Asombros infinitos del Cuentero
Por Luis Machado Ordetx
Tenía tantas deudas con Santa Clara que, casi en el ocaso de su vida, prefirió tragárselas todas de un tirón. Como nadie, a pesar de su escasa cultura cuando arribó a aquí en los años finales de la década de los 20, probó con minuciosidad de orfebre las más variadas vertientes periodísticas y literarias, con excepción del teatro y la novela, para tomarle el pulso a la realidad.
En la fronda del tiempo, con absoluta plenitud, ese «cuentero» que llevó adentro, pensó dispensarle un recuerdo nítido al cúmulo de anécdotas, historias y amigos que forjó en la ciudad. La muerte, con carcajada hiriente, tras el vahído que sufrió en la mañana del miércoles 26 de marzo de 1986, truncó parte de las memorias contadas con fidelidad de detalles.
Tal parece que los golpes dados a la máquina para conformar el último de sus cuentos, «La presa», presagiaron el final de la existencia, tres días después, víctima de un accidente cardiovascular. Ahí narraba las vivencias de un hombre que conquista la mayor satisfacción en el instante próximo al adiós de los mortales.Sin embargo, él recordaba fielmente cuánto asimiló de la ciudad en sus entrañas.
Con 13 años, en 1927, apareció en Santa Clara: vino a instalarse, guiado por la familia, en la calle Síndico, esquina a Villuendas. De inmediato, fue matriculado en la escuela primaria-superior, número 1, donde cursó el séptimo y octavo grados bajo la tutela del maestro Atilano Díaz Rojo.[3]
Es estudiante del bachillerato, pero no concluye su estadía en el Instituto de Segunda Enseñanza. El hambre lo azota por cualquier rincón, y requiere acometer de inmediato los más disímiles trabajos: desde vendedor ambulante, hasta corrector de pruebas y anunciador de medicinas.
Busca amigos, y entabla relaciones que suplan las carencias del conocimiento: embiste diversas fuentes del saber y, de pronto, contra toda esperanza, anda apegado a los trajines del consejo editorial de Umbrales,[4] publicación que promueve la poetisa María Dámasa Jova.[5]
Ardientes polémicas estéticas lo alejan de inmediato de la publicación, y al olvido inicial quedan los apuntes como crítico y «versificador» de poca monta, para aventurarse junto a Juan Domínguez Arbelo,[6] Carlos Hernández,[7] Tomás G. Coya,[8] Faro González Fleites,[9] Rafael Lubián Aróstegui[10] y Severo Bernal,[11] entre otros, a la organización, en 1934, del denominado Club Juvenil Artístico-Literario Umbrales.[12]
Domínguez Arbelo insufla otros vientos al grupo: anima a escribir cuentos, a rastrear en los hombres y sus vivencias, hurgar y crear los personajes y volcarse hacia la realidad inmediata donde se coronan la reconstrucción de los ambientes. Da cursos teóricos con las últimas novedades literarias que aparecen en el campo de la escritura.
En «Las tardes del cuento», programa sabatino del Club, Jorge Cardoso presenta ante el auditorio de Umbrales las primeras piezas poéticas, y son tantos los señalamientos al neorromanticismo trasnochado que, de inmediato, decide abandonarlas por siempre.
Los ojos y el olfato son para trazos breves de la narrativa: relatos muy cortos, de índole costumbrista, sicológica y real, entre los que incluye «Negra vieja»; «El milagro» y «Tú y usted», considerados en la actualidad como los primeros que escribe. Anda prendido del «Decálogo», de Horacio Quiroga,[13] y de aspectos relacionados con la comunicación y la dramaturgia oral o escrita y la preceptiva literaria.
En ocasiones, se afirma, incluso Jorge Cardoso en ciertas formulaciones sostuvo que era del todo un escritor autodidacta. Durante el cúmulo de entrevistas a que fue sometido en las décadas de los 60; 70 y hasta 1986, el narrador prefirió comentar sobre el sello de su autodidactismo inherente a la formación artístico-literaria, hecho no del todo cierto.
Papeles hallados recientemente, casi vírgenes, de mediados del octavo lustro del siglo pasado, cambian la tónica: el sábado 21 de marzo de 1936, el Club dedica sus labores al esbozo teórico «El arte del cuento: estudio crítico», presentado por Domínguez Arbelo.
Allí se analizan las obras «El hombre de la petaca» y «El reloj vengador», ambos de Manuel García Consuegras, así como «Cronista por tres días» y «Dos crímenes», de Carlos Hernández López, y «El velorio y el milagro», de Jorge Cardoso.
Los dos últimos autores, salidos de las páginas de la revista Umbrales, y ahora sabáticos del Club, se preparan en teoría y corrigen defectos literarios para participar en el concurso de narraciones que en mayo de se año promueve la revista Social.
