Marinello, la espiga ignota
TESTIMONIO DEL DECLAMADOR SEVERO BERNAL RUIZ
Por Luis Machado Ordetx
¡Qué paradójico!..., dirán. La demarcación y la obstinada secuela son determinantes, necesarias y puntuales. Ahora enfoco pretensiones en relación con los amigos: los vivos o los muertos —allí dónde se hallen, por las inconfundibles iluminaciones—, entenderán con excelencia cómo los llevé adentro. Con algunos sólo mediaron escuetas señales de apreciación perdurable, y con otros...A esos hombres surgidos —antes y después—, jamás los desdeñaré: las expresiones testimoniadas están prendidas, atadas, indelebles y fusionadas a la refulgencia. Los diálogos, por supuesto, en aquel entonces, manaban desenvueltos. Cuando la holgura mayor —infranqueable por la lejanía—, empañaba el infalible camino finito de separación, nacía una configuración de tropiezos e inminencias: las fluidas correspondencias.De un coetáneo tengo avidez de conversar. Será sobre manera, con el pensamiento atrapado al cinto. No precisaré cómo lo intimé: su hechura e inteligencia nunca se extraviarían al escarbar en la reminiscencia. De algo estoy convencido: marcó una ruta, un sendero y estableció el horizonte. Siempre asomó con exacta y nervuda apariencia en las visitas que realizábamos, por separado, a Raúl Ferrer Pérez,[4] en Narcisa, Yaguajay. Allí, como en otros recintos coincidíamos, casi siempre, los fines de semana. Creo, además, requeríamos de esas compensaciones y discernimientos. Las persistencias de acercamientos, las congratulaciones en Manzanillo, y el coloquio ardiente en La Habana o el recado escrito, reforzaron el imperioso crédito del diálogo y la palabra.Con tal certidumbre, inconfundible, vislumbraba en su semblante que —prendida la luz del fundamento del Apóstol—, «El hombre se siente consagrado en los ancianos».[5]Juan Marinello Vidaurreta, sobre quien evocaré instantes de un pasado que desandamos, de ningún modo escapará a la recapitulación forzosa y desapasionada que engendraré.No tendré en entendimiento lo que guareció para los jóvenes escritores y artistas cubanos, sino, además, las enseñanzas que transpiraron en favor de la excelencia de la Cultura, según los sitios donde se plantó y convergió en posesión de una recatada ponderación.¿Pregúntenme a mí? Despreocúpese de la réplica tapiada. Lo allané como a otros, hurtándole ribetes a la cotidianidad de los incidentes, y aquilatándolo en la corpulencia de lo que desvirtúa y desbroza inconvenientes. A la par, ilustraba el presente que, por esclarecimiento extensivo, era lo nuestro.Lejos, envuelto en la agitación política y revolucionaria —en la meditación literaria, y ahijando el porvenir—, él sacó fuerzas, no sé de dónde, para sustentar la unidad de creación y encausar los derroteros estilísticos y temáticos de un grupo de intrépidos «aficionados» villareños.Fungió como «padrino» —devenido en líder espiritual—, desde la teoría y el profundo conocimiento, y guiaba, sin el pavoneo orgulloso, a una pequeña familia en torno a lo que era sabio y trascendental para la Patria.Su caso, legendario en los cubanos, revelaba la vocación del humanista: la maestría pedagógica del mentor, marxista-leninista, americanista y universal, y tenía insinuada palpitación en el retoño de la epidermis.Cuando en las discusiones surgió alguna que otra divergencia de circunspecciones políticas, filosóficas y artísticas, siempre prosperaba una hermandad sin atisbos de linderos resolutivos, y al segundo refrendaba el olvido rotundo, propio de espíritus ardientes e ilustrados. Era nítido en el carácter. Tal vez porque sacaba ventajas por la profundidad erudita que esgrimía, la edad, la vivencia, así como los conocimientos que sobre el arte y la literatura acumulaba, al cobijo de absorción adoradora de los progenitores predilectos. Bien que ciñó libros, temas, autores...Esa proporción, tamañuda, reposaba en una procreación dialéctico-materialista que transbordaba, adentro, en las entrañas.