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AFANES DEL LIENZO

AFANES DEL LIENZO

ENTREVISTA CON EL PINTOR Y PEDAGOGO MANOLO G: FERNÁNDEZ GARCÍA, AMIGO PERSONAL DE WIFREDO LAM.

 

(PERTENECIENTE AL LIBRO DE PERIODISMO «FERVIENTES CORCELES», Ed. Capiro, 2008).

 

Por Luis Machado Ordetx

 

  «Solamente Dios saca historias

                                                de otro lado que no sea la  realidad[1]

                                                                                          Juan Carlos Onetti


            

El regusto por lo flamenco, las corridas de toros, y también por las raíces andaluzas, no sé porqué rara razón, traen siempre a la imaginación el semblante y las historias, orales o escritas, que divulga en toda conversación el pintor Manolo Guillermo de la Caridad Fernández García, un hombre diáfano a la divulgación del conocimiento de las tendencias que se mueven en torno al paisajismo y el abstraccionismo y abierto en narrar fragmentos culturales de sus ciudades adoptivas: Sagua la Grande y Santa Clara, centros alejados del natal Majagua, en Ciego de Ávila.

 

Regordete, de tez blanca, sonrosada, y de baja estatura, con una cabellera que, no por los años, pulula en baño de nevisca -a pesar que remonta las ocho décadas de existencia física-, lo sitúan ahora en la prestancia apreciativa y el distingo por contar acontecimientos referidos a amigos de infancia; esos que encontró en muchas partes de Cuba y al recuerdo de los tiempos en que se aventuró en los estudios de Artes Plásticas.

 

Sin la menor duda, su diálogo tiene un disfrute, una excursión, jamás escudado en perspectivas   incisivas  que puedan esbozarse con la palabra hablada; no obstante, sí hay otras huellas de ese tipo que siempre se encuentran en los toques y acabados dados con sus pinceles: el lienzo o la cartulina en los cuales plasma todos los conceptos que toma de la realidad y de la imaginación; de la fantasía y por supuesto del sueño.

 

Puede, incluso, que en Fernández García todo esté envuelto por ese hálito mágico por referir cómo se formó en la pintura académica, el paisajismo y sus ulteriores manejos artísticos; las peripecias escolares; el recreo de los ambientes insulares; la composición de marinas, y el recubrimiento surrealista de las últimas piezas concebidas en el adoptivo recinto de Varadero, sitio donde actualmente reside.

Allí, alguna que otra vez, en medio de la fatiga respiratoria y con una lucidez asombrosa, cuenta con desenfado sobre sus maestros; las sabidurías de la vida; la amistad con Wifredo Lam; los incidentes de la pedagogía; la significación de Romañach o Clotilde Rodríguez Mesa en la hechura de los primeros grabados en madera y recreos marinos  que concluyó, y la soledad que lo acoge cuando retoca una idea que luego convierte en hecho artístico.

 

También, quién sabe si todo radique en el gusto por las cercanías del mar; el regocijo por  las montañas; el aislamiento de los contextos urbanos y el susurro permanente del viento que asalta el ramaje de los árboles, el trinar de las aves y las remembranzas por los nítidos escenarios de Jerez de la Frontera o Sanlúcar de Barrameda, convertidos por asaltos del delirio individual en encantos de la imaginación.

 

De Mateo Torriente, el maestro cienfueguero, y del universal Lam, el infatigable Manolo hablaría hasta el cansancio; como guardador de mil anécdotas; todas ciertas, sacadas de ese volcán de desencuentros entre creadores; del aire artístico, del poderío de los estilos, técnicas y tópicos trazados  sobre una cartulina, un lienzo o el más disímil de los soportes materiales.

 

Lam Castilla lo lleva en el recuerdo desde 1951, cuando lo tuvo delante en una exposición del Parque Central de La Habana, a raíz de recibir el sagüero el primer premio del Salón Nacional de Cuba Allí, Manolo, parado frente al cuadro «Trenzas al agua», escrutaba en la referencia y la historia recreada por el coetáneo, y también en el vínculo del contenido artístico con el título de la pieza que se exhibía. ¡Nada tenía que ver lo uno con lo otro!, se dijo en una apreciación inicial preñada de total ignorancia.

