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MEMORIA DEL SOÑADOR

MEMORIA DEL SOÑADOR

«[...] De ese verso, simiente, sale todo el poema, y lo más frecuente [...] es que ese verso inicial me dice el argumento...»


                                     Gastón Baquero

(Prólogo al libro, Como un manzo animal, Ed. Capiro, 2008, escrutador desde la óptica del poeta, de la vida del Che Guevara).

Por Luis Machado Ordetx


El Che, y su historia, siempre aguijonean en muchos tipos de composiciones artísticas, y en el campo de la poesía es muy frecuente la presencia en las más disímiles anécdotas que forjó el guerrillero durante el transcurso de su vida.


Ahora, el escritor pinareño-villaclareño Luis Alberto Pérez de Castro (San Luis, Pinar del Río, Cuba, 1966), acude, como una obsesión, a la trascendencia de aquellas acciones guerrilleras acontecidas hace casi cinco décadas en zonas de las sierras y los llanos cubanos, y su prolongación a otros confines africanos o latinoamericanos, para ofrecer por medio de versos la estatura de su legendario personaje; desacralizado ahora dentro de un magnetismo que brota de la estirpe del médico, el combatiente, el ministro, el articulista, el poeta, el padre y el esposo.


 Nada resulta extraño y tampoco baladí en la composición de las metáforas insertadas en un contexto fabuloso, pues el escritor es de los que no concibe su verso como el que sube ladrillo a ladrillo una pared y goza con verla concluida; y ante tal causal, da testimonio de una época, signo de reconstrucción de un tiempo,  y de memorias y relecturas que asaltan inesperadamente las ideas y los acontecimientos en la mirada escrutadora que se dirige hacia una de las figuras históricas más polémicas de la Revolución Cubana.


El hombre que asalta el poeta a través de la composición de las palabras, su principal herramental discursivo, está lleno de contrastes, próximo a las herejías de su tiempo; probo en la dureza y en la dulzura, la firmeza y la ternura, y también en las defensas íntegras en decisiones de conceptos ante la mimesis y la mente fría del calco foráneo. De ahí que su acercamiento lo prolongara al héroe dentro del goce por los vericuetos martianos, como quien asiste al convite de una osadía que rompe los cánones de cualquier placidez, incluido el acecho de la muerte, para coronar un propósito libertario.


Pérez de Castro en «el Manso Animal», desacraliza al héroe; lo otea con sangre en las venas, con huesos y carne, y contempla al Che como polémica personalidad en todas sus facetas; alejado de la concepción mítica del Dios, de la máscara del comercialismo, del hombre y el paradigma estoico, en aras de apegarlo a la tradición del amigo insobornable; despojado del uniforme verde-olivo y de cualquier atributo militar o político.


Desde   Santa Clara, ciudad en la cual reside el poeta, y donde el Che es una leyenda sin precedentes para la historia universal, y desde el sitio en que más late en los confines terrestres de nuestra Isla, surgió la primicia de este libro, capaz de desmontar a través de los versos, hilvanados con sentido de orfebre, al hombre desprovisto de tapujos, lealísimo al socialismo como proyecto de renovación y cambios de ideas; de humanismo práctico y de roturación de idas y venidas de ciertas verdades sin medias tintas.


Los 32 poemas que forman el texto poético, así lo confirman, al hurgar en las cualidades humanas, filiales y de constructor social que atesora el Che; aspectos tomados por el escritor a partir de aquellas lecturas y testimonios que más impresionaron al escribiente desde los tiempos de la niñez y la juventud, hasta abarcar al hombre, al padre, al ser humano constructor social, y al individuo de carne y hueso alejado de mitificaciones.

 

 Recuerdo cuando en una ocasión Pérez de Castro habló sobre un testimonio del pequeño Camilo Guevara March, y relató la emoción que percibió el muchacho cuando se perpetuaba el legado del progenitor.

 

Decía que eran las horas que el padre permanecía contemplando el sueño de todos los hermanos ¿Quién sabe cuántas cosas pasaban por la cabeza del Che en esos instantes, inmortalizando a otros niños del mundo despojados de la tierna mirada de un padre deseoso de las caricias infantiles? 


Tal vez ese deseo trunco de la permanencia de un padre junto a la estancia del hijo, la ausencia que sufrió el poeta en los años infantiles, sean atributos que más hondo calaran en el sentimiento y la comprensión de una escritura fuerte, directa, sin cargas altisonantes, de eliminación de las fronteras hirvientes entre el verso y la prosa.


Al Che lo percibe como un creyente ferviente de todas las posibles utopías, y retoma todas sus facetas históricas; por supuesto, siempre lo lleva a presenciar ese sitial vertical de la historia de generaciones de pueblos de todo el mundo; por lo que flota el soñador prevenido a vencer los quebrantos, los obstáculos, la mirada pérfida, y ser por encima de todas las cosas, un ser responsable, amigo y solidario a la vez, sin que la exigencia personal y colectiva faltara en el momento de la crítica o la autocrítica. Ese es el Che que recrea Pérez de Castro.

 

El poeta se aferra al contexto del hombre como portador de historias, al sentido de la testimonialidad del verso atado a todo carácter informador-relatador de la dimensión humana; de confiabilidad del discurso y de búsqueda de una actualidad en la cual se insiste en el significado dramático-conceptual de todo lo que se narra por medio de metáforas.


Este es un libro sufrido, no por su hechura terminológica, sino por el desgarramiento del estado dormido y repensado en que por largo tiempo permaneció a la sombra de la meditación, y donde el testimonio, como confesión, refulge como un recurso en que se detiene el poeta para descarnar a su héroe; y el silencio, en ocasiones, se torna liberación interior, conocimiento de los sucesos y experiencias en que se detuvo el otro; es por tanto un  sentido de auscultación y reconstrucción de la realidad, de la historia y de la apropiación de una información interpretativa que fundamenta todo relato cronológico y psicológico de los acontecimientos suscritos a la palabra.


A veces, los versos están provistos de extrañeza, de contradicción contemplativa, del ser de la palabra, de originalidad singular, para testar a favor de lo histórico en un intento por descarnar al hombre; de ahí que establezca un forcejeo a favor de la libertad del ritmo, de ausencia de signos de puntuación, como si «[...] el mundo se presentara [...] como un libro escrito por el dedo de Dios», al decir de Umberto Eco, para validar la inteligencia sensorial y conceptual asentada en los vericuetos del lenguaje objetivo y del tránsito a la subjetividad.


El libro de Pérez de Castro Como un manso animal, reentronca en ese artificio mágico que proclamó Shelley cuando abogó por un quejoso santiamén en que «Necesitamos la facultad creativa de imaginar lo que conocemos» de todo cuanto transcurre desde el acto de la explicación hasta la descomposición de sucesos sujetos a las pugnas de los contrarios.


Aquí subyace la memoria, como reconstrucción de la historia, para precisar el tránsito de un soñador que explora la trascendencia de un hombre y lo hace partícipe, por medio de las palabras y el discurso, de una indagación sin precedentes testimoniales en el sentido ilímite de toda desacralización contenida en supuestas herejías concebidas como puntales del irrepetible humanismo guevariano, implícito, al decir de Lezama Lima, en una «Poesía diseñada en el ámbito del arma epistemológica» que subyace en el firmamento de las raíces del propio ser fundado en su realidad.

 

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