BALLAGAS EN SOMBRA: CÓDICES DEL SILENCIO (lI)
Ballagas en sombra (Editorial Capiro, 2010. Colección Premio), es un libro que pone un énfasis desacralizador por deconstruir un mito de la poesía cubana contemporánea y acercarlo a una propuesta más humanizada en nuestro tiempo. Por vez primera, en ocasión del aniversario 56 del fallecimiento del poeta camagüeyano, aparecen algunos de los fragmentos que componen el primer capítulo de ese ensayo literario, compuesto a partir de documentaciones inéditas escritas por el Ballagas o algunos de sus amigos más cercanos. Tributo a un poeta, también al hombre, que aún yace sin exhumar su cadaver, en el Cementerio de Colón, en Ciudad de La Habana, ciudad en la que falleció el sábado 11 de septiembre de 1954.
Por Luis Machado Ordetx
Muchos de los criterios expuestos en la ensayística de ese escritor, y hablo desde «La poesía en mí»; los dedicados a Sergio Lifar o Rosanrd, hasta «Castillo Interior», tienen fundamentos previos o posteriores en una carta que remitió a Severo Bernal en 1939:
«[…] Escribir hoy en día, supone las más escrupulosas responsabilidades para no caer en portorriqueñismos ni en centroamericanismos. Tener un cúmulo de conocimientos prácticos y teóricos enormes; amar la naturaleza hasta dañarnos, durmiendo debajo de un árbol noches enteras, recorriendo a pie los pueblos como hacía Unamuno, como hace John Dos Passos... o en borrico como Juan Ramón en Platero, comulgando sinceramente con hombres de todos los oficios, de todas las razas e ideas. Y saberse el idioma. Ahora que soy profesor de Gramática lo sé, aunque siempre lo adiviné. Trágico el destino de las provincias donde no hay público para crear un teatro, donde no hay oídos para una coral popular ni sensibilidades finas para el verso. En toda Cuba pero más aún en el interior, hay que ir contra el aplauso; torcerle el pescuezo, buscar otros estímulos más positivos o más ideales. Nosotros mismos tenemos en parte la culpa, por intentar divertir alguna vez a la gente con la gracia dolorosa y el sagrado dolor del negro; por elevar a categoría de arte el chiste reiterado; por no engrifarnos contra el ambiente que, de un modo o del otro, nos desamparará siempre, porque nuestro vinagre no se compadece con su aceite burgués y digestivo.
Mientras ya sea necesario acudir al «Doctor fulano» para realizar el orden espiritual, estamos perdidos. Los doctores no son nada ni saben nada ni aman nada que no sea su mediocridad de orondos pavos de aldea. Los profesores, pluma de ave ridícula; los abogados, aspirantes a políticos y cazadores de pleitos; los médicos, gente más útil sin duda, pero que no han descubierto tampoco el Mediterráneo. Yo miro con bastante ironía al que me dice Doctor y con mucho cariño al que sin intenciones de faltarme al respeto me llama por mi nombre de pila. Después de todo, como decía la negra Horacia,(1) «cuando te muera, Dios no te pregunta má que si tú fuíte bueno, y no te ñama dotó sino como lo nombre que te puso e cura». La gente se reirá, pero Horacia le da más Color y sabor a Cuba que todos los doctores juntos y la sociedad picúa que da vueltas por el parque...»
Toda explicación es superflua: cree a toda costa en la salvación del país, y mira desde la perspectiva del profesional amparado en el credo religioso; hay comprometimiento, y recuerda aquellos «poemas sociales y de servicio» escritos antes de pronunciarse en la urgencia solidaria con Puerto Rico; la repercusión de la República Española o los días cubanos y universales de García Lorca.
Piensa al igual que Martí: «[…] Quién no ayuda a levantar el espíritu de la masa ignorante y enorme, renuncia voluntariamente a su libertad…»,(2) criterio que retoma durante una disertación dada el primer lustro de la cuarta década del pasado siglo. Más sincero no puede ser: solicita permisos estatales y va a las cárceles de Santa Clara y Remedios, según los esfuerzos institucionales del Club Umbrales, y da disertaciones públicas.
