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CAPIRO TIENE MAESTROS IMPRESORES

CAPIRO TIENE MAESTROS IMPRESORES

Por Luis Machado Ordetx

La editorial Capiro acaba de cumplir 20 años de existencia, y contra viento y marea sortea todo tipo de dificultades económicas para convertir el libro y la lectura en un hecho cultural sin precedentes. Similar situación sufrieron otras que en el decurso de los siglos se ubicaron en predios villaclaraños; también entonaron entuertos para convertir los textos literarios e históricos en patrimonio de la colectividad.

Días atrás hubo un diálogo formal con algunos de los maestros impresores de Capiro; son parte de aquellos que, en septiembre de 1990, con el ánimo institucional del Instituto Cubano del Libro, y los aires renovadores que insuflaron Blas Rodríguez Alemán y Ricardo Riverón Rojas, recordaron los instantes en que apareció Una tarde en el río, recopilación de cuentos de Rafael Altuna Delgado.

La historia se reabría en el vínculo del universo de los impresores. Era un tiempo que reentroncó, según datos recogidos por Manuel Dionisio González Veitía, con dos casas impresoras que existían en Santa Clara en 1857; las primeras en preparar textos, anuncios, esquelas mortuorias y todo tipo de trabajo a partir de un taller manual relacionado con tintas, papeles, grabados y cajas de letras. Los tiempos de Guttemberg encajaban entre los villaclareños.

Allí, en la calle San José número 18 (actual Enrique Villuendas) estuvo enclavada la Imprenta del Siglo, y de esos obradores salió en 1858 el primer libro fundacional relacionado con nuestra época y existencia como pueblo nacido del desprendimiento poblacional de San Juan de los Remedios: Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara y su Jurisdicción, de la autoría de González Veitía.

Tal vez sea ese uno de los libros imprescindibles a los que se tiene que acudir para escudriñar parte de la historia pasada. Sin embargo, no es el único que se propagó en Santa Clara, lo que de cierta manera emparienta con la rica tradición que lega Capiro en la actualidad, ya con casi 300 títulos impresos en dos décadas de vida útil a la sociedad.

Sagua la Grande, Remedios y Caibarién, también constituyeron centros urbanos en los que proliferaron impresiones de libros, folletos y periódicos. Otro texto notable para la investigación aparece con Historia de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción, de Antonio Miguel Alcover y Beltrán, logrado en 1905 a partir de la colaboración de tipógrafos de la Imprenta Unidos, La Historia y El Correo Español. De allí también hay otro manual antológico: Recuerdos de la Concentración (Weyleriana), de Francisco P. Machado, surgido en 1917 en una imprenta radicada en la calle Martí 11, en la Villa del Undoso.
 
Tendrían que recordarse, además, las aportaciones de Julio Arturo Valdés, para publicar en 1925 desde el periódico santaclareño Fundación, y el apoyo de la imprenta de López (en la calle Alemán número 25), el Apéndice de la Memoria Histórica de la Villa de…


Años después, la pedagoga María Dámasa Jova Baró, desde la imprenta de A. Clapera, en General Machado número 13 (actual Libertadores), publicó  Ufanías (juicios y consideraciones sobre Arpegios íntimos y otros poemarios), y con el tiempo y sufragio personal, fundó la casa Ninfas, de la cual salieron las revistas Ninfas y Umbrales, y significativas obras literarias de ese tiempo en la propagación de la cultura nacional y universal.

La memoria hay que retrotraerla también a la publicación de Cuaderno de Poesía Negra (1934), de Emilio Ballagas, en la imprenta La Nueva, de Sergio Fernández, y Pecorea (1939) y La era martiana (1941), editados en los talleres de E. Lanier, así como Balada de la espera interminable (1943), en la casa De Sed —otro taller homólogo—, todos de la autoría de Gilberto Hernández Santana.

Desde la imprenta de García-Llansó, Carlos Hernández López dio a conocer Feria y Chamberí, libros que recogían su poesía y crónicas periodísticas. Son ejemplos que demuestran en parte cómo la composición de libros en Santa Clara no constituye un hecho aislado, sino imbricado a una tradición y una historia cultural.

Esos fueron algunos de los pronunciamientos recopilados a partir de los diálogos que Reinerio Moure, Gonzalo Perdomo, Armando Llanes y Jesús Pérez —artífices en componer más de 30 libros para Capiro desde la unidad Gráfica 2 del Partido en Villa Clara—, recordaron de aquel momento en que Rodríguez Alemán y Riverón Rojas dieron los primeros pasos para erigir una editorial. En nuestros días, desde 2010, con  tecnologías modernas, ese sello de publicaciones se asegura para la posteridad los caminos del libro villaclareño, una exclusividad que brota de las brisas que circundan las montañas más altas de la ciudad.

Diría más: hay quienes ven a Samuel Feijóo como el antecedente más cercano a Capiro. No lo aseguraría en todas las probabilidades. De hecho, los libros que preparó desde 1958 ese folklorista villaclareño para el Departamento de Relaciones Culturales de la Universidad Central de Las Villas, fueron trabajados por los Impresores de Úcar García. S..A., en La Habana.

También las revistas Islas y después Signos, en una parte notable de la tradición impresora —al menos sus conclusiones—, fueron capitalinas hasta hace muy poco tiempo. Solo los grabados y algunos fotograbados de ilustración, gracias a la hechura de Barreras, el maestro impresor, salían de Santa Clara.

En los primeros tiempos de Capiro, esa cultura de imprenta total que existió antes, estaba perdida, es cierto. Sin embargo, se retomó sobre la marcha hasta en labores de corrección de galeras y de edición de textos en impresiones realizadas a partir de recorterías de papel en resmas o bobinas utilizadas en las tiradas del periódico Vanguardia.  Tendría que decir como Alcover y Beltrán, el historiador.

Al introducir su Memoria Histórica de Sagua la Grande y…, exponía: «Nadie podrá negar, sin embargo, que siempre es útil a un pueblo conservar la memoria de sus acontecimientos pasados, por muy insignificantes que parezcan, pues ellos al descorrer el velo de los tiempos, nos presentarán a ese pueblo tal como fue al principio, nos trazan la marcha que luego siguió y los progresos que hizo».

 Gracias a nuestro tiempo, y también al embrujo de muchos anónimos impresores, los escritores villaclareños tienen en la actualidad una historia que contar con la edición de libros confeccionados, casi de manera manual, por maestros impresores de Capiro.

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