de julio de 1925 a un costo de 123 millones de pesos. Los incrédulos no lo creerán, pero en el monto se incluían la adquisición de los terrenos de la iglesia y edificaciones aledañas, lápida, ornamentación, alumbrado y calles anexas, árboles, jardines y mano de obra contratada9. La situación del abasto de agua, con mayores poblaciones, industrias y servicios, todavía es crítica, y la  diligencia por la higiene, hacen de nuestros moradores una excepción cubana.

                               EL ÁRBOL DEL TAMARINDO

Anteayer en la tarde, en carrera forzada, daban los últimos toques reconstructivos a la Plaza del Carmen, sitio de la primera misa religiosa ofrecida bajo la fronda de un tamarindo aquel 15 de julio de 1689.

Ese día, por vez primera, el Centro de Patrimonio Cultural reveló al público el proyecto original del Monumento a la Fundación. Los especialistas de esa institución, un tiempo atrás,  revisaron papelerías que pertenecieron al Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara, y encontraron al azar un documento que iban a incinerar en el actual centro docente de la ciudad. Recompusieron sus pliegos, y comprobaron que consistía en el diseño ganador del concurso nacional auspiciado por el Grupo “Los Mil”  para recordar aquella misa fundacional. Esos hombres y mujeres, todos vecinos de la localidad, desde 1944 recababan fondos monetarios en aras de perpetuar la historia de 18 familias remedianas en los nuevos lares de la Gloriosa Santa Clara.

La obra escogida pertenecía a Boabdil Ross Rodríguez, secretario y profesor de dibujo de línea y perspectiva de la Academia de Artes Plásticas “Leopoldo Romañach” de Las Villas. Prototipo tiene las tipicidades del columnario de hormigón enchapado en mármol gris de Isla de Pinos Está estructurado sobre una base de 17 metros cuadrados, y de tres peldaños, que simbolizan el lema del escudo de Santa Clara: Patria, religión y Familia. Describe una circunferencia con 18 pilastras colocadas en forma de parábola, y unidas por un remate en espiral. Cada una tiene incrustado en bronce el nombre del cabeza de familia. La más alta de las columnas está rematada con una cruz.

El tamarindo constituye el eje central. El Monumento fue inaugurado el martes 15 de julio de 1952. Allí se colocó una tarja con el nombre del escultor y los patrocinadores, y fue sustituida la ubicada en 1923 por la Asociación de Prensa. La ciudad, aquella surgida de la ofuscada diáspora remediana, persiste desde aquel acto fundacional —de propósito religioso y de acogimiento territorial—, inmersa dentro de otro vasto oasis de su Sabana original.  

                                    NOTAS

1- Raola Ramos, Natalia. “Fundación de Santa Clara (Un curioso caso de nepotismo)”, en Islas (81): 3-15, mayo-agosto de 1985.
2- González, Manuel Dionisio. Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara y su Jurisdicción, p.9, Imprenta Del Siglo, Villaclara, 1858.
3- Magazine de La Lucha, 1926, p. 26-40
4- La Publicidad, 8(2113):3, Santa Clara, martes 5 de diciembre de 1911
5 La Publicidad, 9(2211):3, Santa Clara, miércoles 3 de abril de 1912.
6- La Publicidad, 9(2229):2, Santa Clara, miércoles 3 de abril de 1912.
7- La Publicidad, 9(2318):2 Santa Clara, martes 13 de agosto de  1912.
8-  La Publicidad, 8(2100):2, Santa Clara, lunes 20 de noviembre de 1911.
9- Cfr. Magazine de La Lucha, Ob. cit.