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FEIJÓO POR DENTRO

FEIJÓO POR DENTRO

Por Luis Machado Ordetx y Laura Rodríguez Fuentes


                              «La mente es como las ruedas de los carros, y como la                                 palabra: se enciende con el ejercicio».1                                                                                                José Martí


Inabarcable. Prolífero. Imprescindible. Ríspido. Tenaz, Innombrable e insobornable. Ecuménico. Son sintéticas definiciones para observar por dentro a un intelectual que trasladó al mundo la insularidad campestre, y miró hacia el interior o el exterior del hombre con la franqueza del que  contempla lo cotidiano en las más nítidas de nuestras historias.


Del campo a la ciudad, y a la inversa, los pasos siempre llevaron a Samuel Feijóo Rodríguez (San Juan de los Yeras, 1914-La Habana, 1992), hasta un rumbo inalterable. El propósito lo acercó al sentido alegórico del Zapapico,  atributo del hombre propenso a “posarse” en el fango, pero siempre erguido, y coherente  ante los contrastes de la vida y los hechos sorprendentes.


Las peripecias del diminuto pajarito, ese animalito recreado en la anónima décima que escuchó por boca del padre durante su breve estancia en La Jorobada, lo marcaron por siempre. Fue su aldabón: ser perceptivo a la naturaleza a partir de una febril y apropiada prontitud. Ahí está la médula del poeta, el narrador, el periodista, el  editor, o corrector de pruebas, el pintor, y hasta del diseñador. También se suman a esas cualidades,  el traductor o el “capturador” de imágenes fotográficas del folklore campesino y urbano en las más antológicas y multifacéticos formas creativas.  


La Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas lo tuvo primero en la revista Islas (1958-1968), y los proyectos culturales que emprendió lo situaron en apariencias como personalidad “controvertida”, actitud muy alejada de la verdadera dimensión cultural que acarició. Signos lo situó en  1969 den otro rango; otra valía perpetua.


Fue entonces cuando arrancó, y consagró un espíritu de continuidad laboriosa: “en la expresión de los pueblos”, rótulo que llevó hasta el último número (35 de  julio-diciembre de 1985) de la publicación que preparó Feijóo en Santa Clara, espacio de precisión en su residencia artística. Aquí pernoctó, como antes durmió al amparo de la luna, la lluvia y la fronda de los árboles en «el afán de buscar, analizar y fijar por escrito la cultura nacional como parte del patrimonio imprescindible del que deben nutrirse, para crecer vigorosas, las nuevas generaciones».2


El artista Ramón Rodríguez Limonte, el “mejor guerrero de su tribu”, como lo bautizó en entusiasmo Feijóo, tiene a cuesta ese anhelo  de perpetuar al amigo de San Juan de los Yeras en su centenario de natalicio, y proseguir en la contemplación de que «Mis vacaciones son de trabajo… Ese es el verdadero triunfo: trabajar, crear, descubrir»,3 como dijo el “Caballero de folklor” en una entrevista que concediera en 1978 a Rosa Elvira Peláez.


Ese representó el ánimo perdurable de Samuel, el Sensible Zapapico, como se autodenominó. Pero… ¿Cómo era realmente el hombre? Rodríguez Limonte mira en la fijeza del tiempo sin detenerse en una reflexión: «era una personalidad muy difícil, primero porque lo atípico, y las contradicciones con la mediocridad y sobre todo por su sinceridad, cosa a la cual no estamos acostumbrados. Decía cosas que parecían ofensa, y no tenían ese rasgo, sino verdades, sin ningún tipo de doble intención o trasfondos irónicos. Fue siempre consecuente con lo que pensaba y decía. Tenía hechos que se correspondían con su pensamiento o palabras, como un cuerpo orgánico bastante inusual entre los seres humanos.


«El día que lo conocí, yo estaba junto a Aldo Menéndez; era cuando Feijóo dirigía Islas, y me dijo “tienes un rostro agradable, noble y una sonrisa limpia, pero vamos a ver, el tiempo dirá”. Era su expresión casi común. Lo comprobé después de 19 años, cuando al dedicarme uno de sus libros, escribió: “a mi hermano Ramón”, y lo afirmo, no era un hombre de la media humana, sino salido del “papel”, y por eso lo tildaron de loco. En cambio representó al ser social consecuente con todos los hechos culturales o espirituales que asumió, llámese sucesos íntimos, sociales, crítica de arte, la poesía, la Historia de Cuba o Universal. Es la coherencia que encuentro en Martí casi similar a Feijóo, por su fidelidad a una idea, o un acontecimiento».


En muchos de sus escritos, en la autobiografía presentada en los 35 libros-monumentos de la revista Signos, el escritor, el artista, el hombre natural, se define. ¿Dónde lo encuentras con mayor claridad?, preguntamos. Rápido Rodríguez Limonte confiesa: «en Carta de otoño (1957), aunque lo elaboró en 1946, un texto-rareza, publicado por única ocasión. Es corto, pero recoge cual manifiesto de la cotidianidad, su más sincera visión del mundo, ese entorno que lo rodeaba y afectaba en aquellos años de madurez. Allí dice: “Hago letras. Son para mí, para mí mismo, delirios, risas, penas hondas (…), para mí mismo, y malamente”.  Resulta curioso que en un libro de tal brevedad, realizara el poeta una disertación minuciosa sobre las relaciones humanas con tamaña exactitud.


