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Solitario universo artístico

Por Luis Machado Ordetx

NADA DE OCIO: si la dejan hablar no tiene para cuando concluir. Al emprender lo propio —la pintura—, el deleite por absorber la naturaleza y los vericuetos por adentrarse en sus misterios, la impulsa a un constante bregar.

Responde al nombre de Juana Isabel Coello Trimiño, y desde que se aventuró a los estudios en el antiguo Instituto Pedagógico Makarenko, en Tarará, Ciudad de La Habana, abrió su imaginación al firmamento artístico con apenas 25 años.

Luego se graduó en la antigua Academia Leopoldo Romañach, en Santa Clara, y un tiempo después volvió a la capital y recorrió Pinar del Río y Camagüey en proyectos culturales, hasta que nuevamente ancló en esta ciudad para «reasumir» actividades de técnico en montaje artístico.

Hoy tiene más de seis décadas de vida, y la pintura y el dibujo se convirtieron en una obsesión: el agrado por la flora y la fauna cubanas, el folklore yoruba y las conceptualizaciones del arte popular, la llevan a apoderarse de una manera original en la fascinación de la realidad.

Es ahí donde resurge el goce individual por el puntillismo, la visión de las particularidades de esa técnica neoimpresionista y la inspiración perfeccionista que la animan.

Deudora de los legados impuestos a finales del siglo XIX por los maestros Paul Signac y George Seurat
—inventores de un virtuosismo estilístico capaz de montar escenas en puntos de color, para, una vez completados en la distancia, ofrecer orden y claridad—, Coello Trimiño decantó su versatilidad pictórica.

A mediados de la década de los setentas su presencia fue recurrente en salones colectivos y personales, sitios donde acumuló premios y menciones. Ahí, sobresale, entre muchas obras, el tríptico de «Los perros», así como «El caballero de los gorriones» y..., por solo citar parte de las últimas invenciones.

Intrigado por su manera de pintar y forjar las atmósferas, floreció un diálogo.

¿Por qué el gusto hacia la herencia de los neoimpresionistas, tan alejados estilísticamente en el tiempo?

— Mi visión es propia, sin el respeto total a las claves y normas específicas, solo parecida en el regodeo de la naturaleza, la aplicación de pinceladas yuxtapuestas de colores puros y la búsqueda de intensidades y tonalidades. Así surgieron muchos de los cuadros, y por tanto un estilo o un discurso del que no deseo despojarme. Hay una ruptura con la luz y los colores, para mostrar la distancia, y también el acercamiento del público.

¿Qué ofrece Santa Clara, tras ausencias y reencuentros?

— Todo o casi todo en su naturaleza. La obra, la más importante, está aquí, lugar en el que se queda para beneplácito de quienes conocen de una mirada escrutadora o de un deambular sin rumbo fijo, donde jamás pretenderé ser un parásito. Hay deseos de utilidad en todo lo que hago. Aquí encontré las posibilidades para pintar, y por tanto me hallo a plenitud.

¿Los premios interesan?

— No pinto para contentar a nadie, y tampoco por encargo. Si vienen los lauros, entonces son recibidos. Cuando comienzo una obra, sobre todo en tempera por la economía que brinda —aunque empleo cualquier material—, hasta que no acabo, el gusto anda como escapado y deseoso de contemplar lo soñado.

¿Eres una creadora popular en lo amplio y diverso del concepto?



— Eso es discutible. Mi arte es popular, y va a las raíces y a la realidad inmediata. No todo lo popular es primitivista o Naif. Ahí está cómo aprecio el entorno y nuestra historia e idiosincrasia: esa que algunos carentes de sensibilidad no la perciben, y sin embargo está frente a todos Tengo formación académica, jamás lo negaré, pero la imaginaría se esconden en el hallazgo de lo anecdótico y del cromatismo y el estilo diferente que asumo. Por tanto, tiene su mayor detenimiento en lo popular, sin que esto entrañe lo vulgar o lo chocante de un momento determinado.

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