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BIBLIOTECA MARTÍ, EL RECINTO CULTURAL DE LA MULTITUD

BIBLIOTECA MARTÍ, EL RECINTO CULTURAL DE LA MULTITUD

Por Luis Machado Ordetx

 

Durante las primeras décadas del pasado siglo, después de la frustración de la República «con todos y para el bien de todos» de Martí, los nacionalistas cubanos incluyeron en sus insistentes prédicas la urgencia de abrir en todo el país recintos de multitud que, entre libros, acogieran la instrucción pública, muy deficiente, por los elevados grados de analfabetismo, en todas las regiones del país.

  

Era una crítica reiterada a la falta de lectura diaria, una de las causas alegadas, que provocaba indisciplina  y hasta pesimismo popular. Alertaban en el deber que tenía la prensa plana y el escritor para influenciar y alentar la riqueza espiritual y ciudadana de la nación. 

 

 En “La lectura popular. Conveniencia de estimularla, depurándola”, el holguinero-cienfueguero Enrique Gay Calbó, destacó en 1915 que la «falta de libros y la dificultad de encontrarlos o comprarlos, influye mucho en la incultura popular. Sabido es que en toda la República pocas bibliotecas merecen ese nombre, y que ninguno de los escasos museos lo es realmente».1

 

Hasta entonces existían la Biblioteca General de la Universidad de La Habana (1728), así como la correspondiente a la Sociedad Económica Amigos del País (1793), y su homóloga Biblioteca Nacional (1901) y otras muy dispersas en provincias. Tampoco habían museos de considerables valores educativos-patrióticos, exceptos el ubicado en 1899 en Santiago de Cuba, primero de su tipo y sostenido por Emilio Bacardí Moreau, o en Cárdenas (1900), con patrocinio de Francisco F. Blanes Palencia y Oscar María de Rojas.

 

 Un tiempo después José Antonio Ramos, al introducir su drama          —en tres actos y prosa—, Tembladera (1917), recordó en su disertación “Seamos cubanos”, que lo más «interesante del momento actual —como de todos los momentos del Hombre y de la Humanidad— está principalmente en la región de las ideas, en el campo del espíritu; y ahí es, sin dudas, donde habrá de fijarse la mejor atención de nuestros descendientes».2

 

 

Constituyó esa una manera de rebuscar en el «alma nacional», y de encumbrar el optimismo. Fue el anhelo del viajero, como apuntó Jorge Luis Borges, que al trasponer  una biblioteca en «cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden)», o el refugio de la cultura en todos sus ámbitos.

 

 De aquellas primeras instituciones públicas que irradiaron espiritualidad en la región central, están, entre otras, la fundada en 1850 en Sancti Spíritus, y en 1864 Francisco Javier Balmaseda creó otra en San Juan de los Remedios. Trinidad, Cienfuegos y Sagua la Grande —después de erigida en Jurisdicción—, tuvieron similares instituciones para el “discreto” fomento de la lectura popular.

 

 En Santa Clara el 15 de julio de 1867 se creó la primera biblioteca en la Sociedad Filarmónica. Un año antes, en la casa del patriota Eduardo Machado Gómez, hubo igual impulso, hasta que decayeron las proyecciones porque muchos de los prohombres  se lanzaron a la manigua ansiados por contemplar a Cuba independiente. Sin embargo, sus propiedades quedaron desperdigadas o incautadas por el Gobierno español.

 

 El periodista Jesús López Silvero, al recordar aspectos de la fundación de «La Biblioteca del Liceo», apuntó que «Cerca del viejo Instituto y al fondo de su edificio social, donde actualmente se encuentran instaladas las oficinas de la Compañía Cubana de Teléfonos, el romántico caserón le servía de hospicio a tantos libros útiles y bellos, poseía para nosotros, jóvenes  de entonces, el raro sortilegio de esas cosas que a diario renuevan el complexo de nuestras emociones en la búsqueda de mundos desconocidos a nuestra investigación de adolescentes.

