LYDIA CABRERA, FURIA DE AFROCUBANÍA (I)
Ante el reto de investigación y análisis de algunos componentes lingüísticos de ascendencia africana en la narrativa de Lydia Cabrera:
Por Yohania Machado Pérez
Cuba es el resultado de un complejo proceso de integración, de hibridación de pueblos, razas y culturas diferentes; tal como afirma Fernando Ortiz, ocurre una cocción, en la cual la Isla pudiera identificarse con la cazuela donde se depositaron las diferentes carnes y viandas, condimentos e ingredientes que, sometidos al calor brindado por los acontecimientos históricos, dieron lugar a un producto de presencia y sabor opuestos a sus componentes iniciales. (Ortiz, 1999)
Se forma así un "ajiaco" étnico y cultural resultante del proceso que Ortiz calificó como transculturación, cuando expresó:
Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque éste no consiste solamente en adquirir una distinta cultura, que es lo que en rigor indica la voz anglonorteamericana acculturation, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse una parcial desculturación y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudiera denominarse de neoculturación. (Ortiz, 1999: 86-90)
La cultura africana es un elemento esencial dentro de la cultura cubana, no está ni yuxtapuesta, ni subordinada. El negro llegó a Cuba como mercancía, como esclavo; expatriado y desarraigado por la fuerza, de sus regiones y raíces originales. Desde que en 1517 el rey Carlos i de España consignó la primera licencia para la introducción de esclavos negros en las Antillas y hasta la segunda mitad del siglo xix, se desarrolló entre África y América el comercio esclavista o trata negrera. (Franco Ferrán, 1986: 6)
Los traficantes procuraban cargar sus barcos con negros de variadas procedencias para aminorar así las posibilidades de sublevación. A Cuba se trajeron esclavos de una gran parte del África subsahariana, lo que explica la gran diversidad de grupos étnicos que participaron en el proceso ulterior de formación de lo cubano. Dentro de los principales
grupos étnicos introducidos entre los siglos xvi y las ocho primeras décadas del xix están: congos, lucumíes, carabalí y arará. (Ortiz, 1975)
Los congos fueron reconocidos como los esclavos procedentes de la cuenca del río de igual nombre, el que abarca los territorios de las actuales República del Congo, República Democrática del Congo y Angola. Con este nombre genérico se incluían numerosas etnias: ambundo, bacongo, bambala, bangui, kuba, y mongo, entre otros.
Este grupo, de filiación bantú, fue sin dudas el más numeroso de todos, especialmente en la región central del país, debido principalmente a las características físicas que los distinguían (corpulentos, fuertes y resistentes a las enfermedades); al ser esta una zona de influencia de tratantes portugueses que prevalecieron en el comercio negrero con Cuba.
Los lucumíes fueron aquellos esclavos formados principalmente por los pueblos yoruba de Nigeria occidental. Aunque menos numerosos que los congos, repercutieron por el desarrollo de su cultura de origen. Los carabalí, originarios del Calabar, en Nigeria Oriental, Gabón y Camerún, estaban integrados por diversas etnias: ekoi, ibo, ibibio, iyo, hausa.
Tales esclavos, por su fortaleza física, fueron destinados a las tareas más duras, como sucedía con las faenas de los puertos donde eran especialmente numerosos. Los arará comprendían a los hombres y mujeres procedentes del antiguo reino de Dahomey, en la actual República de Benin. Se integraban por etnias diversas: fon, mahí, adjá, ewé.
La trata produjo un resquebrajamiento de las estructuras culturales y sociales de los negros africanos transportados a Cuba, y trajo consigo, además, una enorme dislocación lingüística, pues el repertorio comunicativo de un grupo humano está íntimamente ligado a su realidad histórica, económica y social.
La esclavitud cubana puede dividirse en dos etapas perfectamente delimitadas: el período preplantacional y el período plantacional. Y este hecho ha tenido consecuencias importantes en la conformación cultural y lingüística del país. En la época preplantacional, el número de esclavos era relativamente reducido y, la población de color se encontraba en estrecho contacto con la blanca. Las fuerzas que propugnaban por una españolización lingüística progresiva de los negros eran poderosísimas.
El africano, durante esta etapa, trabajaba en las casas de los blancos y también laboraba en los campos. Las condiciones eran sumamente favorables a un proceso de apropiación de las peculiaridades del repertorio lingüístico de la clase dominante. En la Cuba de entonces existía la posibilidad -remota, pero real- de una cierta movilidad social para la población negra. Este posible ascenso social implicaba también un determinado acceso a la lengua de prestigio: el español.
Pero las circunstancias históricas cambiaron radicalmente, y la mudanza de dirección de la economía cubana hacia una de producción azucarera de base plantacional trajo consigo transformaciones en la población negra de Cuba. Es preciso recordar que en el siglo xix fueron introducidos en la .Isla más del doble de los africanos traídos en períodos anteriores; y todo proceso de repoblación masiva trae consigo inevitables secuelas culturales, sociales y lingüísticas.
