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ÍNSULA CITADINA

ÍNSULA CITADINA

Por Luis Machado Ordetx


Un aura popularis, más allá de aquel concepto de Horacio que detalla en  inconsistencia, acude como una obsesión a los predios de una artista de la plástica inscrita en esos aires que convierten los minúsculos objetos que la rodean, incluso esas finezas de la flora y la fauna antillana y los mitos y patakies afrocubanos, en almas vivientes de la realidad individual.

En ese afán por ir hacia la raíz de lo popular, y afianzar el retoque por el puntillismo y hasta el neoimpresionismo, Isabel Coello Trimiño (1945), organizó una «retrospectiva» con unas 35 piezas de su colección privada,  con la cual se  ajustó al empleo, casi insistente, de técnicas mixtas en las que predomina el gusto, la fascinación y refinamiento del color en todas las dimensiones de una «ínsula citadiana» en la que converge una detenida  mirada.

Así, sin encrespamientos, puede apreciarse en la exposición «El Reinado de Isabel», abierta ayer jueves al público en la Galería de Arte de Villa Clara, un recinto insospechable para esa creadora que, en el ir y venir, contempla esos salones como «casa propia», desde la cual intervino en el montaje de cientos de muestras colectivas o individuales en las que figuró  como anónima e insustituible integrante de un equipo de trabajo enfrascado en la difusión y el enriquecimiento cultural del ámbito comunitario.

Ahora la artista de la plástica fue la «asistida» por otros, a quienes tocó instaurar una exposición preñada de simbolismos. No podrían faltar ante la vista del visitante el tríptico de «Los perros» y «El Caballero de los gorriones», por solo citar parte de las pasadas o  últimas invenciones que recoge una singular muestra.

Una proliferación de colores puros, de hallazgos de tonalidades e intensidades de la luz, observados desde una perspectiva yuxtapuesta, afirman particularidades de un discurso sugerente que insiste en la comunicación ávida con un receptor no interesado en distanciarse de cuanto lo circunscribe a una realidad.

En esas piezas, como de retrato de familia, está el ser ontológico que comulga a diario entre lo añorado y lo existente, sin que por eso se tienda a contentar a nadie. Allí está lo feo y lo hermoso de la vida; el mítico tropiezo con los minúsculos «alados» que liban en la objetividad humana y la fertilizan de sensatez en cada contemplación de lo inmediato subyacente.

Tal vez ahí resida el Au grand complet (sin faltar nadie) del arte popular que abona  Coello Trimiño en ese hacer versátil por apreciar el entorno, la historia, la sensibilidad no percibida y la idiosincrasia antillana, como si detallara en el recreo insistente del «colibrí»; de sus «perros» fieles y guardianes; del mar pacífico y otras plantas ornamentales; incluso de los rostros familiares, embellecidos y provistos de una sana lozanía ancestral.

Todo lo «chocante» está apartado de esa mirada que define desde el punto de vista popular una manera de aprehender la realidad; así lo asume Coello Trimiño como una pertenecía propia, como afirmó un tiempo atrás, cuando junto a la artesana Diana Márquez Páez, replanteó la exposición «Pintando y Parcheando el Caribe», especie de pulso artístico para captar un fragmento del «rejuego» con el folklore afrocubano, el ritual yoruba y sus preferencias florales o de nuestra fauna insular.

Muchas de esas piezas, y también conceptos artísticos, fueron presentadas el pasado año en Martinica. Con el rótulo de «Viajando por el Caribe», el argelino Gérald Mouial las instaló en una de las principales galerías de ese territorio isleño, considerado  como antesala del arte contemporáneo de nuestra región.

Hace un tiempo atrás dije que, «el simple hecho que Mouial (coleccionista, fotógrafo y escritor) fijara los ojos y el vaticinio crítico en las piezas que  emprende Isabel Coello Trimiño, no constituye per se un suceso intrascendente». Ahora lo corroboro en la retrospectiva de una obra en la cual el «embrujo» por y desde Santa Clara, constituye una síntesis e integración de esos valores sorprendentes que la creadora, por humildad despojada de todo límite, no pregona ante la cotidianidad en que se desenvuelve.

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