  

«Esta Biblioteca, que se distinguía por el valioso aporte de sus libros —indicó—, poseía una selección de los clásicos griegos, latinos, españoles, ingleses, franceses y alemanes; los autores modernos entonces en boga y los libros de ciencias más necesarios y útiles; las revistas de la época se leían en tomos reciamente encuadernados y no existía un solo ejemplar a la rústica. El origen de esta biblioteca que era la mejor obra que el LICEO, junto con su Feria Exposición, podía ofrecer como ofrenda de la nueva República».3

  

A la Biblioteca, como precisó, acudieron estadistas de la epopeya de 1868, como Eduardo Machado Gómez, Miguel Jerónimo Gutiérrez, Juan Nicolás del Cristo, y Antonio y Guillermo Lorda y Ortegosa, u otros villaclareños que el 6 de febrero de 1869 hicieron el pronunciamiento independentista de las Cinco Villas en las Sabanas de San Gil.

 

 En el Liceo de Villaclara (callejón de Las Flores y San José, o sea en Padre Chao y Villuendas), se estableció el 10 de octubre de 1899 otra biblioteca con similares características. El coronel Horatio S. Rubens, único superviviente de la Junta Revolucionaria de New York (1895), al ser recibido por el Liceo en la víspera de la Cena Martiana de 1936, precisó que «En mi lejano hogar del Norte, recuerdo al “Liceo de Villaclara”, con gratitud y emoción profundas, porqué sé que aquí siempre se me recibe con sincero afecto y por qué sé que esta casa es Templo donde se venera con devoción la santa memoria de Martí, el inolvidable amigo del alma, a quien  me unió estrechamente la común aspiración de libertar a este hermoso país».4

  

                            DOS FECHAS Y UNA HISTORIA

  

En el Club Cubano de Bellas Artes, en La Habana, el sagüero Jorge Mañach recordó en 1924 que una «revolución política es más fácil de lograr que una revolución en la cultura, si se admite susceptible de progresar por revoluciones».5  En similar sentido el antimperialista Emilio Roig de Leuchsenring, ese año, animó el deseo de renovación, «arransando por completo con lo viejo y lo malo —hombres e instituciones—, cambiando normas de vida y normas de moral, reformando todas las leyes y llevando en ellas la savia nueva de las ideas modernas».6

  

 El mensaje era claro desde antes: con la cooperación entre «capitanes o soldados» trabajar por el país y América, dijo el nacionalista Enrique Gay Calbó instantes previos a fenecer su revista, Cuba Contemporánea, y  anunciar la avalancha  transformadora y de cambio que traería la homóloga Avance, 1927, con la propuesta de aniquilar los valores gastados en el ámbito político y cultural.

  

A pesar de la crisis económica, y hasta de la actuación precedente de los desgobiernos cubanos, dos fechas asombran al dejar pretensiones espirituales  en el perímetro de las instituciones administrativas del centro del país. Organizaron bibliotecas públicas y museos que recogieron la historia patria: el 10 de octubre y el 24 de febrero. Ambos momentos estaban relacionados con las impaciencias independentistas de 1868, y 1895, en sucesión continua de liberación nacional.

  

En Sancti Spíritus el 10 de Octubre de 1917 se estableció la primera biblioteca pública municipal. Santa Clara lo hará, 8 años después, en la sede del Gobierno Provincial. Sin embargo, desde 1921 hubo un presupuesto ordinario para el alquiler de libros al servicio del Consejo administrativo. El 10 de febrero de 1924 se acordó declararla Biblioteca Pública y nombrarla “Martí”, con acto inaugural para el 24 de igual mes, pero del siguiente año.

  

El primero de marzo comenzó a prestar valores espirituales. Ya contaba, de acuerdo con el presupuesto estatal asignado, con 2 mil 066 títulos y 2 mil 384 ejemplares. Al cierre de 1925 se oficializó en esa institución una Galería de Patriotas, y develaron un busto de bronce  de Martí, así como un retrato de Eduardo Machado Gómez, hecho por el pintor Armando Menocal, una iniciativa del Dr. Alfredo Barrero Valasco, presidente del Consejo Provincial.

  

Al cierre de 1926 la Biblioteca “Martí” tuvo 22 mil 513 lectores, según las actas del órgano de Gobierno, y estuvo instalada en el ala izquierda de la edificación. El primer bibliotecario fue Manuel García-Garófalo Morales (1853-1931), quien tomó posesión del cargo el 22 de abril de 1927. El sagaz periodista-bibliógrafo, al observar los incorrectos mobiliarios, desorden de libros en estantes, pérdidas frecuentes de ejemplares en préstamos y de inventarios de clasificación, acordó un reglamento para evitar los deterioros, extravíos e inadecuación de los servicios.

