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PREMIO JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y EL SUEÑO DE MANSO CENDÁN

PREMIO JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y EL SUEÑO DE MANSO CENDÁN

Por Francisnet Díaz Rondón



El poeta y escritor villaclareño Geovannys Manso Cendán ganó recientemente el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, lo cual lo convirtió en el tercer cubano en obtenerlo, después de Amando Fernández (1949-1994), quien lo obtuvo en 1991, y Carlos A. Díaz Barrios (Camagüey, Cuba, 1950), en 1994. Un diálogo con el poeta resultó imprescindible para conocer más su quehacer literario.

 

 

—Geovannys, háblame del poemario que presentaste al «Juan Ramón Jiménez»



—Se titula Los leves sobresaltos, contiene poemas de un intimismo explícito, imágenes que han perdurado en mí a lo largo del tiempo; otros donde me acerco a distintas experiencias de la década del 90. Contiene un poema dedicado a José Lezama Lima en nueve partes, una especie de «cántico» deLibro de los muertos, de recordatorio de momentos ínfimos y enormes del poeta. Otros son extrañezas del dolor, escolios de la soledad y un poema final que surge de antiguos aullidos de Allen Ginberg; aullidos que torno contemporáneos y los fijo en Cuba; un poema que termina siendo un gran homenaje a la POESÍA toda.

 

 

—¿De qué eres graduado?



—Yo me gradué de Medicina, aquí en Santa Clara, en el 2000, tras siete años de estudio. Casi toda la década del 90 estudiando, entrando y saliendo de los hospitales, adentrándome en los misterios de Galeno, de Hipócrates. Yo considero que la Medicina es un arte y una ciencia. Si no pude seguir siendo médico, es porque sentía que lo más humano de mí, lo más sólido, estaba entre los libros, y todo hombre debe aprender a buscar, y a encontrar el sitio desde donde proyectará su luz más clara y vital.

 

 

—¿A qué se debió ese cambio de ruta en tu vida?

 


—Al hombre lo rigen sus paradigmas, sus grandes figuras tutelares. Y estos paradigmas, estos padres tutelares dejaron de ser personas con bisturí y estetoscopios; mis nuevos iconos escribían intensas novelas en escuetos cuartos, en extrema soledad, escribían sus poemas más allá de toda pobreza. Dejaron de llamarse Galeno o Hipócrates, para nombrarse César Vallejo, Federico García Lorca, Alejo Carpentier, Ernest Hemingway, José María Heredia, Emily Dickinson...

 

 

—¿Y no echas de menos tu antigua profesión?



—Sí, extraño aquellos días, cuando fui médico en la Quinta. Allí dejé muchos amigos, una familia, gente que me acogió como si fuese su hijo, su hermano. Días inolvidables de extraña comunión con los demás y conmigo también. Pero, así es la vida. Tengo un amigo que dice: «piedra movediza no cría moho», y eso he hecho siempre: moverme por el mundo para atisbar nuevos horizontes...

 

 

—¿Cómo asumes la poesía? ¿Qué te inspira a escribirla?



—Asumo la poesía como un acto de creación donde no solo imperan las leyes de la gramática, de la sintaxis, de la lexicología, sino también donde impera lo más abyecto y lo más humano del corazón del hombre. Asumo la poesía como un conducto por donde emergen nuestros días pasados, presentes y futuros, porque la poesía es un péndulo que oscila infinitamente. Jamás se cansa la poesía: oscila y crece, nos conmueve y nos hace vivir, nos reafirma y nos levanta del lodo. Asumo la poesía como un acto de conspiración: contra el miedo, contra la soledad, contra la inercia.

 

 

«Como mi poesía es muy vivencial y surge de esas convulsas interrelaciones que establezco con el cosmos que me rodea, siempre me inspiran las cosas sutiles: el repiqueteo de la máquina de coser Singer de mi madre, un bolero interpretado por el Benny Moré o por Cascarita, el aliento del café cada mañana, una lectura inclaudicable. En fin: todo lo que traiga su fuerza y su amor, me inspira a escribir un poema...