¿Acaso, de dónde emergía, embocaba y destilaba la voluntad y capacidad telúrica del convencimiento para decantar entuertos?...Precisamente, ya expandía su almendruco y, al discurrir, brotaba, con lozanía y perfecciones relucientes, el asentimiento de un observador socio-ideológico del arte y la literatura.[6] Rebuscando en las reminiscencias: el naciente diálogo con Marinello, para beneplácito de ambos, sobrevino en septiembre de 1936, justo a raíz del fusilamiento de Federico García Lorca.[7] Sí, allí anidó el asiento inaugural de la lealtad. Fue como una suerte de encontronazo sin precedentes. Estaba compungido, terriblemente quejumbroso, por lo acontecido. Lo sé. De ahí viene uno de las apuntaciones imborrables que atesoró.Ya era un compositor, un decidor persistente y un teórico virtuoso de la palabra. De la resultante esgrimía, con ardor y vehemencia, la defensa de lo noble, lo sano del saber popular y, por supuesto, de las idiosincrasias nacionales y americanas. La troncal perspectiva acrecentaba su escalpelo interpretativo, explicativo y...Claro, fortuna adjudiqué en el vínculo con cuatro personalidades literarias que —con particularidades ideoestéticas algo discordantes—, formaron una estela en lo inmenso y transparente. Entre Emilio Ballagas Cubeñas,[8] Raúl Ferrer Pérez, Manuel Navarro Luna y el amigo Marinello, sacudieron una persistente y atrayente afluencia de conocimientos —pedagógicos, políticos y culturales—, irrevocables para el ulterior prorrumpir artístico: determinaron el rumbo y alertaron el proal.En el centro de esos diálogos (desperdigados con el ardiente obsequio de las frases y las enseñanzas), permanecí como quien acudió a las invocaciones. Todos iban, en estrépito, hacia la fértil espiga que germinaba dentro de una exacta proporción cubana, caribeña y latinoamericana. Con otros amigos que simpaticé —sobre todo, incluyo a los que cultivaron la poesía negra, y a los cuales me vinculé—, fulguraron, de similar modo, las lecciones teóricas que Juan regaba como un manantial ardiente. Soy testigo de ese ferviente tránsito por disparejos e irrebatibles escondites cubanos de animación cultural.[9]Jamás en Cuba un hombre, de tanta energía, vitalidad e inventivas, consagró tanto espacio escrito o hablado para sentenciar, aguijar y predicar en favor de una vertiente lírica o narrativa que calara en la cuenca del alma nacional: en el andar solicitaba ese toque que universalizara y, además, alejara cualquier pronunciación de atisbos folcloristas, superfluos, vacuos...Eso hizo, y también predijo, en las postrimerías de los años 30, para que la lírica surcara las realidades intrínsecas a las exigencias de la realidad y el tiempo histórico. Más que un escuchador con exigüidad —lo que tendré que reseñar en algún momento—, comparecí como copartícipe de los comentarios exploratorios, las amonestaciones y las diatribas que sustentaba en aras encausar lo que repercutía en el contexto cubano y foráneo.En noviembre de 1938 —retornando a lo pretérito—, en aureola expedita y rondado de habituales a las veladas del central Narcisa —donde se afincaba el enclave de Raúl Ferrer Pérez—, el teórico Marinello Vidaurreta bosquejó (con talante sintético, amargo, molesto, y de proximidad al exangüe), la lectura de ciertos fragmentos implícitos en una carta que José Ángel Buesa consignó al poeta villareño Carlos Hernández López.[10] Por casualidad, éste —elogiado desde la época de las peñas del Club Umbrales, incluso durante la estancia efímera del matrimonio Juan-María Josefa,[11] en tiempos de la Escuela Normal para Maestros de Santa Clara— expuso el manuscrito en el Parque Vidal. En ese recinto —escogido, a veces, por literatos locales para exteriorizar diálogos informales—, se instituyó una porfía de extrañeza. La conversación, contrastada por barruntos ardientes, cesó en controversia.