 

Entonces, el universal mulato-chino-cubano, autor de «La Jungla», sentado en un banco del Parque, con traje gris y camisa de cuello de playa; medias color chatré y cabello brillante y ensortijado, contemplaba a un hombre joven, en pose de curioso, que disfrutaba de su cuadro de arriba abajo, como el que quiere apresarlo todo en una sencilla mirada.

 

 De pronto entablaron un diálogo espontáneo que devino en amistad y aprecio mutuo por el gusto de la pintura, por los ambientes de Sagua la Grande y por las ventiscas frecuentes que ocurren en las cercanías de la costa.

 

Un día, sin embargo, esa narración sobre Lam, derivó en conversación pródiga relacionada al cabo de las seis décadas con un capítulo casi olvidado y también distorsionado en la historia de la cultura villareña: la Academia de Artes Plásticas «Leopoldo Romañach Guillén», institución en la que Fernández García figuró como uno de los alumnos-gestores del proyecto, primero de su tipo organizado en territorios alejados de la capital cubana.

 

En la calle Pasaje número 15, entre 42 y 43, en Varadero, en la vivienda al estilo campestre, y en la cual abundan plantas ornamentales, con flores de diferentes rostros y colores, principalmente de las bunganvillas rojas y amarillas; de clemátides y de jazmines, localicé a Manolo para propiciar un razonamiento sujeto a los tiempos iniciales de la antigua Escuela de Artes Plásticas de Las Villas.

 

- ¿Cómo surge ese proyecto alejado de los propósitos de la capitalina «San Alejandro»?

- En junio de 1946 hubo una reunión informal en la casa de los Doctores Rigoberto Gómez Cortes y Esther Batomeu. El propósito era crear un comité pro fundación, y en agosto, en los salones del Consejo Provincial de Gobierno, más  de 400 alumnos y algunos profesores interesados en el nacimiento de la institución, dejábamos "oficializada" la primera Escuela de Artes Plásticas de Las Villas, surgida a  iniciativa y empeño del profesor Rafael de Aranzoza (Márquez de Aguado). Digo "oficializada" porque la selección de los estudiantes fue rápida y el centro carecía de decretos estatales que lo ampararan. Meses después la escuela llevaría el nombre de Leopoldo Romañach Guillén, figura prominente del academicismo en Cuba y nacido en Sierra Morena, Corralillo.


«Las clases comenzaron el lunes 19 de agosto. Por escenario tuvimos los locales que ocupaba la Escuela de Artes y Oficios «San Pedro Nolasco», ubicada en Máximo Gómez esquina a Independencia, a un costado del Teatro La Caridad. El primer claustro lo integraron Tomás Pedrosa Raymundo (profesor de dibujo y, además, director); Boadbill Ross Rodríguez (secretario y maestro de dibujo de línea y perspectiva); Dolores González Carrillo (dibujo y modelado elemental); Lydia Berdayes Ayora (dibujo y modelado); Digna Bacallao (Historia del Arte); Rosa María Norte Auyomat (repujado en cueros y metales); Rafael de Aranzoza y Aguado (colorido y arte decorativo); Juan Niké Forchen (escultura y vaciado) y Juan Orlando Martínez Torres (naturaleza muerta y anatomía artística); situación que ofrecía seguridad a los educandos para asumir proyectos de envergadura artística lejos de la capital cubana.


«Pedrosa Raymundo, pintor y periodista, al igual que Aranzoza, tenían experiencias pedagógica y artísticas, mientras los otros eran recién graduados o impartían docencia en niveles elementales y de formación general. Sin embargo, todos estaban dispuestos a enrolar a antiguos condiscípulos de San Alejandro para que vinieran por un tiempo a Santa Clara.