Juan Domínguez Arbelo, en la presentación de «La Condición Martiana», conferencia dictada por Ballagas el jueves 28 de Enero de 1943, examina ante a los reclusos y el personal militar, aquellos valores literarios y pedagógicos que el disertante entiende como reclamos del mejoramiento humano, la reivindicación social del individuo, y la validez en las perspectivas comunitarias para barrios humildes.
Los conceptos coinciden con los expuestos en «Castillo Interior», lección impartida el viernes 14 de mayo de 1943, a instancias de la Sociedad Artístico-Cultural Ateneo de Villa Clara. Aunque no está dicho en ninguna parte, sirvió para desafiar respuestas puntuales de José Ángel Buesa, quien defendió en Umbrales sus criterios sobre la «Decadencia de la poesía: responso al vanguardismo» y «Renacimiento de la poesía», ambos en charlas del sábado y domingo 16 y 17 de mayo, respectivamente, de 1936.
Esos tópicos, por un tiempo, quedaron pendientes de Ballagas, y cuando regresó de Francia en 1938, enfrentó la polémica. Obvio, todos conocemos las argumentaciones, pero en el «callejón» particular de una provincia, con hombres dispuestos a pensar, hubo alientos para retomar la poesía desde diferentes cauces estéticos en los que imperó el sentido de «No copiar, no imitar, crear una obra de arte por ella misma —o, de otra manera: una obra de arte es una realidad cósmica que el artista agrega a la naturaleza…»
Por eso, en «Castillo Interior»,(3) alertó: «En una época de colaboración en que la comunidad de bienestar es anhelo ecuménico, un ansia de los espíritus auténticamente cristianos inspirados en la fe de los grandes fundadores, el poeta no ha de quedarse solo en poeta, sino fundirse amorosamente al hombre, a su hermano...».
Mayores insistencias sobre su intervención, desde el sentido de la entrega de Martí a la comunidad Iberoamericana, al mundo, y en especial a Cuba y Puerto Rico, se localizan en la comparación implícita de la Epístola Universal de Santiago: «Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, sino se demuestra con hechos, es cosa muerta», insistiendo, que «Tal vez alguno dirá: tu tienes fe, y yo tengo hechos. Muéstrame tu fe sin hechos, y yo te mostraré mi fe con mis hechos».
El camagüeyano es preciso, y dice: «[...] El verdadero poeta sabe que el hecho lírico puro es inefable e incomunicable y, conciente de esta realidad, habla como él “sabe” y “puede”, como el que sabe poco y puede mucho, como el que se alza sobre los talones sin acercarse al cielo ni más ni menos, pero soñando que su frente se quema en azul místico...»(4)
Después, refrenda: «La salvación del hombre está en el espíritu; la salvación de la poesía también…»,(5) y sedimenta ambos en «estado de gracia» para el engrandecimiento de lo humano perdurable. Aun cuando esas formas de actuación social cambien o se transformen por determinados hechos o azares, lo espiritual contribuye al incremento individual del hombre y su desenvolvimiento personal.
Cierta vez también expuso: «El microscopio define las patitas, analiza los segmentos del cuerpo, la ingeniosa disposición de los ojos… pero a Dios, es decir, a la misma mariposa no se la encuentra por ninguna parte, exactamente como le sucede al crítico cuando se pone a buscar al poeta en las palabras del poema.» (6)
Son claves. Sin duda, eso sucede con sistematicidad en Ballagas. Años antes, similares intuiciones quedaron atrapados en «Crisis y crítica», artículo que dio a la revista Umbrales. Después los desdobló con mayor ensanchamiento en «Sergio Lifar, el hombre del espacio», y también en «Ronsard, ni más ni menos». En relación al danzante ruso, indica: «[…] es mil veces mejor ser cenicienta con plena conciencia de su condición y de sus posibilidades de rebeldía que convertirse en esas momias que son hoy las princesas, figuras ciertamente irreales situadas en un mundo de espaldas a la historia […]» (7)
Ahí, de similar modo, está la valoración en «La poesía en mí», definitoria en la comprensión de su estética y ética: «[quien sea] capaz de impresionarse ante la fina arquitectura de la rosa ha de serlo de sufrir con más intensidad que otro hombre alguno la injusticia humana o la barbarie de la guerra egoísta; […] ser poeta comporta una actitud ante las cosas, una responsabilidad en todos los órdenes del vivir y del saber. Ser poeta es tomar antes de escribir una actitud vital…» (8)
Es febrero de 1943, y Ballagas está urgido de labores pedagógicas, a la par que prepara otra instrucción teórica. El domingo 11 de abril acude al Aula Magna del Instituto de Segunda Enseñanza, y dicta «El aporte vivo de Heredia a las Letras Cubanas», texto panorámico que inició el curso de Extensión Universitaria de ese centro docente. Más adelante formula su «Curva de la poesía española actual», versión villaclareña mucho más amplia a la planteada antes en la Institución Hispano-Cubano de Cultura de La Habana. Baste apuntar que ese escrito, por carta dirigida al declamador, fue solicitado con urgencia en 1946 durante la estancia del poeta en los Estados Unidos.