 

 También organizó una biblioteca especializada en asuntos cubanos en la cual «debían figurar todas las obras escritas por cubanos u otros individuos que no lo sean […] La actual generación y la que suceda, deben conocer con preferencia a otros estudios la labor de los escritores, literatos y hombres de ciencia que han precedido en Cuba, que para honra nuestra, de nuestra cultura y civilización, existe abundante y selecta riqueza que acredita la inteligencia cubana de laboriosa, ilustrada y patriótica prédica», dijo en carta dirigida a autoridades políticas de la provincia.  

 

 El sábado 26 de octubre de 1929 el periódico La Publicidad, con el titular «El Museo “Martí” Progresa», elogió el proyecto de incluir en la sede de la Biblioteca, un sitio adjunto para enaltecer la educación, el conocimiento y la cultura patriótica de todos los ciudadanos de la localidad.7

 

 El rotativo insertó una carta del remediano Gastón D. Caturla al Dr. Juan Clemente Vázquez Bello,  el Gobernador que irradió tal propósito, en la cual recordó, según el diario local El Heraldo, que desde el 29 de diciembre de 1867 hubo en la ciudad una biblioteca similar a la sucesora, y su carácter era público, sin distinción de sexos y edades. La referencia estuvo dirigida a aquella organizada por el Liceo de Villaclara.

  

Muchos de los libros de textos, y piezas de valor histórico que se exhibieron allí, eran fondos de la Biblioteca del Liceo y del Instituto de Segunda Enseñanza, incluido un envase de metal con tintero, almohadilla y cuño pertenecientes a la patriota Carmen Gutiérrez Murillo, así como la bandera cubana que emplearon los generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff cuando en julio de 1895 tomaron el poblado espirituano de Tunas de Zaza.

 

 Sin embargo, la Biblioteca Martí, en Santa Clara, tiene el privilegio de ubicarse entre las iniciadoras del país en disponer de carácter circulante al trasladar con sistematicidad, desde 1931, sus referencias documentales hacia barrios humildes, así como poblados y territorios distantes de la provincia. Era el marcado ambiente de Cultura y conocimiento al alcance de todos exigido por los nacionalistas de las primeras décadas del pasado siglo.

  

En 1944 el Museo se separó del área adjunta a la Biblioteca, y ocupó en la edificación un lugar particular. Un año después publicó el Boletín de Cultura, edición mensual y de distribución gratuita en la cual se recogían los principales acontecimientos artístico-literarios y de divulgación científica de la institución.

  

Una década antes, después de gestiones de Carlos Alberto Martínez-Fortún y Foyo, el 24 de febrero de 1933, se instituyó el Museo de Historia, Arqueología y Etnografía de Remedios —primero con carácter independiente de la antigua provincia de Santa Clara y quinto de su tipo en el país—, y el Ayuntamiento de Cienfuegos organizó una colección de libros para consulta y lectura pública en su recinto administrativo.

  

Hoy en la “Martí” existen más de 114 mil 670 ejemplares que, van incluso, desde el siglo XVIII a nuestros días, abarcan las disímiles temáticas que convierten al conocimiento en labor patriótica de difusión cultural. En la Biblioteca están conservadas las alas que nacen  en una lengua única que se esparce, como siempre deseó el Apóstol, hacia la sabiduría de todo el mundo: el recinto de multitud que acoge el libro.

 

NOTAS


 1-Enrique Gay Calbó (1915): « La lectura popular. Conveniencia de estimularla, depurándola», en Cuba Contemporánea, 3 (3): 248, La Habana, julio.

2-José Antonio Ramos (1917): «Seamos Cubanos», en Cuba Contemporánea, 5(4): 257, La Habana, diciembre.

3-Jesús López Silvero (1941): «La Biblioteca del Liceo», La Publicidad, 38(13023):2, Santa Clara, 4 de agosto.

4- Horatio S. Rubens (1941): «El Liceo de Villacara», 1941): Idem., 4.

5- Jorge Mañach (1924): «La pintura en Cuba: Desde 1900 hasta el presente», en Cuba Contemporánea, 12(142): 106, La Habana, octubre.

6- Emilio Roig de Leuchsenring (1924): «La colonia superviva de Cuba a los veintidós años de República», en Cuba Contemporánea, 12(144): 260-261, La Habana, diciembre.

7- Cfr. «El Museo “Martí” progresa» (1929): La Publicidad, 25(11358):1, Santa Clara, sábado 26 de octubre.

 

 

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