«Miembros del claustro, recorrieron con anterioridad la ciudad; veían sus escenarios naturales; localizaban áreas donde existieran pinturas y pintores, y también hicieron muestreos de la sensibilidad artística de la población. Con asombro, Aranzoza se detuvo ante los murales de la Normal para Maestros, y apreció el gesto altruista y artístico que dejaron allí Ravenet, Abela, Portocarrero, Mariano Rodríguez, Amelia Peláez, González Puig y Jorge Arche.

 

«Aquí había maderamen para la pintura, bien lo sabían algunos de los profesores y parte del alumnado. Yo en 1939 había matriculado en San Alejandro, centro que abandoné por la penuria económica de la familia; pero seguí de pintor autodidacta y aficionado, al igual que otros en la ciudad. Cierto es que nadie estaba interesado en estudiar pintura, ni había comercios que vendieran útiles para profesionales y aficionados del arte. Todo se reducía a la venta de lápices de colores, temperas, acuarelas y pinceles redondos de pésima calidad que eran adquiridos por los alumnos de las escuelas primarias superiores y normalistas.


«Nadie pensaba entonces con seriedad en San Alejandro, y tampoco a los jóvenes les interesaba estudiar pintura, ya que la situación económica de esa época, caótica, implicaba la búsqueda de un futuro promisorio   por medio del bachillerato, el ingreso en el Instituto de Segunda Enseñanza o en la Normal para Maestros, escuelas que propiciaban plaza para trabajar al cabo del tiempo y ganar algún dinero después de  graduado.


- ¿Dicen que algunos pedagogos procedían de centros villareños?

 

- Sí, pero Santa Clara no tenía suficientes graduados de San Alejandro como para fundar una escuela, y tampoco personal aventajado para la enseñanza especializada en este tipo de arte. En el reglamento de instrucción primaria las plazas estaban ocupadas; tal es el caso de María Teresa Pascual que desempeñaba la cátedra de dibujo en la Escuela Normal de Kindergarten, y también de la profesora Dolores (Lolita) Vidal Macías, con similar distinción, pero en la Normal para Maestros. Hubo quien se adjudicó la enseñanza del dibujo con tan solo la matrícula del primer año en San Alejandro. Ya te puedes dar cuenta de la situación; muchos deseos, pero escasa preparación para salir adelante.


- ¿No hubo un cursillo?

 

- Exacto. Después de crearse un Patronato, con donativos materiales y efectivos en dinero, los cuatrocientos alumnos de ambos sexos, recibimos un cursillo de 45 días a partir de aquel lunes 19 de agosto, y la mayoría de los matriculados; interesados en obtener el certificado, querían mejorar su escalafón de ubicación profesional. Hubo una información general que estipuló, al concluir esa preparación, la entrega de un certificado equivalente al primer año de la carrera académica de seis que sesionaba en La Habana.


«Todos los profesores, ya mencionados, laboraban intensamente en la preparación y decantación de los estudiantes. Hubo el ejemplo del notable paisajista Roberto Vázquez, presente en la noche inaugural, quien no regresó más a Santa Clara porque pensó que todo sería un fracaso. Sin embargo, el tiempo doy razón a su equivocación.


«Tomás Pedrosa asumió la asignatura de paisaje; impartida al inicio en el Campo Sport, perteneciente al Instituto de Segunda Enseñanza, y posteriormente en la Granja Agrícola, a la vez que se escogían otros lugares de la ciudad al aire libre y en contacto con aspectos de la naturaleza relacionados con la geografía económica y social de la ciudad.


«De los que asistimos a aquel cursillo, recuerdo a Edelmira Ávalos Gómez; Aída Babot Andino; Rosalía Bartomeu; Georgina Uriarte; Nena Lorenzo Lena; Lydia Ángel Fleites; Angela de Armas; Angelita Ruiz; Felicita Calero; las hermanas Vidal Macías; Gladis Hernández; Olimpia Ramos; Ada Borrell Reinoso; Rafael Jiménez; Arnulfo Valencia y Erasmo Pedraza, entre otros.