En cambio, nula mención hace la crítica literaria al prólogo «A un doble destino lírico», introducción a Canción Cruzada, poemario de las hermanas Aída y Acacia Hernández Jiménez, alumnas graduadas en 1939 en la Normal para Maestros. Acude, en coincidencia, a «La poesía en mí», y allí remata:
«La poesía existe independientemente del poeta; muérase de llanto en la lluvia, se desnuda en una rosa o asciende libre desde la mar en el júbilo blanco de una gaviota; entonces, pasa a la gravidez que incita la comparación en las actitudes vitales de un lírico, un filósofo y un investigador científico, no en el acto de crear, sino de descubrir, rastrear y hallar con la agudeza que corresponde a cada cual, las beldades escondidas detrás los ojos vedados en otros, y abiertos, como elegidos, en la plenitud de los escogidos para el canto de una realidad tangible y hasta misteriosa.» (9)
Invoca a Bernanos, a Jorge de Lima, a León Felipe, y al neomisticismo español, como quien recuerda las ensoñaciones de Claudel y la resolución matemática de un instante poético dado; manera en que percibe la experiencia inscripta en el acontecimiento espiritual. También refiere nombres de poetisas, grandes escritoras en las letras cubanas; enumera curiosidades líricas, de composición y de estilo, y obtiene valoraciones estéticas con el propósito de resaltar las calidades del minúsculo libro que comenta.
El sábado 17 de junio de 1944, frente al auditorio de la Sociedad Artístico Cultural Ateneo, presenta la conferencia «Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido)», y reconoce al poeta en el centenario de una muerte brutal propiciada por la intriga del colonialismo español; detalla aspectos de la Conspiración de la Escalera; recuerda los infaustos tiempos de la esclavitud; particulariza en la historia de los ingenios azucareros, y recita sonetos y romances de Poesías Completas del infortunado bardo, según las recopilaciones impresas en 1886 por el biógrafo Sebastián Alfredo de Morales. Es una lástima que esa disertación —tal vez perdida en alguna gaveta—, no esté incorporada en libros de Ballagas, y sólo su existencia se inscriba a programas literarios y notas de prensa de la época villaclareña.
Muchos de esos soplos teóricos se suceden a la existencia de los más cuestionados poemas agrupados en Sabor eterno (1939); libro que, por sus distintivos temáticos y estilísticos, coloca a Ballagas —desde que Piñera desató un sonado aldabonazo—, en vórtice crítico, satánico y de apreciaciones subjetivas en el campo de la literatura cubana.
Errores de todo tipo, evaluaciones infundadas, criterios irreverentes e historias mal hilvanadas, manan de continuo. No obstante, existen hechos espirituales que no se corresponden con exactitud a enunciaciones apriorísticas sobre su poética e intimidad.
De allá acá, en la evaluación, los investigadores se afanan en los deméritos, aciertos, violaciones de «patrones», (auto) laceraciones y…Es Ballagas quien, para asombros de muchos, dirá aquí en letra propia y no en voz ajena, gracias a la papelería original de Severo Bernal Ruiz, el por qué «Elegía sin nombre» se estaciona dentro de los «misterios dolorosos» de su poética. Razones sobran para que, por vez primera, en público, se decante esa afirmación, y comiencen a considerarse otros cimientos menos especulativos.