[12] Ausente estaba de allí, pero por los hocicos de los contendientes, me percaté del crujido. No obstante, hablo con propiedad, adherido a argumentaciones ad hoc: los dos participantes describieron, por separado, la adjudicación de puntos de vista. Buesa, de esquinarse, se refirió al hecho en la vivienda de un amigo donde permanecía. Por fortuna «merecida», quiso el destino, que el documento resida ahora, no sé ni cómo, en mis manos. La casualidad condujo aquí.[13] Todavía, para beneplácito, custodio el original que asemilló el altercado —aunque vehemente—, en que se dirimía a capa y espada la poética del granadino García Lorca, y Marinello no derrochó minutos, ni ajustó el tono de la voz, para exteriorizar el discernimiento: embistió la misiva, y sacó de raíz enunciaciones huecas y desmesuradas.[14] Así aconteció el topetazo sin que el firmante principal se enterara de inmediato de lo sobrevenido. Estoy persuadido que si consiguió percatarse del alegato, pero escondió el semblante y desestimó el aludido. En especificado «rinconcito» desconocido, de la fecunda papelería de Marinello, puede que aparezcan los apuntes que forjó. Absolutamente, ¿quién admite esa seguridad? De eso no hablo porque lo ignoro, aunque escuché esas argumentaciones orales inherentes a la diatriba.[15]Todo eso lo presumo. Cuando en redoblados relámpagos, al pronunciarse ante nosotros, promovió la significación de Lorca en las letras españolas y las incursiones por países americanos —fundamentalmente los episodios de la estancia en Cuba—, lo referente a Buesa, estimo que no lo recapituló en borradores de deslindes. Por tanto, al respecto, no distingo raigales mensajes en torno a lo ignorado.Es incuestionable —lo admito, a indagación de balas—, Marinello examinó el verso y el teatro del andaluz como «... frondosas alas de un árbol, lozano y erguido, en una mañana luminosa de reposo».[16] Destacó, igualmente, la profundidad y el calibre imperecedero de una armonía íntima en las señeras metáforas, y otros recursos expresivos, hispánicas, colmadas de un parangón especial.Suplico a la memoria —abusando del cansancio que provoca la vejez—, y retoco lo que de una forma u otra prorrumpió de la boca, y también de las entrañas, de Juan, cada vez que el asunto flotó sobre el tapete. Resultará lógico, más teniéndolos a mano, que aborde cuestionamientos esgrimidos por Buesa, más cuando significó que:«... mi opinión es ambigua. Veía en él a un pichón de águila. [...] Y digo esto porque, aunque su obra es magnífica, todavía tenía mucho que dar, y, sobre todo, habría tenido tiempo de superarse. Muchas cosas que andan rodando por ahí como obras maestras, no son otra cosa que -al menos, así las considero yo- elegantes tomaduras de pelo. El mayor defecto de G.L., fue pensar demasiado en el vulgo [...] En el género del romance, será difícil superarlo. Él remozó el romance y le comunicó un soplo personalísimo...»[17] No es de extrañar que Marinello —un hombre cuajado como torrente cristalino, inagotable en la expectación de la cultura artística—, se expusiera ajeno a dimes y diretes. Sé que estacionó los hilvanes justo en las íes, y se comidió en orgullosa parquedad, para trasladar las prestancias del arte por las travesías de lo cubano. En esterilidades no se detendría. Tampoco las ojearía desapercibidas, sin que antes decantara una reflexión oportuna. Por eso él —que congeniaba con Hernández López, Buesa, Jorge Cardoso y...—, jamás amontonó presunciones de resentimientos: optó, según instruyó con otros, por entusiasmarlos e inculcarles el estudio para el abordaje de la realidad objetiva y social, y su consecuente recreación artística.La única forma valedera de percibirla o recrearla, era sin rangos de usufructo exclusivista de un individuo en solitario, sino como surtidor vivaracho, de pertenencia y compendio de la colectividad.