«El libro de matrícula oficial, por desgracia, al principio se extravió, y luego se completó al prorrogarse  el cursillo a 60 días con la finalidad de cubrir las necesidades de aprendizaje y orientación elemental, aun cuando algunos teníamos conocimientos elementales de pintura y dibujo. La matrícula fue nutrida, como es natural, y creó contratiempos administrativos y técnicos; a la vez que imposibilitaba las actividades y la eficiencia de la docencia, ya que, como es obvio, existían vocaciones, habilidades e intereses distintos entre los estudiantes, y los recursos de trabajo eran escasos.


«Cuando aún no había transcurrido la tercera semana de clases, debido a intrigas mal fundadas e imperativos del local, alumnos y profesores, así como el Patronato, tuvieron que buscar un nuevo sitio para la docencia. Apareció la escuela de la Iglesia Bautista, en la calle Tristá esquina Zayas. Ese templo destinaba el ala izquierda a los cultos religiosos, mientras en la derecha tenía aulas con amplios portales en los que antes radicó un centro de instrucción primaria.


«Esta escuela se encontraba prácticamente abandonada, y profesores, alumnos y amigos, la deshollinaron y pintando, situación que alegró a Moisés González, el pastor bautista encargado del templo, y solucionó un grave problema momentáneo y que tendió a afectar la estabilidad del cursillo y la permanencia de pedagogos. Al cumplirse el término de las sesiones docentes, se efectuó una  exposición en la Biblioteca Martí, lugar que exhibió de manera permanente una selección de los trabajos más decorosos que aportaron los estudiantes.


- Esos son los años en que la escultora Rita Longa se establece en la ciudad; es huésped del hotel Santa Clara,  y se hacen, además, campañas Pro Orquesta Sinfónica de Las Villas y en defensa de la Universidad Central Marta Abreu, acontecimientos que marcan una apertura y estabilidad de la cultura villaclareña; pero ¿había reconocimiento legal para la escuela en instancias del Ministerio de Educación?

 

-Vamos por pasos. Sí, Longa, al poco tiempo de estar aquí en labores artísticas, se le otorgó su ingreso en la Academia Nacional de Artes y Letras, pero no formó parte de la nómina de los pedagogos de la institución. El reconocimiento del Ministerio  no tuvo respuestas rápidas, inminentes,  y algunos profesores de San Alejandro se opusieron a la oficialización, pues  sustentaron que los docentes de aquí carecían de aval profesional para la enseñanza.


«Para mayor desgracia Juan Niké Forchen, quien impartía modelado, se radicó en Estados Unidos; María Luisa Izquierdo, de dibujo elemental,  y Boabdill Ross, de dibujo lineal y secretario,  no regresaron más de La Habana. Eso provocó cierto caos. Nadie quería venir a Santa Clara.


«Cierto es que Martínez Torres siguió infatigable en sus gestiones por La Habana, a costa de sus ingresos personales, en aras de conseguir el declaración del claustro y del centro. Ya hablo de 1947, y por medio de periódicos; equipos de amplificación Franco S.A., ubicados en el Parque Vidal y del noticiero inalámbrico de la Organización Insular de Radio, dirigido por Domínguez Arbelo, se lanzó al aire el siguiente texto: "Por la superación cultural de Las Villas,  pedimos la oficialización y dotación de la Escuela de Artes Pláticas Leopoldo Romañach Guillén, matricúlate en pintura y escultura".


«Dependientes de comercios, choferes, policías, transeúntes y personas de la ciudad, repetían el discurso. En ese curso se convocó a una reunificación del alumnado, y se amplió la matricula, y a mediados del otro año regresó de Estados Unidos Boabdill Ross Rodríguez, quien otra vez se sumó a la secretaría de la escuela y a la docencia de dibujo lineal y perspectiva.


- Tengo que acudir al paisajista Romañach, pues creo que por este tiempo estaba por Caibarién, sitio del que un día partió en un vapor rumbo a La Habana, tras ganar con su cuadro «Niña pobre con mantón», de 1888, una beca de pintura para estudiar en Italia. ¿Es verídico que el ejemplar artista, maestro de generaciones de cubanos, contribuyó sustentar espiritualmente la Escuela?

