DE LELLIS EN SANTA CLARA
Por Luis Machado Ordetx
- - Confesiones tomadas de los diálogos sostenidos con el declamador villaclareño Severo de la Caridad Bernal Ruiz [Santa Clara, 1918-Id, 1990], quien desplegó una profusa correspondencia con el poeta e investigador argentino Mario Jorge De Lellis.
«Pero las palabras son tan generosas/ Como tarjetas de crédito;/ Tan veraces / Como bancos financieros.»
Luis Sexto[1]
Allá, en las calles de Almagro, en Argentina, el poeta Mario Jorge De Lellis,[2] degustó una que otra vez la candidez del aroma de los puros cubanos, desde la mirada de la fragancia del humo, casi seguro, compuso encendidos versos entre el misterio, la palabra, los sorbos de vino y la muchedumbre que frecuentó los cafetines enclavados en Corrientes y Medrano, su sitio preferido.
A mediados de la década de los años 40 del pasado siglo, ya consagrado en la poesía y el universo de la intelectualidad argentina, recibió allá en su pueblo natal de Almagro, algunos envíos reiterados de habanos elaborados a partir de hojas cosechadas en zonas de Manicaragua o Neiva, a más de 320 kilómetros al este de la capital de Cuba; los despachos de pequeños bultos eran hechos por escritores residentes en Santa Clara o Caibarién, todos amigos de De Lellis por medio de las correspondencias.
El contacto del argentino con los cubanos ocurrió a partir de las lecturas que realizó de la revista Archipiélago, una voz de tierra adentro para el Continente [Caibarién, 1943-1947], publicación en la que aparecían trabajos literarios concebidos por los escritores Ramón Arenas Hernández (Ramiro de Armas), Quirino H. Hernández, Adolfo A. Menéndez Alberdi, Onelio Jorge Cardoso y Severo de la Caridad Bernal Ruiz, entre otros.
Innumerables fueron las cartas de un lado y otro desde las Antillas Mayores hasta Sudamérica, y en ese intercambio epistolar también se acogieron los argentinos Juan Carlos Stella, el cantante y locutor Eduardo Rayo, el escritor gallego Xavier Bóvedas, María Teresa de León y Rafael Alberti, todos residentes en tierras de Buenos Aires, al igual que Manuel Hurtado de Mendoza, propietario de la Editorial Pleamar.
La poetisa Teodora (Nena) Olivera Ruiz, residente en Santa Clara, afianzó los intercambios de versos, y de ese epistolario mutuo con los argentinos, llegó a esta ciudad cubana el original libreto radial que escribió el gallego Xavier Bóvedas durante la presentación de Nicolás Guillén en la emisora L.R-2, Radio Argentina, ocasión en que fue pública la edición de El Son entero, texto salido de la imprenta bonaerense en julio de 1947.[3]
De Lellis, por su parte, traslada poemas incorporados luego a sus libros Siglo Rojo (1943); Litoral de Angustia (1949), así como Melodía por dentro (1951) y Cantos Humanos (1956), al tiempo que comenta aspectos de la biografía que prepara sobre César Vallejo y de la renovación estética que recibe el verso hispanoamericano a partir de la visión singular de la realidad y el compromiso social.
Severo Bernal, el Declamador Dilecto de Las Villas, mostró con satisfacción un ejemplar de Siglo Rojo: Veinte poemas para el siglo xx, de 1943,[4] enviado con una dedicatoria autógrafa del autor al villaclareño; incluso, remite una fotografía en que esconde la cabellera bajo la protección de un negro sombrero.
El poeta argentino, considerado como una sólida voz contemporánea del pasado siglo en su país, comenta sobre el barrio natal y las calles de Almagro,[5] entre los que resaltan a su gusto Salguero, Valentín Gómez, Corrientes y... También vibra con el «Puente de Bustamante»:
«Pasaba el puente mismo,/ El morirse en las vías, el despedirse en humo,/ Y voz entrecortada,/ Y pasaba Palermo, pringues, barrios pobre.»
Todo constituyó síntesis en la perdurabilidad de las palabras; en la mejor expresión futurista de las metáforas y en el sabor de la influencia perenne del verso redescubierto por el peruano Vallejo.
En «Canto a los hombres de papel sellado», De Lellis insiste en este poema incorporado al libro Cantos Humanos:
«Uno los ve con corbatas y gominas,/ Electores correctos,/ Fanatizados cuerpos bajo el saco,/ Inmóviles, de negro, cerrando abriendo puertas,/ Decreciendo en constante pulso inútil.»
Toda la obra literaria del argentino constituye una pauta continuadora del resurgir de Vallejo, de la influencia telúrica de González Muñón, y del propio Nicolás Olivari; tiene una manera singular de cantar a las cosas insignificantes o no que rodean al hombre, y los que abren surcos de perfectibilidad en el mejoramiento social.
