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EL «NEGRO» URRIBARRES

EL «NEGRO» URRIBARRES

-Por sus méritos profesionales, modestia como director de Orquestas con el imperativo del pensamiento sinfónico durante más de medio siglo, ostenta la Distinción por la Cultura Cubana, y también la Llave de la Ciudad de Santa Clara, entre otros reconocimientos.

 

 Por Luis Machado Ordetx   

 

              «[...] Gasto en salvas de amor mis últimos cartuchos...»[1]

                                                                            Martí

 

Las alas del interlocutor están en el espíritu. No se contiene en hablar y gesticular, y se cree siempre inmerso en un auditorio. De nada importa que las adversidades físicas impidan deambular con las dos piernas, como antes hacía o parado frente a un escenario, despeñando reconocimientos, exigiendo un acorde preciso o el elogio a un instrumentista.

 

Ahora sus piernas están cercenadas, en una ausencia terrible después de varios accidentes vasculares, pero jamás usted encuentra a este hombre con un rostro amilanado. Todo el tesonero empeño que lo anima, rebota en el sentido de la placidez por el arte, la responsabilidad y esa constancia que por más de diez lustros inspiran desde una vasta carrera musical por escenarios cubanos y extranjeros, y aquí en Santa Clara ancló las profundas raíces en defensa de la Cultura Nacional.

 

Frente a frente, en el esplendor lluvioso de los días, pacté diálogo en la vivienda número 111 de la calle San Pablo esquina Unión, en esta ciudad, actual residencia del músico Rubén Guillermo Urribarres Pérez [Camajuaní, 20 de octubre de 1939], y un interrogatorio ausente de protocolo apriorístico, aguardó el acecho de preguntas incisivas, las cuales salieron raudas debido al conocimiento previo de los avatares un artista que en predios de la ciudad no requiere de muchas presentaciones.

 

El «Negro», llamado así desde que vino al mundo tras un alumbramiento a término de su madre, dio los primeros pasos culturales en el contexto del hogar. Igual ocurrió a sus hermanos Rafael (Tite) y Rebeca -músicos profesionales con años de ejercicio en la percusión o la dirección coral, respectivamente-, al respirar lecciones literarias por vía materna, y de bailes por cercanías paternas, así como del solfeo o la teoría que insuflaban los tíos, integrantes de una reconocida Banda de Música en el terruño camajuanenese.

 

No faltaron en esos tiempos las confrontaciones de piquetes de changüí en tiempos de lides parranderiles entre Chivos y Sapos. Sin embargo, fue en la Academia de Música de Camajuaní, de la mano de Conrado Montel Peñasco, director de la Banda, y luego de Emilio Vizcaíno y de Benigno Seijó, donde surgió la decisión de adentrarse en el estudio de la trompeta, primero, y después de la percusión, para, a los 12 años, en 1952, debutar con nombramiento como instrumentista en las retretas que efectuaba la institución artística en plazas y lugares públicos de su ciudad natal.

 

-           ¿Fue ahí donde comprendiste que tu futuro estaría ligado a la música?

 

-           «!Sí! De la casa, aledaña a la Academia ubicada en la antigua calle Sánchez Portal, salía vestido con un elegante traje y gorra de plato para ensayar o hacer presentaciones; junto a músicos mayores, muchos bastante adultos, aquello constituía una lección pedagógica y de superación. Después, en 1959, ingresé a la Banda Militar de la Fortaleza de La Cabaña, comandancia que dirigía el Che, a quien contemplé en varias ocasiones durante los almuerzos en el comedor de los soldados. Allí también aprecié a Camilo, y comprendí la hermandad que unía a ambos guerrilleros.  

De ahí pasé a otra Banda, perteneciente a las Fuerzas Tácticas del Centro, agrupación militar radicada en Santa Clara

-           ¿Es cuando surge el vínculo con Jiménez Crespo?

 

-           «Mira, Agustín tenía en 1960 la encomienda de organizar la Sinfónica de Las Villas. En Camajuaní escuché pormenores de su labor musical, pero el contacto surgió cuando él acudió a un concierto que ofreció la Banda de La Habana, a la que yo pertenecía entonces, y al concluir la presentación artística ofrecida en la sede de la actual Biblioteca Martí en Santa Clara, el hombre se me acercó para elogiarme, y con tremenda humildad digo:

 

 

                         -¡Maestro, soy de Camajuaní!

