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PERDURABLES ASOMBROS DEL CUENTERO MAYOR

PERDURABLES ASOMBROS DEL CUENTERO MAYOR

           

                        Por Luis Machado Ordetx

                    (Testimonio exclusivo del declamador villaclareños Severo Bernal Ruiz, incluido    en    el libro La Espiga Ignota, próximo a aparecer por la editorial Capiro, en Santa Clara).                             

                              

                      « [...] guajiro de siempre, con el arique al 

                      tobillo, sostengo a esta ciudad entre los huesos».[1]

                                                                        Onelio Jorge Cardoso

 

Tenía tantas deudas con Santa Clara que, casi en el ocaso de su vida, prefirió tragárselas todas de un tirón. Como nadie, a pesar de su escasa cultura cuando arribó a aquí en los años finales de la década de los 20, probó con minuciosidad de orfebre las más variadas vertientes periodísticas y literarias, con excepción del teatro y la novela, para tomarle el pulso a la realidad.

En la fronda del tiempo, con absoluta plenitud, ese «cuentero» que llevó adentro, pensó dispensarle un recuerdo nítido al cúmulo de anécdotas, historias y amigos que forjó en la ciudad.

La muerte, con carcajada hiriente, tras el vahído que sufrió en la mañana del miércoles 26 de marzo de 1986, truncó parte de las memorias contadas con fidelidad de detalles. Sin embargo, todavía lo percibo aquí, entre fotos, regalos y papeles; siempre hablando o dormitando en el sillón de esta vivienda, a la que venía con reiterada asiduidad. 

Cuando las escapadas lo permitían, sea el sitio que fuera, aparecía entre nosotros. Entonces, creo que, tal parece, los golpes dados a la máquina, allá en el hogar habanero, donde conformaba el último de sus cuentos, «La presa», presagiaron el final de la existencia, tres días después, víctima de un accidente cardiovascular. Narraba las experiencias de un hombre que conquista una sola de todas las satisfacciones en el instante próximo al adiós de los mortales.

Sé, como pocos, que recordaba fielmente cuánto asimiló la ciudad en sus entrañas. Con 13 años, en 1927, apareció en Santa Clara: vino a instalarse, guiado por la familia, en la calle Síndico, esquina a Villuendas. De inmediato, fue matriculado en la escuela primaria-superior, número 1, donde cursó el séptimo y octavo grados bajo la tutela del maestro Atilano Díaz Rojo.

Luego vino el estudiante del bachillerato, pero no concluyó su estadía en el Instituto de Segunda Enseñanza, porque el hambre lo azotaba por cualquier rincón, y decidió acometer de inmediato los más disímiles trabajos: desde vendedor ambulante, hasta corrector de pruebas y anunciador de medicinas.

Onelio Jorge Cardoso, el Cuentero Mayor de los cubanos, buscaba amigos, y de campechano como era, decidió que su gracia consistiría en entablar relaciones que suplieran las carencias del conocimiento: embistió diversas fuentes del saber y, de pronto, contra toda esperanza, anidó apegado a los trajines del consejo editorial de la revista Umbrales, publicación que promovía la poetisa María Dámasa Jova.

Ardientes polémicas estéticas lo alejaron de inmediato de aquel recinto, y al olvido inicial quedaron los apuntes como crítico y «versificador» de poca monta, para aventurarse junto a Juan Domínguez Arbelo, Carlos Hernández López, Tomás González-Coya Alberich, Faro González Fleites y Rafael Lubián Aróstegui, en la organización, en 1934, del denominado Club Juvenil Artístico-Literario Umbrales.

Domínguez Arbelo insufló otros vientos al grupo: animó a escribir cuentos, a rastrear en los hombres y sus vivencias, hurgar y crear los personajes y volcarse hacia la realidad inmediata donde se coronara la reconstrucción de los ambientes; por lo que dio cursos teóricos con las últimas novedades literarias que aparecían en el campo de la escritura.

 En «Las tardes del cuento», programa sabatino del Club, Jorge Cardoso presentó ante el auditorio de Umbrales las primeras piezas poéticas, y fueron tantos los señalamientos al neorromanticismo trasnochado que, de inmediato, decidió abandonarlas por siempre. Fue en ese momento en que me sumé a los jóvenes del Club en calidad de declamador.

Los ojos y el olfato de Onelio, pasaron a ser de inmediato, trazos breves para su narrativa: relatos muy cortos, de índole costumbrista, sicológica y real, entre los que incluyó «Negra mía», una estampa folklórica; «El milagro» y «Tú y usted», considerados en la actualidad como los primeros que escribió.

 Eran, a veces, tan malos en su concepción escritural,  que se los hacían migajas, pero él, admito, forcejeaba, buscaba lo propio. Andaba prendido del «Decálogo», de Horacio Quiroga, y de aspectos  relacionados con la comunicación y la dramaturgia oral, narrativa o  la preceptiva literaria.