 

- Es cierto. En septiembre de 1948, y aprovechamos la oportunidad de hacerle un homenaje en Santa Clara a Romañach. Era ya un anciano, y vino acompañado de la profesora Dolores González. En la biblioteca Martí se develó una tarja en su honor, y no se por qué posteriormente, ya después del Triunfo de la Revolución, fue retirada y creo que hasta desapareció. Hubo un banquete de congratulación en el hotel Santa Clara, de Luis Estévez y Santa Rosa, y declaró que con su modestia y ejemplo hablaría ante las autoridades académicas y estatales. Por desgracia, el lunes 11 de septiembre de 1950 ocurre su fallecimiento.


- ¿Eso favoreció a que ustedes ganaran prestigio ante las potestades docentes?

 

- Claro, el viernes 2 de julio de 1948 se firmó el decreto ley 2158, concediendo nombramientos y convocando a profesores. Meses antes ingresó al claustro Mario Cordoves Sigler, quien conquistó la cátedra de artes decorativas, y unos meses después lo hizo Carmelo González Iglesias en la enseñanza del grabado, así como Antonio Alejo, en Historia del Arte; Israel Córdova Berroa, en modelado; Armando Fernández, en dibujo estatuario; Orlando Gutiérrez, en dibujo natural, y Joaquín Lanza Pujarea, en anatomía artística. La nómina estaba completa, y los alumnos en espera de mayores aprendizajes.


«También se designaron algunos cargos administrativos y subalternos: Alfredo Ballina, bibliotecario, y Aida Babot Andino, jefa de almacén; el Pastor Bautista Moisés González, de ayudante, y a mí de escribiente de mecanografía, actividad que compartía con Evelio Ríos Reyes, mientras Mercedes Hurtado se desempeñaba en la limpieza y Daniel Godoy, de ujier.


«El 1949 reinó la organización, tanto en lo docente como en lo administrativo. La matrícula aumentó, y en el mes de noviembre apareció el primer número de la revista mensual "Pinceladas", órgano oficial de la Escuela "Leopoldo Romañach" de Artes Plásticas en Las Villas, y las ediciones posteriores surgieron como publicación de arte y literatura, pero sin perder el carácter estudiantil.


«La novel propaganda tuvo un año de vida, y allí colaboraron profesores y alumnos, quienes recogían en las páginas todas las inquietudes de una Escuela de Arte en formación. La impresión de los textos era en mimeógrafo y de manera manual, y se repartía entre los alumnos y la población de la ciudad. Las portadas eran hechas por mí, al desempeñarme como director, y los primeros números se ilustraron con dibujos realizados sobre stencil, y las restantes con xilografías, lo que mejoró la calidad de las ediciones con fotograbados y colaboraciones de Carmelo González.


«Entre los participantes estuvieron Guillermo Worringer; Rolando Pérez Gómez; Juan Domínguez Arbelo; Pierre de Ramos; Pablo Pérez Fernández; José O.  Barrero del Valle; Gilberto Tejera Rojas; Carmen Cruceiro; Serafín W. Jiménez; Teresita Fernández; Fray Casto de Villavicencio; Silvio Payrol Arencibia; Jesús López Silvero; Constancio C. Vigil, y en las páginas hubo grabados ejecutados por los alumnos Reemberto Gómez; Lesbia Vent Dumois; Felicita Calero Negrín; Edelmira Ávalos Gómez; Ada Morrell Reinoso; Angela de Armas; Layda Anael Fleites; Rosalina Bartomeu; Graciela Lorenzo Lena y Evelio Ríos Reyes, principalmente. Las tiradas de la publicación no rebasaban los 500 ejemplares, y el último número salió en mayo de 1950.


-Pero, en realidad, no todo quedó ahí. Creo que surgieron otros tropiezos; sin embargo, requiero que precise ¿cuándo toman el estatus de escuela oficial?