En el certamen Onelio gana el primer premio con «El velorio y el milagro», de temática campesina, mientras Hernández López, con «La traición«, y «Bertelot», ocupa la segunda y tercera posiciones. Luego las sesiones teóricas continuarán en lo adelante con el propósito de limar defectos, estudiar los estilos literarios de autores contemporáneos, tanto cubanos como extranjeros, y colocarse al día con los requerimientos técnicos que exige el arte de narrar.
Desde entonces, Jorge Cardoso y otros villaclareños incorporados al Club Umbrales, rastrean historias y deciden recorrer los campos cercanos a Santa Clara, con la finalidad de indagar en las costumbres y psicología de los hombres que habitan o laboran en esos parajes.
El declamador Severo Bernal Ruiz, Luis Tamargo,[14] Domínguez Arbelo, Hernández López y otros jóvenes van con frecuencia hacia las alturas de Pelo Malo, el Escambray u otros sitios, para entablar diálogos con cuanto campesino o transeúnte localizan en el camino.
Dijo Onelio Jorge Cardoso, y Severo Bernal lo corroboró en cierto momento, que muchos de sus cuentos y las historias que luego recreó con espíritu realista o fantástico, salieron de las miserias, los sueños vacíos o repletos de plenitud, la discriminación y las inmundicias que percibió en aquellos periplos.
El premio Hernández Catá,[15] que mereció por «Los carboneros», en 1945, llevó en esencia los recuerdos que guardó en la memoria sobre las anécdotas que escuchó por aquella época en los alrededores de Santa Clara, al reconstruir escenarios y psicologías humanas.
Hay fotografías de ese tiempo en que anda vestido de guajiro, con sombrero y botas de labranza, y se hace acompañar de un mono por zonas rurales del territorio. Después, durante el proceso de escritura, Domínguez Arbelo solicitaba la entrega de relatos, de corte costumbrista, verista o fantástico, en que se retratara, de acuerdo a la originalidad de cada cual, lo apreciado en el periplo.
La antológica pieza «El cuentero» —y que nadie lo dude, aunque Onelio Jorge Cardoso no lo dijo por lo claro— retoca de pie a cabeza al poeta matancero-villaclareño Enrique Martínez Pérez,[16] según afirmaron Bernal Ruiz y Raúl Ferrer Pérez, asiduos visitantes a las tertulias literarias y campechanas que sucedían en el bar Ideal, de esta ciudad.
A finales de 1937, tras los topetazos y consejos que sostiene con el dominicano Juan Bosch Gaviño,[17] y el camagüeyano Emilio Ballagas Cubeñas,[18] y las lecturas de la obra de Luis Felipe Rodríguez,[19] conduce las tertulias literarias de la Academia Luz y Caballero, de Villuendas y Marta Abreu, en los altos del Correo Viejo, sitio que después ocupó el Billarista.[20]
Su osadía es mayúscula: Raúl Ferrer Pérez le extiende una invitación para que ocupe un aula como maestro cívico-rural en el central Narcisa. Allí está por un tiempo. Un espíritu de superación, intrínseco a su personalidad de husmeador perenne, lo enriquecía por dentro. De ahí, tal vez la formulación absolutista del autodidactismo.[21]
En La Publicidad, diario de Información de Las Villas, con redacción en Santa Clara, inicia una sección dedicada a difundir a cuentistas cubanos, latinoameicanos y europeos. Hasta 1943, después de casi dos años ininterrumpidos, fecha en que está próximo a partir hacia Matanzas como viajante de Medicina, dirige ese apartado cultural, desprovisto de todo concepto folletinesco y baladí, propio de la prensa de esa época.
La obra de Gorki, Gervaise, Gaynor, Mainichi, Regis, Benavente, Maurois, Vargas Vila, Quiroga, Eustacio Rivera, Rulfo y otros narradores de fuste, brota reflejada en las páginas del rotativo, hecho que constituye un hallazgo para un medio de ese tipo, dirigido, sobre todo, a un público mayoritario donde imperaba la publicidad hueca.
En carta escrita en 1945 desde Matanzas al amigo Sergio Pérez Pérez,[22] reconoce las enseñanzas legadas por Santa Clara y, en especial, da «vivas» a los jóvenes del Club. Ya es un escritor que se aventura hacia nuevos rumbos, y percibe los ignotos asombros que solo la voluntad y el espíritu de crecer hinchan al aire.
Allí, al contar sobre las historias del pelotero Sandalio Simeón (Potrerillo) Consuegras Castello,[23] uno de los prospectos que juega con el Deportivo Matanzas, dice a cara destemplada: « [...] la gente nace para una cosa, y que se aparte todo el mundo: que allá va el hombre con todos sus sueños. Eso sucede en todos los campos».[24]
El de Onelio Jorge Cardoso fue precisamente eso: recrear historias de su tiempo, de la isla y del universo, y hacerse grande con la magia que prodiga la palabra exacta para el hombre que entrona el sueño sin fronteras de latitudes y épocas. Por eso, tal vez, recreó minuciosos fragmentos de su mundo, desde una óptica humana y original, donde a ratos se asoma la pupila del periodista y del escritor colgado de asombros infinitos.
0 comentarios