En ocasiones, se afirma, incluso Jorge Cardoso. En ciertas formulaciones sostuvo que era del todo un escritor autodidacta, tema del que comentó durante el cúmulo de entrevistas a que fue sometido en las décadas de los 60; 70 y hasta 1986, fecha de su muerte. Ese hecho no es del todo cierto, y que me perdone.

Mira, estoy entre la primera hornada de Umbrales, y la memoria y papeles hallados recientemente, casi vírgenes, de mediados del octavo lustro del siglo pasado, cambian toda esa tónica: el sábado 21 de marzo de 1936, el Club dedica sus labores al esbozo teórico «El arte del cuento: estudio crítico», presentado por Domínguez Arbelo.

Allí se analizó «El hombre de la petaca» y «El reloj vengador», ambos de Manuel García Consuegras, así como «Cronista por tres días» y «Dos crímenes», de Carlos Hernández López, y «El velorio y el milagro», de Jorge Cardoso.

Los dos últimos autores, salidos de las páginas de la revista Umbrales, y después sabáticos del Club, se prepararon en teoría y corrigieron defectos literarios para participar en el concurso de narraciones que en mayo de se año promovió la revista habanera Social.

En el certamen Onelio ganó el primer premio con «El velorio y el milagro», de temática campesina, mientras Hernández López, con «La traición», y «Bertelot», ocupó la segunda y tercera posiciones. Después las sesiones teóricas continuaron con el propósito de limar defectos, estudiar los estilos literarios de autores contemporáneos, tanto cubanos como extranjeros, y colocarse al día con los requerimientos técnicos que exige siempre el arte de narrar.

Desde entonces, Jorge Cardoso y otros villaclareños incorporados al Club Umbrales, rastrearon historias y recorrieron los campos cercanos a Santa Clara, con la finalidad de indagar en las costumbres y psicologías de los hombres que habitaban o laboraban en esos parajes.

Hicimos varios ejercicios periodísticos y narrativos; fuimos por veredas y cuestas empinadas en zonas rurales donde abundaban los campesinos, carboneros y gente humilde, y formulábamos historias que, con elementos fantásticos, abundaban en la realidad de las vidas de gente de carne y hueso.

Esas experiencias, la rapidez de los diálogos y la síntesis de los conflictos, tenían una recreación periodística, lo admito, pero el sustento era narrativo, porque imperaba la descripción y la presencia de escenas que, sin mucha elaboración, constituían una historia literaria.

Así, con frecuencia, Onelio Jorge Cardoso, Luis Tamargo, Domínguez Arbelo, Hernández López y otros jóvenes fuimos a las alturas de Pelo Malo, el Escambray u otros sitios, y entablamos peroratas con cuanto campesino o transeúnte localizamos en el camino. Ahí están las fotografías, en muchas hasta aparece un mono que figuró de mascota del grupo. En algunos de los cuentos y tradiciones que Onelio recreó después con un prisma realista o fantástico, salieron de las miserias, los sueños vacíos o repletos de plenitud espiritual; la discriminación y las inmundicias que percibió en aquellos periplos.

El premio Hernández Catá, que mereció por «Los carboneros», en 1945, llevó en esencia los recuerdos que guardó en la memoria sobre las anécdotas que escuchó en aquella época por los alrededores de Santa Clara, lugar que le permitió componer atmósferas y psicologías humanas, enriquecidas después con el  tránsito por Matanzas en labores viajante de Medicinas y la posterior ojeada a la Ciénaga de Zapata.

Andábamos, en aquella ocasión por Pelo Malo, vestidos al hábito de los guajiros; con sombrero y botas de labranza, aunque a él no era necesario colocarle esa indumentaria para detallar en su catadura campestre. Durante el proceso de escritura, Domínguez Arbelo requería del traspaso de relatos, de corte costumbrista, verista o fantástico, en que se fijara, de acuerdo a la originalidad de cada cual, lo apreciado en la travesía.

La antológica pieza «El cuentero», que nadie lo dude, aun cuando Onelio Jorge Cardoso jamás lo dijo por lo claro, retoca de pie a cabeza al poeta matancero-villaclareño Enrique Martínez Pérez, asiduo visitante a las tertulias literarias y campechanas que se sucedían en el bar Ideal, de esta ciudad. Creo, alguna que otra vez, repetí esto, criterio compartido por unos pocos.

A finales de 1937, tras los topetazos y consejos que sustenta con el dominicano Juan Bosch Gaviño, residente en Santa Clara, y también el camagüeyano Emilio Ballagas Cubeñas, además de las lecturas que hace de la obra de Luis Felipe Rodríguez, decide aventurarse a la conducción de las tertulias literarias de la Academia Luz y Caballero, perteneciente al Colegio de igual nombre que dirigía la profesora Celia Melgarejo, en Villuendas y Marta Abreu, en los altos del Correo Viejo, sitio que ocupó El Billarista.

Su osadía era mayúscula: Raúl Ferrer Pérez le extendió una invitación para que ocupara un aula como maestro cívico, perteneciente al Escuadrón 37 de la Guardia Rural, en el central Narcisa. Allí estuvo por un tiempo. Un espíritu de superación, intrínseco a su personalidad de husmeador perenne, lo enriquecía por dentro. De ahí, tal vez la formulación absolutista del autodidactismo.

