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SANTA CLARA DESEMPOLVA ARCHIVOS (14)

SANTA CLARA DESEMPOLVA ARCHIVOS (14)

Por Luis Machado Ordetx


Alarmado, el botánico matancero Sebastián Alfredo de Morales, el primer biógrafo cubano de Plácido, arribó en julio de 1892 a San Juan de los Remedios. Vino dispuesto a investigar las depredaciones de la flora y la fauna en la cayería del norte de esa jurisdicción, una de las más devastadas en bosques naturales a causa de la expansión azucarera.

Ancló residencia familiar en la vivienda número 38 de la calle San Jacinto, dice José A. Martínez Fortún y Foyo, tras la recopilación de informaciones contenidas en el rotativo El Deber, órgano del Centro de Recreo de Color, dirigido por el folklorista Facundo Ramos. 

El investigador de la Atenas de Cuba cree en las ideas de Plinio Cecilio Segundo, el naturalista romano que se opuso al «sacrilegio de talar los bosques y matar hasta los pájaros». No era la vez que el asunto en los territorios centrales salía a la palestra pública: la enmarañada floresta tropical, a hacha y fuego, acababa con las reservas naturales del país a partir de cortes abundantes de maderas de todo tipo que desde 1770 iban hacia el Arsenal de La Habana, la exportación hacia España, Londres, Liverpool, Bremen, Rótterdam, Havre y Nueva York, ó servían para la construcción de ingenios o viviendas.

En 1839 los agrimensores Idelfonso Vivanco y Teodosio Montalbán advertían que «[…] en cuanto se llega a donde cesa el mangle, es decir la gran faja que separa el mar de la tierra firme, se empieza a ver a uno y otro lado del río campos sembrados de caña y fábricas de ingenio, entre los cuales se ve descollar en casi todos la gran chimenea de la máquina de vapor que es el agente que emplean para moler.» El Sagua la Grande —el más caudaloso de la costa norte—, y el Sagua la Chica,  son los ríos de referencias que extienden las plantaciones cañeras a costa de los bosques.

Félix de Estrada, capitán de navío, medio siglo antes reconoció 20 leguas a barlovento y sotavento en zonas de Remedios, y encontró un desorden en aserríos particulares y el empleo de cedros en los cercados de las fincas. Eso contradecía los intereses de la corona española, requerida de maderas preciosas para restablecer su Armada Real.

Antonio Miguel Alcover y Beltrán en la Memoria de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción (1905), dice que en «[…] 1780 fue concedido a un particular el permiso para establecer un corte de madera en la hacienda Jumagua, para lo cual se trajo de la Florida  un grupo de familias que construyeron el núcleo inicial de un poblado.»  Al retomar datos de las Memorias de la real Sociedad Económica, retoma un criterio de Tomás Romay que indica a la «caña de azúcar (…) como verdadera obsesión en nuestro país, porque con sus productos se calma el egoísmo de los hombres (…) Los terrenos de sagua eran de la mayor calidad, con bosques muy poblados de cedros, caobas, ácanas y otras maderas útiles y preciosas...»

Ya desde 1825,  apunta Alcover y Beltrán que el marinero catalán José Virgil, alias Cherepa, «abrió el primer hotel y fonda de Sagua la Grande, y hacía contratas para la exportación de maderas y de sogas, extraídas de sus fábricas San Valentín, Ensenada y Viana.» Antes Francisco Ponce de León y otros negociantes, se establecieron para explotar las maderas.  Hacía una década que una Real Cédula concedía a los particulares cubanos el derecho perpetuo de abatir con entera libertad sus árboles.

El bosque se convirtió, además, en proveedor de las fábricas de azúcar, de suelos vírgenes, y de maderamen para la Armada Real y los vapores y el ferrocarril que inundaría después el Archipiélago cubano, suscribe el esnsayista Reinaldo Funes Monzote en De los Bosques a los cañaverales: Una historia ambiental de Cuba 1492-1926 (2010), un texto histórico de exquisita información documental.

De 1846 a 1871,  precisa Alcover, la jurisdicción de Sagua la Grande tuvo 165 fábricas de azúcar. El aumento significó 104 nuevos ingenios. San Juan de los Remedios llegó en esa fecha a 71. La tala y quema indiscriminada de los bosques, a contrapelo de la naturaleza, se convirtió en sed perpetua de la futura industria nacional. Hacia 1862, ambas jurisdicciones figuraron entre las más abundantes en bosques, y dos décadas después la masa verde se redujo en un 55%: era el síntoma evidente de la depredación.