Luis Álvarez Álvarez justiprecia el hecho: «Extraña permanencia la de Emilio Ballagas en nuestra poesía, donde se mantiene como un recinto aislado o una peligrosa excepción. La crítica, década tras década, parece estar más dispuesta a concederle algún sitio, uno cualquiera, que a descubrir el suyo exacto […]» (10)
Con «Elegía sin nombre» nació en 1936 la primera señal de ataque descarnado. Desde entonces no se contienen las suposiciones y los diretes en torno a la “sexualidad dolida”, “el pecado”, “la trasgresión”, “la irreverencia” y “el homo (erotismo)”. Pienso que la osamenta del poeta y su capitalidad artística, al cabo de tanto tiempo, aún se remueven de soberbia ante yerros desfigurados.
Prior Rice expone ¿sobre un ejemplar que vio?, pero no lo muestra: «[…] al lado del primer verso, la segunda estrofa y los tres últimos versos de la tercera, Emilio indica [en «Elegía sin nombre»], “Intuición directa Playa de Varadero”. Al lado de estos tres últimos versos añade, “Varios días de contemplación del mar”. También se quedan con el poeta recuerdos de visitas a la costa norte de Camagüey […]» (11)
¿Cosa extraña?: el escenario del poema nada tiene que ver con ese balneario natural de la costa norte de Matanzas. Gravísimo error repetitivo que acogen la ensayista Rosa Pallas y otros investigadores. No es el «contexto» originario y tampoco artificial o imaginativo en que se desbocó la idea sugerente del texto y el sujeto lírico. Más descabellado reiterar lo expuesto por Víctor Rodríguez Núñez a partir de los criterios de Piñera:
«[…] nos ha ofrecido un testimonio incuestionable sobre el comportamiento homosexual de nuestro poeta y sus repercusiones sociales. Cuando comenta “Elegía sin nombre”, nos informa que entre 1937 y 1938 “Ballagas acaba de salir […] de un amor fracasado con una persona de su mismo sexo”, experiencia que motiva el poema [...]» (12)
Sin embargo, Salvador Bueno señala: «[…] El nombre de la amada ¿para qué le sirve? ¿Para qué le sirve su canción, el vibrar de su poesía? […], de antaño niño jubiloso, querencioso de los goces de la hermosa naturaleza, ha visto deshacer entre sus manos la maravilla de las cosas, aquellas cosas cuyo tacto se regocijaba con su contacto. Ya es otro el sabor que paladea […]» (13)
A diferencia de algunos estudiosos, no está interesado en «desempolvar» una identificación, un sexo; pero en cambio, es categórico, define al otro: una mujer.
Un temporal de «averiguaciones» anuncian, y no cesan, que el poeta dio la «caída al abismo» con Sabor eterno. Con juicios críticos y ojos especulativos se juzgan hechos creativos y actuaciones personales que no encajan con la verdad.
Ballagas está «Satanizado». Versos por dentro encontramos: «Yo andaba por la arena demasiado ligero, / demasiado dios trémulo para mis soledades, / hijo del esperanto de todas las gargantas, / pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo».
Luego dice: «(¿Mis dedos sin moverse repasaban en sueños? Tus cabellos endrinos.)/ Así anduvimos luego uno al lado del otro, / y pude describir que era tu cuerpo alegre/ una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento, / mástil, columna, torre, en ritmo de estatura/ y era la primavera inquieta de tu sangre/ una música presa en tus quemadas carnes. » (14)
Después: «Luz de soles remotos, / perdidos en la noche morada de los siglos, / venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos, / rasgados levemente, / con esa indiferencia que levanta las cejas.»
Termina con un quietismo de sufrimiento: «Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre/ que no me servirá para llamarte/ y lo pronuncio siempre, inútil, siempre inútil, / inútilmente siempre.»