 

- «Eso fue el lunes 16 de enero de 1950, y apareció refrendada en La Gaceta Oficial de la República de Cuba como decreto-ley número 316, disponiendo las bases para la reglamentación de la provisión de Cátedras por Concurso de Oposición en las Escuelas de Artes Plásticas; situación que reafirmó los decretos-leyes números 461, del 31 de agosto de 1934, y 74, del 9 de julio de 1935, respectivamente.


«Muchos profesores vieron aquello con excelentes ojos, y decidieron presentarse Exámenes de Oposición sin que existieran opositores. Mostraron sus avales artísticos bien documentados, y se aseguraron de plazas en convocatoria; y surgieron algunos tropiezos, tal como dices, pues casi a mediados de 1950, por motivos falsos, conceptos morales, mojigatería e hipocresía, se decía que la Escuela utilizaban modelos vivos para la realización de bocetos de desnudo artístico, y por tanto no podía compartir espacios en el local de la Iglesia Bautista. Otra vez estuvimos a la deriva, como si la mala suerte pisara nuestros juveniles talones, pero por fortuna apareció un espacio más grande en la calle Juan Bruno Zayas, entre Eduardo Machado y Candelaria.


«Aquí se abonó un alquiler extraído del cobro de la matrícula de ingreso, y luego surgió un presupuesto para gastos, y hasta se construyó un aula de modelado y escultura. En 1951 se estabilizó la Escuela, y Carmelo González, Mario Cordoves y Rolando Gutiérrez, galardonados en la Exposición de Arte celebrada en la Universidad de Tampa, recibieron un homenaje de los alumnos y de la ciudad. Ya comenzábamos a ganar mayoría de edad en el universo de las Artes Plásticas.


- Manolo, necesito una aclaración: ¿los directivos de San Alejandro se cruzaron de brazo ante la oficialización del centro?

 

- No hubo presiones de todo tipo. Solo tres alumnos, en aquel curso iniciado en 1946, concluimos en La Habana: Edelmira Ávalos Gómez, Lidia A. Fleites y yo. Por esa época, Rafael Blanco Estrena, Enrique Caravia y yo, recibimos un homenaje en el Hotel Inglaterra, en La Habana, organizado por la Asociación Nacional de Caricaturistas de Cuba, tras los éxitos en la Exposición Panamericana celebrada en la Universidad de Tampa, Florida. Allí obtengo la medalla de plata por el grabado "Marinero en tierra", y algunos xilograbados míos comienzan a publicarse en la prensa nacional.


- ¿Cuáles?

 

- Bueno, ahí recordaría el "San Francisco de Asis"; "La Virgen de la Caridad del Cobre"; "La Glorificación del Doce de Octubre" y otros que ahora no vienen a la memoria. También está el premio del iv  Salón Nacional de Pintura, Escultura y Grabado de La Habana, conseguido en Julio de 1950.

- Pero, ¿Cómo dice que se gradúan solo tres alumnos en San Alejandro?

 

- Sí, esa es otra historia. Después de muchas batallas en 1952 alcancé el título en San Alejandro, y luego fui a Trinidad a dar clases. Eso es como escribir muchos pliegos de papel, y realmente no quiero ni recordarlos, pero te diré algunos: en la realización de nuestra tesis final, llena de represalias de profesores habaneros, y en particular de Esteban Valderrama, necesitábamos altas calificaciones para conseguir la certificación final; con 8 días en la realización de un paisaje, similar cantidad en el ejercicio de una academia -desnudo del natural de cuerpo entero y al óleo-,  y cuatro horas para esbozar un panel decorativo -con determinado estilo y período histórico-. Era lo exigido también para alumnos de las escuelas de Santiago de Cuba y Pinar del Río, las que por esa fecha ya funcionaban, así como a algunos extranjeros radicados en Cuba.


