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KILATES DEL TESTIGO: LA BÚSQUEDA ESENCIAL Y PROMINENTE

KILATES DEL TESTIGO: LA BÚSQUEDA ESENCIAL Y PROMINENTE Presentación del libro Kilates del Testigo
Autor: Luis Machado Ordetx
Editorial Capiro, Santa Clara, Villa Clara
XVI Edición de la Feria Internacional del Libro
Región Central de Cuba

Por Mariana Pérez Pérez, Investigadora y poetisa

De la mano del testigo penetra el investigador en la ciudad letrada. Aquel le ha entregado la llave, le ayuda para forzar los goznes oxidados y abrir los portones que resguardan su memoria. De la mano del testigo, el investigador tensa su espíritu y su voluntad, se reconcentra, avanza por laberintos. En cualquier esquina de la ciudad, debajo de algún cimiento ruinoso, puede hallarse el tesoro que ambos persiguen.

“Un testigo es esencial en busca de lo prominente desconocido” –considera el autor que hoy aquí se presenta–, por tal razón éste y aquel se unen para sopesar los kilates de una papelería que nadie ha profanado. Al allegar los oídos a las envejecidas paredes, escuchan señales amigas: el timbre incomparable de Nicolás Guillén; el eco telúrico bajo los pasos de Raúl Ferrer; la presencia tribunicia de Manuel Navarro Luna; Eusebia Cosme, diciendo poemas en un vapuleador ritmo de bongoes; la angustiada, pero inteligente, palabra de Juan Domínguez Albelo… Ellos y muchos otros –fraternalmente, con preocupaciones comunes, donde el ser cubano y los problemas sociales ocupan el sitio principal– componen esas resonancias. Finalmente, derriban el muro. A partir de ese momento el tiempo es único, y el camino hacia el tesoro, expedito.

Investigador y declarante, cronistas de acontecimientos irrepetibles, hablan al unísono, sus discursos narrativos se confunden mientras avanzan. Revelan anécdotas, historias jamás contadas. Suavemente, para que no retornen al polvo, tocan los amarillentos papeles. Por el aire se esparce el olor de las imprentas, el mismo que atrajera a esta región a las figuras más prominentes de la cultura nacional y foránea.

“La memoria es como un relámpago” –dice el autor– y precisamente la energía que desata ese relámpago es utilizada por él para presentar las páginas subsiguientes, las memorias de ese testigo epocal que, entre 1930 y 1950, se movía en el centro de un círculo cultural que nunca se estancó en el provincianismo, y llegó a manifestaciones cosmopolitas poco igualadas por otras regiones del país.

Luis Machado Ordetx, cuyo currículum vitae se extiende mucho más allá de lo que puede expresar una breve nota, expone en el primer capítulo, que titula Esculpidor en el Tiempo, con ese lenguaje de elevada calidad literaria que lo acompañará hasta la última página, cómo llegó a obtener las confesiones del declamador Severo Bernal Ruiz, cómo ambos se unieron para la confrontación de la memoria con las fuentes documentales y, tras la ruptura de silencios protectores, “exhibir glorias ceñidas a las letras, el arte y el crédito preciso de la cubanía”.

“Un querube bravío”, así es calificado Raúl Ferrer Pérez. “En 1936, apareció en Santa Clara –dirá Severo Bernal–. Hurgó entre los conocidos y husmeó mi paradero en la calle San Mateo”. Más adelante recuerda: “Asomó en la casa con desenfado, y sin dilación, espetó: «Quiero ser su amigo»”.
En el capítulo se plasma con total justeza la personalidad del poeta-maestro, pero dos cualidades, de entre las tantas citadas, pueden resumirla: llano y limpio.

En la historia de la literatura cubana, la poesía negrista llegó a ocupar un sitio relevante, principalmente a partir de que Nicolás Guillén comenzara a publicar sus obras. Ahora bien, como se demuestra en Kilates del testigo (Editorial Capiro, 2007), su verdadera popularidad la alcanza gracias a los declamadores, como Luis Carbonell, Severo Bernal, y Eusebia Cosme, esa mujer que –por testimonio de José Felipe Carneado– “constituye un punto y aparte por la forma en que disputó las circunstancias y se desenvolvió en el tablado”.