«Era este hombre tan humilde, perceptivo y tierno, que en muchos de los pasajes descritos pueden apreciarse sus cualidades abarcadoras. Cuando enmudece, “herido por grandes obras de tristeza”, o cuando se estremece con los sencillos versos de una niña campesina. Se declara insobornable. Pregunta sobre la eternidad, y la define. En pocas líneas deja establecida una jocosa explicación sobre el funeral que deseaba. En las disposiciones finales exige que no escandalizaran alrededor de su cuerpo, ni lo velaran como a otro cualquiera. Ordena a su madre que contratara cantores populares con guitarras, claves y maracas, y que estos interpretaran “el famoso documento filosófico del pueblo”, el cual no era más que una conocida conga. 


«Habla, incluso, de sexo, de amor, de acto de espíritu, no de la primitiva exacerbación de instintos. Le entristecían las decepciones amorosas. Amaba a la mujer, apreciaba su belleza como un ser puro. No le gustaban las mujeres vulgares o artificiosas. Tampoco creía en términos medios. Prefería la sencillez, y se inclinaba y besaba la mano a las que se ganaban su admiración. Nunca actuaba de manera irracional».


                                           LA AMISTAD


Dicen que Samuel era poco amistoso, mientras otros que lo conocieron en vida creen muy diferente. El escultor Rodríguez Limonte es de los que piensa de una manera precisa, porque «Feijóo concibe la amistad como una religión y era consecuente con su palabra. Tenía una fidelidad absoluta hacia los amigos. Era exigente y forjaba su opinión con el paso del tiempo, rasgos de su personalidad que bien pueden leerse entre las líneas de de Carta de otoño y otros textos.  Ahí están sus amigos comunistas, su antiimperialismo militante, su cubanía integral. La critica a la impasibilidad, el conformismo y el olvido del hombre, “en su batalla bruta, en sus hastíos bestiales”, y la manera en la cual realza la imagen del guajiro, mal mirado en aquellos años de rezagos pequeño-burgueses. 


«Tenía un sentido de hombre amoroso, y lo demostró en la conservación de los amigos de la infancia, catalogados como un tesoro. Decía que moría en cada amigo que fallecía. Las tres grandes crisis emocionales de Feijóo fueron por amor, no por problemas económicos, ni siquiera sintió rencor cuando lo expulsaron de la Universidad. No, no se deprimió o lamentó. Sabía que era una consecuencia lógica de su actitud ante la vida cultural y la sociedad. Tuvo tres momentos de desequilibrio emocional: cuando mataron a su hermano Nano, en 1933; cuando muere la novia Eloina, y después que falleció su esposa Isabel. Las andanzas con el tío Tomás por el Escambray lo ayudaron a superar las dos primeras angustias, y la última, la mujer fiel, lo impulsó al trabajo. Fueron, a su vez, etapas sufridas, lindas y de poesía. Desde entonces representó al hombre excepcional, integrador, así lo veo yo. 


«En Feijóo hay una coherencia en todo. Amaba las artes y la virtud humana. El poeta que haga los mejores versos, indicó, si no tiene una actitud cívica y limpia ante la sociedad, no habrá hecho literatura; es decir, no separa nada y contempla la vida integral, en armonía, como un paradigma. En Santa Clara y Cienfuegos hicimos juntos muchas caminatas. Un día quiso mostrarme a algunos de sus amigos; eran gente humilde; tres poetas, muy sencillos: uno Frankestein (Francisco Echazabal); otro Luis Gómez, quien tenía más connotación, y el último Julio Jiménez, un simple albañil, negro, y que decía, a pesar de sus 84 años, ser el más feliz del mundo porque nunca había tenido nada material, porque nunca lo había ambicionado. Los aprecié gracias a Samuel. Cuando murió Julio hay en Signos, una nota hermosa que escribió Feijóo reconociendo los valores intrínsecos a un hombre humilde».


El espíritu del hombre que mira hacia lo rural, lo urbano, la ciudad, y su preferencia por lo campesino, tienen en Feijóo una dimensión diferente. El campo es lo primario, como afirma en pasajes de su Autobiografía del Sensible Zapapico; eso de que mis “ojos se llenaron de montañas, arboledas, arroyos… «¡Si, gracias a su precioso sello original puede resistir todo! Fue como un escudo en su vida. Vivió casi diez años en La Habana, recorrió la ciudad, y la disfrutó a plenitud. Cultivó allí amistades grandes, como el Chino limpiabotas. También en San Juan tuvo grandes amigos hasta los últimos instantes de la vida. 