¡Qué no proscriba a nadie!... Lo acaecido en la irrupción sui géneris entre el teórico marxista y el poeta villareño, no pasó de más allá, y concernió para aleccionar y... Al lucir la carta, sin ímpetus de jactancia, arguyo que Hernández López desamparó la cavilación y la prudencia comedida de los discernimientos del otro. Constata, porque lo oteé, que Juanelo —como solía llamarlo Navarro Luna en peñas familiares—, se articuló con un temperamento camaraderil. De ese diálogo —raudo y volcánico—, la partícula que rebasó los oídos con mayor transparencia concernió a Marinello. Por su parte, Hernández López —contertuliano de Umbrales—, perpetuó el vestigio de lo incógnito. Hubo comadreros que concertaron «perforarle» la lengua, sin pretender, incluso, cercenársela, para indagar partículas propias de la discusión: el silencio se interpuso en lo sucesivo.Augustamente rehusaba la insistencia. En lo promontorio de los años adjudicó la epístola de Buesa —que desató la polémica— y para asombro la depositó junto a un ejemplar del libro Chamberí, poemas pilongos, con el propósito de que la «disecara» entre la papelería.Decía, en nota al margen: «No la extravíes. También en algo te pertenece por ser partícipe de los vericuetos de aquel desenlace en que me desagué».[18] La imagino como prenda y huella imperecedera de la camaradería provenida allende a 1936, fecha en la que enhebré la adhesión por los escenarios y la recitación.¿Volvemos a las palabras de Marinello en Narcisa? Cuestiono, tal cómo antes prescribí, un fundamento: ¿Dónde residieron los rompimientos simulados entre los argumentos blandidos por José Ángel Buesa y el teórico marxista? Pues bien. Aquí la dilucidación: instauraron pespuntes de coincidencia, pero... Hubo frases interpuestas por el remitente, donde se insinuaba el hiriente calificativo de «vulgo», para habilitar los temperamentos populares que tipificaban la esencialidad, los temas, motivos y personajes literarios alegrados por el andaluz.Cuando Juan vio que en las letras impresas se abordaba el teatro del español, detonó en rabia.Buesa lo detallaba como «... flojísimo, diría, con grandes destellos, eso sí, pero en conjunto, irregular, frágil. Lo mejor es Yerma, sin ser nada extraordinario...» [19] Ahí desvaría, adujo el otro. Expuso que: «Conocí al granadino, aquí en Cuba donde le acompañé, en su preferible estancia, cuando ya había despertado, y se exhibía en humildad sincerísima como un inventor nacional y universal, bebiendo de la realidad de pilas sustanciosas -sin que el goce y la petulancia lo embriagaran-, y aportando esencias contenidas en un insospechado globo de duendes, fantasías y protagonistas...».[20]Lo engendrado por Lorca, convengo con franqueza humildísima, emigraba fecundado por una raigambre histórica, y tanteaba el cielo telúrico de Lope de Vega, a la par que se empinaba hacia Calderón de la Barca y otros españoles del Siglo de Oro: copaba las sendas de un entendimiento singular y legítimo que desvelaba los dramas de la época —y el temperamento popular—, embistiendo, como fiesta taurina, todos los confines culturales que le remolineaban.Después, de aquel acaecimiento en Narcisa, Marinello retomó análogas perspicacias ante intelectuales cubanos o extranjeros. Así fue, pondero ahora. Era de los que escasamente se abstenía para asirse a la verbosidad que apremia en la exhalación impasible de una hechura inacabada. José Ángel Buesa, de una forma u otra —refrendo— se adjudicó y agarró la intuición de esa discrepancia. Al menos, él percibió los soplidos de la gresca.[21]Enseguida —como el que tropieza con una flor diminuta ubicada en función de marcador de páginas que alientan el gusanillo por las asiduas lecturas de juventud, y también de ancianidad—, escruté en el germen de las autenticidades, y enarbolé, hasta sustentar, los cánones que él aquilató, en fulgores excelsos, para empotrar con la dilatación esa virtud de Lorca.