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Alertas imperecederas

Alertas imperecederas Por Luis Machado Ordetx

Con el arribo a Playitas de Cajobabo y, casi seguro, después de disfrutar la tersura de la arena lavada por el mar, Martí, junto a los acompañantes, no tuvo tiempo de repasar en los instantes más significativos de la vida.
Venía prendido de una certeza incontenible por regocijarse de «[...] los cantos del gallo con que se simboliza el triunfo...», aunque, a la postre, el instante del camino por la independencia, tuviera un costo: la vida.

Arribó, para combatir en calidad de soldado, y a los pocos días del 11 de abril de 1895, es sorprendido con la envestidura del cargo de Mayor General del Ejército Libertador.

De humanista, trae en uno de los bolsillos un «misterioso librito»: la biografía de Cicerón, y asume posiciones, no sólo para despojar del suelo patrio al dominio español, sino también, preservar e impedir con el empeño, cualquier intento de los Estados Unidos de intervenir en asuntos que solo competen a cubanos.

Antes afirmó que «[...] El mundo despierta una sed que sólo la muerte apaga. El hombre que conoce bien el mundo cae en la muerte, como un trabajador cansado cae en los brazos de su esposa».

No cree en ese desafío, y burla el sentido de una bala que lo fulmine en campo insurrecto. Es el 18 de mayo, y el Contramaestre anda crecido. Previo, entre matorrales, escribió con vehemencia incalculable a Manuel Mercado: «[...] ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América...».

Un zig-zags lo conmina en el pensamiento para la defensa continuadora de la Revolución del 68. Dialoga con George Eugene Bryson, el corresponsal de The New York Herald, sobre las razones que enarbola la guerra, y también alerta como un oteador al que nada escapa.

No es la primera vez que habló de las amenazas latientes que se ciñen desde Norteamérica: sentir al otro en ese territorio —como emigrado, periodista y conspirador—, tomó el pulso en la exactitud de las veleidades del capitalismo, y apreció las apetencias expansionistas y su ámbito guerrerista.

En México —país que visita en 1875—, el pandillerismo está en torno a Porfirio Díaz. Aquí realza todos los contornos de Centro y Sudamérica, hasta que, a principios de 1880, se instala en Nueva York, sitio desde donde recorre los Estados Unidos y mira al mundo con ojos más audaces y previsores.

No constituye el primer estremecimiento profético: dirá mucho antes que la «[…] Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas», y arderá por consagrarse a esos fines.

ESTEREMECIMIENTOS DEL NORTE

No quedan acontecimientos, historias de hombres, y maneras de escudriñar en la realidad y la vida pública, que broten desapercibidos y sin reconstruir por Martí. Escribe para los principales periódicos sudamericanos, en especial La Nación, de Buenos Aires, donde aguardan por artículos, crónicas, ensayos y…

Comenta lo que ve, y no se permite un instante de reposo. Es febrilidad en la observación del desenvolvimiento de una sociedad que transita por los umbrales del capitalismo monopolista a las crisis que lo someten.

Al amigo Serafín Bello testimonia el 16 de diciembre de 1889 que apreció en los Estados Unidos «[...] la hora de sacar a la plaza su agresión latiente». Ese año toca la idea del equilibrio del mundo desde una óptica reflexiva para los latinoamericanistas.
En La Nación, recuenta: «[...] Presidente de un país libre contra el derecho de su país, y el del ajeno; Grant […] miraba con ansia al Norte inglés; al Sur mexicano; al Este español; y solo por el mar y la lejanía; no miraba con ansia igual al Oeste asiático.

Mascaba fronteras cuando mascaba en silencio su tabaco. La silla de la Presidencia le parecía caballo de montar; la Nación regimiento; el ciudadano recluta...

No era de los que se consuelan en el amor de la humanidad, sino de los que se sientan sobre ella...»

Habla de Ulises Simpson Grant [1822-1885], el General-Presidente, muerto en Moont Gregor, de cáncer en la garganta. Era el 23 de julio, y el 3 de agosto, Martí expone el suceso. ¿Acaso, desde mediados del siglo pasado no se mantiene inalterable el sentido expansionista y militarista de las administraciones norteamericanas? ¿Cuba, desde comienzos de 1823, jamás estuvo exenta de la ruta de «elegidos» de Norteamérica, dispuestos a poseer sus tierras? La historia no miente, y tiende a reiterarse con enconada osadía de rapiña.

Diría: «[...] esta vida del Norte, ejemplar hasta en los mismos vicios. Aquí, como en todo cuerpo social, los pobres aspiran a la justicia, los ricos al abuso, los perezosos a las holganza, los empleados a la perpetuidad, los políticos al despotismo, los sacerdotes a la agorería...».

¡Qué retrato de actualidad para una sociedad que se remueve en sus cimientos!

Bolívar habló de «Una Nación de Naciones que cubriría el Universo entero, incluido el Viejo Mundo», y su discípulo mayor, José Martí, apuntó que «[…] Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad…», pues «Es la independencia el esfuerzo supremo de mi patria porque se siente unida en una aspiración fuerte, compacta, potente, ilustrada, rica, amada, requerida por la más profunda prosperidad…»

Dos momentos contrarios estremecen en ecos al mundo por estos días, próximos al aniversario 144 del natalicio de Martí: el Annual Meeting del Cantón de Graubünden, en Davos, Suiza, donde se «apuntalan» los desmanes del imperialismo, y su contrario, el Foro Social Mundial de Nairobi, dispuesto a que los desposeídos jamás se acallen: una máxima en el recuerdo: «[...]De vez en cuando es necesario sacudir el mundo, para que lo podrido caiga a tierra.»

DEFINICIONES HISTÓRICAS

En Estados Unidos, con asiduidad las administraciones, debaten leyes contra emigrantes, apañan a terroristas, mantienen latientes las firmas de tratados de «libre comercio» —entiéndase saqueos de las soberanías y bloqueos económicos—, y la prepotencia, el militarismo a costa de los soldados muertos en otros confines, aumentan a escala internacional.

Nada los detiene en continuas amenazas e invasiones, y el egoísmo y la miseria humana florecen en los rostros de los gobernantes y sus acólitos. Un ambiente repudiable ofrece ese país. Como un oximoron —«Democracia norteamericana, Derecha siniestra, Capitalismo de Estado, Fuerza de paz, Ejército pacificador, Guerra humanitaria, Guerra santa, Génesis apocalíptico, Guerra preventiva, Xenofobia moderada y…—.

Todo se lanza al ruedo.
El 15 de marzo de 1887, Martí para La Nación, de Buenos Aires, escribe, en el momento de instaurarse el 49 Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica: «[…] Tiene en mente gigantescas obras de defensa que proyectan contra enemigos soñados e invisibles…»

Ahí está la clave de toda administración que transita por un país. Fijen bien la fecha, 1887: «…ENEMIGOS SONADOS E INVISIBLES», eso tiene Estados Unidos en el mundo, para desatar la guerra en cualquier parte, al costo de la vida, no solo de sus soldados, nacidos en tierras norteñas, sino también sobre los hombros de cientos de miles de emigrantes enfebrecidos por los «beneficios económico-sociales» que pregona el U.S. ARMY.
Los Tiempos que Martí alertó, al paso de más de un siglo, parecen repetirse en el «legendario oximoron de George W. Bush», el presidente norteamericano.

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