Ahora, ¿dónde está la “caída del ángel”, el “sexo como pecado original” y la “verdad erótica” o el “nefando”? Recientemente Enrique Saínz subraya:
«Hay en el poeta una compulsión natural, una honestidad imperiosa que decide su encuentro con el otro, el amante, el objeto de su deseo carnal y espiritual […] enriquece la belleza propia del amado […] él sabía de la existencia del amado desde antes de aparecer, presente siempre en sus más ocultas y oscuras apetencias, con las que aprendió a dialogar desde muy joven.» (15)
Antes que Ballagas responda por segunda vez, y en lo adelante para siempre, observemos que Saínz de la Torriente insiste en la asociación establecida para identificar al otro con el género masculino. Contrastados los subrayados de «Elegía sin nombre», encontramos: el escritor estaba errante, buscaba calmar el amor y se pronuncia «pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo»; hace referencia al pelo de la persona; obvio, lo insta al desgarramiento cuando luce «cabellos endrinos»; es por tanto una joven que denomina «llamarada que desafía al viento»; además, por su gracia tiene el esplendor de la vida y la sitúa como «primavera inquieta de tu sangre»; llena del gozo rítmico de « una música presa en tus quemadas carnes», y decanta el color de la piel, ese que llegó a la isla con los ancestros «perdidos en la noche morada de los siglos», y define el mestizaje y el fenotipo con «ojos oblicuos,/ rasgados levemente,/ con esa indiferencia que levanta las cejas», para al final dejar el sollozo «lo pronuncio siempre, inútil, siempre inútil,/ inútilmente siempre». Estas representan apuntaciones esenciales que emplean algunos críticos.
¿Quién sabe si la apreciación anterior resulte pueril? Sin embargo, aquí viene lo trascendente, esclarecedor e irrevocable. En confesión íntima, más de medio siglo atrás, Ballagas escribe a Severo Bernal Ruiz el sábado 11 de enero de 1947 desde 999 Pelham, Parway 67, Nueva York, Estados Unidos:
«En realidad yo he muerto desde que sucedió la tragedia de la mulata de Manzanillo y escribí la “Elegía Sin Nombre”. Todavía estoy herido de aquello; todavía estoy como un sonámbulo. Por eso no tengo del todo interés en la vida. El saber que otro le tiene puesta accesoria y le regala chales de burato y pantuflas bordadas me llena de desesperación. En los días en que el brandy se me va a la cabeza, o el whiskey se me sube demasiado, o me meto en la casa de la fea de aquí, me dan ganas de llorar. Aquello fue para mí el verdadero romance. La canela me hizo feliz […]» (16)
En estremecido sentido criollo todos quedamos con la boca abierta. Ballagas con su precisión no deja mayor opción en la impugnación. Habrá que redefinir y re (considerar) muchos aspectos teóricos, poco puntuales del sujeto erótico en torno a la pieza capital de Sabor eterno, y tendrá que revisarse también la poética terminante del escritor en cuanto al hetero-homosexualismo.
Antes ocurre la referencia a Hortensia ¿G.H?, joven mulata de Manzanillo, a quien el escritor conoció en esa ciudad durante una visita, y la cortejó allí cuando estaba instalado en la casa de Alicia Ballagas, la hermana de Buenaventura, Holguín.
En carta recogida aquí Ballagas lo expresa con claridad: la joven doméstica abandonó los furtivos amores con el poeta para vincularse, en calidad de «amante», a un político de la zona oriental, y ese acontecimiento descarta otras lecturas que, críticos y estudiosos, observan de manera impresionista en un poema inscripto dentro de un contexto de rasgadura y desazón existencial, de sufrido amor trunco e imposible. Por tanto, no tiene su origen en un vínculo «homosexual», como señala Virgilio Piñera.
Eso es evidente. Si leemos los versos y asumimos un detenimiento hacia la referencia de la soledad que persiste, a la liviandad de los actos y amoríos diversos de juventud, la búsqueda afirmativa de la «autoculpabilidad», queda atada más al erotismo heterosexual que proyecta el sujeto quebrantado y adolorido por lo que escapó. En última instancia, habría que considerarlo tendente a un sentimiento reprimido de la bisexualidad.
Sin la presencia de esa correspondencia sostenida con el declamador villaclareño —la más vasta y original refrendada hasta 1948—, casi seguro, el cotilleo sobre la expresión-legitimación del sujeto homosexual se prolongaría a lo indefinido. Nadie discute que en el poeta aparezcan atisbos frecuentes de articulación de una estética y una ontología homoerótica con marcado enunciado en la identidad sexual individual que se esconde en lo expuesto por los versos, los símbolos y el universo subjetivo.
