Onelio, el Cuentero, cabalga de nuevo
Por Luis Machado Ordetx
Las polvorientas callejuelas de Calabazar de Sagua lo hacen retomar el tiempo, como el que no quiere escapar de su paso, y se embriaga de nostalgia que, para muchos, constituye signo de encuentro con la memoria y hasta de reciedumbre en los huesos.
No, él está aquí porque desea refundirse con un pedazo de su fisonomía interior, y cabalgar en las siete décadas de existencia. Es 1979, y Onelio Jorge Cardoso, incluso como otros lo llaman: El Cuentero Mayor; Juan Candela, El hombre del sueño y…, con una modestia inaudita, asume el pasado con esa cualidad de «pico fino» que lo distingue para contar anécdotas, testimoniar de los rincones de antaño, y volver a las travesuras incitadas por el ambiente pueblerino.[1]
En aquella ocasión, tras el diálogo con el declamador Severo Bernal Ruiz —el amigo de siempre—,[2] hubo una conversación trunca, casi olvidada. Otra vez, después de un lustro de su estancia en Calabazar de Sagua, volvió a tierras villaclareñas. Estaba dispuesto a que la oportunidad anterior no se esfuma. Era corto el tiempo para la estancia. Venía con su esposa, Cuca Viera, quien aseguró que, aún una breve plática, habría entre el escritor y el periodista que indagaba sobre su paradero.
Bernal Ruiz, al que conocía por permitirme escudriñar en su archivaría trascendental para la Historia de la Cultura villareña, auxiliaría en el intento. Al fin apareció Onelio tras el agotamiento que provocan sesiones prolongadas de diálogos insistentes con personas que preguntan de todo.
Onelio solicitó un reposo para entablar la conversación. Los tópicos irían desde particularidades temáticas de su cuentística, hasta fundamentos prácticos sobre el hacer periodístico en rotativos, revistas especializadas y publicidad. Tenía interés en preguntar de todo, sin molestar al otro, para un conocimiento casi cabal de su personalidad literaria.
El primer golpe, casi al mentón, cuando dijo, adelante, y apareció de súbito una relación sobre los temas recurrentes en que destaca la figura de la mujer, la imaginación y la fantasía del cubano.
Traté de abarcar las mayores dimensiones de tópicos, consciente de que en Santa Clara cuajó como narrador y periodista, hechos que, al ser esbozados con anterioridad por Bernal Ruiz, prescindiría en su médula. Él otro, como un púgil, sin dar posibilidades a que se apagara la última sílaba inquisidora, argumentó:
«La mujer constituye un elemento delirante y significativo, porque reconstruyo sus padecimientos de injusticias sociales que soportó por partida doble: primerodada su posición social: humildes, sencillas, sufridas, pero con dignidad; a la vez por la condición de hembra apetecida».
El narrador se palpa el cuero cabelludo, casi sin cabello, solicitando una suspensión, pero asiente continuar, sustentando que «Las féminas son más víctimas del mundo burgués que el hombre. Ahí están los casos de “Mi hermana Visia”, donde describo una situación común del pasado: la joven campesina que se prostituye en la ciudad obligada por la necesidad y el desamparo.
«También están “Leonela”; “Estela” y, otras mujeres más, que estaban desamparadas, por ejemplo viene a la mente “Graciela”, la maestra solterona del pueblo, la Doña Rosita, del interior de Cuba, abandonada por el novio seductor. En cambio, ella, como antes dije, tiene una constancia en la bondad y la honradez espiritual que sintetiza, y una resistencia ante las desgracias sociales y personales que enfrenta. Eso la hace superior al hombre».
Onelio, por supuesto, ¿Y en casos de mujeres con otros valores, digamos negativos?
«Bueno, no es perfección, como también en la flor, a veces no se percibe el perfume y la delicadeza de los pétalos. En ocasiones las espinas hieren. Son casos que no abundan en la cuentística que he creado, y sí existen aparecen sujetos a formas aisladas. Por ejemplo, en “Los metales” presento a una mujer campesina de la Ciénaga de Zapata, que vuelca todos los traumas contra el hijo, su entraña más sublime.
«Dos hambres, vista por algunos críticos de mi obra, incluso también la identifico, por qué no, presenta en hilo conductor en “El cuentero”, donde se incorpora por primera vez a la concepción narrativa que elaboro, y llega a repetirse en “Caballo de coral” y también en “Los sinsontes”, intentando revelar la necesidad de la espiritualidad humana. Eso lo aprendí del poeta Enrique Martínez Pérez, como si fuera una poesía, un canto, una fantasía…[3]
«No es gratuita esta defensa del arte, porque la imaginación y la fantasía, son de urgencias para retomar lo perdido, lo anhelado. No obstante, mi cuentística se afinca en problemas muy reales, y de índole social, que existía en el pasado: el desprecio del burgués por las manifestaciones culturales y en específico de la literatura, donde el artista apenas podía expresarse.»