En La Publicidad, diario de Información de Las Villas, con redacción en Santa Clara, inicia una sección dedicada a difundir a cuentistas cubanos, latinoamericanos y europeos. Hasta 1943, después de casi dos años ininterrumpidos, fecha en que está próximo a partir hacia Matanzas, Onelio Jorge Cardoso dirige ese apartado cultural. Revisen la prensa de la época y se percatarán que su concepto está alejado del sentido folletinesco y baladí que imperaba en otros diarios de esa época.

La obra de Gorki, Gervaise, Gaynor, Mainichi, Regis, Benavente, Maurois, Vargas Vila, Quiroga, Eustacio Rivera, Rulfo y otros narradores de fuste, brota reflejada en las páginas del rotativo, hecho que constituye un hallazgo para un medio de ese tipo, dirigido, sobre todo, a un público mayoritario donde tiranizaba la revelación hueca.

Mira, aquí tengo una carta que escribió en 1943, desde Matanzas, al amigo y poeta Sergio Pérez Pérez: reconoce las enseñanzas legadas por Santa Clara y, en especial, da «vivas» a los jóvenes del Club Umbrales. Ya por entonces es un escritor que se  consagra  hacia otros horizontes, incluida la radio y la televisión después, y percibe los ignotos asombros que solo la voluntad y el espíritu de crecer hinchan al aire. A veces repetía de manera proverbial, muy guajiro al fin, que a las montañas no se subía por caminos llanos.

En el texto, al describir sobre las historias de Sandalio Simeón (Potrerillo) Consuegras Castello, uno de los prospectos que jugaba  en aquel tiempo con el Deportivo Matanzas, dice a cara destemplada: «Hoy mismo intimé con un gran pelotero -Consuegra-no el Indio- que muy alto ha puesto el nombre de Cuba. Pues me cuenta que tiene 23 años, y de muchacho -como si ya anunciara- dejaba la "guataca al anochecer y se iba a tirar naranjas y echar juegos que le costaban a la mata toda la carga de sus frutos ácidos". ¡Ves, era su gran vocación, y ahora da gusto y orgullo ser su amigo, porque sale uno con él y toda la gente le hace coro preguntándole de pelota y mirándolo de arriba abajo. Él se turba porque esta es su condición aparejada a la vocación de los mejores, se turba, pero cuenta y se enorgullece. Si el hombre no está contento de algo suyo, pues no está vivo.

Más adelante precisa: « [...] la gente nace para una cosa, y que se aparte todo el mundo: que allá va el hombre con todos sus sueños. Eso sucede en todos los campos».[2]

El mundo ofrece sus lecciones: ese pitcher derecho, se regocijó de record en escenarios cubanos con el Club Cumanayagua y el Atlético de Marianao; probó suerte como profesional de las Ligas mexicana, venezolana y norteamericana, y vistió las franelas de los equipos de Puebla, Monterrey, los Gavilanes, Medias Blancas de Chicago, Senadores de Washington; Orioles de Baltimore y Gigantes de Nueva York.[3]

Onelio sin quererlo lo vaticinó. Tenía ese Potrerillo Consuegras una extremidad y músculos de hierros, y se convirtió en un hombre que, en 1954, al jugar con los Medias Blancas consiguió el título de primer lanzador latinoamericano en conquistar el campeonato de la Liga Americana con balance final de 16 victorias y 3 derrotas.

Él, sin saber qué depararía el tiempo a ese pelotero, narró la historia de los inicios de un joven que tiró piedras, para paliar el ocio y el hambre, entre los naranjales del pueblo natal, y templó de tal manera la espalda y las piernas que, desde el montículo, luego se hizo inmenso. Sería bueno que un día se diera a conocer completa esa carta, por que, sin duda, constituye una homonimia de  Onelio, quien precisamente  fue eso: un recreador de anécdotas, de la isla y del universo, capaz de cautivar con la magia que prodiga la palabra exacta que entona un sueño sin fronteras de latitudes y épocas.

Por eso, tal vez, dibujó desde Santa Clara aquellos minuciosos y perennes fragmentos de su mundo, colmados desde una óptica humana y original, y a ratos y por siempre, se asomó a la pupila del periodista y del escrutador que escribe colgado de los infinitos asombros de la realidad. 



[1] Luis Machado Ordetx: «El cuentero cabalga en sus setenta», en Vanguardia, Villa Clara, 22 (244): 2; domingo 20 de mayo de 1984.

[2] Onelio Jorge Cardoso: Carta a Sergio Pérez Pérez, fechada en Matanzas, lunes 15 de noviembre de 1943. [Inédita].

[3] Murió en los Estados Unidos en 2005.

1 comentario

Tomas Gonzalez Coya Jr. -

Luis Machado Ordex es el plagio personalizado. Tomo con engaños la informacion de mi padre, y luego la publico como suya.