Privilegio Aggratiandi
NO SON LAS excretas, sobre todo de perros, aunque hay humanas, las que abundan en las aceras, y tampoco los fardos de basura que, a veces se acumulan allí, ordenados en bolsas de nailon y nadie los recoge, y mucho menos los urinarios «públicos» que colman cualquier rincón, en acto de privilegio aggratiandi —ese colocarse al margen de lo establecido—, lo que molesta en demasía.
Incluiría también en Santa Clara a vendedores ambulantes o limpiabotas que entorpecen el paso del transeúnte; el apuntalamiento o abandono de edificios, muy propensos a derrumbarse, y además los huecos en las calles, sin que nadie los arregle o a aquellos que, amparados en pillerías viven a costa del bolsillo ajeno.
Ahora, en vilo, como un jarro de agua fría, anotaría otra mácula al centro de la ciudad. Parece un puesto de excepcionalidad, pero no lo es: un baño «público», más público que un solar yermo, residente en lo que era la cafetería del Hotel Central, donde asisten transeúntes y moradores del Parque Vidal, sin distinciones de edades y sexos, desprovistos del menor recato, en busca de un rincón, entre los muchos del recinto, para realizar las necesidades fisiológicas más apremiantes.
En el sitio residen varias familias, y radica el bar Praga —pulcro a pesar de la apariencia interior del edificio—, pero, personas y personas, entran y salen de los bajos. ¿Qué hay ahí?, pregunté a un amigo. Espetó una lacónica respuesta: un baño público ¡Cómo...!, sí, un «solar donde abunda de todo en la Viña del Señor».
A Barreras, el fotógrafo, parado frente a la puerta principal del edificio, una mujer lo orientó donde orinar. Sus instantáneas fueron rápidas, a pesar de la oscuridad. El recinto está tapiado, y tiene simuladores de pared y puerta, pero se accede con facilidad. Antes de llegar al «Praga», cualquiera pasa por allí y se escurre hacia un interior abandonado. Vanguardia así lo captó al escudriñar entre el mal olor y aguas pestilentes y turbias: acumuladas por filtraciones, tupiciones o...
Orine, mucho orine encharcado, mezcla de aguas albañales, de lluvia y excretas humanas, todas expuestas a convertirse en foco de proliferación —si acaso no lo es— del Aedes aegypti.
También anda la posible permanencia de ese roedor que denominamos ratón. Frente a tanto abandono, sin respuestas aparentes, no quedó otro remedio que demoler el mutis individual y el asombro petrificante.
Un olor a aromatizante invade el ascenso al «Praga» —habilitado con baños, reservado y barra para inquilinos—, y en los bajos, camuflada, la fetidez legada por detritus humano o animal.
¿Quiénes conocen del hecho? Muchos, diría. ¿Cómo resolverlo? Con control y observancia, para imponer un coto. Al adentrarse entre paredes encerradas, el visitante se percata de la envergadura de un asunto que, una vez publicado, tal vez, tendrá la respuesta oportuna. Pero, ¿por qué esperar tanto?, para desterrar el privilegio aggratiandi ante ojos avizores inmersos en la cotidianidad de la Santa Clara de estos tiempos.
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Yoelki -