En el siglo xix las condiciones que propiciaban una integración relativamente rápida a la cultura hispánica se trastocaron de la noche a la mañana. La situación del negro en Cuba se vuelve, en la sociedad plantacional, aún más intrincada. El contacto con África se intensifica y los nuevos esclavos eran llevados en gran número a los ingenios y obligados a vivir allí, casi aislados. En consecuencia, las relaciones con la población blanca no eran ya tan frecuentes y estrechas como antes.
La gran diversidad de pueblos, culturas y lenguas marcadas por las terribles condiciones de la esclavitud, contribuyeron propiamente a convertir a la raíz africana de nuestra cultura en la más diversa y rica en cuanto a expresiones que formaban la cubanía. La integración del componente africano a la cultura cubana comenzó, como hemos visto, en el momento de la conquista, y se intensificó en el período plantacional, a través de la esclavitud.
En la etapa plantacional de la historia cubana, las fuerzas que propugnaban por un desplazamiento rápido hacia el español distaban mucho de ser tan poderosas como antes. En las regiones donde predominaba la producción azucarera y, por ende, el barracón, los esclavos aparecían en un extremo de las edificaciones comunitarias; en los centros urbanos
importantes los esclavos domésticos y la población libre de color se hallaban en condiciones que favorecían el movimiento en la otra dirección social.
La incorporación del esclavo africano al sistema de explotación física impuesto por casi cuatro siglos, debía borrar su pasado, su cultura. Pero los africanos, para conservar alguna de las partes de sus culturas originales, se refugiaban dentro de sí, en sus mitos, creencias y sentimientos más elementales. Tuvieron entonces que ocultar a sus dioses bajo la figura de un santo católico.
Inconscientemente los negros africanos fueron mezclando creencias y procedimientos originales de sus etnias con aquellos a que eran sometidos u obligados a cumplir por sus propietarios. Forzados a un idioma común, el del conquistador y luego el colonizador o integrante de la sacarocracia criolla, los esclavos que pertenecían a diferentes grupos étnicos, se prestaron mutuamente conceptos, rituales, procedimientos curativos e incluso dioses.
La resistencia cultural de los pueblos africanos también incluye, como ya hemos visto, los avatares de las lenguas africanas llegadas al continente americano con el influjo colonizador. De acuerdo con Ricardo Vázquez, «(...) no se puede hablar de resistencia cultural sin tomar en cuenta el papel que tiene en esa confrontación el hecho lingüístico (...) Lengua y cultura conforman una unidad que fortalece, si se comprende su acción creadora, la visión de defensa de una integridad económica y social». (Vázquez, 2006:2)
Esta compleja interrelación entre lengua y cultura fue interpretada por autores como: Roman Jakobson y Edward Sapir. Jakobson señala que « (...) el lenguaje y la cultura se implican mutuamente, debiendo ser concebido el lenguaje como una parte integrante de la vida social y estando la lingüística estrechamente unida a la antropología cultural». (Jakobson, 1963:27)
Aún más clásica y controvertida es la vigente postura de Sapir acerca de las relaciones entre lenguaje, raza y cultura. Sus ideas sobre esta dinámica interrelación son las siguientes: «Y no creo tampoco que exista una verdadera relación causal entre la cultura y
el lenguaje (...) no hace falta decir que el contenido mismo del lenguaje está íntimamente relacionado con la cultura». (Sapir, 1974: 247-248)
El lenguaje es, entonces, «(...) una entidad independiente pero con una conexión estrecha y evidente con la cultura y, por tanto, establece vínculos interinfluyentes, dinámicos y complejos con ella». (Valdés, 2006: 3)
Las lenguas africanas no sobrevivieron como sistema de comunicación y sus remanentes solo pueden ser estudiados a través de cantos religiosos, libretas de apuntes, rezos, cuentos o narraciones, y también a partir del análisis del discurso de informantes relacionados o no con los diferentes cultos religiosos de ascendencia africana que hoy en Cuba se practican: Regla de Ocha,2 Sociedad Secreta Abakúa,3 Regla Conga o de Palo Monte.4 De manera general los fenómenos lingüísticos de ascendencia africana más significativos dentro de la variante lingüística del español de Cuba son los siguientes:
§ Aspiración de la -s- en sílaba trabada: [buhkárlo] ´buscarlo´.
§ Asimilación total de la -d- intervocálica: [Koloráo] ´colorado´.
§ Reducción de palabras: [tó] ´todo´.
§ Supresión en ocasiones del morfema -s- del plural: [éyo] ´ellos´.
§ Supervivencia de préstamos y frases de origen africano: "tener aché", "subírsele el santo a uno", "chivo que rompe tambor con su pellejo paga", "estar en las Quimbambas".
§ enriquecimiento semántico de voces españolas: santo, limpieza, trabajar, caballo.
§ Subsistencia de cantos en lenguas africanas.