[22]El enardecimiento lo espoleó a la remembranza de los relámpagos cubanos durante la peregrinación del granadino, allá por marzo y junio de 1930. Con castidad exponía: «Andar criollísimo», porque el poeta poseyó la turbación trastornada de la purificación venida de lo popular, y entendió que en este clima tropical no solo hormiguean el tabaco, el café y un excelente ron, sino, además, hombres diestros en ritmos latientes en insólita musicalidad. [23]Por eso percibí los tintes de la alojamiento del español: el «zanganear» displicente, las conferencias que obsequió en Liceos y Colonias Españolas —instituciones prominentes que atesoraban un caudal humanístico en territorios alejados de la capital—, y de su desenfado al encarar la vida y las juergas.Él resaltaba cómo el agasajado se complacía con gestualidad intrigante, espontánea y sugerente del transeúnte, así como de las porfías, juego fantasioso con la realidad, y el humor desenfadado y atrayente. En el fondo, el intelectual ceñudo comprendió el imán impactante, fiero y devorador que agarraba y subyacía en la reverencia desafiante del andaluz.Por Juan juzgábamos. Todos quedábamos alejados de lo ajeno y extemporáneo. El éxtasis promovido por veraces mensajes —de mesura tangible, de encanto y detalle—, nunca agujereó las arterias de la curiosidad pensativa, y se erigieron en puntos de arranque exclusivos y ecuánimes. Así —de la carta de Buesa que indujo el desacuerdo—, describió después aspectos de las andanzas del granadino. Había que escucharlo dibujando y señalando escenarios, personalidades asistentes, anécdotas, comentarios...[24]El teórico que aleteaba en la mente proverbial de Marinello —me consta—, era inflexible con las investiduras inconclusas, adulteradas e impropias: ponderaba todo atisbo de experimentación, siempre y cuando se aplanara las circulaciones nutrientes de la cultura y las idiosincrasias nacionales. Desenfundaba y manejaba las categorías generales o particulares, y el modo de colocar a cada cual en el lugar, a partir de un juicio certero y valedero.Emilio Ballagas —un poeta mayor en Hispanoamérica y un ensayista de calibre—, persistentemente escribió durante la antesala en Nueva York o en La Habana, para transmitirle ciertos puntos de vista, atendiendo a su opinión sabia, enviándome la correspondencia con una copia de las reflexiones especiales. Apetecía que él ofrendara la expectación. De ese modo reverdeció, sin reparos, disímiles vislumbres de lo consumado. Lo presumía —como otros—, un tamiz, un pulidor, y orfebre en componer discursos y apreciaciones acertadas. Como tal recibió el merecido respeto y tributo.[25]Me censuró. Con acentuación calmosa y comprensiva ausculto el tiempo, y fustigó con vehemencia cuando se percataba de una intervención donde distorsionaba la psicología del mulato o el negro. Sonsacaba: «Severo, así no compareceremos en ninguna parte, porque los que hacen ese tipo de versos tienen la culpa: confunden folclore y folclorismo, pasión y reivindicación, cultura popular y visión nacional, arranque tradicional o experimentador, con moda, esencia y visión moderna.»[26] Gratos relámpagos amontono y acaparo en la recordación de Juan. Unos son lejanos, y otros próximos a su desvanecimiento orgánico. A los escritores que asumían un compromiso social con el pueblo, persistentemente, les acarreó, en similar proporción, la estimación mayor, el afecto y la censura. También, por encima de todo, espetó la veracidad anunciadora e imperecedera de una literatura que acuna la gestualidad de lo autóctono como parangón de la virtud.A Ballagas, Guillén,[27] Navarro Luna, Gómez Kemp,[28] Raúl Ferrer Pérez, Carlos Hernández López,[29] Eusebia Cosme,[30] Martínez Pérez,[31] Agustín Acosta...,[32] siempre les prodigó y estacionó fieras y naturales reliquias del esclarecimiento: todas aguijaron en un reclamo voraz y sincero en la pugna por el rescate de las enjundias que acrecientan la idiosincrasia del cubano.