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SANTA CLARA DESEMPOLVA ARCHIVOS (7)

SANTA CLARA DESEMPOLVA ARCHIVOS (7)

Por Luis Machado Ordetx

Caibarién constituye la localidad cubana que más periódicos fundó durante la primera mitad del siglo pasado: crearon 104 rotativos, algunos de circulación nacional, con ediciones diarias, bisemanales y trisemanales; otros fenecieron al poco tiempo de su salida a la calle. Eso, de por sí, representa un acontecimiento insólito.

 Ningún otro territorio superó esa cifra, aunque parezca un fenómeno fuera de lo común. Solicitar esas rarezas, sea en instituciones privadas o estatales, encarna un Vía Crucis: no existen o tampoco están disponibles. El poder económico propiciado por su puerto, sus industrias de curtidos de piel, licoreras y de elaboraciones de azúcar, soportaron un despunte inigualable en una intelectualidad ávida por reconstruir los sucesos  del país y del mundo a partir de frescas noticias.

Hoy pocas colecciones, casi siempre incompletas y en mal estado, se conservan en archivos. ¡Es una verdad que nadie negaría! Por suerte tuve la posibilidad, hace décadas, de revisar aquellas atesoradas, allá en la Villa Blanca, por Feliciano Reinoso Ramos, Hilda Cabrera y Quirino H. Hernández. Otros amigos también colaboraron en las búsquedas.

Todavía guardo con celo una copia, escrita a máquina, de la cronología que preparó Reinoso Ramos (Jack Dempsey, pionero de la locución radial  deportiva), la cual incluye solo 12 periódicos del siglo XIX. El Porvenir (1878) fue el primer rotativo de ese período. A partir de entonces, el territorio surgido de un desprendimiento de San Juan de los Remedios y fundado en 1832 por Narciso Justa, se empeñó en hacer circular periódicos  por el país.

La Prensa en Remedios y su Jurisdicción (1929), y el Apéndice Tercero de los Anales y Efemérides de San Juan de los Remedios y su Jurisdicción (1936), preparados por Martínez-Fortún y Foyo, sirvieron a Reinoso Ramos de complemento hasta esa fecha.  A partir del cierre de esos apuntes, se las ingenió para acabar una cronología que culmina en 1980 con la circulación del boletín El Popular, órgano de Gobierno en Caibarién. Tal vez el investigador haya tomado notas aparecidas en El Periodismo en Las Villas (1953), de Alberto Aragonés, un libro menor, pero que en definitiva aporta informaciones.

El hecho compilatorio denota un esfuerzo supremo por hacer trascender los procesos económicos, culturales, sociales y políticos de una comunidad abierta, incluso, a la observancia internacional. Con esos ribetes descuella Archipiélago, una Voz de Tierra Adentro para el Continente (1943-1948), un mensuario artístico-literario dirigido por Quirino H. Hernández, y en cual colaboraron los más importantes escritores cubanos de ese tiempo.

Por desgracia, en Cuba no abundan los estudios panorámicos sobre el periodismo impreso, de circulación masiva. Las causas son múltiples, y salvando cualquier signo de apatía historiográfica o académica, las colecciones decimonónicas, del siglo pasado y hasta del actual, sufren de constantes deterioros por carencias financieras destinadas a la conservación.

Los predios villaclareños, al menos, son privilegiados: ante la ausencia o estado incompleto de recopilaciones, cuentan con dos monografías insuperables. Una preparada por Martínez-Fortún, y la otra, El periodismo en Sagua. Sus Manifestaciones (1901), suscrita por Antonio Miguel Alcover y Beltrán.

Después de los voluminosos Apuntes para la Historia de las Letras y de la Instrucción Pública en la Isla de Cuba (1861), de Bachiller y Morales, el texto de Alcover y Beltrán es el más auténtico de los panoramas elaborados sobre el periodismo nacional.

