LYDIA CABRERA, CONTEXTO LITERARIO CUBANO (II)
Por Yohania Machado Pérez
A partir del reconocido origen de la literatura cubana, desde el poema épico Espejo de Paciencia,7 hay en nuestras letras un incipiente criollismo, muestra de la nueva realidad económica, política y social de Cuba en el siglo xvii en la que aparece ya el componente africano. Lo criollo en el poema de Balboa incluye ya una visión realista de la presencia del negro en la literatura cubana, primicia de lo que en siglos posteriores sería considerado como costumbrismo. (Varios, 1983:33)
El negro y su mundo: mitos, costumbres, religiones, surgen con mayor fuerza en la narrativa cubana a partir de los cuadros costumbristas que se dan a conocer desde fines del siglo xviii en la prensa habanera, específicamente en el Papel Periódico de La Havana (1790). No es hasta la década de los años 30 del siglo xix que brotan obras narrativas breves, tales como Una Pascua en San Marcos, de Ramón de Palma, El Ranchador, de Pedro José Morillas y El Niño Fernando, de Félix Tanco, en las que el negro aparece representando a esclavos, criadas, caleseros, guardieros.
«En el siglo xix lo popular descansó en la décima, llevando los caracteres del ambiente y de las razas que luego serán huellas de nacionalismo, si los consideramos dentro de las fórmulas sociales definidas». (Guerra, 1938) El texto-disertación hace referencia a la obra poética del escritor cubano Manuel Cabrera Paz, y expone las particularidades de los versos, en los que la voz del negro aparece como protagonista en cautiverio, como tipo de la época.
Esta impresión del costumbrismo del siglo xix constituye un antecedente primordial de lo que después sería la literatura negrista del siglo posterior. Decimos antecedente porque el negro es visto por el costumbrismo desde una óptica que responde a los intereses y preocupaciones de los blancos; por eso aparecen en estas breves narraciones como personajes estereotipados y estigmatizados, hechos que luego el naturalismo refleja de una manera más integradora.
A partir del naturalismo y en las dos primeras décadas del siglo xx comenzaría a darse una visión más directa y realista, como expresión del esencial proceso de integración etnocultural que iba aconteciendo, en el que subyacen nuevas formas de explotación y de discriminación, otras variantes de las injusticias y fraudes de los poderosos para enriquecerse y mantener sus privilegios.
Ya a partir de la tercera década del siglo xx, en el marco de consolidación de la cultura nacional cubana, el tema negro alcanza rango preponderante, acontecimiento evidente en las primeras producciones poéticas de Nicolás Guillén: Motivos de son (1930) y Sóngoro Cosongo (1931); así como en Emilio Ballagas, Ramón Guirao, José Zacarías Tallet, entre otros.
Muchas de estas obras fueron recogidas en antologías poéticas como las preparadas y prologadas por Ballagas: Antología de la poesía negra hispanoamericana (1937) y Mapa de la poesía negra americana (1946); y la de Guirao: Órbita de la poesía afrocubana 1928-37 (1938).
En el campo de la narrativa se destacan las novelas ¡Ecue-Yamba-O! (1933), de Carpentier; El negrero (1933), de Lino Novás Calvo; Caniquí (1935), de José Antonio Ramos, El negro que se bebió la Luna (1937), de Luis Felipe Rodríguez y ...
Entonces aparecieron también antologías de cuentos como: Cuentos contemporáneos (1937); el libro de leyendas ¡¡Oh, mío Yemayá!! Cuentos y cantos negros (1938), de Rómulo Lachatañeré; Cuentos y leyendas negros de Cuba (1942), de Ramón Guirao; Cuentos negros de Cuba (1940) y Porqué...Cuentos negros de Cuba (1948), de Lydia Cabrera; Cuentos populares cubanos, en dos tomos (1960 y 1962), de Samuel Feijóo.
El auge de los estudios folklóricos también favoreció un aumento en las producciones de carácter litúrgico, que, en su mayoría, realizaron interesantes acotaciones sobre la presencia africana en la cultura cubana. En este sentido sobresalen: Manual de Santería (1942), de Rómulo Lachatañeré; El Monte (1954), de Lydia Cabrera; Diálogos imaginarios (1979), de Rogelio Martínez Furé.