 

                         - ¡¿Cómo!?, estoy formando una orquesta y desearía que la integraras, pues tienes condiciones como timpanista, en la percusión. 

 

                      -  ¡Bueno!, si usted lo cree, gracias.

 

«Eso fue todo el diálogo. No sabía dónde meterme con tantas miradas encima.  Surge el licenciamiento de la vida militar, y entonces se estructura la Orquesta Sinfónica de Las Villas. Aparecen ensayos y contratos con la Banda de Santa Clara. Agustín decía que ahora pasarían al olvido las historias de agrupaciones musicales que antes dirigió, pues contaríamos con un presupuesto económico, incluso locales de ensayos y teatros, para funcionar con armonía

 

-           ¿Nace el período de superación profesional?

 

-           «Claro. Todavía estaba verde, como alegan. Aprendí cualidades de Jiménez Crespo en el terreno de la docencia, la dirección y la responsabilidad profesional. Agradezco que me enviara a La Habana para recibir lecciones de Domingo Arajú, timpanista de la Sinfónica Nacional, y de dirección de orquesta en el Conservatorio García Lorca, en Marianao. Al unísono, recibí un curso similar en el Conservatorio Provincial de Santa Clara, ubicado en el antiguo Liceo, y asisto a clases de solfeo, teoría y armonía. Ahora que soy un viejo recuerdo aquella lección del ruso Slonimsky, quien plantaba que un músico estaba formado a los 25 años de ejercicio profesional. Tenía un hambre enorme por crecer ante las habilidades que exige la partitura que colocas en el atril»

 

 

-   No obstante, ¿hay una etapa intermedia que no mencionas mucho, referida a la vida en centros nocturnos?

 

-   «Siempre hice ese tipo de espectáculos, porque creo que un músico que disfrute el arte tiene que pasar por diferentes tipos de agrupaciones y estilos. En 1965, tras concluir una oposición, dirigí la Orquesta del Cabaret del Hotel Jagua, en Cienfuegos, y recuerdo que esa jazz-band acompañó en el show inaugural a Elena Burke, Miguel Ángel Ortiz, una excelente media voz, a Los Papines, y a los bailarines Ana Gloria y Rolando. Después se abrió similar proyecto en el Cabaret Venecia, el Cubanacán y el Ochoa Club, todos en Santa Clara, hasta que surgió...»

 

 

  ¿Qué?, la orquesta de Música Moderna de Las Villas.

 

-   «Sí, fui uno de sus organizadores y director. El pasado año cumplió cuatro décadas de fundada, y estuve en su conducción hasta 1972, disponiendo de un formato propio de jazz-band, era considerada como una de las mejores del país. De buenas a primera se desbarató a finales del pasado siglo. Su resurgimiento no sería ahora de gran utilidad, aunque podían hacerse intentos por instituir «piquetes» para encuentros específicos en espectáculos de magnitud

 

 

-   ¿Y el Ballet?

-   «A la Orquesta del Ballet Nacional de Cuba, con sede en el teatro García Lorca, voy accidentalmente por la propuesta del amigo Fabio Alonso, y las exigencias de José Ramón Urbay -director titular allí-, para que asumiera los exámenes de oposición. Gané la plaza, era una de las dos batutas de esa agrupación, y en 1972 asumí todo el repertorio de acompañamiento musical a las coreografías, hasta que aparecieron las giras por más de 20 países europeos y sudamericanos, en los cuales conduje las Sinfónicas del Bolshoi, en Moscú, de Madrid, y también de Praga y...

 

«El director viajaba antes del resto de la compañía danzaria, y preparaba los ensayos musicales según los programas de repertorio; aquí surgió el disfrute de los estilos románticos y clásico, incluyendo el barroco de Bach, Handel, la inspiración de Tchaikovsky, Mussorgsky, Mozart, Beethoven, Wagner. Podría citar a otros importantes compositores.

 

«Fue una etapa fructífera; de consagración de la carrera; de disciplina, de aprendizaje. No todo músico alcanza tal estatura ante instrumentistas foráneos, con barreras idiomáticas, pero anclados todos en un idéntico lenguaje: la música.

 

«El Ballet es la institución más prestigiosa de la Cultura Cubana, y sus méritos se basan en la fidelidad, la calidad artística, la disciplina de trabajo impuestas por Alicia y Fernando Alonso y los métodos pedagógicos que utilizan sus maestros. Aprendí que era necesaria la constancia y la responsabilidad, sin desdeñar la humildad, para lograr altos peldaños, sobre todo en la música. No tengo dudas de la validez en esa afirmación.» 