Sin alejarse de conceptos propios del positivismo, dice el sagüero, autor del ensayo:  «(…) no me separo un ápice, ni de la seriedad que se requiere, ni de la seriedad que se impone, ni de la verdad que, como condición indispensable y primordial, ha menester toda obra histórica.» El hecho es plausible  a partir de la división que hace sobre los rotativos con perfiles políticos, literarios, ilustrados, científicos y de beneficencias, escolar, deportivo, satírico y racista.

Sus apreciaciones son muy contemporáneas; propias de este tiempo, aun cuando en los enfoques tienda hacia el descriptivismo narrativo. En otra ocasión, sin dudas, tendré que volver sobre ese ensayo. No obstante, llama poderosamente la atención que en la primera mitad del siglo pasado —1915 y 1940—, persita una explosión de periódicos; son épocas de entre guerras mundiales. Esa conclusión se colige de las cronologías de Martínez-Fortún, Aragonés Machado y Reinoso Ramos.

No encuentro otra explicación que relacionarlo con el desarrollo azucarero de la región, y por supuesto con los puertos marítimos más trascendentes: Caibarién, Isabela de Sagua, Casilda y Cienfuegos. Similar fenómeno se observó cuando Fernando VII se vio precisado a dictar la Real Cédula del 20 de abril de  1833, autorizando la creación del “Boletín Oficial” en cada «provincia de su reino». Hubo un Renacimiento; un esplendor periodístico.

Violaron, incluso, la anterior censura: El Eco de Villa-Clara (1831-1856); Corbeta Vigilancia (1820), en Trinidad, el Fénix (1834-1934), en Sancti Spíritus. Martínez-Fortún dice que en 1841 existían en Cuba ocho periódicos: «Diario de La Habana, Noticioso y Lucero (La Habana); La Aurora (Matanzas); El Correo (Trinidad), Fénix (Sancti Spíritus), El Eco de Villa-Clara (Santa Clara); La Gaceta (Puerto Príncipe) y El Redactor (Santiago de Cuba). La Habana; Matanzas y Santiago tenía diarios, y los otros, a veces, bi o trisemanarios.» Después surge una avalancha de rotativos con vidas más o menos prolongadas.

El caso particular de la estampida de periódicos en Caibarién, incluso de Sagua la Grande durante el pasado siglo, solo puede tener una disquisición: el soporte económico que dejan los embarques de azúcar crudo, refino y sus derivados. El razonamiento, desde la óptica científica y de análisis historiográfico de la prensa impresa, no está registrado en ninguna parte.

Martínez-Fortún precisa, por ejemplo, que hasta 1936, hubo 78 rotativos en la Villa Blanca. Cuatro años después, el análisis de Reinoso Ramos inscribe allí otros 12. Algunos tuvieron una vida efímera; otros más dilatada. Eso no importa. El dato también lo aporta Aragonés Machado, quien subraya, además, la existencia de unas 275 imprentas con sus respectivos equipamientos técnicos y enemistades de acuerdo a los perfiles políticos de los respectivos órganos.

Triunfos y Programa de la Federación Nacional Obrera Azucarera (1945), con asesoramiento económico de Jacinto Torrás (Juan del Peso), aclara que entre 1928-1936 se produjeron en Cuba 26 millones 382 mil 253 toneladas métricas de azúcar. En ese período molieron 145 ingenios como promedio, y el precio de los crudos se comportó por encima de un peso la libra, con excepción de 1932-33  que fluctúo entre 0.71 y 0.97 centavos.

Las Villas tenía por entonces 53 ingenios en activo, y un 70% exportaba los azúcares y derivados por los puertos de Caibarién e Isabela de Sagua. Había, por supuesto, otras industrias de prestación de servicios y de comercialización internacional de sus producciones, lo que revela una prosperidad económica sin límites y que adquiere repercusión inusual en la vida espiritual de la población de esas localidades.  Por tanto, no es descabellada la afirmación compilatoria que Reinoso Ramos sustenta en torno a un periodismo desmedido en publicaciones y ediciones territoriales de la Villa Blanca y algunas de sus cercanas comarcas villareñas.



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