Kamikaze. El crítico suicida
Por Roberto Ávalos Machado
Crítico y especialista en Artes
Réplica dirigida al periodista Luis Machado Ordetx
Con tardanza, pero apremiado por la necesidad de restablecer las coordenadas críticas de nuestra visualidad, tambaleantes por el ejercicio indiscriminado y pionero desde su reinserción en el Vanguardia, en los últimos meses —acorde además con un esfuerzo loable por hacer una mejor página cultural, cuestiones que constituyen un reclamo continuo en las asambleas de la UNEAC villaclareña—; creo pertinente restaurar los paradigmas a través de los cuales viaja la propuesta Kamikaze de Amilkar Chacón Iznaga expuesta en la UNEAC desde el pasado 7 de septiembre y a la cual se refirió el crítico Luis Machado Ordetx dos días después en nuestro periódico provincial, bajo el título Kamikaze. La lectura del color.
En el texto que acompaña la exposición propongo claves fundamentales para acercarse a la obra de este creador, la primera de ellas indaga en los recursos literarios bajo los cuales se ampara toda una serie de referencias culturales que no son necesariamente populares —o demopeidéticas—, entre las cuales se encuentra la alusión a los célebres quince minutos de fama de Andy Warhol. El mismo título de la muestra nos remite a otras geografías culturales y estéticas, y así, entre extremos, Amilkar teje una malla como sustrato discursivo donde asienta sus motivos plásticos.
No creo que desde ese punto de vista, en su trabajo estén presentes elementos alusivos a tradiciones, leyendas, usanzas, sentencias y mucho menos a «idiotismos» como expone el crítico Machado Ordetx. Tampoco Chacón se alimenta de raíces culturales hispanas y afrocubanas, de ambas inclusive como se apunta en La lectura del color, que más que de pintura parece que nos habla de otras manifestaciones como la danza o la música llamada fusión.
En este caso, no todos los negros toman café, y es un equívoco para mi casi irreparable, asociar a la obra de Amilkar Chacón con este tramo de nuestra nacionalidad con resonancias casi de opereta en nuestro concierto plástico —y dense una vuelta por los puestos de arte y artesanía del Parque Vidal—.
Un mínimo intercambio con el artista le hubiera esclarecido al crítico este punto e iluminado sobre otras perspectivas de su obra y conocido que para los pintores el «carmelita» no es un color. Precisamente, la lección cromática presente en la obra de Amilkar se le escapa a Machado Ordetx, para nada chocante o hiriente y si mesurada y racional, hasta el punto de creer en la neutralidad imposible de los rojos y azules.
Mucho menos el empleo del color asociado a tópicos ideotemáticos como el pasaje ya revisado de las influencias afrocubanas e hispanas, pero si posibles de hilvanar a prácticas rituales solo posibles en el espacio de este creador, el mismo acto de pintar puede devenir en rito y esta clave se la debo al crítico del Vanguardia porque me ha obligado a detenerme en el proceso de trabajo de Chacón y en elementos figurativos capaces de denotar una práctica ancestral del arte refuncionalizados en las telas de Kamikaze —y desde un tiempo antes en la obra del pintor—.
Por otra parte, sobrevalorar las obras de pequeño formato, por ser más «lindas» quizás, puede contribuir a fortalecer el espíritu candonguero que rumbea en nuestro arte, aunque no sea exactamente el caso. Pero el criterio que sostiene dicha afirmación en el texto publicado en Vanguardia, es el predominio de lo figurativo que hace más explícito el discurso; este pasaje nos remite a Conversación con nuestros pintores abstractos y a todo cuanto se ha parrafado sobre la comprensibilidad e incomprensibilidad del arte, temas superados por la crítica desde hace un buen tiempo y ajenos a la práctica artística, inmersa en contextualizar la contemporaneidad en las redes del arte y no al revés como termina Ordetx su trabajo.
Después de una larga ausencia de la crítica de arte en Villa Clara, sería bueno replantearnos sus tareas en nuestro ámbito, puede ser loable la recuperación de sus espacios en la prensa plana; sin embargo, la crítica no puede vivir ajena a los procesos que intenta describir, y mucho menos, desdibujar las trazas conceptuales sobre las que ha discurrido el arte cubano contemporáneo y desconocer cuales han sido los amargos tragos y tránsitos de nuestra visualidad en ese contexto nacional y provincial, que nos ayudan a comprender y elevar a nuestro artistas, a los villaclareños, en un marco plural donde no han sido menores las sorpresas y el silencio.
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