A Santa Clara, recordó Bernal Ruiz antes de su fallecimiento, llegó un hermosísimo «[...] sonetario "Tiempo Aparte" y se entabló con rapidez un intercambio epistolar que, tampoco sabemos, por qué quedó trunco. Pero hemos observado siempre con devoto cariño las maravillosas cartas De Lellis, las que a cada rato leemos con renovada fruición, como si hubiesen acabado de llegar a nuestras manos.»
ALGUNOS TEXTOS INÉDITOS
Decía De Lellis: «Las cartas son los mejores apretones de manos de amigos que están lejos, quizás para siempre en la vida.», pues, apunta Bernal Ruiz, traían siempre grandes jirones de su alma, de sus ilusiones, de sus triunfos y fracasos en la vida.
Recordamos, dice el Declamador Dilecto de Las Villas que cuando el argentino hablaba de su gran Ciudad, la que lo viera nacer, exponía: «[...] Si estuvieras en Buenos Aires, mi amigo Bernal, pasarías añorando tu Santa Clara, tu aldea, como tu la llamas. Esto es un tropezar continuamente con la muchedumbre, es un estar día tras día buscando negocios, viviendo del dinero. El tren de vida es muy violento. La vida se ha encarecido el 60% y la gente anda de un lado para el otro, atareada con su signo de pesos ($) sobre los hombros. Yo trabajo bastante, pues debo continuar un negocio que ya mi padre, que frisa en los 70 años, debe ir abandonando. Así que cuando dejo mi oficina, a las siete de la tarde, me encuentro con que se me ha ido el día entre multiplicaciones y llamadas telefónicas. Asimismo, empleo las horas en que mi propio fervor me guía, no haciéndome de ello un deber ni mucho menos, un rumbo. Escribo cuando tengo necesidad imperiosa de hacerlo (por ello es que hay quien dice que con leer mis libros basta para enterarse de mi vida íntima y sentimental.»
Sigue luego De Lellis: «El poeta ha estado mal pago siempre y quien debiera vivir de sus versos estaría condenado a morirse de hambre, máximo aquí donde no existen oficinas de esa índole y donde los poetas son tildados en el 98% de la población como gente loca, perezosa, vividora de sus padres o sus esposas, vanidosos seductores, engreídos de una personalidad que no les sirve para enterar al estómago del bocado de un pan duro, tontos de pelo largo que sirven para hablar de la rosa y de la luna. No se le concede al poeta la verdadera misión artística. Aquí se venera a un músico extranjero; se suspira por un pintor de fama, un Portinari o un Scotti; pero, mientras para expresar el punto máximo de inspiración de un músico, de un pintor, hasta de un político sincero, se dice: es un poeta, al verdadero poeta, al loco de las rosas y de la luna, al tonto que escribe versos no se le lee y, si alguna vez reparan en él, desacostumbrados como están a leer poesías, no le entienden.» V. www.boedoweb.com.ar
En otra carta de 1945, expresa: «Mi vida, amigo Bernal, se sucede invariablemente en noches alargadas por el grupo cálido de amigos, bebedores todos ellos, los cuales tanto atacan con un tema literario, musical o plástico como con temas de política, carreras de caballos, anécdotas donjuanescas, recordaciones de borrachos, burlas hechas a la policía -a la cual no se le estima mucho-, y cuando el vino se sube a la testa son los primeros en irrumpir con cantos tristes o alegres. He sido siempre enemigo de la cosa estudiada, de las reuniones tipo "peñas", de los intelectuales que llevan de antemano el tema que van a tratar. Prefiero la gente que, teniendo encima verdaderos problemas económicos, sentimentales. Y hasta literarios (que son frecuentes en esta ciudad grande, de buena comida, pero de poco aire) viven tratando de ahogarlos con la charla trivial, ligera, pero humana. Es todo lo que he pedido a los hombres: ser humanos. Me resulta mucho más interesante escuchar el relato de una mujeres cualquiera que prestarle oídos a una "profesora de filosofía y letras" que viva atada a esa nueva fiebre de existencialismo que ha despertado Sartre.»