Testigo e investigador –en el capítulo Con sangre en las venas– afirman: “Guillén encarnó el ídolo apetecido, pero su repertorio poseyó competidores. Emilio Ballagas y José Zacarías Tallet tuvieron una plaza fija, y los versos de Carneado y Martínez Pérez avivaron «triunfos» durante el deambular”. Eusebia Cosme, quien engrandeciera la poesía cubana, con su voz y el ritmo de su cuerpo, en los más importantes escenarios de los Estados Unidos, murió sola y olvidada en su apartamento de Miami.

El obituario The New York Times —tan amplio como las páginas que contenía—, reseñó en la edición de la mañana una escueta esquela: «Apareció muerta en su casa otra negra. Su nombre, Eusebia Adriana Cosme Almanza, profesión artista, edad 6...: nacionalidad cubana, radicada en este país desde 1937...». Justo es, entonces, que su memoria sea salvada de ese olvido atroz; ella es una de los quilates que contiene este reportaje investigativo, testimonial, documental, participativo y retrospectivo, que el periodista Luis Machado Ordetx ofrece a los lectores.
En “Rastros de un raro”, el testimoniante presenta a un santaclareño totalmente olvidado, Juan Domínguez Albelo “un desconocido empinado en la dramaturgia de los 30-50. De tan «emprendedor», reaccionó más con el corazón que con la cabeza, y murió al amparo de asistentes que lo cuidaron en un asilo habanero, allá en 1984”. Toda su papelería se perdió, nosotros, y las generaciones venideras, solo podremos conocerlo a través de este libro y de algunos documentos de la época que donara Severo Bernal a las bibliotecas.

De los encuentros y la correspondencia del declamador-testigo con el –poco recordado– poeta Manuel Navarro Luna se trata en el capítulo “Oteando a un adoptivo”. En uno de sus párrafos resumen: “De las visitas mutuas y las epístolas que intercambiamos —breves, pero sistemáticas—, hurgo en la memoria, releo las notas específicas, extraigo anécdotas, sentencias, moralejas y afirmaciones sacadas de sus páginas firmadas”. Ese será, en esencia, el principal valor de Kilates…, extraer de la memoria, de las anotaciones y los documentos, el caudal informativo que sitúa al lector ante una perspectiva diferente, lo lleva al pasado y le muestra –no sin cierto grado de humor– cómo se comportaban aquellos amigos, los rasgos de su carácter y hasta su forma de vestir.

Solo que el libro no se queda en la epidermis, su cientificidad reside en la indagación, el cotejo de documentos, y la exposición de nuevos elementos a través de extensas notas al final de los capítulos. Once páginas de bibliografía constituyen la demostración de cuánto tuvo que escudriñar el autor, de modo que el resultado fuera serio y coherente.

“Esencias volcánicas” será el último capítulo; da fe de las visitas de Nicolás Guillén a Santa Clara, así como de las noticias de sus andares, por Argentina y otros países de América del Sur, que sus amigos de esta ciudad disfrutaban con avidez: “Sin producirse el regreso —en estadía por el Sur—, aquí, en Santa Clara, Cuba, disfrutábamos de sus éxitos. La radio y la prensa escrita «de ribetes oficiales y representante de intereses privados», mantuvieron en el anonimato la vitalidad del peregrinaje” –reza la memoria–.

La vida bohemia de aquellos años y las figuras más relevantes discurren por las líneas hasta dejar al lector transido de nostalgia, porque aquellos jóvenes –algunos de los cuales alcanzarían a vivir hasta fechas recientes–, con sus ideas, sus polémicas, y una poética vibrante de cubanía, desempeñaron un papel primordial en la cultura de la nación. Viajes, tertulias, polémicas, encuentros, homenajes, se relatan con gran precisión, sin obviar el contexto socio-histórico, todo ello a través de un discurso literario contemporáneo, en el que se reafirma la expresividad de nuestra lengua.

Solamente resta desear que el libro Kilates del testigo, de Luis Machado Ordetx, en cuyo trasfondo aletea el verbo enfático de Severo Bernal, incite, a los estudiosos y a los lectores comunes, a emprender nuevas indagaciones en torno a la cultura regional, y a buscar en ella facetas desconocidas, sin olvidar que “La memoria es como un relámpago: recrea y compone el tiempo con ánimos de inmediatez y comunicación”.

Santa Clara, Sala Caturla, Biblioteca José Martí, viernes 2 de marzo del 2007

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