«En realidad existía una diferencia notable, entre la formación especializada de los estudiantes que asistíamos a la tesis, y con la acumulada por aquellos adiestrados en curso estables de San Alejandro. En Santa Clara fuimos discípulos de una institución en embrión, y habíamos vencido, en un mínimo de tiempo, las asignaturas de colorido con Dolores González Carrillo,  a quien jamás se le conoció ni siquiera una obra; mientras los internados en la institución habanera recibieron lecciones hasta ese año de Romañach, y luego de Valderrama. Igualmente sucedía con paisaje y arte decorativo: en Santa Clara terminamos los cursos de paisaje con Tomas Pedrosa Raymundo, quien, aunque tenía una obra hecha, apenas transmitió un conocimiento total; de ahí cierto empirismo. Fue Domingo Ramos, el Paisajista de Viñales, el encargado del visto bueno a esta especialidad.

 

«Valderrama, y la dirección de San Alejandro, pusieron sus zancadillas, y exigieron la certificación de las asignaturas aprobadas en Santa Clara, y todo debía estar en regla de acuerdo a las contempladas en el plan oficial de enseñanza del centro docente habanero. Así, incluimos dibujos comerciales y de propaganda, y de talla industrial, examinados en la provincia y no incluidos en la Academia. El título se obtenía por revalida, en nuestro caso, al igual que a los extranjeros, ya que no se concebía como hecho oficial nuestra matrícula. Éramos como oyentes que sólo tienen derecho al examen reglamentado.


«Si no aprobábamos los ejercicios de grado que se verificarían en diciembre de 1952, nos ubicarían en el año considerado por el tribunal calificador, y en caso de resultar sobresaliente, no tendríamos derecho a presentarnos a oposiciones para bolsas de viaje y becas al extranjero. Eso, a pesar de todo lo discriminatorio que pudiera parecer, lejos del desaliento, figuró como estímulo. Así, Edelmira Ávalos Gómez, Lidia A. Fleites, y Manolo G. Fernández García fuimos los  tres primeros graduados de aquel curso gestor de la Escuela "Leopoldo Romañach"  de Artes Plásticas de Las Villas.


- ¿Por qué no se graduaron en Santa Clara?

 

- No era permitido según el plan de estudios vigente, ya que el tribunal examinador no podía viajar, el tiempo de clases, aun cuando se venció un plan de estudios, no concordaba entre uno y otro centro y aquí no existían profesores con suficientes avales para otorgar las calificaciones. Eso fue lo que alegaron,  pero, en definitiva,  salimos airosos con nuestros títulos, y en lo adelante todos, en la medida que figuramos como pedagogos, realizamos nuestra labor de pintores y reconstructores de la realidad. Después, si ocurrieron diferentes promociones de graduados en Las Villas, pero te juro que, en aquellos primeros, costó lágrimas, por no decir sangre.»


Manolo, seis décadas después de aquellos primeros balbuceos en la formación de la enseñanza de las Artes Plásticas en predios villareños, se fue al recuerdo. Era necesario ese instante. Ya hace tiempo que no emprende la xilografía, y mucho menos el paisajismo; ahora, tras el esclarecimiento de los hechos contenidos en la historia de la cultura de la localidad, muestra sus últimos trabajos relacionados con el abstraccionismo, la experimentación con el color y la luz, la textura  y la composición.

 

Tal mirada se contiene en lo anecdótico, a diferencia de los primeros surrealistas; en la universalidad desde lo íntimo; en la perspectiva figurativa de las leyes cromáticas y naturales; en la evocación de sensaciones, y también  de los sentimientos y la emoción.

 

Manolo Fernández García, puede que piense en el orfismo, aquella tendencia colorista que cautivó a Guillaume Apollinaire, allá a principios del siglo pasado, cuando intentó la recreación de la realidad y la poesía a partir de la observancia de la exaltación de los cambios de la luz y el color; pero ahí en Varadero, y en toda Cuba, está el pintor dispuesto, a pesar de la edad biológica, a mostrar, con su lucidez inusitada,  muchos sucesos artísticos que, en apariencias, se incluyen como borrascas  contenidas en capítulos inconclusos de esa historia urgida siempre de contar.

 










[1] Juan Carlos Onetti (1997): «Entrevista a María Esther Gilio», p. 14, en Periodismo asedio al  oficio, de Astrid Pikielny, Librería-Editorial El Ateneo, Argentina. 

 

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