Como hemos visto, el componente africano de nuestra cultura no puede limitarse únicamente a lo religioso, pues lo negro también alcanza su expresión en la música, el baile y el canto de nuestro pueblo; en los refranes, leyendas y en la variante lingüística nacional,4 como expresiones de la oralidad del cubano. (León, 1972:142)
Es en el siglo xix cuando en Cuba la esclavitud llegó a su máxima expansión y también a su abolición. Testimonio de los estragos del violento sistema esclavista impuesto en Cuba, fueron las páginas de la autobiografía escrita por Juan Francisco Manzano, a solicitud de Domingo Del Monte. Ya en 1868 Carlos Manuel de Céspedes llamó a los esclavos a la lucha por la independencia de Cuba y los calificó de hombres libres. A partir de este momento comenzó una larga lucha liberadora que unía a todos los componentes étnicos bajo una sola nación: Cuba insurrecta y mambisa.
El elemento negro constituye un eslabón determinante en el proceso de integración etnocultural cubano. El tema negro comienza a expandirse por las letras, las artes y el pensamiento cubanos, sobre todo, a partir de 1928. Por más de diez años de intensa actividad cultural e intelectual, el llamado negrismo deja de ser una moda para convertirse en "un modo" habitual de concebirse y representarse la identidad cubana. El negrismo invadió con declarado afán de primacía y exclusiva representatividad nacional la cultura cubana hasta la segunda mitad de los años 30. (Barquet, 2003)
En el negrismo hispanoamericano y cubano, la figura de más renombre fue Fernando Ortiz Fernández, reconocido por muchos como el tercer descubridor de Cuba. Ortiz, bautizó a la Isla con un símil cubano, un cubanismo metafórico: Cuba es un ajiaco (Ortiz, 1940); y expuso sus ideas en torno a la presencia africana en la cultura cubana al expresar que:
Toda cultura es creadora, dinámica y social. Así es la de Cuba, aún cuando no se hayan definido bien sus expresiones características. Por esto es inevitable entender este tema como un concepto vital de fluencia constante; no como una realidad sintética ya formada y conocida sino como la experiencia de los muchos elementos humanos que a esta tierra llamada Cuba han venido y siguen viniendo en carne o en vida para fundirse en su pueblo y codeterminar su cultura (...) El aporte del negro a la cubanidad no ha sido escaso. Aparte de su inmensa fuerza de trabajo, que hizo posible la incorporación económica de Cuba a la civilización mundial, y además de su pugnacidad libertadora, que franqueó el advenimiento de la independencia patria; su influencia cultural puede ser advertida en los alimentos, en la cocina, en el vocabulario, en la verbosidad, en la oratoria, en la amorosidad, en el maternalismo, en la descrianza infantil, en esa reacción social que es el choteo, etc.;
pero sobretodo en tres manifestaciones de la cubanidad: en el arte, en la religión y en el tono de la emotividad colectiva (...) La cultura propia del negro y su alma, siempre en crisis de transición, penetran en la cubanidad por el mestizaje de carnes y de culturas, embebiéndola de esa emotividad jugosa, sensual, retozona, tolerante, acomodaticia y decididora que es su gracia, su hechizo y su más potente fuerza de resistencia para sobrevivir en el constante hervor de sinsabores que ha sido la historia de este país. Los negros debieron sentir, no con más intensidad pero quizás más pronto que los blancos, la emoción y la conciencia de la cubanía. (Ortiz, 1940: 16-25)
Como producto de la excelente labor científica y etnológica desarrollada en este período, surgen: la Sociedad de Estudios Afrocubanos, presidida por Ortiz; la revista Estudios Afrocubanos, dirigida por Emilio Roig de Leuchsenring, y la revista Archivos del Folklore Cubano, bajo la dirección del propio Ortiz.
El auge alcanzado por los estudios folklóricos estuvo seguido por un afán de autoasimilación, de historicidad, que se expresó en manifestaciones como las siguientes: los recitales de poesía negra de la recitadora Eusebia Cosme; los primeros conciertos de música afrocubana, que tuvieron lugar en la Universidad de La Habana en 1937 con la participación de los tamboristas e informantes yorubas Pablo Roche y Jesús Pérez; las composiciones de Alejandro García Caturla; «La Rebambaramba», de Amadeo Roldán; los cuadros de Eduardo Abela, Carlos Enríquez y Wifredo Lam; los poemas «Bailadora de Rumba»,de Ramón Guirao; «La Rumba», de Tallet; «Liturgia», de Carpentier; «Cuba, Poesía», «La Comparsa Habanera»6 y otros de Emilio Ballagas.
Muy significativa es la ascendencia africana en la expresión literaria, porque esta enriquece la comprensión del proceso de transculturación y, en el caso de los textos etnoliterarios, estos ofrecen una apropiación peculiar y necesaria del papel de los pueblos ágrafos. Los textos literarios han coadyuvado a mostrar cuánto Cuba era ya tierra mestiza de cubanos, conscientes de la búsqueda de su identidad en las raíces africanas.
0 comentarios