Esta literatura, tanto la historiográfica, la asociada a contenidos litúrgicos y la artístico-literaria afiliadas al tratamiento del tema del negro, entrañan un acercamiento consciente a la vida sociorreligiosa, a la cultura, a las costumbres, en fin, a los componentes identitarios asumidos en toda la herencia cultural africana.
El influjo del componente africano se transmitió en Cuba, principalmente, mediante la tradición oral, que recogía un considerable número de mitos y leyendas, conocidos como patakíes y kutuguangos. Los escritores cubanos que integraban la corriente negrista -y en particular Lydia Cabrera- se ocuparon, en gran parte, de aunar la tradición folklórica de origen africano a través de la inclusión, en sus páginas, de patakíes y kutuguangos.
La cultura africana posee un riquísimo corpus de mitos que se ha transmitido de generación en generación. Estos relatos de carácter religioso reciben el nombre de patakíes o kutuguangos, y los patakíes son los mitos recogidos por la tradición folklórica de ascendencia lucumí; mientras los kutuguangos, pertenecen entonces al complejo mítico de filiación bantú.
Como sucede en todas las mitologías, tanto los patakíes, como los kutuguangos, nos obligan a retroceder cronológicamente hasta los tiempos aurórales, y representan el sagrado momento de los orígenes del mundo y de la especie humana. Los fieles no consideran estas narraciones como cuentos, por el contrario, para ellos constituyen una realidad plena: la verdad más profunda, primordial y última.
Los mitos explican los fundamentos del universo y de los seres que lo pueblan. Al recitar los mitos el hombre actual reconstruye la era fabulosa de los dioses y los héroes. Al "vivirlos" (o "re-vivirlos") religiosamente hablando, es decir, al recobrar la memoria del grupo, se sale del tiempo profano y cronológico para entrar en un tiempo "místico", repleto de energía vital y de prodigiosa fecundidad. La resurrección (por vía narrativa) de esa realidad prístina, original, permite que se justifiquen y reglamenten las creencias, que se garantice la eficacia de los mitos y que se establezca la tabla de valores que debe guiar la existencia humana.
La variedad infinita de los patakíes y los kutuguangos impide arribar a una clasificación exhaustiva. Mencionemos tan sólo las categorías fundamentales:
§ Mitos cosmogónicos: relacionados con el origen del mundo.
§ Mitos teogónicos: vinculados al origen de los dioses.
§ Mitos antropogónicos: relativos al origen del hombre, de las relaciones sociales.
§ Mitos etiológicos: relacionados con la explicación y el surgimiento de las cosas.
Los primeros mitos de procedencia africana transportados por los negros esclavos, sufrieron un proceso transculturativo. A diferencia de las oraciones que eran dirigidas a los dioses, los patakíes y los kutuguangos formaban parte del complejo adivinatorio; se relataban, con el propósito de ser entendidos, a creyentes que poco a poco habían ido perdiendo el conocimiento de las lenguas africanas originarias.
Así, el mito sufría varias traducciones. Del conocimiento que tenían las personas que habían vivido separadas de sus raíces lingüísticas por décadas, el mito pasó a formar parte de la tradición folklórica de aquellos que solo empleaban las lenguas africanas dentro de marcos estrictamente litúrgicos.
No podemos describir cuánto sufre el mito en este proceso, pero sí podemos afirmar que el mito de ascendencia africana rueda de boca en boca, de generación en generación, modificándose constantemente. Así, el mito proyecta la existencia a lo sagrado. Por él se deja de vivir en el mundo cotidiano y se penetra en un mundo transfigurado, modulado por la imaginación y el deseo, de lo que constituye acaso su más depurada expresión. El mito, aún como parte de la expresión literaria, es variable.
La literatura narrativa de Lydia Cabrera ofrece ya no sólo una perspectiva folklorista -la recopilación de historias tradicionales, de patakíes o kutuguangos, vinculados a un rico trasfondo ético-religioso-, sino también una óptica que permitió la integración de lo africano a lo cubano con claros propósitos de denuncia social desde la apropiación crítica de la literatura.
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