 

-                           ¿Porqué si todo iba con excelencias, de inmediato regresas a Santa Clara?

 

-   «A solicitud de las instituciones de aquí, para dirigir la Sinfónica. Era 1977, y de veras fue un compromiso del cual no me arrepiento, pero en realidad jamás quise venir. Ya vez aquí estoy como director titular de la orquesta y acudo a ella cada vez que me llaman. Son casi 30 años en su conducción. Hace unos meses, desde mi silla de ruedas, dirigí un concierto en que se tocó la Obertura de la Sinfonía «Del Nuevo Mundo», de Antonini Dvórak, uno de mis músicos preferidos

  ¿Cuáles son las cualidades que distinguen a un director?

 

«Me introduces en un quebradero de cabeza. Aparte del talento, el estudio, es una profesión difícil en la que actúas de líder, de ejemplo y responsabilidad; de conocedor de psicologías; de pedagogo. Eres algo así como un Jefe de Estado, y perdona la comparación, porque claro, te eriges en artífice de cuanto ocurre dentro y fuera del escenario. Cuando en el Ballet los danzantes, incluyendo primeras figuras, se quejaban del agotamiento físico, Alicia Alonso mostraba disciplina en los tabloncillos y era la primera en llegar y la última en irse. Ahí radica la constancia, el ejemplo. En una orquesta te enfrentas a 50 músicos; son personas diferentes, con problemas diferentes, y un solo hombre agriado puede estropear la calidad de un ensayo o un concierto. No obstante, el director tiene que mostrar talento y prestigio para ser respetado. Tampoco puede ser grosero; recuérdate que es un pedagogo más

 

-                                   ¿Cómo surge la Orquesta de Cámara?

 

-   «No es un engendro, sino la reunión de 14 músicos, instrumentistas de cuerdas, y percusión cubana, con un amplio repertorio de selección nacional y extranjera, sin discriminación de estilos. Surgió en 1992 ante las dificultades de presentaciones de la Sinfónica. Jamás constituyó un proyecto presupuestado. Fueron muchos los conciertos iniciales y las aceptaciones del público.

 

 

«Es una orquesta con perfiles docentes. Jamás hubo una de su tipo en Villa Clara. Recesó por un tiempo sus presentaciones debido a mi enfermedad, pero en el último año y medio tiene acumulados 46 conciertos, con actuaciones de 52 unidades artísticas: solistas, agrupaciones de pequeño formato y estudiantes de los niveles elemental y medio que cursan estudios en la provincia

 

-   ¿Y el público?

 

-   «Primero déjame decirte una cosa: la música sinfónica no tiene una política de difusión y de conocimiento público, sobre todo en provincias. Sin embargo, la escuela Cubana de Música es prestigiosa, con una sólida formación de instrumentistas, y al estructurar un repertorio, el público lo es todo, y merece el mayor respeto. El arte es para la gente y jamás se colocará en urnas de cristal. Carecería de sentido, y eso derriba conceptos de dificultad, de entendimiento. Hay públicos desconocedores de tal estilo o artista; no obstante cuando la música está bien hecha, es aceptada y los aplausos  demuestran devoción. ¿Cuántos recorridos se hicieron por serranías cubanas, donde hombres y mujeres jamás vieron en la vida un Ballet, un Teatro Lírico o una Sinfónica? Cientos, respondería. El disfrute del arte no tiene fronteras, sexos, razas y tampoco edades ».

 

La lluvia de la tarde tiende a cesar, y al despedirme de Urribarres me voy convencido de que el músico jamás termina, aun cuando todo lo que hace en materia de arreglos y orquestación o copia sea a la «antigua» con un papel y un lápiz.

 

No importa que sus dos piernas, ausentes ahora, no permitan caminar como antes lo hacía, recorrer de punta a cabo, entre atriles, los confines de un escenario. Hoy con tanto tiempo entre la música, sin los artificios que tienden a envanecer a otros, este hombre, conocedor de las circunstancias en que se compuso una pieza, por remota que sea la autoría, vive pendiente de los estados de ánimo del artista, de la historia, la psicología y la respiración de una época. Solo así se entiende el sentido de la música que vibra en toda su inspiración.

 


[1] José Martí (1963): Obras Completas, tomo 20; p. 283. La Habana, Editora Nacional de Cuba.

 

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