[33]Treinta años después de la salida de La Zafra, de Agustín Acosta, apareció una carta en mí casa. El remitente recapacitaba en relación con una diatriba de Marinello publicada en la revista Cuba Contemporánea y la Gaceta de Bellas Artes. Desde la calle Descanso, número 12504, en Matanzas, el poeta replantea un discurso sin la presunción angustiosa del que tolera una censura o unos cuantos elogios.Acosta advierte: «Antes y después de mis principales libros, y hablo de Ala, Hermanita y La Zafra, todo lo que guarda el perpetuo silencio de las gavetas o está publicado, transporta el consejo latiente de Marinello. ¿Cómo despegarme de esa savia suya, del alertar y el aguijón, para despuntar un mal paso o una nota fuera de lugar? Vendrán otros críticos, aun con las diferencias de enfoque que tenga, pero ninguno calará tan profundo como él. Adentró la mirada en torno al pesimismo mío, calmó la sed pidiendo poesía (lo había dicho en las “Palabras al Lector” y no me avergüenzo), y la encontró, a pesar de que cuentan que soy un consagrado. Sigo escribiendo nuevos versos. No obstante, continúo apegado a la pupila de su instrucción...»[34] Esa misiva no cayó del aire. Tampoco estaba exenta de intencionalidad: desde las incursiones que consumé, por invitación de Carilda Oliver Labra,[35] a las peñas literarias de la Atenas de Cuba, emergió la descarga epistolar que, incluso, aleccionó mis puntos de vista y la consideración por la literatura y las concepciones emitidas por el ensayista.Ningún examinador cubano de su tiempo, incluyendo a extranjeros, meditó con sublime vehemencia sobre asuntos formales, estilísticos y temáticos de la poesía hispanoamericana. Vislumbró incrustaciones canijas y enmarañadas, y fustigó cuando se desentendía de la imperiosa visión auténtica de las condicionantes sociales que se suscitaban.Acosta precisó, muy acertadamente, que en las detonantes de Marinello se instalaba la apropiación de la historia, a partir de la búsqueda, el acierto y el hallazgo del criollismo de esencias, y la inquietud que trascendía los umbrales del país o una época. De ese modo admitió las descargas y corrigió sus tiros líricos.¿Por qué sedimentarlo? Todos lo cotejan con asequible cualidad —al preponderar opiniones sobre Ballagas, Guillén...—, en reseñas críticas que abarcan lauros, hazañas y deslices literarios en lo tocante a la poesía negra.[36] Abarcó a los declamadores: hay que contarlo con justeza. Fue enérgico con el experimentalismo vacuo y la simple novedad. Pedía adentrarnos en el alma nacional sin «jugueteos culteranos o los vericuetos falsos de las palabras.»Fustigó, sí, tras la recitación en privado o en público, para dejar disfraces y pintoresquismos que —en contundente reclamo—, empequeñecían al cubano. Con la refriega también repasé fórmulas para aprehender y desenredar las esencialidades de los repertorios y los poetas.[37]Esa apreciación, en tal sentido, la veíamos henchida de didáctica estética e ideológica. Era exclusivo, único... La acechanza a las circunstancias, como lo mirífico, se arrellanaba en lo excepcional, lo infalible y, también, en lo desembarazado. La cualidad y particularidad de la cubanidad —desperdigada del «divertimento aplebeyado»—, y sus temas, contenidos y motivos, lo instaban a dilucidar un arte rebosante de absorbentes humanos. Juzgarlo, cuando acudo a la repetición de viejos repertorios —según los reclamos de quienes me convocan—, traicionaría la solidez de la preocupación inteligente que persistentemente infundió. Actualmente lo aprecio, tal como era: luminosidad meridiana del pensamiento teórico.Mas —yo un mulato de humores y de rostro—, en aquel y en este tiempo, despliego que él encarnó una incitación para valederas travesías. Jamás preteriré, cómo, entre todos, un día circularon una trascripción mecanográfica —con tipografía clásica de una Underwood—, del ensayo «Veinticinco años de poesía cubana». Instauraba una revelación, una extrañeza del avizor.No era lo perentorio. ¿Lo dudo?..., pero, la precisión mediática, de convincente perspectiva en la demarcación en todo lo instantáneo y apremiante, requerían explícitas ensambladuras. Ahí, él advertía, en espoleada recapitulación, percepciones convenientes que, por la efervescencia lírica reinante en la adolescencia creativa, excluíamos o ignorábamos.Con agudeza catadora