MUCHACHOS, Y ALFREDO DELGADO PÉREZ
Por Bienvenido Corcho Tabío
Es un hecho que el imaginario infantil supera diferentes períodos según avanza el niño en su normal desarrollo. Por eso el abordaje del acto creativo destinado a este público conlleva un acercamiento psicológico —aún de forma intuitiva— a una etapa de la existencia humana, precisada de viajar a la velocidad de una locomotora, mientras recibe impredecibles vaivenes y el asedio tenaz de un sinnúmero de interrogantes.
La obtención de un producto literario sintonizado con las vivencias internas y externas de determinada edad, derivado del conocimiento justo de sus necesidades cognitivas, y muy especialmente de su esfera afectiva, es una tarea en la que han encallado los buenos propósitos de algunos escritores.
La afirmación anterior encuentra, sin embargo, una ejemplar respuesta en la novela Muchacho (Editorial Capiro, 2010), del manicaragüense Alfredo Delgado Pérez (Manicaragua, 1949); narra, con el virtuosismo de los que saben lo que buscan, la cotidianidad de un adolescente en ese lapso inicial de profundos descubrimientos, donde se comienza a experimentar, no solo las naturales transformaciones fisiológicas, sino otras devenidas de las experiencias en las relaciones sociales ajustadas a un medio que resulta común a la gran mayoría de los destinatarios.
Y es que toda obra orientada a esta etapa de la vida, debe contener “deliberadamente” elementos transformadores —entiéndase desarrolladores— en aras de edificar una personalidad en ciernes, todavía desprovista —y por eso los menores buscan referentes en los adultos— de las coordenadas necesarias para aprehender los recursos del entorno. Dicho así, pudiera pensarse que abogo por el rancio didactismo y el moralismo per se; lastre pseudo-artístico, antes tolerado en la obra infanto-juvenil en detrimento de sus valores estéticos.
No debe olvidarse, sin embargo, que toda obra literaria, lleva implícito una propuesta en el orden del conocimiento, y este aspecto adquiere en la infantil una dimensión consciente. Y el conocimiento, a diferencia de lo que creen algunos, no es solo declarativo, circunscripto al mundo de los objetos y de los fenómenos visibles; es también en el orden interno, donde las vivencias afectivas van moldeando sentimientos y actitudes.
El arte del escritor que intenciona su obra hacia el público infantil radica entonces en la destreza para abordar cualquier aspecto de la realidad —los cuales deben coincidir con los intereses del niño lector—, a través de una oferta estética desarrolladora donde prime el único lenguaje entendido por ellos: el de la sinceridad, sin artificios, sin pedantería…; es lograr el punto de un dulce donde no se perdona pecar por exceso o por defecto; es oficio y es corazón, terrenos ambos, donde Alfredo Delgado ha demostrado sobradas dotes.
Teniendo en cuenta lo expresado, pudiéramos catalogar a Muchacho, el personaje protagonista de la novela, como una síntesis de características y conductas que bien pueden ser añadidas a cualquier niño de su tiempo, con los anhelos y las interrogantes comunes a un menor que perfila los códigos de su identidad, mientras va recibiendo de los adultos los apoyos necesarios para dotarse de independencia como individuo.
En la madeja de tramas, el hecho “heroico” de salvar al pueblo de la sequía y devolverle su otrora salida al mar, —un recurso clásico de la literatura infanto-juvenil— se acomoda a la conducta altruista, no exenta de peligros, de encontrar la forma de remover una enorme roca que obstruye la entrada del mar, punto de partida de un desarrollo argumental, eficazmente manejado por el autor para mantener el interés y, al mismo tiempo, trasmitir mensajes tales como el valor de la amistad, la fidelidad, el amor filial, el comportamiento valiente, el despegue del amor sexual, desprovisto este último de un tratamiento melindroso o disfrazado.
Otras aristas, como la aceptación a las diferencias que puedan existir entre las personas —tan en boga, por necesarias— tiene salida a partir de la relación de Muchacho con el amigo discapacitado: un profesor de lucha —y de ética— quien le aconseja y le enseña a defenderse.
También la situación creada en torno a Cándido, personaje afeminado a quien el padrastro le ha impuesto la práctica obligada del boxeo, es una lección para educar a los niños en el respeto y aceptación a personas diferentes, sin ocultar la recelosa actitud mantenida en un inicio por Muchacho, consecuencia de las rezagantes valoraciones que sobre el tema existe en nuestra sociedad. El enfrentamiento, además, a la inevitable realidad de la muerte en el caso del abuelo y la alusión al espinoso tema de la infidelidad de la madre, hacen saber al lector la existencia de aquellos rincones desagradables de la vida.
La inclusión de personajes, locaciones y hechos tomados de la realidad, solo visible a los implicados y a los lectores de Manicaragua, en nada restan universalidad a los temas. Los nombres son cuidadosamente colocados en cada escena, de manera que no fuerza ni interfiere la comprensión del texto. Interpreto en ello la voluntada del autor de evocar, a modo de homenaje o legado, su gratitud hacia los amigos y su tierra de origen.
Finalmente debo reconocer el realismo de las ilustraciones, la verosímil reproducción de las escenas y los estados de ánimo de los personajes. Tanto ellas como la imagen de portada, aspectos relevantes en la literatura infantil, son también de la autoría de Alfredo, y contribuyen a delinear, en el conjunto de la novela, a este singular muchacho, quien ha de ser, sin miedo a hiperbolizar, todos los muchachos que esperan por ella.
1 comentario
BCorcho -
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