Luego De Lellis, andariego impenitente hace viajar espiritualmente a través de sus paisajes sublimes: «Te dije que estuve en tierra argentina hace unos días -en carta cuenta desde Santiago de Chile-, estuve solamente un día, ocupando los otros dos en viajar, ya que hice el trayecto en automóvil y me duró doce horas la travesía de la cordillera. Si te conté que los Andes son admirables desde el tren, te digo ahora que en auto se aprecia mucho más. El pico del Aconcagua, nevado y de color cenizo anciano eterno, el Juncal, con sus paredes de piedra roja y el gorro de nieve blanca, el Tupungato, enorme y solemne, los Penitentes, que son rocas caprichosas en forma de monjes que van en fila penetrando en una arcada (cosa más extraña) el río Blanco, el río Mendoza; Portillo, en el lado chileno, con su cuesta; las cortaderas de Polvareda, en Argentina, con desfiladeros terribles y estrechos, con lugar para un solo coche, corriendo abajo a 300 metros un precipicio por donde anda la corriente del río Mendoza; Puente del Inca, con las antiquísimas construcciones que hicieron los indios para comunicar el Tehuantisuyo con Chile por el Tucmá (o Tucumán, nuestra actual provincia); la Quebrada del Torreformada por paredes paralelas de piedra alta y diforme, hermosa y honda de color y perspectiva; los caracoles de Villavicencio, caminos en forma de caracoles que suben hasta 1800 metros de altura y otras cosas son detalles hermosísimos que han vuelto a cautivarme.»
Más adelante, de Lellis comenta versos del poeta villaclareño José (Pepito) Sardiñas Lleonart,[6] a quien admira, y expone: «El propósito de Pepito de que prologue su libro, me llena de orgullo y de honor. Pienso en realidad que Sardiñas es un gran poeta y no soy yo el más distinguido ni el mejor acreditado para hablar de él. Pienso si no sería una cosa buena que un poeta de la fibra de nuestro Guillén se enterara firmemente de la existencia de los sonetos de Sardiñas. Digo los sonetos, pues es en esa poesía donde encuentro a nuestro amigo más asentado y más valorable. A pesar de ello, y ya que tuve intenciones de hablar de Sardiñas en el diario Clarín, de Buenos Aires,[7] acepto ese prólogo, que es la cosa que haré con mi más grande ansiedad y colocado en el toda esa vibración que experimenté cuando caen en mis manos las hermosas composiciones de Sardiñas.»
CODA
Recién un amigo regresó de Argentina, y de allá, de Almagro, trajo una fotografía de la poetada de Las Violetas, un cafetín en la Avenida Rivadavia y Medrano; justo allí, donde el poeta solía conversar con los amigos; sitio en que tomaba el pulso al diálogo con el regusto por el sabor y el aroma de un excelente vino o de un puro cubano. Una tarja en esa cafetería dice: «Esquina Mario Jorge De Lellis», y pienso en el tributo de recordación imperecedera al bardo hispanoamericano.[8]
Toda la poesía que escribió De Lellis, es humana por la atmósfera recreada e inmiscuida en las realidades sociales; al estilo de un presentismo angustioso que calza la expresión del alma musical de las amplias multitudes y de enfrentamiento a todo acto imitable de la naturaleza y de erudición intelectual; hecho ese que lo ubica dentro de la rica tradición hispanoamericana en cualquier instante de exaltación a lo mejor y más variado de un canto antológico en nuestro panorama literario contemporáneo.
[1] Sexto Sánchez, Luis (2007): Profesión de fe, en Con luz en la ventana, p. 10. La Habana, Editorial Pablo de la Torriente Brau.
[2] Mario Jorge De Lellis [Almagro, 1922-Id., 1965]. Poeta e investigador. Autor de: Flores del silencio (1941); Cantos de la Techa negra (1942); Siglo rojo (1943), Tiempo aparte (1946); Calles de Marzo (1947); Litoral de angustia (1949), Melodía por dentro (1951) y Ciudad sin tregua (1953), entre otros. Autor, además, de una biografía sobre el poeta peruano César Vallejo.
[3] V. Machado Ordtex, Luis (2006): «Esencias volcánicas», en Kilates del testigo, pp. 109-138. Villa Clara, Editorial Capiro.
[4] De Lellis, Mario Jorge (1943): Siglo Rojo: Veinte poemas para el siglo xx. Argentina, Sofá Cover.
[5] ____________________ (1965): Ortigal de Almagro. Argentina, Falbo Librero Editor.
[6] Sardiñas Llleonart, José [Santa Clara, 1928-La Habana, 1986]: Escribió los poemarios Isla de Sangre [y] Elegías de Sueño y Tierra (1949); Nadie (1952); Ternura enamorada (1963), Manual de los pasos entusiastas (1964) y Azar del Júbilo (1965). V. Diccionario de Literatura Cubana (1983): t. ii, pp. 956-957. La Habana, Editorial Letras Cubanas.
[7] El prólogo que escribiría De Lellis era para Islas de Sangre (1949), pero no llegó a tiempo a la imprenta en el momento de emplane del poemario. No obstante, hizo, tal como resalta, el debido comentario para la página cultural del diario Clarín correspondiente al mes de febrero de 1949.
[8] V. www.cuspide.com/isbn/9508435542
www.elportaldeltango.com/historias/troilo
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