concibió las remisiones. Nadie creyó en la pulsación mordaz. De nosotros no musitaba en el texto, pero las advertencias esgrimían adiestramientos, a la par que encintaba itinerarios que impulsaban hacia la perfección.El enmiendo desplegaba prosperidad, ascensión creciente y, por supuesto, un eslabón del conflicto implícito a lo dramático, a la inquietud y a cauterizarse. Unos permanecieron replegados en un incierto apogeo, mientras otros encumbraron el montículo trascendental del artista. Yo —que viví en ese esplendor—, de ningún modo me deshice de una de aquellas reproducciones y, lo aseguro, constituyó una guía, un diagnóstico en la misión del declamador.[38]En esa que ves, acariciando un papel amarillento, me siento complacido y sediento. Aquí está el subrayado suyo, donde explaya: «Queremos al negro en toda su medida, en la pena de su destierro, en la luz de su música poderosa, en la ternura de su canto ciego, pero también en la justicia de su rebeldía...»[39] Cierto día, durante una efímera coincidencia de respetables amigos, a principio de la década de los 60, se lo extendí, y espantado percibió la placidez de agenciárselo. Prefirió que prosiguiera en mis manos, y aquí lo disfruto con la mayúscula aquiescencia de las cardinales añoranzas de aquel momento.¡Qué más pedir!... Fue un definidor, un surtidor de voluntades, que sufragó, con hondura histórica, correcciones del disparo lírico de la cultura cubana: encarnó esencia y devoción para el esclarecimiento oportuno. Viví desde el coloquio ameno hasta el consejo diario que se esparce al viento, y huelgan lo desenfrenos para replantearlos.En la memoria, el sueño, y la actuación consecuente, descansan sus desgastados huesos. Arguyo que disfrutaría, de ese modo, con suma notoriedad. Otras apuntaciones sobre Juan, persisten. Vendrán a la mente como remolinos nítidos, y traerán consigo los renuevos del hombre de esencias indiscutibles. ¡Qué más decir!... Entonces, tendré que rememorar cuando, desde la delegación de Cuba en la UNESCO, remitió una carta con demasiada premura a esta vivienda villareña. Alertaba en brevísimas letras: «Negro, como en otras ocasiones, donde requeríamos que estuvieras, con tu calor de versos, necesito determinados envíos que puedes hacer…». [40]La preocupación recetada era del viernes 20 de enero de 1967. Pedía con humildad libros para llenarse de placer y sabiduría. En otros, tal vez, pudo delegar en la solicitud. El escogido fui yo. Pienso de ese modo. Nunca le pregunté el por qué... Falleció sin darme respuesta a esa incógnita, pero, instauro, era una idiosincrasia cariñosa de registrarse y confirmarse como degustador de una ignota espiga: jamás, desconoció la distancia, las responsabilidades y los azotes del tiempo para intimar un cariño, una lealtad fina y decidida.Eso ofrenda mesura, y demarca —en última instancia—, al humanista de pecho depurado. No acaecen locuciones para otras descripciones, pues se despojó de máculas en cualquier tiempo. Juan es ese, el entrañable y devoto legionario que vislumbré no sé cuántos años atrás...[2] Manuel Navarro Luna: Carta al declamador Severo Bernal Ruiz. Fechada en Manzanillo, viernes 18 de febrero de 1949. (Inédita.) El autor cuenta en su archivo con una fotocopia del documento, así como de otros materiales manuscritos. Todos serán citados en referencias posteriores.
[4] Ferrer Pérez, Raúl: [Mayajigua, 1915-La Habana, 1993]. Maestro, poeta y periodista. Cfr. Diccionario de Literatura Cubana, Op. cit., t. i, pp.338-339.
[11] Vidaurreta Cañal, María Josefa [Pepilla]: [La Habana, 1905-Id., 1976]. Destacada pedagoga. De agosto de 1933 a febrero de 1934 dirigió la Escuela Normal para Maestros de Santa Clara. Sostuvo un pensamiento antimperialista y martiano, que provocó persecuciones y arrestos durante la tiranía de Gerardo Machado Morales (1925-1933), así como en años siguientes cuando dirigió la Escuela Normal para Maestros de La Habana.
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