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KILATES DEL TESTIGO, UN LIBRO NECESARIO

KILATES DEL TESTIGO, UN LIBRO NECESARIO

Por Manolo G. Fernández García (1)

Es indudable que los periodistas son los genuinos historiadores de los pueblos, ya que en cada uno de los periódicos locales se van acumulando los hechos más sobresalientes acaecidos días tras días. Así lo percibo tras concluir la emocionante lectura de Kilates del Testigo (Capiro, 2008), libro del villaclareño Luis Machado Ordetx, quien recoge en boca de los protagonistas directos acontecimientos de la cultura nacional, acontecidos a mediados del pasado siglo en la región central de Cuba.

A Don Manuel Dionisio González, periodista e historiador villaclareño, se le ocurrió un día patentizar la Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara y su Jurisdicción, obra con el sello de la imprenta «El Siglo», allá por 1858. El texto constituye el único legado -o al menos el más completo conocido- desde el cual transcurre el pasado  en sus más disímiles aristas para afianzar los cimientos de un pueblo.

Desde entonces se cuenta la historia de Santa Clara, rastreada en su historia y a través de los hechos más sobresalientes en los ámbitos social, político, económico y cultural.

En las Memorias.... Don Dionisio habla del teatro «La Caridad», edificado bajo los auspicios de la Benefactora Doña Marta Abreu de Estévez,  para que la cultura mostrara sus progresos. A partir de entonces la ciudad demostró estar habitada por hombres y mujeres con grandes inquietudes espirituales. En ella,  a partir del siglo xix, escritores y artistas, encontraron buen refugio para sus inquietudes intelectuales.

No fue hasta el siglo XX, cuando se produce un estirón cultural, sobre todo a partir de los años transcurridos entre las décadas del 30 al 50. Esa eclosión de hechos y personalidades que marcan un hito en el desarrollo artístico-literario de la localidad, es recogida en Kilates del Testigo, un magnifico estudio de corte testimonial expuesto por el periodista Luis Machado Ordetx.

Un profundo análisis investigativo desarrolló el escritor al plasmar hechos del pasado que demuestran particularidades no expuestas anteriormente en libros que precisan la historia de la cultura en la región.

Estructurado en capítulos, «Esculpidor del tiempo», es un pretexto del escritor para presentar de manera amena, juiciosa y sincera, un hilo conductor de cuánto se plantean las páginas que siguen a partir de lo dicho por Severo Bernal Ruiz (1918-1990), el declamador Dilecto de Las Villas.

Personalidades del calibre literario de Raúl Ferrer Pérez («Un querube bravío»), recrea al poeta-maestro en simpáticas y reflexivas anécdotas, sin que el autor se aparte por un momento de la captación de una atmósfera singular en la cual se desenvuelven otros escritores villaclareños.

En tanto («Con la sangre en las venas»), hay una captación de cuánto representa la recitadora Eusebia Cosme para la Nación cubana, no solo por la manera en que interpretó la poesía negra, sino también por la forma en que la propagó en los más disímiles escenarios internacionales.

No por azar, el escritor se apoya en el testimonio de Bernal Ruiz para dar riendas a la paciente investigación artístico-literaria sobre el panorama histórico de la región central de Cuba.

Ese testigo de excepción, santaclareño y pilongo, además, figuró entre los artífices que hicieron del movimiento afro, desatado en Paris por Picasso, un esplendor literario de lo conseguido en versos por Guillén, Ballagas, Florit, Caignet, y otros que, desde la música de Caturla y Roldán, y en la pintura de Lam, confirmaron la vitalidad de la cultura cubana que en el plano teórico impregnó el sabio Fernando Ortiz.

Otro de los capítulos, («Rastros de un raro»), sin separarse de los objetivos investigativos y el contraste de fuentes orales o documentales que traza el escritor, ofrece un pequeño, si así quiere exponerse, ensayo-testimonio sobre uno de los más olvidadas escritores insertos en la Literatura Cubana: el dramaturgo y promotor artístico Juan Domínguez Arbelo, considerado tal vez, un valor absoluto de la cultura villaclareña.

Así lo considero, y la radiografía de Machado Ordetx lo corrobora, porque en 1936 Domínguez Arbelo gestó el impresionante Club Umbrales, y gracias a esa institución cultural, salieron intelectuales de la valía internacional de Onelio Jorge Cardoso, Carlos Hernández López, Tomás G. Coya Alberich, Raúl Ferrer, Gilberto Hernández Santana, y otros que estimulados por Ballagas, afianzaron la literatura sin asomos de máculas ni elites.

Domínguez Arbelo gozó de la amistad y admiración de nuestro dramaturgo mayor, José Antonio Ramos, y en 1938 aglutinó también a intelectuales de valía con su espacio radial de los domingos: «La Hora Hontanar», por medio de la emisora CMHW.

En ese capítulo, («Rostros de un raro»), el periodista e investigador Machado Ordetx, salva del olvido al escritor villaclareño, autor de las piezas teatrales «Humanas Miserias», «El bohío de las pasiones», «Sombras del solar», «Veneno Social», «El incesto», y otras más o menos importantes en un tiempo en que la escena cubana  crítico la dura vida económica en que se debatía el país.

En («Oteando a un adoptivo»), no menos importante, y en («Esencias volcánicas»), dedicados a Navarro Luna y Nicolás Guillén, respectivamente, son capítulos en los que el afanoso investigador demuestra, por medio de un panegírico sustancial, los aportes y vínculos que dejaron estos literatos a la región villareña y en particular en Santa Clara; esas figuras relevantes de nuestra poesía son captadas sin que falte nada y tampoco sobre una línea en su texto.

Separando estos seis capítulos que integran Kilates del Testigo, el autor sitúa notas de suma importancia a la meritoria investigación; y también logra crearnos la atmósfera epocal de un período vital en la historia y la cultura villareña. El libro, no solo constituye un aporte indiscutible a la Historia Local, sino también a toda la Nación; validos para que lleve el reconocimiento en cualquier tiempo.

(1) Fernández García, Manolo Guillermo de la Caridad [Majagua, Ciego de Ávila, 1925]: Escritor, pintor y periodista. Estudió Artes Pláticas y Grabado las esuelas «Leopoldo Romañach» de Las Villas y «San Alejandro», de La Habana.  Muchos de sus grabados en madera salieron impresos en publicaciones cubanas y extranjeras de la primera mitad del pasado siglo. El grabado «Marinero en tierra» mereció la medalla de plata en la Exposición Panamericana de la Universidad de Tampa, Florida (1948); y en 1950 obtuvo el premio del  iv  Salón Nacional de Pintura, Escultura y Grabado de La Habana.

Amigo personal de los pintores cubanos  Wifredo Lam,  Leopoldo Romañach y Clotildo Rodríguez Mesa. En su obra destacan los paisajes, marinas, y el dibujo abstracto. Reside en la actualidad en Varadero, Matanzas, Cuba.

Vea más en:

    * www.atenas.cult.cu
    * http://cubanosdekilates.blogia.com/.../122906-lam-en-la-memoria.php
    * http://verbiclara.nireblog.com/post/2009/12/10/lam.htm
    * http://ocultokarcomen.blogspot.com/.../exposicion-de-la-obra-de-manuel.htm

 

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