Obvio, se extiende a un homoerotismo que, en ocasiones, sitúa su abarcadora explicitud en el deseo homosexual. Sin embargo, en las cartas, las evidencias significativas son tácitas, y lo segundo adquiere proporción en la voz del escribiente, y por igual en la recepción y decodificación indagatoria.
Ballagas vive inmerso en sociedad, y los documentos lo afirman en el aprisionamiento de normativas heterosexistas de una cultura patriarcal y machista capaz de acorralarlo; y un resbalón público concitaría la negación de ese otro sexual apto para el ejercicio pedagógico. Una purga, tal vez, lo invalidaría en la profesión y ulterior realización económica y familiar.
También, como creyente, recibe el férreo sentimiento de la homofobia eclesiástica que insiste, en todos los dictados, en que el matrimonio representa una institución sagrada entre el hombre y la mujer. No dudo tampoco que los vericuetos de las elipsis, claves referenciales y contextuales, estén pudientes en recursos tropológicos que solapan el erotismo y todas las derivaciones homosexuales.
Aquí, surge la interrogante: ¿Seguiremos con el pataleo en idénticos lodazales? No lo creo necesario, pues son más trascendentes otras apuntaciones. La «maldición» de Ballagas, y en él, estuvo vigente, tal vez en otras zonas jamás interesantes —por la libertad y elección que toca a cada cual—, no así en la experiencia y la realización de «Elegía sin nombre», como expuso. Similar atajo puede que se compare, y hasta se empariente decisivamente en otros poemas surgidos casi al unísono por la preocupación de la existencia y la prolongación de la especie: la muerte, el olvido, el amor, el dolor y…
NOTAS
(1)- SÁNCHEZ SOA, HORACIA: [La Esperanza, 1893-Santa Clara, 1957]. Casera de Ballagas.
(2)- CONFERENCIA OFRECIDA en el Ateneo de Villaclara, primero, y luego el sábado 12 de junio de 1948 durante la presentación del declamador Bernal Ruiz en el teatro «La Caridad», en Santa Clara.
(3)- EMILIO BALLAGAS: «Castillo Interior», Ob. cit., p. 289.
(4)- EMILIO BALLAGAS (1984): «Sergio Lifar, el hombre del espacio», Obra poética, pp. 241-242, Editorial Letras Cubanas, La Habana.
(5)- EMILIO BALLAGAs (1934): «Crisis y crítica», Umbrales, 1(1):11; Santa Clara, Las Villas, sábado 15 de septiembre.
(6)- EMILIO BALLAGAS (1984): Ob. cit., p. 239.
(7)-Ídem, pp.233-234.
(8)- EMILIO BALLAGAS (1940): Prólogo a Canción Cruzada, pp. 7-13, de Acacia y Aída Hernández Jiménez, Editorial La Verónica, La Habana.
(9)- Ídem., p. 12.
(10)-VIRGILIO PIÑERA (1955): «Revelaciones: Ballagas en persona», Ciclón, 1(5):41-50, La Habana, septiembre.
(11)- LUIS ÁLVAREZ ÁLVAREZ (2004): «Emilio Ballagas, desde este fin de siglo», pp. 109-168, Saturno en el espejo y otros ensayos, Ediciones Unión, La Habana.
(13)- ARGYLL PRIOR RICE (1966): Ob. cit., p. 133.
(14)- ROSA PALLAS (1973): Ob. cit., pp. 49-50.
(15)- VÍCTOR RODRÍGUEZ NÚÑEZ (2001): «El cielo del rehén: La insubordinación sexual de los versos tardíos de Emilio Ballagas (Segunda parte y Final)», El Caimán Barbudo, 35 (307): 26-28, La Habana, noviembre-diciembre. V. VIRGILIO PIÑERA (1955): Ob. cit., p. 44.
(16)- SALVADOR BUENO (1964): «La poesía de Emilio Ballagas», Temas y personajes de la literatura cubana, pp. 244, ediciones Unión, La Habana.
(17)-ENRIQUE SAÍNZ DE LA TORRIENTE: «Emilio Ballagas o la Poesía», p. 20; prólogo a Emilio Ballagas, (2007), Ob. cit.
(18)- EL TESTIMONIANTE SOLO APUNTÓ: HORTENSIA ¿G. H.?.EXISTE COPIA FACSIMILAR en el archivo del investigador.
0 comentarios