 

 

—¿Hay algo que te distingue de otros poetas, consideras tener un estilo personal?



—Siempre nos distingue la intensidad con que miramos las cosas, los fenómenos, los aludes. Nos distingue el sobresalto ante cada estación, ante el sonido antifonal de la flauta. Nos distingue quiénes hemos sido y qué hemos ofrecido desde el día de nuestro nacimiento, hasta el día en que escribimos nuestro último poema. Me distingue la familia que he formado, la familia que me formó y que me acunó, en extraña comunión con la ternura.

 

 

«Me distingue los amigos que he abrazado, los libros que atesoro y que han viajado conmigo de casa en casa, sobreviviendo a goteras y tempestades; las botas cañeras que mi padre Malengo y su esposa Nélida guardaban para mí y que debían durar un año, hasta la próxima zafra; la sonrisa de mi hermana Nellys, que nos resguarda de la intemperie habanera; el apellido Manso, heredado de gente noble, trabajadora, sencilla; el apellido Cendán, que yo escribo con S en mis libros, originario de Galicia, de gente labradora y humilde. Los estilos, no. Creo en los dolores personales, en las éticas personales. La poesía es una ética, una reivindicación del silencio que explora sin límites, el camino que se abre ante nuestras pupilas.

 

 

—¿Crees que la poesía ha perdido terreno en los tiempos actuales de modernidad y tecnologías?



—Creo que lo que ha perdido terreno es la capacidad de los poetas para traducir el instante, la eternidad, lo verdaderamente esencial. Con ello no quiero decir que no existan poetas esenciales hoy. Pero siempre hay que volver a Martí, cuando sentenciaba: «Los poetas no debemos estar entre los devoradores sino entre los devorados». La poesía sigue siendo un universo en expansión, una semilla germinativa, un magma que nada ni nadie puede ni podrá apagar: ni tecnologías, ni modernidades. Nada. Un viento huracanado que lo arrastra todo cuando dice: «no poseyendo más / entre cielo y tierra que / mi memoria, que este tiempo; / decido hacer mi testamento. / Es éste: les dejo el tiempo, / todo el tiempo»*.

 

 

—Tu esposa, Lisy García Valdés, también es escritora. ¿Analizan entre ambos los escritos de cada cual? ¿Quién es tu mayor crítico(a)?



—Para Lisy la poesía es un estado natural, de innato aprendizaje. Ella carga con esa luz, aunque deba ordenar la casa, abrazar a sus tres hijos. Esa verdad la conocen todos aquellos que han leído sus versos. Yo tiendo a ser esquivo, pero enseguida voy como un niño para leerle en voz alta algún poema, un cuento, un fragmento de una novela en proceso. Es inevitable.

 

 

«Ella también lo hace con sus poemas, y aunque nuestras críticas lleguen contaminadas por el amor y haber compartido once años donde han nacido nuestros dos hijos: Dylan y Lía Violante, tratamos de ser justos, distanciarnos de esa memoria en común para corregir incongruencias y oscuridades. Pero si de crítico se trata, suelo maltratar lo suficiente mis textos como para saber que no soy compasivo. Reescribo constantemente, borro, anoto, subrayo, tacho e intento iluminar al texto en días, semanas, meses sucesivos. Jamás creo que el trabajo haya concluido. Jamás.

 

 

—Libros preparados para publicar.



—Existe una novela con la que obtuve mención en el premio Casa de las Américas en el 2011, Los hijos soñolientos del abismo, que ha permanecido inédita por extraños motivos, ajenos a mi interés por verla publicada, que quizás publique en breve Letras Cubanas; aunque aún no es un hecho festejable. Pero, sí tengo muchos proyectos en los que trabajo ahora mismo: una novela policíaca, un nuevo libro de poemas, un libro de ensayos, y otro sobre Maximiliano, ese personaje que me ha traído tantos abrazos.

 

 

*Del poema Testamento, del poeta cubano Eliseo Diego.

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