REMOS DIARIOS DEL CUBANO
Por Luis Machado Ordetx
Peregrinos pensamientos, convertidos siempre en amenazas, torpedos y atentados por una vía u otra contra el ansia de soberanía inclaudicable —sentido que se afinca en nuestra idiosincrasia y nacionalidad—, se impulsan desde antaño, en fecha de 1805, sobre Cuba. Los enemigos latientes ubicados en trono herido, pretencioso y hegemonista de las consecutivas administraciones de Norteamérica: Jefferson («hermanar a la Isla» con las posesiones estratégicas de Luissiana y la Florida), Quincy Adams, el artífice de la «Fruta Madura» de Monroe; Hamilton Fish, el mayor connotado contra los artífices revolucionarios de Yara, así como Theodore Roosevelt u Orville H. Platt y... Tal parece que Martí, el más universal de todos los cubanos, el hombre que cayó en Dos Ríos en el empeño de Cuba, previó con solo 20 años, desde Sevilla, España, que ante los connotados enemigos «Es la independencia el esfuerzo supremo de mi patria porque se siente unida en una aspiración fuerte, compacta, potente, ilustrada, rica, amada, requerida por la más fecunda prosperidad...»;[1] esa que en nuestros días conforta a los hijos de esta tierra a no atajarse ante los imposibles y las tormentas —vengan de donde sean—, que la quieran azotar. Otra vez, al retomar la Historia de la Enmienda Platt. Una interpretación de la realidad Cubana, escrito por el erudito Emilio Roig de Leuchsenring,[2] las tasaciones de denuncia de la aberración impuesta a la Isla en el nacimiento de su República «mediatizada» —en política y economía dirigida desde los Estados Unidos—, reentroncan con las formuladas años después frente a los parlamentos del Plan Bush: Informe de la Comisión para la asistencia a una Cuba libre, blandidos desde posiciones de la ultraderecha radicada en la Nación norteña. Recuerda el investigador que en el número del Congressional Record, de la sesión del Senado de los Estados Unidos del 26 de febrero de 1901, el artículo tres y quinto, respectivamente, del texto concuerda con lo firmado al Apéndice Constitucional Cubano y el Tratado Permanente: «Qué el Gobierno de Cuba consiente que los Estados Unidos pueden ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un Gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad, libertad individual y para cumplir las obligaciones que, con respecto a Cuba, han sido impuestas a EE.UU., por el Tratado de Paris y que deben ahora ser asumidas y cumplidas por el gobierno de Cuba.»[3] El último indica: «Que el Gobierno de Cuba ejecutará y en cuanto fuese necesario cumplirá los planes ya hechos y otros que mutuamente se convengan para el saneamiento de las poblaciones de la isla, con el fin de evitar el desarrollo de enfermedades epidémicas e infecciosas, protegiendo así al pueblo y el comercio de Cuba, lo mismo que el comercio y al pueblo de los puertos del Sur de los EE. UU.»[4] El contexto, de allá a acá, cambió, pero aun cuando media un siglo y un lustro de aquella «enmienda» presentada el 25 de febrero de 1901 al Senado por Orville H. Platt, representante por Connecticut al Congreso de los Estados Unidos, existe demasiado parecido a lo suscrito en el Plan Bush. El capítulo 2 de ese documento, con 98 páginas y 100 recomendaciones, reseñado a acciones inmediatas, a mediano y largo plazo, para «Enfrentar las necesidades básicas en las áreas de Salud, Educación, Vivienda y Servicios Humanos», así lo revalida: Al indagar en el sitio digital http://www.cubavsbloqueo.cu, encontramos que desde los Estados Unidos subrayan: «La Oficina de Asistencia a Desastres en el Exterior de la AID debe realizar una valoración sobre el terreno para determinar la situación de la distribución de alimentos, el estado nutricional de los niños, la disponibilidad y situación de las viviendas, la situación del transporte y las comunicaciones, la producción agrícola, el suministro de agua, las condiciones sanitarias, el estado de las instalaciones médicas, las condiciones de las escuelas y los suministros a estas, la situación de la microeconomía y una recomendación de las medidas prácticas para solucionar los problemas y situaciones detectados». «Los esfuerzos iniciales deben incluir [...] necesidades de cuidados de enfermedades crónicas e inmediatas de las personas ancianas tanto en la ciudad como en el campo [...], adecuados tratamientos médicos, especialmente para enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión y las necesidades de aparatos asistenciales. En tanto la situación nutricional de la tercera edad plantea que ha sido reportada de severa, deben establecerse evaluaciones y monitoreos del estado nutricional y de la situación de salud integral para evitar la malnutrición y crisis médicas severas...» Tamaña equivocación. Tal parece que no recuerdan la impoluta prédica martiana afincada entre los cubanos, quienes en los primeros días de marzo de 1901, ante la aprobación de la Enmienda Platt en el Congreso Norteamericano, enviaron a los periódicos estadounidenses una invocación al pueblo de ese país. Hoy, la alerta sigue en pie: «La independencia absoluta, la soberanía completa —sin limitaciones aquélla, sin mixtificaciones ésta— fueron y son la eterna, inquebrantable e irreductible aspiración de la patria cubana».[5] Martí, el ferviente, con los remos competentes para conseguir la victoria, aunque en el empeño se escapara la vida, dijo que «La libertad obliga a la prudencia: los mutuos deberes al respeto...»[6] Tal fue así: prefirió declarar desde los Estados Unidos, en 1889 —como el que otea al futuro en defensa constante por Cuba y las repúblicas sudamericanas—, que «... Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad».[7] De ese modo encaró la muerte y legó un ejemplo de trascendencia histórica y social frente a cualquier adversidad y prepotencia gubernamental.[1] José Martí: «La Solución. La Cuestión Cubana», en Obras Completas, tomo I, p.107, Editora Nacional de Cuba, 1963.
[2] Emilio Roig de Leuchsenring: Historia de la Enmienda Platt. Una interpretación de la realidad Cubana, Editorial de Ciencias Sociales, 1973.
[3] Idem., p. 23
[4] Idem.
[6] José Martí: «A la Colonia española», Op. cit., p. 137.
[7] Idem, p. 241.
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