Entonces, usted y yo convendríamos en algo interesante sobre el elemento fantástico y la realidad dentro de su obra.
«Sí, todo lo que aparece en los cuentos, y son enseñanzas ganadas desde Santa Clara, con las sesiones teóricas del Club Umbrales, impartidas en los años de la década de los treintas por Juan Domínguez Arbelo,[4] son extraídas de la vida, la realidad y la inmensa gama de complejidades que provocan las relaciones entre los hombres.
«Se dice que la literatura se crea a partir de la realidad y la imaginación; entendiendo que la fantasía es toda creación que inicialmente parte de una realidad, porque es el patrón con que el hombre puede ajustar la propia imaginación. En síntesis, creo que es todo lo que se puede hacer sobre lo real, que no es eso que preexiste, lo tangible, lo visible; pero es consecuencia de eso como tal, ya que no se puede encontrar lo absolutamente puro como fantasía.«Así lo presento en “Abrir y cerrar los ojos”, donde como creador estoy sobre la realidad, en su justo medio, pero rápidamente asaltan ideas delirantes, que plasmo en el plano de la fantasía y la imaginación.
«Por supuesto, casi nunca tengo nada en proyecto, cuando se me ocurre algo lo hago sin tener presente ningún tipo de planificación. Jamás he escrito novelas, pero el cuento, en realidad, llena y satisface por su brevedad, agarre y dinamismo. Nunca me impongo hacer lo que realmente no siento, ya que no lo vivo, y entonces no lo disfruto.»
Hay particularidades de su cuentística que se asoman al teatro, claro, existe una imposición de un conflicto dramático, la esencia lógica del argumento, la psicología de los personajes y la constancia de una argumento corto, rápido de esencias, entre otras particularidades. Muchas de sus obras se llevan a la escena, y apenas en el trabajo de mesa y en el montaje de las puestas se demandan ajustes.
«Es cierto. Te digo que el teatro ofrece muchos placeres, sobre todo el dramático, y me pregunto que debía escribirlo, porque hay ciertas facilidades en el dialogo, en la estructuración de las situaciones y en la psicología; pero en realidad nunca me he atrevido, siento miedo. Sin embargo, como apuntas, muchos de los cuentos concebidos en diferentes épocas han sido llevados al teatro y de la noche a la mañana me convierto en teatrista sin serlo.
«Ojalá viviera muchos años para hacer otras cosas dentro de la Literatura. En periodismo, un modo de hacer realidad las palabras y los acontecimientos, de muchas maneras, reconstruyo lo que observo, hasta en la crítica literaria, y no creas, algún que otro verso se desgrano en el decurso de las épocas.
«Residiendo en Santa Clara durante un buen trecho de los años treintas, y aventurado ya en la Literatura, al margen de las sesiones teóricas del Club Umbrales, hicimos varios ejercicios periodísticos, con recorridos por zonas rurales donde abundaban los campesinos, los carboneros y la gente humilde, y formulaban historias que, con elementos fantásticos, abundaban en la realidad de las vidas de hombres de carne y hueso.
«Esas experiencias, la rapidez de los diálogos, la síntesis de los conflictos y las historias, tenían una recreación periodística, con un sustento narrativo, donde imperaba la descripción, la presencia de resúmenes y de escenas que, sin mucha elaboración, constituían una historia literaria.
«Por tanto, no veo muchas diferencias entre la literatura y el periodismo, y solo en el estilo, como cierta vez dijo Alejo Carpentier, estriban las demarcaciones para contribuir a los diferentes registros de la mirada y las palabras. Muchas otras cosas expresaría, pero las dejaría para otra ocasión, cuando el amigo Severo Bernal reciba con similar magnitud al pasado.»
Ya era pasada el inicio de la madrugada, cuando, confiado en acumular las respuestas imprescindibles, di por concluido un diálogo que, prometió como en la primera ocasión, cinco años atrás, continuar en cualquier momento.
La distancia, por desgracia, obligó a dejarlo trunco para siempre tras la muerte del cuentista. No obstante, quedaron otras confesiones que, por ventura de un tercero, llegaron en la boca del declamador Bernal Ruiz, una personalidad imprescindible para retomar el pulso del acontecer cultural del territorio villareño durante en una buena parte del pasado siglo.
Así saldé una deuda, y aseguré que El Cuentero, ese que por siempre llamarán Onelio Jorge Cardoso, cabalgara de nuevo entre nosotros.
0 comentarios