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TEATRO ESCAMBRAY: LOMAS Vs. CIUDAD

TEATRO ESCAMBRAY: LOMAS Vs. CIUDAD

Por Luis Machado Ordetx

Teatro Escambray, desde la primera hornada, ancló raíces entre la serranía y los pobladores villaclareños, allá en los días fundadores de noviembre de 1968 cuando un grupo de actores habaneros, encabezados por Gilda Hernández y su hijo Sergio Corrieri, se despojaron de los aíres de ciudad y penetraron en un lomerío que no percibió el susto de la arribada de hombres y mujeres empeñados en convivir con el bullicio transformador del entorno social y económico de entonces.


De allá para acá, contra viento y marea, algunos padres fundaciones partieron hacia otras misiones, y aparecieron jóvenes y menos jóvenes encaprichados en seguir las idénticas sendas relacionadas con la interacción del arte y la comunidad campesina, el centro obrero y los ambientes pueblerinos; renovaron la estética teatral, y también  insuflaron universalidad en los códigos artísticos, hasta repoblar los tópicos llevados a escena en un discurso alejado del teque, la sensiblería y el dejo poco aportador de conocimiento.


Ahí subyace la mirada crítica de la realidad nacional en espectáculos concebidos dentro de una arquitectura dramática abierta, en interacción con el público, en la exigencia de la participación comunitaria, y en la sugerencia de la creación colectiva, tal como ocurrió en aquellos montajes de «La Vitrina», y «El Paraíso recobrado» (1971 y 1972, ambas de Albio Paz), «El Juicio» (Gilda Hernández, 1973), así como «Ramona» y «La Emboscada» (Roberto Orihuela, ambas de 1977-1978), hasta tocar aquellos escenarios relacionados con el universo juvenil, las contradicciones sociales, éticas y de enfrentamiento generacional: «Molinos de viento» y «Calle Cuba 80 bajo la lluvia» (Rafael González, de 1984-1988), lo cual y generó una adecuación de los códigos artísticos hasta entonces.


Tal vez, fue esa una etapa de enriquecimiento, de confrontación; de surtidor del encuentro con otros públicos, de escenarios cerrados, alejado de aquel concepto del teatro-foro del mundo greco-latino, hecho que,  según afirmación del  dramaturgo Rafael González, refrendara transformaciones teatrales que expresaran la búsqueda de lo conflictual del ser nacional en estos tiempos, así aparecieron los montajes de las piezas «Fabriles», de Reinaldo Montero (1991), «La paloma negra» 1993), y «Curso general teórico-práctico de animación turística por el metodólogo Liborio Hurtado», del propio González (2000), así como « Como caña al viento», de Eliseo Diego  (2002) o «Voz en Martí», de Jorge Mañach (2003), ambas con dramaturgia de Carlos Pérez Peña. 

Indetenible, en escenarios cubanos o extranjeros, Teatro Escambray, cada año sorprende al público, en esa rara capacidad de forja de actores y actrices jóvenes, junto a los viejos pilares que, desde La Macagua -en el suroeste villaclareño, casi en la frontera con Cienfuegos-, piensan y repiensan, adecuan y vigilan el porqué de la renovación de repertorios lúcidos en contextos de salas abiertas o cerradas en las cuales se desenvuelven unipersonales o expresiones grupales distinguidas por códigos estéticos desprovistos de ese clásico enfrentamiento entre lo que trasciende en la ciudad o en el campo.


Puede que ahí estribe el privilegio de un colectivo que, en renovación constante, anda empinado en el hacer propio lo que la Nación reclama, injertando, como proclamó Martí, aquellos valores novedosos de otros ambientes teatrales, pero el tronco, siempre erguido en la fronda de los árboles que crecieron con el venida de la primera hornada artística que asomó el rostro al Escambray para imponer sin atisbos de provincianismos  un reclamo de universalidad fundida a lo contemporáneo del gesto y la expresión oral.


 

1 comentario

Blanca Vieites -

Yo fui actriz de el grupo de Teatro Escambray hace mucho tiempo ahora estoy muy lejos y probablemente nunca mas podre caminar en La macagua donde tengo los mejores recuerdos de mi vida,pero esos recuerdos estaran siempre en mi corazon