Alcover en su Bosquejo Crítico Descriptivo de la Villa de Sagua la Grande (1909), afirma que «[…] en sus campos contaron por docenas los ingenios y en sus tierras (…) que produjeron las más hermosas cañas que jamás otra región dio, nada de eso se ve hoy.» Hugo H. Bennett y Roberto V. Allison, refieren en Los suelos de Cuba (1928), que la llanura costera de Cárdenas a Caibarién y los terrenos alomados de Sagua-Caibarién, «[…] tienen rendimientos cañeros poco favorables (…) debido a la impermeabilidad del subsuelo, la salinidad y la rápida invasión de malas hierbas; lo que origina la contaminación de la aguas del río.» ¿Por qué?: la devastación indiscriminada de los bosques a costa de una vandálica especulación.

Desde las calles Gloria y Amargura, en Remedios, sede del bisemanario El Criterio Popular, Francisco Javier Balmaceda, alerta sobre sus Tesoro del Agricultor Cubano (1890), y afirma que «[…] se secan muchas fuentes de agua en lugares donde se efectuaron grandes desmontes, disminuye el caudal de los ríos, hay prolongadas sequías e inundaciones; aparecen plagas y enfermedades, y los frutos son raquíticos y penosos: desventura de habitar en un país donde derramó sus dones la naturaleza y estos fueron despreciados y aniquilados

En 1876 se dictan las ordenanzas de montes para cuba y puerto rico, y se inicia la  administración forestal. Santa Clara establece uno de los tres distritos del país, para impedir los “afanes de lucro” en los bosques. En el censo de 1899, la provincia aparece con unas 124 mil 660 hectáreas de bosques públicos, superada por santiago de cuba. Dos años después, desde La Publicidad, la ciudad de Santa Clara, «pedía a gritos la siembra de árboles en las márgenes del Bélico y el Cubanicay, en el Paseo de la Paz, en los baños del Chamberí, en las lomas del Carmen y el Capiro;  y decían: no hay que olvidar que el árbol contribuye poderosamente en la salubridad pública, y aún influye en los fenómenos atmosféricos, como la lluvia

Una Ley del Poder Ejecutivo de Cuba, firmada en 1909, advertía que no «podía aprovecharse el recurso forestal sin obtener una licencia previa. Esa práctica se violó hasta 1923, cuando se afianzó una mayor vigilancia en los bosques tras la promulgación de un reglamento para el régimen de los montes protectores y las reservas forestales. También se dispuso la obligatoriedad de la repoblación forestal: «[…] todos los dueños y arrendatarios de propiedades atravesadas por ríos, quebradas, riachuelos o manantiales, en cuyas vegas estuvieran distribuidos bosques, tenían que plantar árboles de rápido crecimiento y gran desarrollo en las márgenes.» También se prohibía cortar palmas reales y frutales, y se exigía por cada tala la siembra de tres plantas de idéntica especie.

La advertencia fue ratificada un lustro después por José Isaac del Corral, director de montes y minas, quien clamó por restituir los montes para garantizar las  regularidades del régimen hídrico y de la bondad del clima. En Problemas de la Nueva Cuba (1935), se fundamenta la «[…] diversificación agrícola y de fomento de pequeñas pertenencias de propietarios independientes (…); plantar caña brava, y al planear nuevos bosques cubanos, los trabajadores de los mismos, en todo lo que sea posible, deben establecerse en huertos familiares que estén adyacentes. Según este sistema quizá puedan garantizarse a los ocupantes de estos sitios cien días de trabajo al año en los bosques, dedicados a plantar árboles y a cuidarlos. »

«Estos trabajadores pudieran producir lo necesario para su subsistencia durante los doscientos días restantes. Allí hay posibilidad de poblar estos bosques vedados con animales de caza y vender las licencias de caza y tiro

Hacen una propuesta fabulosa: «[…] Cuba no cobra impuestos alguno a las tierras baldías, lo cual constituye un serio error para un país que se encuentra dominado por enormes latifundios (…) podría ser conveniente crear sin tardanza un impuesto pequeño sobre tierras que no están siendo usadas para producir cosecha alguna.» ¡Qué necesaria sería la implementación de esa medida para acabar con tanta tierra subutilizada! 

De acuerdo a cifras actuales, el país está cubierto por un 25% de bosques, y las cifras tienden a crecer anualmente. Ya no son los tiempos pródigos que describió Manuel Dionisio González en la hacienda de Los Orejanos, en Sabana Larga, con dos fértiles arroyos de aguas saludables y rodeados de luminosos bosques, que se extendían desde el este con dirección al norte hasta el oeste. Tampoco lo reseñado por Alcover y Beltrán en aquel recinto enmarañado de florestas en zonas de Sagua la Grande. Toca ahora seguir reviviendo el monte, y recrearse a partir de las inextinguibles bondades que deja al hombre tras el paso de tiempos contaminados. 










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Raúl Antonio Capote (Daniel) para los Órganos de la Seguridad del Estado Cubano