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CHE, ÚLTIMAS FOTOGRAFÍAS

CHE, ÚLTIMAS FOTOGRAFÍAS

El colega José Antonio Fulgueiras Domínguez, recién acaba de regresar de Bolivia. Allá encontró a René Cadima, el fotógrafo que captó la imagen del Che después de asesinado,quien ahora agradece la ayuda médica de Cuba a Bolivia, y habla de aquel instante en que perpetuó para la historia un acontecimiento que estremeció al mundo.

Por José Antonio Fulgueiras


   
Los vallegrandinos lo llaman el fotógrafo que retrató a Cristo, pero René Cadima asegura que «no más era un comandante de carne y hueso que murió con los ojos abiertos para seguir mirando y haciendo por los pobres del mundo».

 

Postrado sobre una cama, con la mitad del hombre que antes fue, Cadima muestra el negativo original de la foto que le tiró al comandante Ernesto Guevara, ya sin vida y con el torso desnudo, en la lavandería del hospital Señor de Malta, en Vallegrande, el 9 y 10 de octubre de 1967.

 

«Ya hace más de un año y medio me amputaron las dos piernas, y entonces uno se vuelve más cortico, pero más hombre», dice René, quien espera todas las tardes,  con un gorro de lana y una sonrisa de agradecimiento, a la doctora cubana Danny Teresa Urra, que viene a examinarlo y a curarlo.

 

Ya atravesó la envidiable meta de los 90 años de edad y aún conserva la mente clara, sobre todo cuando evoca aquella tarde agónica en la que atrapó en el lente de su Yashica 120 la imagen del decoro asesinado.

 

«Como a las cinco de la tarde lo trajeron amarrado a una pata del helicóptero. Ya en el aeropuerto lo supimos muerto. Yo destapé mi cámara, pero el Servicio de Inteligencia ordenó: "Nadie le saque foto, porque le vamos a quitar el rollo o la cámara, así es que quieto".»

 

Pero Cadima era mucho fotógrafo y siguió al cadáver heroico hasta el hospital Señor de Malta, en Vallegrande.

 

«Salí a la carrera y frente al hospital veo a más de 300 personas valle­grandinas que querían conocer quién era el Che. Una monja vino, se arrodilló con las manos juntas, y ha dicho: "Ay Dios mío, que me perdone", y se persignó. Luego me dijo: "Mire, don René, parece un Cristo." "No le veo ningún parecido", le respondí, pero ella siguió persignándose y susurrando: "Es Cristo, es Cristo".

   

 «Un soldado me pidió: "Sáquele ahí una foto"; yo lo miro no más y unas mujeres me dicen: "Sáquele, aproveche." Y apreté el gatillo. Llegaron unos oficiales y se enojaron. "¿Quién fue el que sacó esa foto?" "¡Yo!", les dije, y antes de que me dijeran traiga su cámara, la abrí y les digo: "Señor, disculpe, pero el rollo se veló"

 

Tras esa artimaña Cadima siguió su trabajo:

 

«Se lo llevaron a la lavandería y allá lo echaron. Los oficiales dijeron: "¿Dónde está ese señor?, ahora que le saque la foto". La gente seguía llegando para conocerlo. Yo tenía en ese instante dos cámaras, una con rollo de color. Vinieron unos militares, y a ellos les saqué una foto en colores, al lado del comandante guerrillero

 

Cadima se sienta en la cama cubierto de la cintura para abajo por una frazada para protegerlo del frío vallegrandino que entró sin permiso  detrás de nosotros al abrir la puerta de su cuarto.

 

«Cuando llegué al hospital había estado con los ojos cerrados, y cuando le saqué la foto de cerquita estaba con sus ojos abiertos. Yo pregunté: "¿Qué pasó?, ¿está vivo?" Esa es la mejor foto que se le ha sacado al Che, han dicho que ha dado la vuelta al mundo.

 

«Alguien a mi lado me dijo que el cadáver abrió los ojos al intro­ducírsele formol debajo de los pár­pados para conservarlo. Pero la monja volvió a acercárseme y me dijo al oído: "¿No ve, señor René, que es Jesucristo y nos está mirando?".»

 

La noche cayó sobre el silencio cómplice y la lavandería no fue más que un sitio oscuro luego de que al firmamento americano le habían apagado su mejor estrella.

«Yo me fui, pero al otro día madrugué y lo hice sacar afuerita con unos soldados que habían estado toda la noche custodiándolo. Esa es la foto donde aparece el Che sobre una camilla. Esas tres fotos no más le he sacado yo.»

    

Danny comienza a curarlo de unas escaras en los muñones. «Es diabético y una pierna se le partió, se le enfermó, y hubo que ampu­társela, y después la otra», resume la especialista en Traumatología y Ortopedia.

 

Él, por su parte, se revela como un otrora zapatero de Cochabamba que se instaló en Vallegrande y se hizo fotógrafo. El negativo en colores se lo prestó a un fotógrafo norteamericano y nunca se lo devolvió. La cámara la vendió a un colega, «que al poco tiempo la hizo tiras». Expresa todo esto mientras pone a contraluz el acetato donde el Che expone el poderoso pecho de fusil y palabra, al decir de Nicolás Gui­llén, el poeta.

 

Su hija Blanca se acerca a la cama y confiesa:

 

«Aquel día me escapé del colegio con una compañera. Había mucha gente parada en la puerta del hospital y nosotras estamos delante, agarradas de la reja. Enton­ces, cuan­do abrieron el portón, caímos de espaldas y la multitud nos pasó por encima. Nos pisaban por las piernas, por la cara, por todos lados nos pisa­ban; pero, gracias a Dios, dos señores lograron detener a la multitud, porque íbamos a morir si toda esa gente pasaba sobre nosotras.

 

«Hemos dado la vuelta y un militar me hizo entrar. El Che era un hombre muy bello, hasta muerto se veía tan bonito. Bien simpático era él. No lo creerá, pero esa noche soñé que yo estaba ayudándolo a escapar

 

Los años también han atacado a Cadima por los oídos, pero no por la convicción de sus palabras:

 

«Yo califico al Che como un hombre inteligente y valiente que hasta la muerte ha llegado por sus ideales, un hombre correcto. Puede seguir viviendo para la historia. Se pierde físicamente, pero su recuerdo es latiente y sigue perdurando por la eternidad de los siglos.

 

René Cadima agradece a Fidel la atención médica que brindan los especialistas cubanos, como la doctora Danny Teresa Urra.
    
«En un principio aquí venían muchos extranjeros y conversaban conmigo, y de paso me estaban regalando unos cien pesitos o algo así. "Ah, muchas gracias, señor", les decía. Ahora ya no vienen y no tengo ese carcheo.

 

«Pero los médicos cubanos desde que están aquí en Vallegrande no han dejado de venir a verme. Yo le doy gracias a don Fidel que nos los ha manda'o para que nos puedan curar sin cobrar a los que necesitamos. Cuando vienen   estoy dándole gracias a ese señor Castro que se acordó de mandarnos estos médicos a Bolivia

 

René Cadima no puede acompañarnos hasta la puerta a despedirnos. Se endereza en su cama y semeja un busto sobre el colchón. Entonces dice esto que tal vez lo guardó para la despedida:

 

«No sé si fue la monja la que lo regó por el pueblo, pero cuando yo caminaba por las calles de Valle­grande oía que mucha gente decía a mis espaldas: "Mira, ahí va el hombre que retrató a Dios"

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