«La naturaleza lo regocijó, y lo curaba de quebrantos. También se recreó en Santa Clara, donde residió unos meses cuando tenía unos 19 años, y reconoció sus valores. En la biblioteca Martí, sede entonces del Gobierno Provincial, descubrió a Bernard Shaw, José Ingenieros, y a Carlos Marx… esos también fueron sus camaradas de sabidurías y de filosofías, porque les daban fuerzas para oponerse a la fealdad de la vida. Es un signo de agradecimiento, como un lugar o una página que le aportó momentos  grandes, inmensos, para su existencia y crecimiento como ser humano. Así que no era solo San Juan y los campos.«Como punto geográfico es La Jorobada el espacio que más lo marco, el de su preferencia, el de amistad. En el portal de la botica del padre, siendo niño, cuando lo barre en una mañana, descubre la luz blanca que se proyecta con los rayos del sol.


 Allí hace andanzas campestres, y  aprecia las flores silvestres de la campilla, y también va al río, y sube lomas para sentirse libre de ataduras. Es como un “hechizo” de amistad. Queda seducido con el circo, porque era una cosa de maravillas, y a sus artistas los considera entre los más brillantes de un espectáculo cultural. Sintió emoción con una mujer trapecista, bella, y perdió la inocencia cuando la contempló en sus peripecias. Conoció del vuelo del papalote, y aprendió a comer caña, que era un delirio, un vicio, como también lo constituyó el gusto por las frutas. Todo lo inculcó el padre, también el tío Tomás. La predilección por la amistad jamás cambió en toda su vida, y cuando tuvo posibilidades no hizo.  Desde La Jorobada apreció por vez primera al tren; fue a Cienfuegos y se deslumbró con el mar, y aprendió a recorrer el Escambray cienfueguero por la zona de La Siguanea…»    

                                   PERIODISMO Y…


Hablemos de dos cosas puntuales, el periodismo de Samuel, y sus defectos personales. Siempre la poesía trasciende como lo descollante en su obra, y la monumentalidad de Islas o Signos, resplandece al rastrear en lo ignorado, incluso comulgar en idénticas páginas, sin distinciones y con  aprecios entre aquellos intelectuales consagrados y los artistas en ciernes. 


«Mira, en el periodismo, el poeta, el creador inconfundible, está en todo su quehacer intelectual. Todo lo hacía desde una perspectiva poética, porque no “era un armador de palabras”, sino un hombre que rastreaba en la belleza para demostrar una actitud ante la vida. Así se manifestaba. Su Azar de Lecturas (1961) es majestuoso. Aparece la clásica entrevista de preguntas y respuesta, pero el periodista se muestra equidistante. Tiene una “iluminación punzante” en sus reportajes, como en “El hombre de los muertos”, una historia sobre un enterrador del cementerio "Tomás Acea", de Cienfuegos. Está gozoso con todo lo que escribe, y fustiga o enaltece al hombre. Es también la clásica imagen del gran promotor cultural que fue.


«De los defectos, ¿qué decirte?...  A veces era ríspido, pero justificado. Alguien me decía, y eso no se habla mucho. Todo está en su esencia cristiana, muy fuerte, por su formación. Se formó estudiando los Evangelio, la Biblia. Su pieza poética, Beth-el (1949), está entre lo más culminante de su obra. Es la época en que hace sus Jiras guajiras, y también escribe en periódicos de Cienfuegos.  Cuando alguien asumía poses intelectuales, muy estiradas, era como si lo pincharan, y se colocaba en la posición del toro embravecido. Casi siempre terminaba proyectándose agresivamente contra el otro dejando ver claramente cada cosa en su lugar y su posición. Eso no lo veo como un defecto, sino un sentido ecuménico ante la vida. Él tenía el don profético de mejorar al ser humano, de hacerlo crecer en lo positivo, en lo limpio; por eso era enemigo de todos los vicios. 


Creo que fue consecuente para juzgar los hechos de la vida. Es consecuente con esa filosofía, y si se molestaba era por eso. Constituía una convicción muy personal. Bien claro lo establece en “Trabajadores fieles”, donde expone que “mi bolsa de valores siempre anda bien/ ahí tengo la mente llena de pájaros/ ahí tengo el monte lleno de arroyos/ ahí tengo los mares, islas, distancias/ ahí tengo las noche de estrellas misteriosas/ cómo puedo quebrar”, y ese es Feijóo; no otro, un hombre de Cuba y por Cuba».


En el mundo mágico, y de señoríos inabarcables del Sensible Zapapico, por supuesto, quedan otras facetas que abordar, pero más allá de todos sus sueños, fue eso: un hombre-editor-poeta-folklorista, de inmaculado sentido de laboriosidad.


NOTAS


1- José Martí (1975) «Maestros Ambulantes», en Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, tomo 8, p. 287.

2- Miguel Cossío Woodward (1982): «Los 68 años del zarapico Feijóo», en periódico Granma, Letra Viva, 18(94): 4, La Habana, 26 de abril.

3- Rosa Elvira Peláez (1978): «Samuel Feijóo o el Caballero del Folclor», Granma, Culturales, 14 (189): 5, La Habana, 8 de agosto.

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